Monólogo sacerdotal de la Escena 4ª del Acto II de una obra sin escribir y sin titular que con muchas probabilidades jamás estrenaré.
Dados. Por supuesto que podría ser missy Florence. Todo podría ser una fabulosa, cósmica, partida de dados. No voy a ser yo quien le quite a usted ese gusto. Para mí será también un gran placer denunciarla, missy Florence. Tenía ganas, desde hace tiempo, quizá desde que naciera, de ir a una comisaría y poner una denuncia que mande a una mujer como usted entre rejas. Una mujer como usted, missy Florence, una mujer que no podía llamarse Laura o Carmen o María, simplemente María, ¿recuerda usted missy Florence? ¡Qué va usted a recordar! El asunto es que sí, pueden ser dados, pudiera ser un azar eterno que tuviera cierta tendencia al círculo, ¿me sigue, querida? Yo no le discutiría esa posibilidad. Para eso estamos aquí, para escuchar, también para advertir, también para no dejar que se engañen ustedes mismas con ideas que vienen de muy antiguo y que tienen una fácil refutación cuya base se encuentra en la fe. Sin fe no hay refutación que valga; sin fe mam, no tengo por dónde empezar y eso me lleva a un callejón sin salida y le aseguro que sé muy bien lo que es vivir en un callejón sin salida, yo viví casi doce años de mi vida en uno de ellos y le puedo asegurar que lo que mejor olía en aquel sitio era la meada de los gatos Por eso le prevengo sobre la fe. Si usted la tiene, algo podremos hacer. Si no, si su creencia en que todo es una puta partida de dados es inquebrantable como lo fue la fe en Dios de los primeros mártires que sucumbieron en las catacumbas de Roma la Viciosa con la paz de saberse prestos a encontrarse frente al rostro luminoso de Dios Nuestro Señor y Nuestra Bendita Virgen, madre de Nuestro Señor Jesucristo que vive y reina etcétera, etcétera, etcétera... si tan fuerte como la fe de los nuestros es su descreimiento, entonces, sepa missy Florence, que le esperan los gloriosos carceleros, sucios como ratas, salidos como perros sin educación, que están esperando a que llegue a sus dominios la carne fresca de una mujer fértil para preñarla una vez y otra y otra y otra para que no cesen de llegar hijos de Dios al mundo, hijos a los que adoctrinar, hijos a los que enviar a las matanzas y los trabajos diarios que forman la quintaesencia de nuestra cultura, una cultura del esfuerzo, una cultura del éxito, una cultura que nos lleva más allá de la estrellas, ¿me escuchas, missy Florence? ¿Me escuchas, hija de perra? Que como te empiece a dar hostias no voy a parar hasta que no arranque del último recoveco de la más ínfima de las circunvoluciones de tu cerebro la idea de partida de azar, de juego de dados como metáfora de la vida. Tienes cinco minutos para desdecirte y abrazar con regocijo la llegada del Mesías. Si Dios no te ilumina es que no te quiere entre nosotras. Si Dios en estos cinco minutos, no te ilumina lo que nos está diciendo es que tú perteneces a la cohorte de las Caídas y como tal has de vivir en el fuego, crepitando tu dolor por toda la eternidad. ¡Que la paz sea contigo, cerda!
Monólogo para dos voces
Sólo si se hace... así... levantarse para iniciar toda una serie de haceres (curioso el término faena que en español tiene el doble significado de tarea y fastidio) que lleven de nuevo a la cama, en la noche, cansados y dispuestos a dormir. Porque si no hacemos. Porque si pensamos... la huelga, los números primos, la tuerca, la vía del tren, la moldura del parabrisas, las consecuencias...mientras no hacemos nada, mientras no estamos deshaciendo cajas o estamos haciendo la comida o hemos ido al supermercado, el que está a cuarenta y dos kilómetros, ochenta y cuatro kilómetros para hacer una compra de varios días o nos duchamos y vemos caer el agua sucia de nuestro pelo y sentimos el agua correr por nuestra piel, reseca por los largos días del intenso verano de nuestra desventura o estudiamos ajedrez, nos concentramos incluso con fruncimiento de entrecejo y seguimos los movimientos de los maestros con la intención de llegar a alcanzarlos porque los hemos entendido o pasear y ascender como si el paseo tuviera algo de tortura, como si necesariamente el paseo tuviera que incluir en su rutina el esfuerzo que podría acercarse al dolor o poner en orden los libros o elegir las próximas obras a las que dedicaremos nuestro tiempo o limpiar la casa, dejarla muy limpia, fregar los suelos con lejía para sentir que la asepsia ha entrado en el hogar y tener la tonta seguridad de que algunos insectos se lo pensarán muy mucho antes de entrar en nuestro territorio o leer una novela policíaca y poner en ello los cinco sentidos o ir por la carretera camino de la gran ciudad para visitar a nuestra amante y tumbarnos junto a ella, desnudos, bajo el calor de julio para ejecutar ciertas ceremonias de interior o vestirse o afeitarse o cocinar o... Hacer, decimos, hacer como echar el I'Ching y descubrir que el Libro de las Mutaciones tiene algo de magia antigua, esa especie de comunicación con lo no estadístico que genera escalofríos en la razón y sacudidas eléctricas en el alma o venirnos hasta aquí, escuchar for Bunita Marcus o esperar con disposición abierta o poner una película en su versión original -un idioma que apenas conocemos- y verla sin subtítulos para constatar por enésima vez que una imagen casi nunca vale más que mil palabras a la hora de narrar la experiencia de las relaciones humanas o cribar lentejas o afeitarnos al caer la tarde o ver a ver si tenemos fiebre o sentir el dolor en el costado y pararnos en él, respirarlo o cortar las uñas de los pies y de las manos o dejar limpio el fregadero o mirar de cerca un espino o aspirar este verano seco en el aire taimado de la tarde... Hacer, hacer, siempre hacer... soñar con la carnosidad de unos labios o cerrar los ojos en el sofá y quedarse un rato más mientras escuchamos el runrún de unos comentaristas deportivos que cuentan las hazañas de unos atletas en unos mundiales que se están celebrando en Oregón... Oregón de nuevo (¡No, eso no -nos decimos-, eso que hemos hecho es pensar, eso que hemos pensado anula lo que hayamos hecho en las últimas diez horas!)... o abrir la terraza y sentir si la temperatura es soportable para realizar el paseo que es algo de tortura y algo de equilibrio o sentarnos...
