Duodécimo día
Yo no estoy loco, tú lo sabes; si yo te cuento, si te digo las cosas que pasan, tú sabes que no me dejo llevar por imaginaciones fantasiosas (porque hay imaginaciones que no son fantasiosas, lo fantasioso siempre tiene algo de exacerbado); yo no puedo hoy creer que a las hadas sólo se las puede ver de reojo como ocurre con los duendes, ni imagino –necesariamente- que los alienígenas tengan que tener un ente material, podrían ser perfectamente entes indetectables por nuestros sentidos o entes que pudieran atravesar las branas que según algunos astrólogos conforman la separación de los universos; yo no estoy loco, tú lo sabes, es cierto que en ocasiones me dejo llevar por elucubraciones que van más allá de lo razonable sólo que ¿quién dijo que lo que se encuentre fuera de la razón es una locura? Ahí tenés a Spinoza que se pasó una parte de la vida creando un sistema ético basado en la geometría (herencia directa de Descartes) y la otra intentando demostrar que las Escrituras no hay que tomarlas al pie de la letra y sobre todo hay que contextualizarlas; y nadie llamó nunca loco a Spinoza por dedicarse a semejantes trabajos, más bien lo llaman filósofo y genio; vos sabés que mi locura es más bien ignorancia porque siempre me sorprenden los hombres que aseguran las cosas más osadas con una seriedad que tan sólo tiene como respuesta la risa; no se puede uno mantener serio ante la cantidad de cosas serias que se dicen todos los días por ahí; y a ésos no se les llama locos, a ésos se les suele encontrar en las universidades, en los parlamentos, en las jefaturas de los gobiernos, a la cabeza de las iglesias y no sabés, amor, la cantidad de sandeces que se les puede escuchar, es como un torrente de lava idiota y luego están los voceros de ésos, que nos ponen sus palabras todos los días, tres y cuatro veces, como si lo que dijeran tuviera algo de serio, de lógico, de razonable; porque para mí la locura es justamente la afirmación de una verdad, sea ésta cual sea y por esta afirmación siempre prefiero a los que dudan que a los que afirman, prefiero a Sócrates antes que a Platón (aunque Sócrates tan sólo hable por boca de Platón); prefiero a Montaigne y a Spinoza antes que a Nietzsche o incluso que a Schopenhauer y eso que a mí Schopenhauer me enseñó muchísimo; prefiero a los filósofos morales que dudan de su moral como se puede dudar de la tormenta aunque se tengan a los negros nubarrones encima de la cabeza y en la lejanía se escuchen ya los primeros truenos que a aquéllos cuya moral es rocosa como suele ser la moral de los pastores de hombres y que amenazan con los más severos castigos si la moral que predican no se cumple a rajatabla; a mí me parecen locos tanto los salvahombres como los que les siguen y con esto no quiero decir que no se deba seguir a nada, tan sólo intuyo que es mejor no hacerlo, no sé por qué, será por una cuestión de sinapsis neuronales o por un trauma; a veces los porqués es lo menos importante de una situación;
Undécimo día
Hoy cuando estaba nadando, ha caído una compresa en el agua de la piscina. Iba yo en mi crawl y de repente he vislumbrado a través de las gafas algo empañadas una masa blanca y rectangular del todo desconocida para mí. Me he detenido y ha resultado ser una compresa. La he cogido. La he dejado en el borde de la piscina y he seguido haciendo mi rutina de cincuenta largos.
Cuando se nada en realidad se está meditando porque la natación es un ejercicio de respiración como la meditación. Yo aprendí una forma de meditar que Krishnamurti calificaba de siesta que consistía en estar treinta minutos en la posición del loto (o similar) con los ojos cerrados y repitiendo un mantra. El mío era Om toum nahma. La meditación consistía en repetir el mantra. Lo que ocurría es que el pensamiento se disparaba y en vez de estar repitiendo el mantra uno se encontraba pensando en lo que iba a comer o cualquier otro pensamiento más profundo o más banal. La natación, como digo, es algo parecido. Yo me dedico a contar brazadas y largos. En esta piscina cada largo, a espalda, consta de ocho brazadas dobles. Pues bien, la anécdota de la compresa ha hecho que mi mente se disipara y en vez de contar me he puesto a pensar cómo era posible que aquella compresa hubiera llegado hasta ahí. Porque cuando he ido a la piscina no había nada en el agua (lo sé porque antes de nadar siempre me fijo en los reflejos en el agua y si hay alguno hermoso lo fotografío). La resultante pues es que, de la nada, porque no hay nadie en la casa, ninguna mujer, ha caído en la piscina mientras nadaba una compresa. Y en esos pensamientos, en la lucha entre contar brazadas y descubrir el misterio de la compresa aparecida, se me ha venido a las mientes que había sido la luna quien la había enviado a mi piscina para hacerse de notar y como reproche por no haber salido ayer por la noche a admirarla. Sólo que a mí la luna llena más que agradarme más bien me disgusta y me parece un culo blanco con las nalgas manchadas de mierda y me parece estúpida la relación que establecen tantos entre las mareas y los líquidos humanos, esos que dicen que si la luna influye en las mareas cómo no va influir en nosotros que somos un ochenta por ciento de agua. Yo les recomiendo a esos que así argumentan que coloquen setenta litros de agua en una bañera a ver si se hacen olas con la luna llena. En fin, pecados de la razón.
