La escalera de Betel en la Abadía de Bath
Si pudiera ofrecerme, me ofrecería
para satisfacer mis instintos sin culpa
Hay en lo alto de la escalera de Betel un ángel traidor
(y yo lo sé quizá porque yo sea ese ángel que aún no ha caído)
que cuando llegan los que vienen del Mundo Inferior
los aletea hasta sacarles los ojos de tal forma que los desorienta y algunos se pierden para siempre entre los brazos de un amor
Hay en el vestigio de una mirada fija y perversa
la llama devoradora del infierno y la sodomía que tiene la virtud -la llama- de encender la risa en los labios de un mancebo y la lubricidad en el culo de una novicia
Y en el Paraíso siguen yaciendo desnudos Adán y Eva, ahítos de manzanas y bajo la sombra del árbol de la ciencia; es falso que Dios los expulsara, fueron ellos los que expulsaron a Dios y ahora vaga desnudo, sin fuerza, en una oscuridad vergonzosa, Él que decía ser todo Luz -aseguraban sus exégetas-; comentan los que saben de la existencia de la eternidad que la Serpiente muda su piel cada mañana tras beber la hombría de Adán y la sangre hendida de Eva y aseguran que su reptar se hunde en la más tierna de las filosofías aquélla que asegura que la felicidad es deslizarse sin esfuerzo por la tierra
Hubo una mujer moribunda que me llamó Diablo justo antes de expirar
y el día en que visité a mi padre y le dije al oído, Muere, murió
Hubo un día en que me miré devaneando en el espejo y me infundí terror
al ver las garras del Averno en mis pestañas y un iris en todo vacío
Luego supe que el terror es la cara oculta de la risa
y que más vale saberse Demonio que creerse Virgen
En el camino las moscas me rodean
Las cabras con sus ojos verticales se han detenido ante mí y han genuflexado sus patas delanteras
Yo las he bendecido y he bebido de la ubre de la más vieja de entre ellas y esa leche dura me ha hecho fuerte
Ahora estoy preparado para la ofrenda
porque he conseguido encerrar al niño que todos llevamos dentro en el centro de la plaza pública
y así, a la luz, se ha derretido entre gemidos mientras un ciego, bajo unos soportales, destrozaba con un bandoneón una canción de ultramar
"Es un acto de amor" , dice Estela Ordóñez cuando explica el deseo de que su hija Andrea tenga una muerte sin dolor. Habla más Estela, la madre, que Antonio, el padre; en este caso se muestra la fortaleza de la mujer, su capacidad de tierra.
Es imposible saber -si no se siente- el sentimiento de estas dos personas ante una decisión tan grave. Y si no se han vivido doce años luchando a brazo partido contra un enemigo que sabes que es más fuerte, no se puede entender la valentía, el sentido común y el amor que se ha de sentir para lanzarse a los medios de comunicación y arriesgarse a todas las maledicencias, críticas, oprobios y sandeces que les pueden caer encima y todo porque el sempiterno poder había decidido que Andrea tenía que sufrir lo que fuera antes que aliviarle su dolor en base a no se sabe qué principios éticos -cuando la ética, como dice Javier Sádaba, tiene como base el no causar sufrimiento-.
En España cualquiera quiere ejercer su cuota de poder. España fue y sigue siendo un país castizo, es decir, un país de castas (ya antes que los de Podemos, lo explicó magistralmente Américo Castro en uno de sus ensayos) y en este caso se han juntado dos de las más poderosas: la casta médica y la casta jurídico-moral para obligar a que la intimidad dolorosísima de una familia con una hija gravemente enferma y desahuciada, haya de salir a la luz para reinvindicar algo que recoge la ley desde 2002 pero no aplica esos poderes siempre retrógrados y con el espada de Damocles de la moral católica a la sombra. Es necesario que otra casta, la del cuarto poder, vea la noticia y decida airearla para que el derecho -EL DERECHO- de unos ciudadanos a que cese la agonía de su hija se vea reconocido.
