Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri
...
tan pequeñas
la lluvia cae sobre la nube
Desnúdate
y muéstrame la curva que nace en tu cintura
y termina el iniciarse tu cadera
Que el agua llega
y no es mansa
sí lenta
no mansa
Nos quedaremos arriba
abrazados
como un buqué a punto de morir
que es breve la vida de las flores
y por breve interesa 
Iremos en el tiempo de la sakura
a los grandes campos del Japón
y seremos testigos del milagro de la primavera
Una tarde,
pasados unos días,
asistiremos junto a las aguas del Ashi
a la muerte de la flor del cerezo
con las manos enlazadas y el corazón preñado de una melancolía finita
Porque es dulce desvanecerse si la última imagen
es la caída de la flor en las aguas del lago
Porque entonces el viaje...
Si después la madrugada
...

Poesía

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 08/10/2018 a las 00:07 | Comentarios {0}


Me has dicho que fluye en los sótanos del mundo un agua sucia que parece ser que suelta el hedor de todas las violencias que se han hecho y que suena al griterío de un millón de niños muertos a palos.
Me recuerdas la República de Saló y acude a mi mente la primera vez que vi la película de Pasolini, esas imágenes finales, ese dolor inenarrable (aunque Pasolini casi lo consiguiera).
En el tumulto de los días me cuentas que no muy lejos (según los cómputos de las distancias de hoy en día) hay mujeres esclavas y hombres esclavos y que escuchas a todas horas a un grupo de fascistas encubiertos de tertulianos que van haciendo mella en la conciencia de clase de un barrio obrero de la vieja y perdida Europa.
Me preguntas si recuerdo Europa.
Me preguntas porque tengo esa gran cicatriz en el cuello.
Me preguntas si quiero beber algo y luego haces una pausa muy larga que yo no sé cómo interpretar. No me duelen tus preguntas. Sólo que me quedé sin respuestas.
Me comentas que has leído a hombres buenos que hacen previsiones optimistas para los próximos cientos de años y que has llegado casi a convencerte de que quizá la barbarie esté dando paso por fin a la cordura; me dices que es muy posible que los ocasos se repitan varios miles de millones de días más; me aconsejas la esperanza en mis últimos años y si la luz se va o si la niebla -dices- se aposenta para siempre en mis ojos y tan sólo queda de la imagen una sensación lechosa, ten esperanza me dices, no desesperes, me dices, que la alegría surge en muchos rincones del mundo a la vez aunque por los sótanos las aguas griten el dolor de la muerte a palos de un millón de niños.
Luego me das la espalda mientras te sirves algún alcohol que has logrado comprar en la última licorería y con garbo, a pasitos cortos, vas hasta la ventana, abres sus hojas y aspiras el aire de la ciudad fumigada como si estuvieras aspirando la primavera de antaño y sus flores. Hay que tener esperanza, repites. Quisieras tomar mi mano y llevarme a la cama para hacer el follar toda la noche mientras somos arrullados por un coro de gatos, me dices  (te ríes) y luego haces de nuevo una larguísima pausa que tampoco sé cómo interpretar porque ya no quiero interpretar nada, porque ya no me importa estar equivocado, porque no pasa nada si te quedas de espaldas toda la noche aspirando el olor a fungicida como si fuera tiempos de lavanda, porque por los sótanos del mundo corre un agua sucia como la sangre de los cerdos, la recogida en cubos de plástico para tomarnos luego, en uno de los últimos bares, una tapa de sangre frita; sangre frita de cerdo aterrado porque sabe que va a morir; los cerdos saben que van a morir, por eso gritan tanto cuando se los lleva al matadero.
Tras la pausa me dices que mire contigo las estrellas; tras la pausa me dices que pronto viajaremos a Galicia; tras la pausa me dices que la muerte está a punto de terminar; tras la pausa me muestras una labor de ganchillo; estoy haciendo ganchillo me dices; me lo dices y me sonríes y parece tu cara la de una abuela a punto de espicharla.
Atraviesas la habitación; me dices que quieres enseñarme un trozo de carne para que te aconseje cómo cocinarla; me dices que tienes brandy y me preguntas si me sigue pareciendo bonita tu voz. Me dejas solo en la habitación y yo escucho el agua que corre por los sótanos del mundo, escucho la súplica de los niños y los golpes con palos de madera, con puños de hierro, los culatazos, las sogas alrededor de los cuellos; escucho cómo se abre la piel por la estopa; escucho a las niñas rogando honra y los mocos que sueltan por sus narices  chocan contra el suelo y producen un estrépito de mierda líquida.
Vuelves con un gran pedazo de carrillada. Festejas que haya carne en casa. Aseguras que con ella me pondré fuerte y que así dejaré de llorar cuando me duermo. Te has desabrochado dos botones de la camisa y quieres que me excite la tela de tu sostén. Te has acercado mucho a mí. He llegado a olerte y tu olor me ha recordado una habitación pintada de verde claro un veinticuatro de enero de 1979. Al separarte de mí, has dicho, como si no importara, que no me preocupe, que ya se te ocurrirá alguna receta, tan sólo me ruegas que hoy no me ponga nervioso y que acepte por una vez que me ayudes a vestirme. Así pasará el tiempo, aseveras. Así seguiremos juntos, me dices.
Me gustaría decirte que no te pongas seria, que la seriedad en ti siempre fue acompañada de un mohín desagradable; me gustaría que dejaras de dar vueltas y te sentaras cerca de mí. Entonces yo te cogería la mano y quizá fuera capaz, por última vez, de abrir la boca.

