Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri
Caronte de Gustave Doré. Ilustración de la Divina Comedia. 1861
Caronte de Gustave Doré. Ilustración de la Divina Comedia. 1861

     Estaba yo pensando, querida tata mía, que voy a crear una nueva sección que se va a llamar epistolario (espera, que lo voy a hacer. Ya está hecho: ha nacido una nueva sección; en ella serán recogidas tanto las cartas que escriba como las que me escriban incluso a lo mejor hago una subsección en la que incluya cartas famosas... bueno todo se andará) en la que desde este año en adelante guarde las cartas que te escriba en esta fecha en la que hoy cumples 107 años de existencia, de los cuales unos catorce o quince -no recuerdo con exactitud el año de tu muerte- los estás pasando en la otra orilla. ¿Qué te pareció Caronte? (a fuer de repetirme ilustraré esta carta con una imagen de la Estigia y su barquero. Y escribo a fuer de repetirme porque casi con toda seguridad habré utilizado esa imagen alguna vez a lo largo de estos trece años en los que escribo esta revista cuya vocación al nacer ya no recuerdo -si es que tuvo alguna- a parte de la muy natural de tener lectores, cosa que, lo digo con orgullo, no ha dejado de tener). Digresiones a parte, celebro con esta carta tu existencia y te cuento un poco lo que este mundo ha dado de sí el último año. Ante todo me fastidia que no vivas estos años para que pudieras disfrutar un poquito el auge que la mujer está teniendo en occidente porque tú fuiste desde siempre feminista y sufriste como tantas mujeres durante el fascismo la violencia del macho. Lo sé por cómo te ponías todas las tardes cuando escuchabas a Elena Francis en Radio Intercontinental (que creo que ya no existe); ¡ay, aquella mujer que resultó ser un hombre, siempre leía cartas de mujeres maltratadas, abandonadas, sometidas, humilladas o simplemente perseguidas por hombres poderosos, viles, chulos, sinvergüenzas y cobardes! Te recuerdo a la hora de la plancha, mascullando venganzas y doliéndote con el dolor de las muchachas que se habían quedado preñadas y habían sido abandonadas o que habían sido engañadas por un hombre que les prometía matrimonio cuando en realidad ya estaba casado. ¿Y qué me dices de los que incurrían directamente en la poligamia?
     Por cierto tampoco sé si ya he escrito sobre esto al recordarte cada año. Si es así debe de ser porque el recuerdo es muy fuerte y quedó grabado en mi alma de niño como quedó grabada tu imagen untando tomate en el pan una tarde en la calle de Lista, la tarde en la que yo aprendí a montar en bicicleta.
     Vuelvo al presente, que me voy por las ramas (me gusta irme por las ramas, reconozco mi dispersión natural. Siempre he sido muy disperso y sin embargo en un largo arco de la circunferencia estoy volviendo a un lugar del que me alejé durante muchos, muchos años. No sé si alguna te vez te hablé de mi época en Menorca, allá por los años ochenta, cuando era hippie y rojo y quería por encima de todas las cosas irme de la casa familiar -lo quería sin decírmelo conscientemente. Lo quería porque siempre tuve la sensación de sobrar. Ya sabes, me sentí malquerido-. Pues bien durante un mes de aquella estancia en Menorca viví en una cueva en cala Fustán. Fue durante un septiembre. Estuve en una soledad casi absoluta. Lo sorprendente es que tardé muy poco en acostumbrarme a ella y aún menos en disfrutarla. Imagino que las soledades de la infancia me ayudaron primero a encararla, luego a soportarla y por último a quererla. Esos tres pasos se dieron en un muy corto espacio de tiempo. Esto que te cuento ocurrió cuando yo tenía veinte años. Desde entonces hasta hoy intenté ser normal, entendiendo por tal vivir en sociedad, formar mi familia, tener mis amigos, vivir en la ciudad, ser de la ciudad, querer la ciudad y lo curioso es que el destino más el azar me llevaron en sentido contrario y de repente me vi viviendo en un pueblo de la sierra de Madrid, un pueblo amable cuando llegué, odioso cuando me fui; fue viviendo allí cuando tú moriste, Julia mía, gracias, gracias por haberme querido, gracias por haberme besado de niño, gracias por haberme puesto paños calientes en las piernas enfermas, gracias por tu amor... te decía que fue allí cuando nos despedimos. Poco después de tu muerte me separé de la mujer con la que vivía y me quedé durante once años más en ese pueblo que se iba convirtiendo, no sólo a mi vista sino a la vista de muchos, en un pueblo de mierda hasta que por fin el 1 de noviembre de este año me he podido ir y he venido a un pueblo donde  el aislamiento me recuerda más y más al de mi juventud en cala Fustán lo que me lleva a pensar que quizá la imagen de cerrar el círculo no sea tan sólo una imagen sino algo más. ¿Nos veremos pronto? Ojalá no pero ojalá te vuelva, cuando menos, a sentir (sé que es una idea ridícula la que expreso sólo que me gustaría tener en algún momento aunque tan sólo fuera un aire de tu olor).
     Me despido ya porque me tengo que poner a escribir los guiones para Radio Nacional de España. Lo haré con un gusto especial porque sé que si siguieras viva tú no te perderías ni un solo programa, como no lo hacías cuando estabas viva.

