Texto inspirado por la fotografía de Joan Vilatobà del mismo título.
Con la sobriedad propia de los pobres intentará preguntar, ¿En qué lugar te encontraré? Por lo alto de la montaña en la que se mantiene el nevero y, si las temperaturas no se vuelven extrañas, así será durante todo el verano o si habrá de bajar al valle y recorrer la ribera junto al río que ahora corre caudaloso y que al avanzar hacia agosto se irá quedando seco con pozas como oasis.
¿En qué lugar? exclama con la mirada clavada en el cielo como siempre hacen los que dejaron de creer en los dioses totémicos y comenzaron a ver en lo etéreo y cambiante del aire la mano -o la llaga- de un dios; ¿en qué lugar? se repite mientras mira: la nube que pasa, el ave que cruza, el polen que viaja, la abeja que zumba, la luz; ¿en qué lugar, niña, en qué lugar podré tomar tu mano y mirarte, como hacíamos al caer la tarde, los ojos glaucos como los de la diosa MInerva, mientras contábamos las almendras en el almendro y el perro negro y blanco movía el rabo lleno de vida y amistad?
Con la sobriedad propia del triste intentará adivinar la dirección y dejará como inútil, encima del viejo escritorio, la Rosa de los Vientos o la brújula que sólo sirven para marcar direcciones del espacio y nada más; "y nada más. Tú que ya no estás, que por algún sedimento humano te has escurrido para ver, por primera vez, el Infierno y su pasaje, ese túnel de paredes húmedas que huele a lejanía y a olvido; tú y tu melena undosa; tú y el mar".
Preciso apoyará el cayado en la tierra hasta ayer seca; no se sacudirá los restos de cal que han quedado en sus pantalones ni evitará que una mariquita se traslade en su hombro hasta no se sabe dónde; mirará al frente y es muy posible que se otorgue -aunque él crea que es un dios quien lo concede- el vacío en su mente y así durante un largo trecho nada piense, sólo mire la flor de la jara y del dondiego, sólo huela lo que esas flores regalan, sólo escuche el canto del mirlo y el de la paloma torcaz y la bronca voz que el dios del que hablamos le puso a la urraca, sólo sienta en su piel el frío que sí hace, sólo guste en su boca el sabor de la última almendra y así -sólo sentidos- se irá alejando por el camino que le llevará hasta la bifurcación donde habrá de decidir si sube a la montaña o desciende al valle, sabiendo, eso sí, que la pregunta no tendrá respuesta en ninguno de los dos paisajes.
¿En qué lugar? exclama con la mirada clavada en el cielo como siempre hacen los que dejaron de creer en los dioses totémicos y comenzaron a ver en lo etéreo y cambiante del aire la mano -o la llaga- de un dios; ¿en qué lugar? se repite mientras mira: la nube que pasa, el ave que cruza, el polen que viaja, la abeja que zumba, la luz; ¿en qué lugar, niña, en qué lugar podré tomar tu mano y mirarte, como hacíamos al caer la tarde, los ojos glaucos como los de la diosa MInerva, mientras contábamos las almendras en el almendro y el perro negro y blanco movía el rabo lleno de vida y amistad?
Con la sobriedad propia del triste intentará adivinar la dirección y dejará como inútil, encima del viejo escritorio, la Rosa de los Vientos o la brújula que sólo sirven para marcar direcciones del espacio y nada más; "y nada más. Tú que ya no estás, que por algún sedimento humano te has escurrido para ver, por primera vez, el Infierno y su pasaje, ese túnel de paredes húmedas que huele a lejanía y a olvido; tú y tu melena undosa; tú y el mar".
Preciso apoyará el cayado en la tierra hasta ayer seca; no se sacudirá los restos de cal que han quedado en sus pantalones ni evitará que una mariquita se traslade en su hombro hasta no se sabe dónde; mirará al frente y es muy posible que se otorgue -aunque él crea que es un dios quien lo concede- el vacío en su mente y así durante un largo trecho nada piense, sólo mire la flor de la jara y del dondiego, sólo huela lo que esas flores regalan, sólo escuche el canto del mirlo y el de la paloma torcaz y la bronca voz que el dios del que hablamos le puso a la urraca, sólo sienta en su piel el frío que sí hace, sólo guste en su boca el sabor de la última almendra y así -sólo sentidos- se irá alejando por el camino que le llevará hasta la bifurcación donde habrá de decidir si sube a la montaña o desciende al valle, sabiendo, eso sí, que la pregunta no tendrá respuesta en ninguno de los dos paisajes.