Estela Ordóñez, Antonio Lago y Andrea Lago Ordóñez, desde este página, siento muchísimo que hayáis tenido que exponeros a la opinión pública para poder ejercer el derecho de Andrea a morir con dignidad y aunque sólo sea de refilón, imagino el amor que a lo largo de doce años habéis sembrado para poder llegar con la cara bien alta, el gesto sereno y la voz firme a exigir ante todos la dignidad para una sola persona: vuestra hija.
Es imposible saber -si no se siente- el sentimiento de estas dos personas ante una decisión tan grave. Y si no se han vivido doce años luchando a brazo partido contra un enemigo que sabes que es más fuerte, no se puede entender la valentía, el sentido común y el amor que se ha de sentir para lanzarse a los medios de comunicación y arriesgarse a todas las maledicencias, críticas, oprobios y sandeces que les pueden caer encima y todo porque el sempiterno poder había decidido que Andrea tenía que sufrir lo que fuera antes que aliviarle su dolor en base a no se sabe qué principios éticos -cuando la ética, como dice Javier Sádaba, tiene como base el no causar sufrimiento-.
En España cualquiera quiere ejercer su cuota de poder. España fue y sigue siendo un país castizo, es decir, un país de castas (ya antes que los de Podemos, lo explicó magistralmente Américo Castro en uno de sus ensayos) y en este caso se han juntado dos de las más poderosas: la casta médica y la casta jurídico-moral para obligar a que la intimidad dolorosísima de una familia con una hija gravemente enferma y desahuciada, haya de salir a la luz para reinvindicar algo que recoge la ley desde 2002 pero no aplica esos poderes siempre retrógrados y con el espada de Damocles de la moral católica a la sombra. Es necesario que otra casta, la del cuarto poder, vea la noticia y decida airearla para que el derecho -EL DERECHO- de unos ciudadanos a que cese la agonía de su hija se vea reconocido.
Estela Ordóñez, Antonio Lago y Andrea Lago Ordóñez, desde este página, siento muchísimo que hayáis tenido que exponeros a la opinión pública para poder ejercer el derecho de Andrea a morir con dignidad y aunque sólo sea de refilón, imagino el amor que a lo largo de doce años habéis sembrado para poder llegar con la cara bien alta, el gesto sereno y la voz firme a exigir ante todos la dignidad para una sola persona: vuestra hija.
Desnudo no sabría expresar la última nota
¿Cómo se pregunta?
¿Cómo se afirma?
El órgano no es la función
La vida se dilata y se contrae como la madera en el árbol bajo las inclemencias del tiempo
Navegó, afirma
¿Navegó? se pregunta
La duda mientras tanto merodea en las pulsaciones
y queda al caer la madrugada un último aliento, el límite piensa de la escapada
Esas manos, ha recordado
¿Ha recordado esas manos?
Por el camino
En las pérdidas
En el llano
Es cierto, el universo es tan inmenso
Apenas nada quedará en semejantes magnitudes
de este afán, mínimo como la geometría de la nieve,
en que se debate el hombre en quien ahora pienso
El aire también es nimio
Y qué decir de la tempestad, del filo de la roca, del color del ámbar, de la momia que en su interior pervive, del instrumento de tortura, de la caída de unos párpados, del gran edificio idiota, de la sonrisa de un anciano al borde de una carretera, de la bebida fermentada, del tósigo y su antídoto o del libro de tapas azules donde se esconde la posibilidad de un ser humano
Porque ya es octubre y lleva el pañuelo al cuello
y no sabe si la generosidad tiene siempre la misma cara
Porque es hijo de su tiempo y no contiene instrucciones al dorso
Porque no ha cogido palabras al albur de un dedo
siente que no sabría expresar desnudo la última nota
la que le llevaría a la octava esfera
aquélla que confirmaría las tensiones pitagóricas (con sus ecos de martillo)
Y como niño que pide siempre el mismo cuento porque aún no ha exprimido del todo la enseñanza que encierra dentro
este hombre en el que pienso necesita ver de nuevo una historia de sincronías en la que las linealidades del tiempo se rompieron y la posibilidad de los encuentros se dilataron tanto que casi, casi alcanzaron la magnitud inconcebible del cosmos
¿Qué pensará la avutarda de todo esto?
