Casi a la misma hora y como si estuviera rezando, el hombre se arrodilló ante el ídolo y se metió un cirio por el ano. Gemía lóbregamente. Parecía hijo de Noche Tenebrosa y Tiempo. Rumiaba culpas antiguas, de antes de estar él en el mundo. Decimos que era casi a esa misma hora pero no hemos dicho cuál era. Digamos algo: es la hora en la que parece que el cielo empieza a clarear y no clarea.
En la otra punta del mundo una niña se marea. En la otra de las cuatro puntas, un niño se duerme al fin. En la última de las puntas una mujer descubre que apenas le queda pie.
Suena el piano a tormenta.
Suena la estirpe a cosecha.
Suena el enano a gigante.
Suena la nana a la guerra.
Todo casi a la misma hora. No queremos precisar más. Ni tan siquiera nos nombraremos. Seremos Nosotros. Llamadnos así: ¡Nosotros, acudid!
Irá colina arriba ahora que la primavera la viste de flores humildes, flores que apenas vivirán un día.
Irá con la mirada muy limpia, recién lavada con agua fresca del manantial, el que se forma con el deshielo.
Irá sonriente por mucho que su vientre abierto a cuchilladas deje ver sus tripas y haya de empujarlas hacia dentro con sus manos para que no se desparramen por el suelo.
Irá con un cinta que recogerá su pelo.
Irá con la existencia a punto de partir hacia el mañana, el mañana sin tiempo, el mañana eterno. A ese mañana irá para verte. Para verte desde la eternidad. Para verte sin tiempo. Eternamente verte.
¿Qué hace ahí? ¿Cómo llegó hasta allí? El destino no es sólo lo que ocurre sino adonde se llega. ¿Qué explicación encontraría? ¿Cómo no dedujo que el drama rural existe en tanto en cuanto lo rural guarda en sí un núcleo violento? ¿Porque está más cerca del Neolítico? ¿Porque la cultura procura además de conocimientos contenciones?
Escucha en la noche los gritos de una mujer. Por la mañana, cuando camina por senderos en los que la belleza de las montañas tiene algo de bizantino, siente en las miradas de algunas personas -mujeres y hombres- un deje de venganza, una sensación de que bajo la camisa guardan una hoz para usarla en cuello extranjero. Y siente temor de las personas. Y se siente perdido en aquellas alturas. Y pierde para él sentido la vida como si ésta tan sólo se justificara si en su transcurrir se diera cierta placidez, cierta ternura.
No se va a llamar sensiblero esta vez. No, esta vez es cuestión de sensibilidad y de sentido. Porque sólo desde la sensibilidad puede aceptar la crueldad del mundo. Porque sólo desde el sentido puede explicársela.
Destino. Sentido. Dirección. Ya no entiende esos conceptos en su absoluto. Tiene la sensación de estar cerca de sentir el terror que al final de su vida sentía Darwin por el mundo que con tanta pasión había investigado -y parte de él desvelado-; terror por lo mal hecho; terror por ser consciente de que la ética es un constructo de unos pocos; terror por sentirse algunas noches como el Cristo del que escribía Lope ¿Qué interés te sigue, Jesús mío/ que a mis puertas cubiertas de rocío/ pasas las noches del invierno a oscuras?
Algunas noches tiembla de terror y congoja. Porque hay noches en las que los hombres solos apenas pueden más con su soledad y desearían otro cuerpo humano a su lado al que poder despertar para decirle, Abrázame, tengo frío, abrázame, más, más fuerte, amor mío...
Ensayo
Tags : Perdido en la mudanza (lost in translation?) Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 23/05/2022 a las 18:23 | {0}Hay en el aire un acontecer extraño (como cuando Zeus -según nos narran los órficos en sus teogonías- se tragó el falo de Cielo). Podría ser, sí, podría ser el esperma esparcido del dios generador del éter, el que se mantiene en suspensión sobre nuestras cabezas y desde la eternidad de Noche -la que estuvo siempre- esa lefa divina genera una suerte de violencia en quienes son capaces de pensarla.
Hay en el aire una diadema de Afrodita pero ésta-al contrario que la leche fecunda de su antepasado- no genera lucha sino deslumbramiento, fulgor de estrella, impetuosos deseos de follar. Los dioses nos coronan con sus caprichos. Nosotros no somos más que cobayas en sus manazas las cuales -según el carácter de su temperamento- nos pueden estrujar o, ahítos de ambrosía tras una noche de juerga de dos eones, acariciar nuestras nalgas y con su caricia regalarnos un segundo feliz.
Hay en el aire un diamante de mierda. Brilla más que el oro. Es más caro que el oro. Huele más a mierda que el oro. Me recuerda a ese viejo rey que tras arruinar un poco más a sus súbditos, volvió a su reino tras un destierro decidido por sí mismo y se fue a una regata en un pueblo del noroeste donde fue aclamado por los menesterosos que no querían entender que aquel rey viejo era un miserable. Lástima que no existan ya en las Cortes los bufones. Ni tampoco en las cortes generales.
Hay en el aire un hastío en forma de sangre.
Hay en el aire la malformación de un feto.
Hay en el aire una canción a punto de ser compuesta.
El Poder -hay que reconocerlo- sigue siendo inteligente.
¿Qué era la muralla derruida?
Las mujeres poderosas de los tiempos antiguos. ¡Ay, Andrómaca! ¡Ay, Ifigenia! Querría él tomaros por las manos y llevaros a la pradera de los Asfódelos para reencontraros con los vuestros en el otro lado. Sólo que él no es más que un poeta sin nombre y con voz.
¿Qué era la muralla derruida? Vuelve a preguntarse mientras pasea por paisajes que no son suyos y a los que él no pertenece. De tanto pasearlos, les perteneceré algún día, piensa. A ese pensamiento -que es en el fondo un pensamiento suicida- le sucede la pregunta ¿Qué era la muralla derruida?
La noche le ha sudado.
Sólo se sacude en el silencio las miasmas. En el silencio puro. En el silencio sin escamas (entendida esta imagen como la extraña sordera de las serpientes). Silencio que podría convertirse en sonido y que él tendría la posibilidad de escuchar y al escuchar el sonido volvería la fragilidad, la que le convierte en un ser finito, contingente. Todo eso ya lo sabe. Lo que ha dejado de saber (o mejor: de lo que ha tomado plena conciencia) es de que no sabe por qué vuela.
¿Por qué vuela? ¿Qué era la muralla derruida, muchacha que te perdiste en la ciudad de Salem del Estado norteamericano de Oregon? ¿Por qué vuela pesado? ¿Por qué no emprende una huida a nado? ¿Dónde? ¿Dónde se perdió? ¿En qué era?... donde da la vuelta el aire, le susurra en la noche el frío eco de su voz.
Así pasa el día entre nubes y fuego y la pregunta, la pregunta ¿qué era la muralla derruida?
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Ensayo poético
Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 25/05/2022 a las 17:35 | {0}