¿Has visto la mano en diez pinceladas? Samson Humes personaje de Las putas de Storyville (cuya historia de momento se ha quedado ahí en el primer capítulo) las observa y siente en sus ojos el peso del mármol; sabe la dificultad del cincel y la destreza que es necesaria para adecuar la pincelada al motivo y aún así quisiera emerger de las profundidades de su juventud. Por algún lado cree haber oído soflamas contra los museos en un grupo llamado dadaísta que dice cosas como la gente se suicida hoy con la cadena del retrete que es una frase que en absoluto tiene que ver con los museos o quizá sí.
Samson Humes jamás había ido a un museo, si lo ha hecho ahora ha sido para ver mujeres desnudas sin sentir vergüenza por el hecho de querer verlas y porque en los museos se puede entrar con amplio gabán que disimule su empalme descomunal que no deja de crecer y mantenerse. Al entrar ha sentido ese pensamiento que le ha parecido extraño a él que nunca había pensado en museos, arte o restos humanos y cuando al pasear por las amplias galerías tan limpias, tan mármol, tan guardas y caras serias, ha tenido la impresión de los cementerios, la congoja del deudo, incluso le ha llegado aunque leve el aroma del incienso y la muerte, se ha tenido que sentar ante un estudio de modelo desnuda (algo melancólica todo hay que señalarlo) y tocándose su miembro enhiesto por fuera del gabán, a la altura del capullo que llegaba, más o menos, a su ombligo -con lo cual ningún visitante podría imaginar que se estaba tocando el cipote- ha gemido de pena y de inquietud hasta que una mujer madura se ha sentado a su lado y en susurro le ha dicho, Me pierden los jóvenes con tu sensibilidad aunque no entienda qué te emociona tanto de esa mujer desnuda, ¿podrías explicármelo? Samson sin apartar la mano del capullo, no ha evitado mirar el escote exagerado para ir a un museo (de nuevo se ha extrañado el joven de ese pensamiento y se ha dicho, ¿existen realmente escotes exagerados para ir a los museos?) de la mujer madura y por hacerse el interesante ha soltado el primer pensamiento que se le había pasado por la cabeza minutos antes, Me emocionan los restos humanos. La mujer que había cazado la mirada del joven en sus tetas, se ha erguido algo y ha suspirado antes de preguntar de nuevo, ¿Eres artista? y el muchacho presa del hechizo de la voluptuosidad de la señora no ha podido mentir y ha contestado sécamente, Soy virgen y el rubor ha acudido a sus mejillas. La mujer ha reído. Samson ha estornudado. La mujer se ha levantado y le ha dicho, Sígueme con discreción y ha echado a andar. El chico ha sido incapaz de moverse, presa de la más febril de las imaginaciones, desconocedor de los extraños desvaríos que una mujer madura puede sufrir en un museo y la ha visto alejarse por la larga galería y cómo ha girado levemente su cabeza y al verle aun sentado se ha despedido con un discretísimo movimiento del meñique de su mano izquierda y ha girado a la derecha.
Samson Humes jamás había ido a un museo, si lo ha hecho ahora ha sido para ver mujeres desnudas sin sentir vergüenza por el hecho de querer verlas y porque en los museos se puede entrar con amplio gabán que disimule su empalme descomunal que no deja de crecer y mantenerse. Al entrar ha sentido ese pensamiento que le ha parecido extraño a él que nunca había pensado en museos, arte o restos humanos y cuando al pasear por las amplias galerías tan limpias, tan mármol, tan guardas y caras serias, ha tenido la impresión de los cementerios, la congoja del deudo, incluso le ha llegado aunque leve el aroma del incienso y la muerte, se ha tenido que sentar ante un estudio de modelo desnuda (algo melancólica todo hay que señalarlo) y tocándose su miembro enhiesto por fuera del gabán, a la altura del capullo que llegaba, más o menos, a su ombligo -con lo cual ningún visitante podría imaginar que se estaba tocando el cipote- ha gemido de pena y de inquietud hasta que una mujer madura se ha sentado a su lado y en susurro le ha dicho, Me pierden los jóvenes con tu sensibilidad aunque no entienda qué te emociona tanto de esa mujer desnuda, ¿podrías explicármelo? Samson sin apartar la mano del capullo, no ha evitado mirar el escote exagerado para ir a un museo (de nuevo se ha extrañado el joven de ese pensamiento y se ha dicho, ¿existen realmente escotes exagerados para ir a los museos?) de la mujer madura y por hacerse el interesante ha soltado el primer pensamiento que se le había pasado por la cabeza minutos antes, Me emocionan los restos humanos. La mujer que había cazado la mirada del joven en sus tetas, se ha erguido algo y ha suspirado antes de preguntar de nuevo, ¿Eres artista? y el muchacho presa del hechizo de la voluptuosidad de la señora no ha podido mentir y ha contestado sécamente, Soy virgen y el rubor ha acudido a sus mejillas. La mujer ha reído. Samson ha estornudado. La mujer se ha levantado y le ha dicho, Sígueme con discreción y ha echado a andar. El chico ha sido incapaz de moverse, presa de la más febril de las imaginaciones, desconocedor de los extraños desvaríos que una mujer madura puede sufrir en un museo y la ha visto alejarse por la larga galería y cómo ha girado levemente su cabeza y al verle aun sentado se ha despedido con un discretísimo movimiento del meñique de su mano izquierda y ha girado a la derecha.