Narrativa

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 07/10/2018 a las 00:26 | Comentarios {0}


Juan Cejudo, Maestro de maestros
Juan Cejudo, Maestro de maestros


Mi querido Juan:
Moriste hace tres días. Me enteré ayer. Tenías 71 años. Te conocí cuando tú tenías 36 y yo 23 y he de decirte que ya eras viejo. Creo que fuiste viejo desde los trece años cuando te arrolló el carro allá en tu pueblo de Palencia, lindero con Burgos, Espinosa de Cerrato y te quedaste cojo para siempre y empezaste, creo yo, en ese mismo momento a ser viejo y a ser sabio. Jamás conocí a un hombre tan sabio como tú y digo sabio porque la sabiduría no contiene crueldad y tú nunca fuiste cruel (bueno quizá lo fueras. No lo puedo asegurar. Sí puedo asegurar en cambio que conmigo no lo fuiste jamás y sí fuiste el hombre más generoso).

Descansa en paz, maestro mío, mi amigo, mi viejo

En enero de 2011 y en este mismo espacio le dediqué este artículo Juan Cejudo o Xoan Cejudo mi maestro. Si te interesa no tienes más que clicar en él.
 

Diario

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 30/09/2018 a las 13:56 | Comentarios {0}


Documento 21 de los archivos póstumos de Isaac Alexander



Chacra de Río Perdido, provincia de Córdoba. Argentina
28 de septiembre de 1946

Recién llegué a la Argentina, dejé que mis emociones alimentaran el caudal de Río Perdido. Me miro las manos con entusiasmo (tengo a la diosa Vida dentro) y al moverlas, al pasearlas por, por ejemplo, la planta de la lavanda, se me hincha el pecho en una respiración que quisiera abarcar mucho más que mis pobres y atacados pulmones; la lucidez que deriva de la idea de luz, entronca con Lucifer que, etimológicamente, quiere decir El que hace luz porque la lucidez (lo luminoso) siempre ha de tener presente el dolor; ser lúcido es ser consciente del dolor y aún con todo el dolor que este cuerpo mío y esta mente mía ha tenido que contemplar y sufrir, grito frente a los inmensos muros que se levantaron cuando chocaron entre sí las placas tectónicas correspondientes, ¡Gracias! Porque gratitud siento por vivir aunque sea finito y contingente; porque agradezco al cúmulo de azares y destinos que mi padre y mi madre copularan el día indicado y que fuera ese espermatozoide justo y ese óvulo justo quienes se encontraran en el seno de mi madre Esther y surgiera yo, Isaac Alexander, hijo de Salomon Alexander y Esther Steiner, judío por tradición y ciudadano agnóstico y sin dios por elección. Agradezco a las Furias su inclemencia; agradezco a Afrodita su belleza; agradezco a las Parcas cómo consiguen inocular el terror en nuestros corazones; agradezco los pensamientos de los hombres sabios; agradezco los paisajes que nos ofrece el mundo; agradezco la cúpula ardiente del universo y lo que el corazón ansía a veces porque estuve muerto y sin esperanza en una Europa devastada por sus propios habitantes y vi cara a cara la animalidad esencial del ser humano y tuve la certeza de que siempre habrá otros para los que seremos grey y como tal sentirán la tentación de azotarnos y dirigirnos hacia donde ellos quieran por medio de la fuerza de sus látigos y la fiereza de sus perros; por eso exclamo, libre de mis últimos amos, manumitido por otros y por lo tanto libre: ¡Tened cuidado con los pastores! ¡No os dejéis sermonear con palabras graves! ¡Contempladlos y escupidles a la cara y hacedles ver que sois hombres libres, osos en vuestro territorio, animados por un bendito deseo de longevidad!

