Isaac Alexander escribe a una muchacha y un muchacho que defendían su derecho a intentar ser artistas frente a un hombre viejo que les aconsejaba asegurarse antes el salario
Jóvenes artistas:
Ante todo perseverad. Yo sé que esto que os digo va en contra de toda la lógica en una sociedad que ya no sólo santifica el trabajo sino que lo eleva (gracias a las crisis provocadas por los amos) a deseo místico, a culmen de la realización del hombre en la tierra.
Yo os confirmo que hay otra vida y que el trabajo amansa a las fieras. La costumbre, la rutina, la exaltación de los horarios, el reconocimiento de las caras, la asunción de la jerarquía, el admitir como inevitable que en tu lugar de trabajo haga frío (o calor excesivo), todas esas cosas provocan en el hombre una tendencia a la mansedumbre porque somos mansos, esencialmente lo somos.
¿Qué ofrece el arte que no tiene el trabajo asalariado? La fiereza. Ser artista es ser, necesariamente, fiero. Fiero ¿en qué sentido? Escuchad: vivir sin red es vivir y al vivir asoma, sin descanso, el miedo y ante el miedo tienes muy pocas opciones, quizá sólo dos: sumergirte en el miedo o enfrentarlo. Si te sumerges en él, dejas de ser artista.
¿Qué es ser artista? En esencia, ser artista es ser el primer hombre. Y al serlo estáis en la obligación de descubrir el mundo. Descubrir el mundo es probar los frutos de la tierra sin saber si son o no ponzoña; descubrir el mundo es retar a la gravedad y subir al árbol; descubrir el mundo es haceros vuestro vestido, dormir en las ruinas como si fueran lo que ya no son, amar con toda la pasión que también habeis de descubrir, desesperaros por no encontraros, mirar el mundo con vuestra mirada no con la mirada de los otros; ser artista es no saber, no saber nunca, no conocer ni siquiera el sentido de la palabra límite; ser artista es mantenerse siempre perplejo mientras lentamente (¡descubrid, jóvenes artistas, la lentitud!) ejecutáis vuestro arte, ya sea frente al lienzo o cuando el oído descubre el sonido justo o si la palabra se aposenta en el texto como si no hubiera podido existir jamás otra o si cumplís el personaje en el escenario y llegáis a ese momento en que actor y personaje se encuentran en un mundo intermedio, en el Alma del Mundo porque ser artista es llegar a vivir de vez en cuando ahí: en el Alma del Mundo.
No cejéis, jóvenes artistas, mientras tengáis fuerzas. No escuchéis, por muy buena que sea la intención, al hombre viejo que os advierte tan sólo de los peligrosos y del más que problable fracaso. No es optimismo. Yo os digo: el fracaso no existe en el arte. Y os digo más: sólo si el arte es verdadero, el fracaso no existe porque en el arte que se vive el éxito es la vida. En el arte el éxito es únicamente el proceso. ¿Veis como es imposible fracasar? ¿Fracasa quien vive?
Jóvenes artistas, ayer me gustó vuestro gesto cuando defendíais vuestra intención de seguir adelante contra viento y marea y aún así, con respeto, escuchabais al viejo que os pormenorizaba las etapas que habríais de sufrir. Porque creí entrever que habíais asimilado ya un componente de la vida que se nos quiere hurtar constantemente: el sacrificio en su sentido lato de sacer facere, hacer sagrado.
Y una de las formas más hermosas de hacer sagrada la vida es por medio del arte.
Ahora os dejo, queridos, me espera la mar a la que abrazo cada mañana con mis brazos viejos pero fuertes y que me acoge como el calor del cuerpo de la mujer dormida cuando en las noches frías entro en la cama y me acurruco junto a ella.
¡Benditos seáis!
¿Cómo es posible?, se decía.
Esta alteración, se decía. Cierra los ojos. La noche es fría, nada más.
Era su mirada al cerrar los ojos una infinita vergüenza.
Se dijo: ¿Cómo es posible? ¿Estoy en la cama? ¿La noche es cerrada? ¿Por qué nada se escucha? ¿Estoy muerto? ¿Y aquella espada?
No pudo alcanzar el despertador (que se alejaba). El tiempo de la noche fría.
Claro que llegó la mañana.