Un beso viejilla mía,
siempre te quiere
Fernando.
 

Epistolario

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 08/11/2021 a las 18:05 | Comentarios {2}


El boulevard de Montmartre, mañana de invierno de Camille Pissarro. 1897
El boulevard de Montmartre, mañana de invierno de Camille Pissarro. 1897

Ha leído el periódico en papel. En realidad lo ha leído en papel para utilizarlo más tarde como combustible para la hoguera.
Las defensas de una línea Maginot cualquiera cayeron ayer por la tarde.
Es cierto que buscaba una razón para vivir.
También lo es que en ocasiones no son razones lo que se necesitan sino un par de lo que hay que tener. El número dos es, como es bien sabido, uno de los números más valientes.
Vagabundea, justo ya al final. La sal de la vida es posible que se le haya quedado atrás. Lo que resta es oscuridad por iluminar.
Vagabundea y escala hacia cumbres que ya están nevadas como sus cabellos que a la par que blancos andan siempre despeinados.
Sabe que si hubiera existido en el siglo XII habría sido juglaresa; sabe que habría ido a alguno de los castillos de Occitania y habría pedido con la humildad de los pobres unos versos a un trovador señor; luego, con ellos aprendidos, se habría lanzado por los caminos -probablemente habría tomado el camino francés rumbo a Compostela- y en él, pidiendo mercedes y ofreciendo como pago a la comida su cuerpo en ocasiones, habría ido avanzando hacia el final del mundo para una vez llegado hasta él, volver, volver...
Vagabundea y no se asombra. Se mira las manos que andan ya cuarteadas. Esta noche ha conseguido cobijo junto a las inmensas ruedas de un tractor. El dueño de la tierra y del cobertizo, le ha dejado una manta vieja y le ha llevado las sobras de la mañana; le ha dicho que por la mañana le dará un buen desayuno y que luego habrá de marchar. Ella come y asiente.
No hay razones. Ahora la ciencia ya lo dice abiertamente. Descartes empezó a decirlo a la chita callando. Newton se quedó pasmado como el rey Austria que quiso ver desnuda a su mujer. Dentro de unos cientos de años lo que hoy dice la ciencia como verdad incontrovertible será negado. Eso ya lo sabemos. Ya lo sabemos. 
Vagabundea y le duelen los huesos. Ya ha aprendido que la humedad carcome y llega hasta los tuétanos y va convirtiendo, de forma dolorosa, en fluido lo que antes era sólido. Se ovilla junto a la rueda del tractor la cual hace de parapeto contra el viento que arrecia a medida que la noche avanza y al quedarse dormida, como si estuviera en la vigilia, vagabundea entre sueños: uno es de nata, otro tiene un aire fáustico que le lleva a una gran poza de aguas oscuras donde su cuerpo refulge como si fuera tea y de allí el sol que le marea y de allí duerme en la litera de un tren de vapor y cree encontrarse por Siberia y de allí un canto de gallo y de allí una mano en su pierna y de allí una gran kermesse en la que  ella va vestida con un corpiño muy ajustado que realza sus senos, unos senos que a ella misma le sorprenden y del campo llega a una ciudad donde le muelen a palos y acaba en una mazmorra de donde un ángel con las alas rojo sangre la libera y de allí la mañana, las voces del dueño de las tierras, el regusto del café amargo y unas magdalenas para dar fuerzas. Agradece en silencio el cobijo y la comida. El hombre le da una limosna. Ella la guarda como oro en paño.
Sin razones vagabundea. Nunca traspasó sus genes. Muerta desaparecerá por siempre. En nadie dejó huella. Nadie dejó huella en ella. Huele -su olfato es su vista- un vertedero. En ellos siempre encuentra algo con lo que trapichear. Hacia él va. No debe de estar muy lejos. No más de diez kilómetros. No, no más.
 