Cuento
Tags : Las putas de Storyville Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 27/05/2014 a las 10:58 | {0}Tengo en la espalda un ala rota (como deben de romperse las ilusiones una mañana de domingo aunque parezca que nada se ha roto y que el aire sigue cristalino y entra y sale y oxigena y calma) y me sangra; he intentado volar y ha sido imposible. Nunca gritaré. No, no voy a gritar. Hay un esquema en la garganta que me impide gritar (como debe de ocurrir un domingo por la mañana cuando grazna la cuerva con ínfulas de rana y exige croar cuando todos escuchan que grazna y grazna rabia y grazna quimera y grazna leve cadencia de mortaja y grazna por represiones viejas y grazna como las cuervas graznan aunque ella exija que se escuche que croa como croa la alegre rana en su charca con su piel verde moteada y sus patas ágiles y blandas) la tristeza que la noche no me calma porque el ala sangra y deja al aire sus tendones que no están hechos para ser vistos...
Tú sabes tantas cosas y yo sé tan pocas. Hay días, te confieso, que esta ignorancia apenas me señala, se suele ir por otros lugares, más al norte creo, más, más al norte; hay otros días como el de hoy en el que la ignorancia me fustiga las entrañas, me aprieta las tripas y la esencia del corazón, atosiga mis venas, cierra mis bronquios y produce espamos estomacales en mi abdomen, retiene líquidos y deja para más tarde cualquier atisbo de goce; no es que quisiera estar muerto, sólo quisiera ser listo y agarrar la justicia por las solapas y elevarla por encima de los tejados de mi pueblo y colgado de sus patas hacerla visible ante quien sintiera vergüenza de haber sido tan ciega...
Perdóname si no sé defender tu ilusión de quince años, si estoy lejos cuando debiera estar cerca perdóname, si en mí aletea la codicia bárbara del cobarde o si soy el estado intermedio entre la furia y el ruido; perdóname por no apretar los puños; perdóname por la nostalgia que siento y el hervor de mis sesos; perdóname por ir tan lento, siempre tan lento, no cauto, sólo lento y que sepas que no lo achaco al ala rota que cuelga en mi espalda como el primer verso suelto; cuando mi ala rota estaba entera también zanganeaba y le costaba emprender el vuelo hasta la octava esfera donde dicen la armonía es más sutil y más ligera...
A veces pienso si soy un personaje de novela, por ejemplo entre las páginas 236-423, y deseo que el lector me cierre o llegue al final de mi historia y me vaya alejando sobre un cielo abierto cerca de la frontera entre Madrid y Segovia; a veces pienso esas cosas (hasta que llega un domingo que avisa como filo de espada que rasgara la cara de certero estoque) tan del gusto de los petimetres (¡que palabra colosal! viene petimetre del francés petit maître, es decir, maestrillo) y me siento ante esta noche, con el sonido de un acordeón y quisiera abrazarte por si estás triste...
Instante...
