5 de noviembre de 2021
Debería estar tranquilo. Mirar la tarde que ya se ha hecho noche.
Este nuevo lugar.
Tras dieciséis años viviendo en otro sitio. Ahora. Aquí. Todo nuevo. Todos nuevos menos los amigos de siempre. Los de siempre. Sin ñoñerías. Creo que nunca había escrito la palabra ñoñería. Voy a cambiar de manta. La que tengo es demasiado gruesa. Un momento. Ya mismo estoy.
Al volver Nilo se viene conmigo. Nilo, mi amigo, el perro de mis entretelas, al que hoy, tras diez años de vida, le han picado varias avispas y tiene ahora una oreja hinchada y el susto en el cuerpo. Porque tenemos que descubrir, Nilo y yo, que el campo, realmente, es ese sitio donde los animales están crudos (Dickens dixit).
Poco a poco -digo yo- irá saliendo el pus del lugar donde viví demasiados años. (A veces los años son demasiados). En la novela que estoy escribiendo -y que ahora está perdida en alguna de las muchas cajas que aún me quedan por abrir- (me resulta extraño no poder encontrar mis cosas con la tranquilidad del que sabe dónde están -la novela, por ejemplo, estaba en la cajonera derecha de la habitación de Violeta-) está metaforizado el lugar donde vivía o mejor dicho lo he metamorfoseado en Los Poblados sólo que no a la manera de Las metamorfosis en el que su autor nos muestra el proceso de la metamorfosis sino más bien a la manera de Kafka: cuando inicio la novela, la metamorfosis completa ya se ha producido. Juegos de la imaginación que diría Cortázar (es una frase que a Luis le gustaba repetir).
Escribo sobre Tere y César. Escribiré pronto sobre Tere. Sin ñoñerías, Tere, te lo prometo. Escribo sobre Caroline, que sé que me piensa a menudo y en la que a menudo pienso. Escribo sobre Fernando. Él allí en su Cádiz a la que no quiere. Escribo sobre Raúl, mi amigo Raúl. Escribo sobre ellos ahora. Escribo sobre Liana. Hemos pasado tanto tan juntos y tan lejos. Estamos tan juntos y estamos tan lejos. Cuando escribo el cambio escribo sobre ellos. Cuando escribo la esperanza, escribo sobre ellos. Cuando escribo la vida, escribo sobre ellos. Ahora, aquí en las montañas, muy cerca de alguna cumbre, más cerca de alguna cumbre. Escribo sobre Luis cuando escribo, al que redescubro cada tanto.
El otoño y el invierno se prometen fríos. Los días se irán calmando. Desde que llegué -hace ahora cinco días. Hice la mudanza el Día de Todos los Santos. Fernando, con su habitual buen humor, comentaba que no me podía mudar un día normal, no, me tenía que mudar el día de Todos los Santos, hala- estoy con un ligero mareo, creo que debe ser cuestión de la altura. Subir trescientos metros de un día para otro debe tener efectos; desde que llegué me ha desaparecido una angustia que no me dejaba respirar con hondura; desde que llegué me siento en la cuerda floja y a veces siento pánico y otras una alegría inmensa; desde que llegué se debate mi ánimo y navega al pairo. Siento que debo dejarlo así; en algún momento tomará una corriente y llegará hasta un puerto; desde que llegué me levanto temprano y excepto la primera noche en la cual no dormí más de veinte minutos seguidos, duermo de un tirón: desde que llegué siento que la vida me da otra oportunidad porque en el fondo cambiarse de espacio es darse otra oportunidad para empezar a estar. Es muy importante estar. Quizá sea lo más importante porque el ser tiene demasiados azares mientras que el estar es una postura (es algo relacionado con la quietud y la quietud es una forma de reverso del azar). Me viene a la memoria la película de Adolfo Aristarain titulada Un lugar en el mundo. Me gustaría haber encontrado por fin, tras treinta y ocho lugares, mi lugar, no por una cuestión romántica sino por vivir algo nuevo. Vivir mi lugar. Estar en mi lugar en el mundo. Haber dado con él. Me gusta el nombre del pueblo. Me gusta el nombre de la calle. Me gusta el nombre de la calle con la que hace esquina la mía. Me gustan las farolas en la noche que fugan en un fondo de negritud con montañas. Me gusta este vértigo. Sentirme.