Una vez encontré la palabra conticinio. La usé. Conticinio significa: hora de la noche en que reina el silencio.
Me quedo quieto tres días después. El calor. La sensación de torpeza. Los huesos que ya no se desperezan. Los primeros pasos. Ratean.
Resuelvo problemas matemáticos para los que no estoy dotado.
Me voy a la cama tarde. Agotado. Miro desde la puerta del dormitorio las hojas abiertas de la ventana, la que da a la terraza. La luna llena enfrente. La calle iluminada pobremente. Desconsuelo por la ausencia de vida. También por la confusión de un perro que al escuchar la respuesta del eco a sus ladridos, cree que son otros perros quienes le responden y vuelve a ladrar más alto, más fuerte, más veces y el eco, claro, le responde más alto, más fuerte, más veces, en una rueda infinita, desesperada.
En el conticinio ocurre. No debería ocurrir. Ocurre. Diría que se produce un anticonticinio. No dudo. Sólo me suda la espalda y los hombros parecen a punto de caerse por mucho que me yerga en esta era, durante el fin de la civilización occidental que se inició -según cómputo de Spengler El Apocalíptico- con las bases blandengues que estableció Rousseau para una futura sociedad mejor.
Estoy un poco mareado. Siento a veces el impulso -muy fuerte- de θἀνατος. Dejarme llevar por el ligero frío que va inundando mis miembros (como dicen que provoca la muerte por cicuta). Hasta llegar al fondo último. Probablemente ligero como algodón de azúcar.
Conticinio.
Tienes que buscarlo, le decíamos.
Ella nos miraba con los ojos muy abiertos o quizá lo que miraba era la palabra que pugnaba por salir de su boca.
Nosotros insistíamos, Tienes que buscarlo.
Ella se retorcía las manos. Tarareaba algo. Uno de nosotros incluso aseguró haberla visto sonreír. Los demás no le creímos.
Tienes que buscarlo, le dijimos por tercera vez.
Por fin pareció reaccionar. Nos miró con, diríamos, reflejos de perla en sus iris y le susurró a una medalla que siempre llevaba colgada al cuello algo que, por supuesto, no logramos entender. Hecho el susurro y tras hacer un gesto que podría sugerir disculpas, cayó en un profundo sopor y desapareció en su vigilia para siempre.
¡Qué hermoso lugar si no fuera el de mi destierro!
Alardearía.
Pasearía con mi perro y aspiraría el olor de las flores.
Pasearía con mi perro y apuntaría tareas por hacer: conocer el nombre de esa planta, poner nombre de ave a un canto, conocer las historias de los montes y los valles.
¡Qué hermoso lugar éste si no fuera el de mi destierro!
Esto es sólo una introducción, me digo. Tendré que hacer una estructura y comenzar lentamente a trabajar con las palabras. Una vez más. Siempre me digo: Sólo una vez más. Llevo diciéndome esa frase veinte años por lo menos, desde que fui consciente de que me faltan demasiadas cualidades para llegar al mérito, de que me faltan demasiados azares para tener suerte y de que con sólo mi carácter no basta para labrarme un porvenir.
Y ahora en el destierro... si fuera Ovidio... ¿Seré Ovidio?... Me comenta R. que el otro día pasó por un pueblo cercano al mío y se dio cuenta de lo lejos que me había ido. No -le respondí- yo no me he ido lejos: el demérito, la torpeza propia y la pobreza me han traído hasta aquí.
El destierro es siempre físico y espiritual (modernamente tendría que haber escrito en vez de espiritual, mental, sólo que me viene a la gana escribir al viejo modo y siendo así debería estar atento por si la palabra no es espiritual sino anímico en su acepción de relativo al alma, no relativo al estado de ánimo). Porque el espíritu viene de fuera y el alma se encuentra dentro. Así es que sería conveniente retocar un poco la idea y escribir: el destierro es siempre físico, espiritual y anímico Buena estructuración sería entonces desarrollar cada una de las tres formas del destierro y una vez desarrolladas generar una síntesis en la totalidad de las partes. (Esas cosas que nunca haré. Que nunca he hecho hasta hoy porque si lo hiciera quizá me diera carta de naturaleza para poder ser canónico y al serlo terminar con mi destierro y volver a mi ciudad, a mis espirituales y mi alma en sí).
Sólo para empezar (y no sé si continuaré) elogiemos de nuevo la tierra que me acoge: ¡Qué hermoso lugar si no fuera el de mi destierro!
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Teatro
Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 23/07/2022 a las 18:29 | {0}