Ensayo poético

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 07/11/2021 a las 17:43 | Comentarios {0}


Fantasía sobre Fausto de Marià Fortuny. 1866
Fantasía sobre Fausto de Marià Fortuny. 1866

5 de noviembre de 2021
Debería haber empezado antes.
Debería estar tranquilo. Mirar la tarde que ya se ha hecho noche.
Este nuevo lugar.
Tras dieciséis años viviendo en otro sitio. Ahora. Aquí. Todo nuevo. Todos nuevos menos los amigos de siempre. Los de siempre. Sin ñoñerías. Creo que nunca había escrito la palabra ñoñería. Voy a cambiar de manta. La que tengo es demasiado gruesa. Un momento. Ya mismo estoy.
Al volver Nilo se viene conmigo. Nilo, mi amigo, el perro de mis entretelas, al que hoy, tras diez años de vida, le han picado varias avispas y tiene ahora una oreja hinchada y el susto en el cuerpo. Porque tenemos que descubrir, Nilo y yo, que el campo, realmente, es ese sitio donde los animales están crudos (Dickens dixit).
Poco a poco -digo yo- irá saliendo el pus del lugar donde viví demasiados años. (A veces los años son demasiados). En la novela que estoy escribiendo -y que ahora está perdida en alguna de las muchas cajas que aún me quedan por abrir- (me resulta extraño no poder encontrar mis cosas con la tranquilidad del que sabe dónde están -la novela, por ejemplo, estaba en la cajonera derecha de la habitación de Violeta-) está metaforizado el lugar donde vivía o mejor dicho lo he metamorfoseado en Los Poblados sólo que no a la manera de Las metamorfosis en el que su autor nos muestra el proceso de la metamorfosis sino más bien a la manera de Kafka: cuando inicio la novela, la metamorfosis completa ya se ha producido. Juegos de la imaginación que diría Cortázar  (es una frase que a Luis le gustaba repetir).
Escribo sobre Tere y César. Escribiré pronto sobre Tere. Sin ñoñerías, Tere, te lo prometo. Escribo sobre Caroline, que sé que me piensa a menudo y en la que a menudo pienso. Escribo sobre Fernando. Él allí en su Cádiz a la que no quiere. Escribo sobre Raúl, mi amigo Raúl. Escribo sobre ellos ahora. Escribo sobre Liana. Hemos pasado tanto tan juntos y tan lejos. Estamos tan juntos y estamos tan lejos. Cuando escribo el cambio escribo sobre ellos. Cuando escribo la esperanza, escribo sobre ellos. Cuando escribo la vida, escribo sobre ellos. Ahora, aquí en las montañas, muy cerca de alguna cumbre, más cerca de alguna cumbre. Escribo sobre Luis cuando escribo, al que redescubro cada tanto.
El otoño y el invierno se prometen fríos. Los días se irán calmando. Desde que llegué -hace ahora cinco días. Hice la mudanza el Día de Todos los Santos. Fernando, con su habitual buen humor, comentaba que no me podía mudar un día normal, no, me tenía que mudar el día de Todos los Santos, hala- estoy con un ligero mareo, creo que debe ser cuestión de la altura. Subir trescientos metros de un día para otro debe tener efectos; desde que llegué me ha desaparecido una angustia que no me dejaba respirar con hondura; desde que llegué me siento en la cuerda floja y a veces siento pánico y otras una alegría inmensa; desde que llegué se debate mi ánimo y navega al pairo. Siento que debo dejarlo así; en algún momento tomará una corriente y llegará hasta un puerto; desde que llegué me levanto temprano y excepto la primera noche en la cual no dormí más de veinte minutos seguidos, duermo de un tirón: desde que llegué siento que la vida me da otra oportunidad porque en el fondo cambiarse de espacio es darse otra oportunidad para empezar a estar. Es muy importante estar. Quizá sea lo más importante porque el ser tiene demasiados azares mientras que el estar es una postura (es algo relacionado con la quietud y la quietud es una forma de reverso del azar). Me viene a la memoria la película de Adolfo Aristarain titulada Un lugar en el mundo. Me gustaría haber encontrado por fin, tras treinta y ocho lugares, mi lugar, no por una cuestión romántica sino por vivir algo nuevo. Vivir mi lugar. Estar en mi lugar en el mundo. Haber dado con él. Me gusta el nombre del pueblo. Me gusta el nombre de la calle. Me gusta  el nombre de la calle con la que hace esquina la mía.  Me gustan las farolas en la noche que fugan en un fondo de negritud con montañas. Me gusta este vértigo. Sentirme.
Empiezo. Seguiré.