Empiezo. Seguiré.
A A.
Pensaba escribir en latín el título (por cierto temor a las palabras) pero cuando lo he visto en español, he sentido que así debía ser escrito: claro, conciso.
También podría haber puesto ese otro verbo que tantas veces se asocia a la curación del cáncer, el verbo vencer pero el cáncer, desde mi sentir, no es enemigo, ni es guerra la que contra él se entabla sino que más bien es un diálogo cuyos interlocutores son la enfermedad y la enferma. Es un diálogo, ya lo sé -con A. lo he aprendido- largo, doloroso, lleno de temores en el que los tonos y los estados de ánimo son su esencia. Porque el cáncer, metafóricamente hablando si se quiere, es un endiosamiento de células y las células de nuestro cuerpo nada saben de nosotros por eso el enfermo ha de dialogar con ellas en un largo diálogo lleno de dudas e intriga. Curarse del cáncer tiene algo que ver con curarse de las células de sí mismo.
A. ha necesitado un año para convencer a sus células de que la vida es un sendero por el que desea seguir paseando y para ello se ha sometido a los efectos de los tósigos (que serían en el diálogo los maestros antiguos que con sus varas impedían el uso de la retórica); ¡Ay, los tósigos! ¡Ay, la retórica qué inútil en esta enfermedad! El cáncer obliga a la verdad. El cáncer te muestra su cara frente al espejo. Sólo si se mira de frente, sólo si se siente una infinita compasión por el propio cuerpo -sea ésta consciente o no lo sea- se puede llegar al fin de esta larga conversación con uno mismo abrazándose y asumiendo que vivir es un misterio tan insondable que las propias células que nos conforman pueden convertirse en las mismas que nos destruyan.
Querida A. admiro tu diálogo. Has sido para mí un ejemplo del buen decir y cuando en los peores momentos del drama parecía que monologabas con algo de desesperanza, siempre veía en tus ojos, tus ojos verdes, verde esperanza, la chispa de quien sabe que va a aguantar un día más, sí, un día más.
No soy nadie para aconsejarte nada por eso no tomes como consejo estas últimas palabras sino más bien como recordatorio de una cualidad que has tenido a raudales en estos largos y peligrosos meses: se paciente con tus células, deja que vayan asumiendo que tú tenías razón a su ritmo y así, como la primavera que eres, verás como florecen tus cabellos y son rosas tus mejillas y el tallo de tu cuerpo se yergue fresco y la raíces de tu ser se asientan en tu suelo. A mí me gustará verte, hablaremos de la vida, nos quedaremos callados, quizá nos cojamos de las manos mientras a lo lejos el ocaso nos avisa de que la noche viene y con ella el tiempo del alma del mundo se levanta mientras nosotros, animales diurnos, dormitamos.
También podría haber puesto ese otro verbo que tantas veces se asocia a la curación del cáncer, el verbo vencer pero el cáncer, desde mi sentir, no es enemigo, ni es guerra la que contra él se entabla sino que más bien es un diálogo cuyos interlocutores son la enfermedad y la enferma. Es un diálogo, ya lo sé -con A. lo he aprendido- largo, doloroso, lleno de temores en el que los tonos y los estados de ánimo son su esencia. Porque el cáncer, metafóricamente hablando si se quiere, es un endiosamiento de células y las células de nuestro cuerpo nada saben de nosotros por eso el enfermo ha de dialogar con ellas en un largo diálogo lleno de dudas e intriga. Curarse del cáncer tiene algo que ver con curarse de las células de sí mismo.
A. ha necesitado un año para convencer a sus células de que la vida es un sendero por el que desea seguir paseando y para ello se ha sometido a los efectos de los tósigos (que serían en el diálogo los maestros antiguos que con sus varas impedían el uso de la retórica); ¡Ay, los tósigos! ¡Ay, la retórica qué inútil en esta enfermedad! El cáncer obliga a la verdad. El cáncer te muestra su cara frente al espejo. Sólo si se mira de frente, sólo si se siente una infinita compasión por el propio cuerpo -sea ésta consciente o no lo sea- se puede llegar al fin de esta larga conversación con uno mismo abrazándose y asumiendo que vivir es un misterio tan insondable que las propias células que nos conforman pueden convertirse en las mismas que nos destruyan.