Yo celebro la lluvia de estos días como si viniera lanzada de un platillo volante todo volantes de falda flamenca en los giros que con las manos en alto se dan en la ferias y quiero celebrarlo sin quitarme la careta o la sandalia del pescador que parece húmeda pero que milagrosamente si te la pones está seca como el desierto del Sahara donde personas sin tierra se afanan en la arena miden el tiempo grano a grano tras las murallas de los moros tras las cuchillas de las alambradas sin necesidad de ametralladoras ni de grandes cañones con los que arrasar corazones hígados riñones úteros gónadas y piernas yo celebro la sonrisa y celebro la caminata hasta el santuario de las Moiras donde dicen que hablarán sobre lo que ha de venir a quienes bailen quédamente vestidos con faldones de palmera y maquillados con colores subidos de tono que cubran por entero la faz y las pasiones celebro esas voces que nos impulsan hasta más allá del amanecer y el canto del cuclillo que tanto me recuerda al inicio con banjo de un tema country del medio oeste americano yo celebro la gasa y la antigua mercromina tanto como celebro la pasta de trigo y el silo callado en la meseta yo celebro la llamada del lobo como la audacia del hurón y también los dúos oh sí cómo celebro los dúos me elevan los dúos me hacen sentir celebrante constante sin nada que reprimir sin nada que denostar sin nada que imprimir en caracteres cirílicos yo celebro la consecución del fuego y el paso que la lluvia está dando al viento y la paciencia de los perros y celebro la angina de pecho y las fiebres cuartanas y celebro los pantanos con toda su flora y toda su fauna y celebro mi cuerpo frente al espejo cuando ha quedado extenuado tras esforzarse en ir de un sitio para otro sin más intención en principio que la de ir porque sí de ese sitio preciso para ese otro sitio preciso y vuelta a empezar y vuelta a seguir siempre por el camino casi casi en línea recta que necesita para cumplirse como línea y como recta un mínimo de dos puntos de referencia con permiso de Gödel yo celebro la poesía física sea lo que sea eso pero es que me parece una muy digna celebración que podría tener lemas tremendos lemas del tamaño del cielo o de una turba que se viera envuelta en pañales para poder cagarse de miedo sin temor a los malos olores yo celebro por igual las cadenas humanas como los trenes ligeros y no me duelen prendas si afirmo que celebro el pis en los huertos las marismas y los aguaceros
Pensaba ayer: amo el arte como me gusta el frío y me hacía sonreír el suave juego, pequeño calambur, en la frase.
Pensaba ayer: ¡qué extraña la vida de Gerónimo Passamonte!, el que según Martín de Riquer es el Alonso de Avellaneda autor del "falso" Quijote.
Pensaba ayer: Nilo se ha resfriado. ¡Cuánta lluvia puede caer en un momento! ¿Cuánto hacía que no se me calaban tanto los vaqueros que se pegaban a las piernas? ¿Años?
Pensaba ayer: ¡Qué precioso es que tu hija te diga: Eres mi bufoncito!
Pensaba ayer: ...entonces volverá a bajar al puerto, lo recogerá, etc...
Pensaba ayer: En toda historia de amor, más que en toda historia de amor, en todo acto de amor donde la ternura muestra su faz, hay un canto de vida, una plenitud de ser que merece ser contada.
Pensaba ayer: No llegó a emocionarme Melancolía de Lars von Trier aunque sienta en su cine una pulsión destructiva que hace muy bien en convertirla en planeta.
Pensaba ayer: Ya se marchitan las rosas.
Pensaba ayer: Ojalá.
Pensaba ayer: ¿Por qué las dietas? ¿Por qué en vez de dietas no nos anima la vida el movimiento?
Pensaba ayer: La gran eclosión de homosexualidad que parece vivir la humanidad ¿puede ser un primer paso para la desaparición de la especie? ¿puede ser la forma que ha encontrado la especie para destruirse a sí misma de una forma no violenta? También la gran soledad en la que viven cada vez más los jóvenes japoneses y que ha generado un gran negocio en la fabricación de muñecas de tamaño natural con pelo de coño natural.
Pensaba ayer: No te preocupes.
Pensaba ayer: ¡qué extraña la vida de Gerónimo Passamonte!, el que según Martín de Riquer es el Alonso de Avellaneda autor del "falso" Quijote.
Pensaba ayer: Nilo se ha resfriado. ¡Cuánta lluvia puede caer en un momento! ¿Cuánto hacía que no se me calaban tanto los vaqueros que se pegaban a las piernas? ¿Años?
Pensaba ayer: ¡Qué precioso es que tu hija te diga: Eres mi bufoncito!
Pensaba ayer: ...entonces volverá a bajar al puerto, lo recogerá, etc...
Pensaba ayer: En toda historia de amor, más que en toda historia de amor, en todo acto de amor donde la ternura muestra su faz, hay un canto de vida, una plenitud de ser que merece ser contada.
Pensaba ayer: No llegó a emocionarme Melancolía de Lars von Trier aunque sienta en su cine una pulsión destructiva que hace muy bien en convertirla en planeta.
Pensaba ayer: Ya se marchitan las rosas.
Pensaba ayer: Ojalá.
Pensaba ayer: ¿Por qué las dietas? ¿Por qué en vez de dietas no nos anima la vida el movimiento?
Pensaba ayer: La gran eclosión de homosexualidad que parece vivir la humanidad ¿puede ser un primer paso para la desaparición de la especie? ¿puede ser la forma que ha encontrado la especie para destruirse a sí misma de una forma no violenta? También la gran soledad en la que viven cada vez más los jóvenes japoneses y que ha generado un gran negocio en la fabricación de muñecas de tamaño natural con pelo de coño natural.
Pensaba ayer: No te preocupes.
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Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 28/05/2014 a las 10:35 | {0}