Amen
 

Ensayo

Tags : Escritos de Isaac Alexander Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 28/09/2018 a las 12:10 | Comentarios {0}


En la mañana tuvo una precaución excesiva al conducir. Tenía la sensación de ir un segundo por detrás del presente. Esa carretera que conocía le parecía nueva. Quizá seguía incrustado en él la idea de que tocaba peor que hace diez años o que el desprecio del mundo iba haciendo mella. Ligero tobogán, pensaba, mientras las rotondas se sucedían y en una de ellas tomó un riesgo innecesario porque fue consciente de haber tenido una ausencia. Se dirigía a algún sitio, una mansión cerca de la gran ciudad con jardín, piscina y esculturas, tardaba en saber por qué iba allí. Luego ya lo sabía y seguía conduciendo con la sensación de que si había algún día en el que pudiera tener un accidente, éste, hoy, era el día.
Tuvo imágenes de los grandes dolores de su mundo burgués. Se sucedían a ráfagas y cada ráfaga le transmitía la angustia, la ansiedad, el miedo que son emociones que deambulan por las almas de los hombres cuando algo terrible está punto de pasar. Rememoraba la tragedia, la sentía físicamente; quizá por eso había buscado la distancia. Tenía miedo. No era valiente, pensó cuando tomaba el carril de incorporación a la autopista. No, no era el mejor momento. Incorporarse requiere ciertas dosis de valentía y de prudencia.
Soledad y velocidad. Hubo un momento en el que supo que llegaría a la mansión y que su reloj se había ajustado al reloj del mundo. A partir de entonces, a lo largo de todo el día, sintió una congoja constante; ni el paisaje del atardecer, ni la carrera, ni la música, ni la interpretación correcta de una pieza de Bob Marley, ni la cena que le quedó rica, ni la ternura de las gentes humildes vistas a través de los ojos de un hombre bueno, ni el inicio de una historia, ni el silencio de la noche, ni la voz en la distancia , ni cuando se oyó a sí mismo decir Aleluya, ni una respiración honda, ni la inmensidad del espacio junto a la brevedad de la vida, ni el recuerdo de su tata, ni la curiosidad que aún le alimentaba, ni disfrutar de la luz, ni mantener vivo tantos años al arce japonés, ni la amistad auténtica, nada lograba arrancarle esa punzada de dolor que si bien dolía también le permitía componer su Interludio 8 para piano y orquesta de cámara; un dolor que le iría agotando hasta dejarle profundamente dormido  como el niño que se ha quedado exhausto tras haber llorado mucho.

Narrativa

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 15/09/2018 a las 01:08 | Comentarios {0}


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