Querida A. admiro tu diálogo. Has sido para mí un ejemplo del buen decir y cuando en los peores momentos del drama parecía que monologabas con algo de desesperanza, siempre veía en tus ojos, tus ojos verdes, verde esperanza, la chispa de quien sabe que va a aguantar un día más, sí, un día más.
No soy nadie para aconsejarte nada por eso no tomes como consejo estas últimas palabras sino más bien como recordatorio de una cualidad que has tenido a raudales en estos largos y peligrosos meses: se paciente con tus células, deja que vayan asumiendo que tú tenías razón a su ritmo y así, como la primavera que eres, verás como florecen tus cabellos y son rosas tus mejillas y el tallo de tu cuerpo se yergue fresco y la raíces de tu ser se asientan en tu suelo. A mí me gustará verte, hablaremos de la vida, nos quedaremos callados, quizá nos cojamos de las manos mientras a lo lejos el ocaso nos avisa de que la noche viene y con ella el tiempo del alma del mundo se levanta mientras nosotros, animales diurnos, dormitamos.
Homenaje
No sabe que al final de la pendiente vendrá el vuelo. Los días, como aves, vuelan sobre los hombres y sus cuitas en tal silencio que de improviso uno (o muchos) parecen despertar y al mirarse los cabellos canos y la ausencia de urgencia en el amar, descubren que su tiempo ya ha pasado. Soñar que soñamos es estar a punto de despertar. Despertar es morir.
No quiero decirte joven amigo que vivas con urgencia porque al soñar no eres consciente de que estás muriendo y como todos dilatarás tus empeños y como todos consumirás tu estancia entre sufrimientos y gozos y en los debes y haberes -cuentas que se echan cuando está al partir la nave que nunca ha de tornar- serás por fin consciente de que sufrir es el tono de la vida. No te preocupes, no es mala suerte, ni inquina de la Fortuna contra ti; es que la vida dispone de más sufrimientos. Es una cuestión de números. Por eso sí te diría cuando ya estoy avistando la barca amarrada al muelle de la Estigia que cuando goces agradezcas a la vida ese momento y sobre todo te diría, No alargues los placeres con artificiosidades y preceptos, ni los ates con juramentos o leyes, sólo goza, goza hasta quedar dormido mientras la marea y las nubes y la hierba y el rocío y las yeguas y los ríos y las grandes cristaleras y los niños recién nacidos y las cunas y las letras y los vinos y los líquidos continúan su camino como tú el tuyo.
No tengo fe. No creo ni en Dios ni en los hombres. No creo en el progreso. No soy positivista. No creo en la ciencia. No creo en el Yo ni en la Masa. No creo que haya sentido ni dirección en la Historia. Ni creo que la guerra sea el gran pecado de la especie. No creo en los sistemas ni en la física cuántica. Sé que todo eso quedará atrás un día como quedó Zeus Tronante o la bella Afrodita. Todas estas ideas las estudiarán generaciones futuras como nosotros estudiamos las sagradas escrituras o como otros contemplan un cielo insondable. La mente es pequeña para un espacio infinito.
Ya termino. Me he mirado la piel de las manos con la lupa y así, tan aumentada, parece piel de reptil. La lluvia no se anuncia y el cielo en la tarde adopta unos tonos tan salvajes que parecen desafiar la propia calma de la atmósfera. Cantan unos pájaros cuya taxonomía desconozco y tras la pared frontera con la vivienda de los vecinos se empieza a escuchar el trajín del menaje. No tengas miedo a despertar. No dudes cuando sueñes soñar. El alba se acerca. La vida es constante.
