Nosotras hemos vuelto. Te estamos mirando y sentimos en la piel un alivio semejante a la primavera. Somos especies. Somos una sala casi blanca. Somos la sombra del limonero. Somos la ola que se aleja. Somos un aire de granada. Somos la piel que se alimenta.
Nosotras hemos vuelto. En el latido de tu corazón estamos. Vamos a navegar esta tarde por el torrente de tu sangre, la que corre por tu aorta, el torrente que lleva más caudal. Porque queremos abrazarte y darte vino. Porque sabemos que la fiesta será más tarde.
Hemos vuelto, naricita de juguete. Hemos vuelto por el sendero que un día te señalamos cuando estabas dormida y soñabas la era futura, las estrellas sin título, los astros a lo lejos; hemos vuelto a los pies de tu cama; nos hemos confundido con los rizos de un par de muñecas; sabemos que la mañana nos hará desaparecer.
Nosotras hemos vuelto. Nos vamos a quedar por los alrededores. Vamos a custodiar tu vida. Vamos a encargarnos de que nada definitivo te pase excepto lo que no pueda ser sino definitivo. Vamos a mirarte a los ojos, pequeña escala menor. Vamos a saltar contigo y cuando te columpies sabrás que los cielos tienen de inmediato algo de tierra. La espuma de los días contigo. El ámbar gris contigo. Las grandes historias contigo. Las horas junto a ti. La merienda bajo el membrillo. Las ganas de dormir.
Hemos vuelto. Te sentirás feliz. Hemos vuelto. Vas a sonreír. Hemos vuelto. El horizonte no es tan curvo. Hemos vuelto. La hiedra sube, sube, sube porque hemos vuelto, porque los espejos reflejan, porque la mar está en calma, porque huele a santa, porque mordemos el polvo, porque se santigua el ciprés, porque aguanta la lluvia. Hemos vuelto. Sí, hemos vuelto.
Como la sal se siente que lo seca todo. Como los que hablan mal. Como lo que no saben expresar. Como extranjero se siente, como extranjero es. Sin casa. Sin alma gemela. Sin perro. Sin cadenas. Y no entiende porque ni siquiera lo piensa que ese estar sin casa, sin alma gemela, sin perro, sin cadena, ese conjunto de nadas es la esencia de la felicidad.
(Ahora -le diría si le tuviera frente a frente- sólo has de disimular hasta el final, hasta que la muerte -compañera íntima de toda vida- te visite, te invada y puedas al fin ser sin pensar).
Cuento
Tags : Cuentecillos Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 25/06/2023 a las 12:07 | {0}Esta noche, cuando la madrugada, por el pasillo de la casa que no es mía, he visto pasar la luz blanca de un fantasma.
Esta mañana, cuando el día iluminaba, aún tumbado en una cama que no es la mía, he recibido un beso en la mejilla.
Más tarde he salido a la ciudad con mi perro, la ciudad que me vio nacer y de la que poco a poco me he ido alejando. ¿Podría también la ciudad alejarse de mí?
En el parque el perro pasea suelto.
A la vuelta las calles no están especialmente sucias.
Bebo un café de vuelta en la casa que me acoge. Converso con un muchacho. Me agrada y agradezco sus palabras.
Comeré lo que el estómago tenga a bien soportar. Viviré la extrañeza una tarde más. Volveré al lugar donde habito. He de volver. Voy a volver.
Duerme el perro a mi vera.
Junio está a punto de terminar. Este junio estuve vivo.
Salve.
¿Cuánto cuesta la espuma? He venido deshaciéndome… ¡no, no! He venido deshojándome. Seré una margarita con piernas atrofiadas y brazos desiguales. Sólo una margarita con semejante fisonomía podría preguntarse cuánto cuesta la espuma. No sólo se lo preguntará un día de tormenta cuando los pensamientos arden y están húmedos y por los montes corre una furia que se gesta en cuevas, donde los vientos, donde los vientos copulan. ¿Cuánto cuesta la espuma de quererte? ¿Cuánto cuesta querer seguir vivo? No sólo se lo peguntará la margarita -no te olvides atento lector que la margarita soy yo y también podrías ser tú- en los días de tormenta sino también cuando el viento deje de ser una letra redonda y sobre los cuerpos vivos, los cuerpos de la tierra un sol atroz nos queme, nos devore las dermis y supliquemos -como si hubiera alguien realmente a quien suplicar- un poco de frescura en el centro del ardor. ¿Cuánto cuesta la espuma? ¿Cuánto cuesta quererte? ¿Cuánto cuesta dejar al pairo un alma ajena? ¿Cuánto cuesta rajarte? ¿Cuánto cuesta admirarse en mitad de tinieblas, lleno hasta la hartura de olvido? Margarita coja de brazos desiguales. Margarita minusválida propensa a los ataques. Margarita sin rostro ausente en los corrales. Margarita que huyó quemada en la discoteca. ¿Por qué te preguntas cuánto cuesta la espuma? ¿Qué será la espuma dentro de un trillón de siglos? ¿Y las mareas? ¿Y las ausencias? ¿Y las naves interestelares? ¿Orión será?
Que camina desnuda y no sabe volver. No sabe volver, Amiga. No sabe volver. De donde la luz nace. De donde nacen los Salmos y la fuente donde se inspiró el cantor para cantar el cantar de los cantares. Que su alma también está desnuda. Que bebe la conciencia de sí de un manantial de aguas cárdenas. Que corre, Amiga. Que se fatiga, Amiga. Que queda en el suelo de hierba un rastro de ella pisada, un rastro que sugiriera un gran peso, un rastro al calor del mediodía cuando los animales descansan a la ribera de los ríos, bajo la sombra de los árboles. Que se dijera que es la casa desolada quien la persigue. Que se dijera que es la oscuridad de una vida sin amor quien la persigue. Y ella, por los rastros -ésos que tan sólo sabe leer el rastreador pawnee, el mejor de todos los rastreadores del mundo, el que nos enseñó a todas, del que todas somos simples discípulas- parece desesperada y ella se dijera que va cantando inusualmente por las praderas que cruza cuando cae el sol y todos los animales están ya saciados de luz menos ella, que la seguirá buscando en las estrellas o -si tuviera suerte, Diosa Nuestra Santísima Sangre Nocturnal- en la luna amiga, la luna blanca, la luna que se destaca y que llena de fuego fatuo los cañaverales. Que camina desnuda y canta. Que corre desnuda y pesa. Que yacerá en algún lugar a campo abierto por si los buitres quisieran alimentarse de ella aunque no sea del todo carroña, aunque el desamor aún no la haya putrefactado; se comieran su hígado que muestra bien a las claras; se comieran su corazón aventado como mies en el verano; se comieran sus pies para que no pudiera seguir huyendo. A Ella -¡querido rastreador pawnee!-, a ella, Nariz del Alba, huélela a Ella; lléganos hasta Ella para que podamos recogerla en nosotros y podamos ampararla y podamos susurrar en su oído izquierdo el bardo que le permita, por fin, morir en paz.
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Ensayo poético
Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 26/06/2023 a las 11:44 | {0}