Desde la razón, mientras desayunaba, intentó encontrrar una explicación y le vino a la memoria el nombre de Gregorio Samsa (¿o no era Samsa?). Y luego se dijo, en voz alta: "Lo desconocido". Volvió el silencio y de nuevo, en voz alta, volvió a decirse: "Lo desconocido". No quería andar. Quería estar sentado en su rincón del sofá, con el brazo apoyado y la mirada quieta en un punto entre la noche fría y la luz que empezaba a ser.
Algo voló.
Algo se mantuvo.
Pensaba como en otros tiempos. Entonces dedujo: "Todos los tiempos vuelven". Nada le devolvía al transcurrir apacible de las últimas jornadas. Sentía la amarra y el ancla.
Claro que intentó salir de ahí. Decirse por palabras de otro: "La vida es bella. Ya verás...". Incluso volvió a cerrar los ojos. Se separó del brazo de la butaca. Se intentó colocar en el centro de algo como si aquel centro fuera el lugar seguro desde el que en el juego del escondite ya no te pueden pillar. Con los ojos cerrados, en ese centro aleatorio, se dijo: "Ya no me pueden pillar".
La mañana se hizo dueña del mundo. Salió a la calle y sintió un frío interno que no pudo calentar el sol del otoño postrero. Su horizonte era unas calles paralelas y altos edificios de cemento. Es cierto que se cruzó con otras personas. Y quiso desentumedecer los labios. Incluso se empujó a un bar y llegó a sentarse en un taburete de la barra. Era una barra larga. Cuando vio cómo el camarero se le acercaba, supo que no podría hablar.
El tiempo volaba.
Un extraño artefacto se instaló ante su ventana.
No quiso saber más.
Dio la espalda al mundo y se maldijo.
Esta alteración, se decía. Cierra los ojos. La noche es fría, nada más.
Era su mirada al cerrar los ojos una infinita vergüenza.
Se dijo: ¿Cómo es posible? ¿Estoy en la cama? ¿La noche es cerrada? ¿Por qué nada se escucha? ¿Estoy muerto? ¿Y aquella espada?
No pudo alcanzar el despertador (que se alejaba). El tiempo de la noche fría.
Claro que llegó la mañana.
Desde la razón, mientras desayunaba, intentó encontrrar una explicación y le vino a la memoria el nombre de Gregorio Samsa (¿o no era Samsa?). Y luego se dijo, en voz alta: "Lo desconocido". Volvió el silencio y de nuevo, en voz alta, volvió a decirse: "Lo desconocido". No quería andar. Quería estar sentado en su rincón del sofá, con el brazo apoyado y la mirada quieta en un punto entre la noche fría y la luz que empezaba a ser.
Algo voló.
Algo se mantuvo.
Pensaba como en otros tiempos. Entonces dedujo: "Todos los tiempos vuelven". Nada le devolvía al transcurrir apacible de las últimas jornadas. Sentía la amarra y el ancla.
Claro que intentó salir de ahí. Decirse por palabras de otro: "La vida es bella. Ya verás...". Incluso volvió a cerrar los ojos. Se separó del brazo de la butaca. Se intentó colocar en el centro de algo como si aquel centro fuera el lugar seguro desde el que en el juego del escondite ya no te pueden pillar. Con los ojos cerrados, en ese centro aleatorio, se dijo: "Ya no me pueden pillar".
La mañana se hizo dueña del mundo. Salió a la calle y sintió un frío interno que no pudo calentar el sol del otoño postrero. Su horizonte era unas calles paralelas y altos edificios de cemento. Es cierto que se cruzó con otras personas. Y quiso desentumedecer los labios. Incluso se empujó a un bar y llegó a sentarse en un taburete de la barra. Era una barra larga. Cuando vio cómo el camarero se le acercaba, supo que no podría hablar.
El tiempo volaba.
Un extraño artefacto se instaló ante su ventana.
No quiso saber más.
Dio la espalda al mundo y se maldijo.
Frágiles. Sobre ellos se aposenta el cuerpo y son ellos quienes nos unen a la tierra. Se dice, muchas veces, que el lavatorio de pies es un acto de humildad de quien lo hace, yo creo más bien que es un acto de compasión.
A veces, sólo a veces, cuando el trato es delicado, cuando se toman los pies y se los mima, cuando se pulen sus aristas, cuando se quita la piel muerta y luego se ponen ungüentos que calmen la fatiga de soportar el cuerpo, se produce una conexión entre el alivio en los pies y el alivio de la voluntad.