Esa fuente, la que se esconde en la maleza; la fuente de los secretos y el amor; esa fuente que viene acompañada de un ritmo con ecos flamencos; la fuente de la que quizá surja el surtidor de la vida y las estrellas y el espacio vacío; esa fuente desde la cual podamos entender la materia oscura y desde la cual podamos entrever a qué grupo de neuronas es debido la idea de conciencia; conciencia de rodilla; conciencia de dolor de muelas; conciencia de armonía. Esa fuente busca el muchacho que descubre por vez primera la plenitud del aire (porque aire pleno, un aire -diría- que no se esconde de ser aire, que deviene vida, que huele a mañana con rocío y a baile de madrugá); la fuente donde se baña la diosa; la fuente desde donde ser Acteón y asumir tras la contemplación desnuda de lo divino, la transformación en rumiante (rumio de lo visto, rumio de la eternidad, pensamiento que se hace, que se conforma en hueso, en cuerno, en abundancia; rumio de la esfera; rumio del pasado porque la belleza es rumio de las cosas bellas, no sólo contemplación sino también contemplación del acto de contemplar); esa fuente aventuro donde el agua se descompone en física de los prismas y surge del mismo surtidor la esencia misma de los colores; así fuente; así contemplación de fuente; así metáfora de fuente y seguir derivando por calles de fuentes estrechas por donde el viento pasa sin saberlo; esa fuente insisto que me hace temblar, que me llega a emocionar como cuando ayer, en no sé qué imagen llegué a la conclusión de que todo es fuente y las fuentes fuentes son.
Ese abrazo que surge de los nombres de los solitarios; la disconformidad con la grey; el lobo estepario y su nombre que aúlla por los páramos del norte de cualquier país del Septentrión o los nombres ¡oh sí! los nombres de las Oceánides y los nombres ¡oh, sí! los nombres de las Nereidas que vienen a la mente cuando las hojas van alfombrando un camino de polvo y espera; ese abrazo que tiene aires de vals; ese abrazo entre mujereshombres que vuelven tullidos de la última guerra y cuya fuerza es una buena medida del sufrimiento soportado; ese abrazo en la Aurora de la pareja que se ha amado por primera vez; ese abrazo con flujos de esperanza y generación y las canciones que, abrazados, se musitan al oído los amantes; ese abrazo de la desnudez; ese abrazo tras el baño en el mar; el abrazo de no sentir en absoluto el sentimiento oceánico; saber, abrazado, que morir es dejar de todo.
Ese continuar mientras escucha con la emoción propia de los sensibleros una melodía que te recuerda (o que es) la que escuchabas en la niñez en los pocos momentos en los que fuiste ¿feliz?; continuar una mañana más; continuar como lo hacen las escobillas del batería cuando acarician los platillos con suave y nada sincopado ritmo de jazz; continuar escuchando por enésima vez un tema de Leonard Cohen y saber que ese hombre también estuvo mil noches desesperado en cualquier Chelsea Hotel; continuar, sí, continuar con las manos callosas, con el alma enfangada; continuar y saber que nada alcanzaste y que como todos -por mucho que la estadística se empeñe en desmentirlo- no lograste domesticar el azar.
Hace tiempo que venía esperando esto. No sé todavía si ha llegado. Esta mañana me he mirado el pecho. Luego el cuello. He palpado detrás de las orejas buscando bultos, señales, ausencias. A veces me busco garrapatas. Las busco desde que una vez, hace muchos años, descubrí una inmensa detrás de la oreja de un tío mío, un tío carnal, el hermano pequeño de mi madre, que era un borrachín y tenía mucho estilo. Por eso me sorprendió tanto encontrar una garrapata detrás de una oreja tan distinguida. Debía llevar tiempo instalada porque cuando la extirpé, observamos que estaba bien hermosa, ahíta de la sangre de mi tío. ¡Qué alivio! dijo mi tío; Ángel se llamaba. Ya murió.
Escribo que hace tiempo que venía esperando esto. No sé si he aprendido algo en esta puñetera vida sólo que ahora espero un poco mejor. U hoy espero un poco mejor. No sé mañana.
Me sigue gustando mi pecho. Sí, claro, lo reconozco, ya está caído pero no me llega al ombligo y guarda aún relación con aquel pecho lozano, el de una juventud que ya se ha ido y nunca más volverá (en absoluto deseo que la juventud vuelva. Algo tendré que escribir sobre ella porque si no sería difícil de entender los pensamientos de hoy. O eso pienso que tendré que hacer. Hoy no le voy a dar más vueltas).