¿Cómo transmitírselo a la hoja lanceolada del quejigo?
¿Cómo hacerle saber a la carpa del pantano que las aguas son vestigios antiquísimos de un tiempo infinito?
O a sí mismo, se pregunta, o a sí mismo
¿Cómo se pregunta?
¿Cómo se afirma?
El órgano no es la función
La vida se dilata y se contrae como la madera en el árbol bajo las inclemencias del tiempo
Navegó, afirma
¿Navegó? se pregunta
La duda mientras tanto merodea en las pulsaciones
y queda al caer la madrugada un último aliento, el límite piensa de la escapada
Esas manos, ha recordado
¿Ha recordado esas manos?
Por el camino
En las pérdidas
En el llano
Es cierto, el universo es tan inmenso
Apenas nada quedará en semejantes magnitudes
de este afán, mínimo como la geometría de la nieve,
en que se debate el hombre en quien ahora pienso
El aire también es nimio
Y qué decir de la tempestad, del filo de la roca, del color del ámbar, de la momia que en su interior pervive, del instrumento de tortura, de la caída de unos párpados, del gran edificio idiota, de la sonrisa de un anciano al borde de una carretera, de la bebida fermentada, del tósigo y su antídoto o del libro de tapas azules donde se esconde la posibilidad de un ser humano
Porque ya es octubre y lleva el pañuelo al cuello
y no sabe si la generosidad tiene siempre la misma cara
Porque es hijo de su tiempo y no contiene instrucciones al dorso
Porque no ha cogido palabras al albur de un dedo
siente que no sabría expresar desnudo la última nota
la que le llevaría a la octava esfera
aquélla que confirmaría las tensiones pitagóricas (con sus ecos de martillo)
Y como niño que pide siempre el mismo cuento porque aún no ha exprimido del todo la enseñanza que encierra dentro
este hombre en el que pienso necesita ver de nuevo una historia de sincronías en la que las linealidades del tiempo se rompieron y la posibilidad de los encuentros se dilataron tanto que casi, casi alcanzaron la magnitud inconcebible del cosmos
¿Qué pensará la avutarda de todo esto?
¿Cómo transmitírselo a la hoja lanceolada del quejigo?
¿Cómo hacerle saber a la carpa del pantano que las aguas son vestigios antiquísimos de un tiempo infinito?
O a sí mismo, se pregunta, o a sí mismo
Diría con la boca abierta en grito mudo, Abrázame No llueve Abrázame fuerte
Diría desde el filo donde me alojo
Desde el lugar donde se asienta el amor que nos tuvimos
Diría, decididamente nací en las grandes ciudades y así nunca podré saber otra vez tu aroma
o como el aliento sucumbía al rocío y navegábamos por la última arcadia
que se encontraba en el paréntesis que formaban nuestras axilas
Diría Date la vuelta
Diría La clave está en los dientes
Diría Me duele el sábado por la tarde
Diría Volveré a verte
Sólo que la lluvia ha venido a visitarme
y está algo resfriada
Parece además que los cuartos se han mudado
y han dejado al aire las ventanas
Y hay más: un dolor de primavera pasada, un decidido olor a menta y la suerte desigual entre los cisnes
Diría si no estuviese muriendo
Diría si la saliva no me supiera amarga
Diría si la grúa se fuera para siempre
Quisiera no haber nacido en las grandes ciudades de occidente
Quisiera no tener un afán soteriológico
Quisiera quedarme en la cama un poco más
antes de lanzarme por el final del bosque en ese lugar donde brillan las moras y hay un alimento para serpientes que llama tanto mi atención; antes de lanzarme por tu boca; antes de lanzarme por tu vientre; antes de amargarme entre tus muslos como la hiel... como la hiel... como la hiel
Estoy mudo
La tarde tiene la textura del papel -delgada y frágil-
Suena un piano que evoca la locura de una mujer
Si hubiera nacido en una aldea
quizá supiera acercarme
Si hubiera nacido algodón sería hilo de Holanda
urdido en sábana
Me voy
Son la seis
Gravemente son las seis
porque nací en una ciudad de occidente un mes de noviembre mucho antes de ti