Memorias

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 05/11/2021 a las 18:47 | Comentarios {0}


A A.


Para A. Flores en un jarrón de Edouard Manet (1882)
Para A. Flores en un jarrón de Edouard Manet (1882)
Pensaba escribir en latín el título (por cierto temor a las palabras) pero cuando lo he visto en español, he sentido que así debía ser escrito: claro, conciso.

También podría haber puesto ese otro verbo que tantas veces se asocia a la curación del cáncer, el verbo vencer pero el cáncer, desde mi sentir, no es enemigo, ni es guerra la que contra él se entabla sino que más bien es un diálogo cuyos interlocutores son la enfermedad y la enferma. Es un diálogo, ya lo sé -con A. lo he aprendido- largo, doloroso, lleno de temores en el que los tonos y los estados de ánimo son su esencia. Porque el cáncer, metafóricamente hablando si se quiere, es un endiosamiento de células y las células de nuestro cuerpo nada saben de nosotros por eso el enfermo ha de dialogar con ellas en un largo diálogo lleno de dudas e intriga. Curarse del cáncer tiene algo que ver con curarse de las células de sí mismo.

A. ha necesitado un año para convencer a sus células de que la vida es un sendero por el que desea seguir paseando y para ello se ha sometido a los efectos de los tósigos (que serían en el diálogo los maestros antiguos que con sus varas impedían el uso de la retórica); ¡Ay, los tósigos! ¡Ay, la retórica qué inútil en esta enfermedad! El cáncer obliga a la verdad. El cáncer te muestra su cara frente al espejo. Sólo si se mira de frente, sólo si se siente una infinita compasión por el propio cuerpo -sea ésta consciente o no lo sea- se puede llegar al fin de esta larga conversación con uno mismo abrazándose y asumiendo que vivir es un misterio tan insondable que las propias células que nos conforman pueden convertirse en las mismas que nos destruyan.

