No me olvido de los buitres
No me olvido de que escribo a menudo tus tres primeras letras
El calor de la manta se asemeja al abrazo
No sé ahora una comparación ingeniosa con el ruido de los martillos
También: todas las vacas estaban tumbadas excepto una al fondo de raza frisona
o la levedad de las últimas nubes de amanecer
Corre el mamífero depredador
Avisa a los buitres de que está fuerte y sano y sabrá luchar si fuera necesario
No me olvido de que miro los libros
No dejaré de dibujar algo
Hace frío en las manos
¿Dónde vengo a ser?
¿Dónde me distraigo?
Juro haber subido mucho,
más de doscientos metros
y allá tan arriba, junto a las nubes,
he sentido el latigazo
de un viento frío
que parecía anunciar la llegada
de una forma nueva de pensar.
¿Quién tiene la última palabra?
¿Por qué esa tonalidad gris de la nube?
O la palabra espera
O la palabra ruido
O la palabra albahaca..
No importa si al bajar tropiezo
(la última curva tiene un desnivel macabro)
porque estoy viendo
y ruedan los guijarros
mientras el viejo roble cruje
y sus crujidos me sugieren
estertores últimos.
Sé que no podré explicarte
porque lo inefable existe
(si no existiera no tendría palabra)
sólo te pediría que confiaras
en que estos no versos
versan sobre algo
que me sugiere: el viento frío, la altura, los crujidos del roble, el desnivel macabro, la congoja, el asombro, la descomposición, la lectura de biología, la medición del nitrógeno, la turbia sensación de un sueño que no consigo recordar, la vuelta a las enseñanzas, la caricatura de mí mismo,...
Por eso callo cuando escucho.
Agradar es una forma de sobrevivir
sólo que los mamíferos no sabemos disimular
el desagrado.
La vida es demasiado visible
si la hacemos misteriosa es para poder vivirla
sin parecer cretinos.
¡Una máxima más a la que poder disparar!
Si es propia, mejor.
Escrito por Isaac Alexander
Edición y notas de Fernando Loygorri
*He descubierto este sitio, donde casi sólo se escucha el sonido de unos pájaros que cantan. Es un sendero nuevo. He encontrado en lo alto un banco. Hay muchos bancos por aquí. Hamlet y Donjuan pasean, están contentos. Están muy contentos. Voy a descansar un poquito y luego ya sigo. Cuando estaba subiendo... ¿Qué pasa, Hamlet? ¡Vamos! ¡Busca! ¿Quieres la pelota? Espera. Aquí la tengo. ¿Tú no quieres, Donjuan?... decía que cuando estaba subiendo he sentido una especie de, sí, de revelación bonita en este silencio y tras haber leído la noche pasada a Lynn Margulis y su teoría de que somos generadores de desorden para cumplir con la 2ª ley de la termodinámica. Ese empequeñecimiento del sentido de la vida no sé por qué lo he relacionado con la decisión que tomé de venirme a vivir aquí... ahora se me ocurría... se me ha ocurrido una frase que podría dar idea de la revelación... no sé si es bonita o es demasiado... pero me gusta la idea. La frase es: los humanos vivimos en la esquina con el camino de las Eras viviendo en el callejón de los pobres... ese pensamiento me parece bonito porque de hecho es donde vivimos las gatas, los perros, yo y M. cuando viene. Todas las ventanas de la casa dan al callejón de los pobres. Veo estos árboles desnudos, están muy secos, están dormidos. Es impresionante... Tengo que detener la grabadora porque me voy para abajo y no me gusta hablar mientras camino.
______________________________________________________
* Este texto es una transcripción de una grabación. Mientras Isaac habla o calla se escuchan los sonidos del mundo que le rodea. Los pájaros. Las hierbas. Las ramas de los árboles. Los árboles enteros. Los jadeos de los perros. Quizá los sonidos inaudibles de las esferas. Apenas he corregido un par de momentos dubitativos. Y aunque hoy no me he decidido a acotar las pausas -algunas largas- que hay entre algunos pensamientos, quizá lo haga la próxima vez.
Valga esta transcripción como primera aproximación. También podría -y eso habré de valorarlo- poner las grabaciones directamente. No sé por qué esta vez he preferido transcribir... serán tontadas de editor.
Narrativa
Tags : Escritos de Isaac Alexander Libro de las soledades Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 11/02/2022 a las 18:52 | {0}Según informan las autoridades nepalíes los hombres son como las montañas: apenas cambian.
El águila, ya por la tarde, ha girado en círculos alrededor de una oveja muerta.
La vecina de un pueblo dejado de la mano de dios, descubre a las siete y media de la tarde a una cantante que la emociona.
Se lamenta la última cifra de muertos (el lamento es por la cifra, no por los muertos). Tanto se lamenta, informan las autoridades locales, que se ha prohibido escribir la cifra y en resolución de la ONU se ha llegado hasta el extremo de hacerla desaparecer de la lista de las cifras. La prohibición entrará en vigor a las cero horas del día de mañana y su aplicación universal.
El águila se revuelve y parece imaginar como si fuera una mujer de mediana edad, profesora en una universidad alejada de cualquier centro de decisión. El águila mira con los ojos de una mujer universitaria. Eso es todo desde la península de Kamchatka.
El tiempo como construcción es cruel, ha informado una obispa anglicana al socaire de un amor imposible. En su declaración añadió: Yo siempre la amé y ella siempre me toreó -como dirían en Spain-. Ahora lloro lentamente y me ducho sin mirarme.
La distancia con respecto al telescopio James Webb es la misma desde Biarritz que desde Laos, asegura un físico de la NASA que prefiere mantenerse en el anonimato.
La guerra se acerca y el baile amaina en las playas de Honolulú.
Buenas noches.
Última hora: Antonio Gamoneda, poeta, duerme.
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Ensayo poético
Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 16/02/2022 a las 13:49 | {0}