Diría desde el filo donde me alojo
Desde el lugar donde se asienta el amor que nos tuvimos
Diría, decididamente nací en las grandes ciudades y así nunca podré saber otra vez tu aroma
o como el aliento sucumbía al rocío y navegábamos por la última arcadia
que se encontraba en el paréntesis que formaban nuestras axilas
Diría Date la vuelta
Diría La clave está en los dientes
Diría Me duele el sábado por la tarde
Diría Volveré a verte
Sólo que la lluvia ha venido a visitarme
y está algo resfriada
Parece además que los cuartos se han mudado
y han dejado al aire las ventanas
Y hay más: un dolor de primavera pasada, un decidido olor a menta y la suerte desigual entre los cisnes
Diría si no estuviese muriendo
Diría si la saliva no me supiera amarga
Diría si la grúa se fuera para siempre
Quisiera no haber nacido en las grandes ciudades de occidente
Quisiera no tener un afán soteriológico
Quisiera quedarme en la cama un poco más
antes de lanzarme por el final del bosque en ese lugar donde brillan las moras y hay un alimento para serpientes que llama tanto mi atención; antes de lanzarme por tu boca; antes de lanzarme por tu vientre; antes de amargarme entre tus muslos como la hiel... como la hiel... como la hiel
Estoy mudo
La tarde tiene la textura del papel -delgada y frágil-
Suena un piano que evoca la locura de una mujer
Si hubiera nacido en una aldea
quizá supiera acercarme
Si hubiera nacido algodón sería hilo de Holanda
urdido en sábana
Me voy
Son la seis
Gravemente son las seis
porque nací en una ciudad de occidente un mes de noviembre mucho antes de ti
Reflexión que Olmo Z. se hace a partir de los Libros II y III de la Historia Natural de Plinio el Viejo
¡Podría, sí, podría hacerlo en esta noche
quedarme desmembrado, agostarme en mi visión del mundo
desfallecer quédamente como Miguel de Molinos
y argumentar la furia con sólo cinco vocales!
También, con dulzura, puedo escribir hoy
sobre si el mundo es finito y si es uno
y deslizarme luego por su forma, por su movimiento y explicar de forma bella
por qué se dice mundo
No tendría que gritar cuando dejara caer algo de los cuatro elementos
de los siete planetas
de Dios
Y podría también alegre
deambular por la naturaleza de la luna
los motivos de los eclipses
acuñar una moneda que conmemorara la grandeza de las estrellas
explicar, en un canto, su música
delinear en un pizarrón sus geometrías
y llegar a la mañana con las estrellas repentinas
Porque hay algo que me lleva a no rajarme la cara en esta noche
y que no es sólo mi nacimiento en una de las grandes ciudades
sino haberme quedado prendado un día
de los colores del cielo
de las llamas
de las coronas celestes
de los círculos repentinos
de los muchos soles
de las muchas lunas
de la luz diurna que aparece de noche
de los escudos ardientes
de los prodigios del cosmos
del discurso de las estrellas
de las estrellas castores
del aire
de la mudanza natural de los tiempos
de la fuerza de la canícula
de las causas de las lluvias, vientos y nubes
de los truenos y relámpagos
o de la causa del eco
¡Podría desprenderme de mí mismo
podría dejar de ensimismarme
y rasgar con mi grito la cadencia muda de occidente
mientras un hombre se pregunta
dónde y cuándo no hay sombras
qué ciudades ha sorbido el mar
qué tierras tiemblan siempre
de qué manera se han de considerar los días
qué sea la fuerza del Sol!
y podría preguntarme yo, antes de partir,
si la suma de las islas del mar Jonio y el Adriático
más la suma de los ríos notables
más la suma de los montes famosos
más la suma de todas las ínsulas
más la suma de todos los pueblos y gentes que perecieron
más la suma de todas las cosas e historias y observaciones
igualan el dolor de ser consciente, finito y contingente
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Narrativa
Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 06/10/2015 a las 19:51 | {0}