Voluntad terca que siempre mira hacia delante. Voluntad de ser. Voluntad que domina el intelecto, la capacidad de elegir, la necesidad de descansar. Esa voluntad totémica.
Los pies, tan frágiles. Base mínima para mantener erguido el cuerpo. Articulaciones torpes. Tan frágiles que una tortura es golpear con una vara en sus plantas (que a la parte inferior del pie se la llame planta). Y por lo mismo, como Yin y Yang del ser, uno de los mayores placeres es cuando unas manos acogen los pies y los acarician y los limpian, dejan las uñas arregladas, la piel hidratada. Entonces todo dominio de la Voluntad se adelgaza y surgen como fantasmas dolores (o quizá tan sólo pesares o menos aún antiguas cuitas) que al socaire de los pies con bálsamos ungidos salen y pierden ese poder de tristeza que tienen cuando hibernan en el corazón de los hombres.
Frágiles los hombres. Tan frágiles como sus pies. Tan torpes como sus articulaciones.
A veces, sólo a veces, cuando el trato es delicado, cuando se toman los pies y se los mima, cuando se pulen sus aristas, cuando se quita la piel muerta y luego se ponen ungüentos que calmen la fatiga de soportar el cuerpo, se produce una conexión entre el alivio en los pies y el alivio de la voluntad.
Voluntad terca que siempre mira hacia delante. Voluntad de ser. Voluntad que domina el intelecto, la capacidad de elegir, la necesidad de descansar. Esa voluntad totémica.
Los pies, tan frágiles. Base mínima para mantener erguido el cuerpo. Articulaciones torpes. Tan frágiles que una tortura es golpear con una vara en sus plantas (que a la parte inferior del pie se la llame planta). Y por lo mismo, como Yin y Yang del ser, uno de los mayores placeres es cuando unas manos acogen los pies y los acarician y los limpian, dejan las uñas arregladas, la piel hidratada. Entonces todo dominio de la Voluntad se adelgaza y surgen como fantasmas dolores (o quizá tan sólo pesares o menos aún antiguas cuitas) que al socaire de los pies con bálsamos ungidos salen y pierden ese poder de tristeza que tienen cuando hibernan en el corazón de los hombres.
Frágiles los hombres. Tan frágiles como sus pies. Tan torpes como sus articulaciones.
Cuando leo palabras
que no entiendo
escucho su secreto
Miscelánea
Tags : Meditación sobre las formas de interpretar Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 30/11/2013 a las 13:49 | {4}¿Vas a venir, viejo marinero? ¿Traerás en los alrededores de tu mirar los vientos y la sal?
Sabes que en mi cama tu lado es una tumba sin cerrar y cuando la brisa, en la anochecida, entra por la ventana abierta y conmueve, levemente, los piegues sin peso de la sábana, yo siento el escalofrío de la ausencia de tus brazos y la áspera y delicada caricia de tus manos asidoras de maromas.
¿Escucharé pronto la sirena cuyo sonido hizo pensar a Durrell en paridoras de planetas? ¿Escucharé pronto el quejido de las viejas cuadernas de tu nave vieja? ¿Escuchare pronto, muy pronto, tus pasos por el muelle de madera y tu voz ronca pidiendo en la taberna el trago que te devuelve a la tierra?
¡Oh, viejo y rudo marinero! ¡Oh, amante mío que convierte mis brazos en olas, mi boca en espuma y mi sexo en mar! ¡Ven, vuelve pronto, que me estoy quedando seca!
¿Oigo en la tierra tu huella? ¿Se levanta el brezo a tu paso y esparce la jara sus quimeras? ¿Maúlla la gata tu presencia? ¿Olisquea el perro el salitre de tus trenzas? ¿Se impacienta la yegua? ¿Cornea a la luna el toro tu presencia?
Rudo, varonil, mundano marinero quiero escuchar tus historias de ultramar y quiero entre tus besos que rememores el encuentro con el calamar gigante y la vez que hubiste de varar en una isla que no estaba en lo mapas y siguió sin estar. ¡Cántame, amor, las nuevas canciones de los pueblos primeros mientras mi cuerpo navega por el tuyo y accedo a tus axilas y al vello de tu pecho y a la cicatriz escondida entre el muslo y tu gónada derecha! ¡Dulce cicatriz, dulce lugar de tu semen fresco! ¡Dame a beberlo pronto, marinero, que muero en esta habitación baldía si tú no estás!
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Tags : ¿De Isaac Alexander? Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 05/12/2013 a las 09:21 | {0}