Me voy. Me lo he dicho esta mañana ante el espejo mientras abría la bata, observaba mi pecho y bajaba mi mano izquierda hasta el inicio de las bragas para quedarme ahí, palpando el lacito rosa que sirve de distintivo a mi marca preferida de ropa interior. Me gusta dejarme abierta la bata sobre mi cuerpo casi desnudo; me gusta pasear casi en cueros por mi casa antes de que el frío llegue y la piel desaparezca bajo capas y capas -¡hasta cinco en los más profundo del invierno!- de ropa. No voy descalza. Nunca me gustó ir descalza. Dentro de poco esta casa ya no será mi casa.
Hace exactamente diez años que no follo. Sé que no debería escribir esto. Menos aún publicarlo aunque sea la verdad. Y aún sabiéndolo cuando esta mañana he decidido que tenía que escribir sobre lo que está ocurriendo, tenía que ser una voz más en este océano de voces que contara sus pensamientos como si fuera la cronista de un tiempo que se definirá dentro de unos siglos como el tiempo de la culminación del Yo y el inicio de la aniquilación del Yo, en ese mismo instante, escribía, he recordado que tal día como hoy, 11 de octubre de 2011, fue la última vez que otro ser humano me acarició el cuerpo con ánimos sexuales y tuve varios orgasmos antológicos de los cuales aún no me he recuperado.
¿Desde dónde voy a empezar? Podría tomar como inicio el éxito de la serie El juego del calamar y a partir de su análisis elaborar la tesis del Aniquilamiento del Yo, el cual por cierto no lo colocaría en este año de 2021, ni siquiera el año anterior, El año de la Pandemia, del que habré de escribir, del que escribiré mucho, por este afán, pienso, que me ha entrado esta mañana al observar las areolas de mis pezones de un color anaranjado, muy parecido al color de las hojas de mi arce japonés cuando el otoño llega a noviembre.
Hoy, en todo caso, he sentido temor. Hasta que no me vea fuera de este particular infierno, seguiré sintiéndolo. Me voy a un lugar muy nuevo para mí. Ya no queda mucho para que haya desaparecido de esta realidad genérica.
Me llamo Soledad. Estoy casi sola. Me voy casi sola. Me acompañan mi perro Tigris y mis huéspedes interiores.
Narrativa
Tags : Diarios de la Garganta Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 11/10/2021 a las 12:36 | {0}
Ventanas
Seriales
Archivo 2009
Escritos de Isaac Alexander
Fantasmagorías
¿De Isaac Alexander?
Meditación sobre las formas de interpretar
Libro de las soledades
Cuentecillos
Colección
Apuntes
Archivo 2008
La Solución
Aforismos
Haiku
Recuerdos
Reflexiones para antes de morir
Reflexiones que Olmo Z. le escribe a su mujer en plena crisis
Olmo Dos Mil Veintidós
Sobre las creencias
Jardines en el bolsillo
El mes de noviembre
Listas
Olmo Z. ¿2024?
Saturnales
Agosto 2013
Citas del mes de mayo
Mosquita muerta
Marea
Reflexiones
Sincerada
No fabularé
Sobre la verdad
El Brillante
El viaje
Sinonimias
El espejo
Desenlace
Perdido en la mudanza (lost in translation?)
Carta a una desconocida
Biopolítica
La mujer de las areolas doradas
La Clerc
Asturias
Velocidad de escape
Derivas
Sobre la música
Tasador de bibliotecas
Ensayo sobre La Conspiración
Las manos
Las putas de Storyville
Las homilías de un orate bancario
Archives
Últimas Entradas
Enlaces
© 2008, 2009, 2010, 2011, 2012, 2013, 2014, 2015, 2016, 2017, 2018, 2019, 2020, 2021, 2022, 2023 y 2024 de Fernando García-Loygorri, salvo las citas, que son propiedad de sus autores
Memorias
Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 05/11/2021 a las 18:47 | {0}