Querida A. admiro tu diálogo. Has sido para mí un ejemplo del buen decir y cuando en los peores momentos del drama parecía que monologabas con algo de desesperanza, siempre veía en tus ojos, tus ojos verdes, verde esperanza, la chispa de quien sabe que va a aguantar un día más, sí, un día más.

No soy nadie para aconsejarte nada por eso no tomes como consejo estas últimas palabras sino más bien como recordatorio de una cualidad que has tenido a raudales en estos largos y peligrosos meses: se paciente con tus células, deja que vayan asumiendo que tú tenías razón a su ritmo y así, como la primavera que eres, verás como florecen tus cabellos y son rosas tus mejillas y el tallo de tu cuerpo se yergue fresco y la raíces de tu ser se asientan en tu suelo. A mí me gustará verte, hablaremos de la vida, nos quedaremos callados, quizá nos cojamos de las manos mientras a lo lejos el ocaso nos avisa de que la noche viene y con ella el tiempo del alma del mundo se levanta mientras nosotros, animales diurnos, dormitamos. 
 

Diario

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 20/10/2021 a las 18:03 | Comentarios {0}


Homenaje
Homenaje

No sabe que al final de la pendiente vendrá el vuelo. Los días, como aves, vuelan sobre los hombres y sus cuitas en tal silencio que de improviso uno (o muchos) parecen despertar y al mirarse los cabellos canos y la ausencia de urgencia en el amar, descubren que su tiempo ya ha pasado. Soñar que soñamos es estar a punto de despertar. Despertar es morir.
No quiero decirte joven amigo que vivas con urgencia porque al soñar no eres consciente de que estás muriendo y como todos dilatarás tus empeños y como todos consumirás tu estancia entre sufrimientos y gozos y en los debes y haberes -cuentas que se echan cuando está al partir la nave que nunca ha de tornar- serás por fin consciente de que sufrir es el tono de la vida. No te preocupes, no es mala suerte, ni inquina de la Fortuna contra ti; es que la vida dispone de más sufrimientos. Es una cuestión de números. Por eso sí te diría cuando ya estoy avistando la barca amarrada al muelle de la Estigia que cuando goces agradezcas a la vida ese momento y sobre todo te diría, No alargues los placeres con artificiosidades y preceptos, ni los ates con juramentos o leyes, sólo goza, goza hasta quedar dormido mientras la marea y las nubes y la hierba y el rocío y las yeguas y los ríos y las grandes cristaleras y los niños recién nacidos y las cunas y las letras y los vinos y los líquidos continúan su camino como tú el tuyo.
No tengo fe. No creo ni en Dios ni en los hombres. No creo en el progreso. No soy positivista. No creo en la ciencia. No creo en el Yo ni en la Masa. No creo que haya sentido ni dirección en la Historia. Ni creo que la guerra sea el gran pecado de la especie. No creo en los sistemas ni en la física cuántica. Sé que todo eso quedará atrás un día como quedó Zeus Tronante o la bella Afrodita. Todas estas ideas las estudiarán generaciones futuras como nosotros estudiamos las sagradas escrituras o como otros contemplan un cielo insondable. La mente es pequeña para un espacio infinito.
Ya termino. Me he mirado la piel de las manos con la lupa y así, tan aumentada, parece piel de reptil. La lluvia no se anuncia y el cielo en la tarde adopta unos tonos tan salvajes que parecen desafiar la propia calma de la atmósfera. Cantan unos pájaros cuya taxonomía desconozco y tras la pared frontera con la vivienda de los vecinos se empieza a escuchar el trajín del menaje. No tengas miedo a despertar. No dudes cuando sueñes soñar. El alba se acerca. La vida es constante.
 

Ensayo poético

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 19/10/2021 a las 18:08 | Comentarios {0}


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