Cuando he terminado y me he secado, he recogido la compresa y la he tirado al cubo de la basura –lo que no sé por qué también me ha resultado simbólico- y luego he indagado un poco por los alrededores del jardín por si oía una conversación en la que entre risas de chicos jóvenes se hiciera algún comentario a la sorpresa del nadador de al lado al encontrarse flotando semejante atributo de mujer. Todo era silencio. Parecía el mundo absolutamente ajeno a la piscina, al jardín y a mi vida.
Cuando se nada en realidad se está meditando porque la natación es un ejercicio de respiración como la meditación. Yo aprendí una forma de meditar que Krishnamurti calificaba de siesta que consistía en estar treinta minutos en la posición del loto (o similar) con los ojos cerrados y repitiendo un mantra. El mío era Om toum nahma. La meditación consistía en repetir el mantra. Lo que ocurría es que el pensamiento se disparaba y en vez de estar repitiendo el mantra uno se encontraba pensando en lo que iba a comer o cualquier otro pensamiento más profundo o más banal. La natación, como digo, es algo parecido. Yo me dedico a contar brazadas y largos. En esta piscina cada largo, a espalda, consta de ocho brazadas dobles. Pues bien, la anécdota de la compresa ha hecho que mi mente se disipara y en vez de contar me he puesto a pensar cómo era posible que aquella compresa hubiera llegado hasta ahí. Porque cuando he ido a la piscina no había nada en el agua (lo sé porque antes de nadar siempre me fijo en los reflejos en el agua y si hay alguno hermoso lo fotografío). La resultante pues es que, de la nada, porque no hay nadie en la casa, ninguna mujer, ha caído en la piscina mientras nadaba una compresa. Y en esos pensamientos, en la lucha entre contar brazadas y descubrir el misterio de la compresa aparecida, se me ha venido a las mientes que había sido la luna quien la había enviado a mi piscina para hacerse de notar y como reproche por no haber salido ayer por la noche a admirarla. Sólo que a mí la luna llena más que agradarme más bien me disgusta y me parece un culo blanco con las nalgas manchadas de mierda y me parece estúpida la relación que establecen tantos entre las mareas y los líquidos humanos, esos que dicen que si la luna influye en las mareas cómo no va influir en nosotros que somos un ochenta por ciento de agua. Yo les recomiendo a esos que así argumentan que coloquen setenta litros de agua en una bañera a ver si se hacen olas con la luna llena. En fin, pecados de la razón.
Cuando he terminado y me he secado, he recogido la compresa y la he tirado al cubo de la basura –lo que no sé por qué también me ha resultado simbólico- y luego he indagado un poco por los alrededores del jardín por si oía una conversación en la que entre risas de chicos jóvenes se hiciera algún comentario a la sorpresa del nadador de al lado al encontrarse flotando semejante atributo de mujer. Todo era silencio. Parecía el mundo absolutamente ajeno a la piscina, al jardín y a mi vida.
Décimo día
He amanecido cansado. He dormido poco. Al llegar a mi casa me he puesto a trabajar. Luego he comido poco y he dormido un rato. He vuelto a mi trabajo. He nadado. He hecho la ronda. He cenado y me he venido aquí abajo. En un rato dormiré.
Cuando estoy en mi casa me da la sensación de que siempre estoy en mi casa y cuando estoy aquí tengo la misma sensación.
Hoy el día es así, sin mucha intención.
No he podido concentrarme, es lo que produce la obsesión. La obsesión tiene una curiosa paradoja que cuando puedes contarla de inmediato amaina. La obsesión para que pueda surtir todo su efecto necesita la intimidad absoluta con su presa.
Sé el poco interés de lo que cuento hoy. Pero quiero mantener esta disciplina.
Cuando estoy en mi casa me da la sensación de que siempre estoy en mi casa y cuando estoy aquí tengo la misma sensación.
Hoy el día es así, sin mucha intención.
No he podido concentrarme, es lo que produce la obsesión. La obsesión tiene una curiosa paradoja que cuando puedes contarla de inmediato amaina. La obsesión para que pueda surtir todo su efecto necesita la intimidad absoluta con su presa.
Sé el poco interés de lo que cuento hoy. Pero quiero mantener esta disciplina.
Noveno día
Yo tuve un gran amor por mi madre. Mano a mano a lo largo de dieciocho años nos dio para conocernos. Dicen de ella que fue una buena enfermera aunque algo fría (quizá por la atormentada alma polaca que hace que sus habitantes tengan mucho cuidado en expresar sus sentimientos por miedo a la invasión). A mí me parece que en ocasiones la profesión de mi madre invadía el ámbito personal y creo que, de alguna forma, marcó durante muchos años mi relación con las mujeres. Sobre todo a partir de un día en que no se por qué acabamos en la calle Aerschot donde unas mujeres hacían la calle. Yo tenía ocho años y asistí a una escena que me dejó sorprendido: un hombre maduro, sucio y sin afeitar se acercó a una mujer, se dijeron dos frases y él le tocó directamente el coño. Ella rió y cogiéndole por la solapa de la vieja chaqueta lo metió en un hotel de mala muerte. A los pocos pasos no pude evitar preguntarle a mi madre quiénes eran aquellas personas que se comportaban así en plena calle, a plena luz del día. Y ella sin alterarse lo más mínimo y sin acelerar o aminorar el paso me contestó: A los hombres os gusta meternos el pito por la vagina, os gusta tanto que algunas mujeres se ganan la vida vendiendo su coño. El sexo, hijo, es el motor de la historia y estas pobres mujeres, a las que se les llama putas, son una válvula de escape de ese motor. Tú, sin que lo sepas, me quieres meter el pito a mí, quieres hacerme tuya. Yo me quedé perplejo, me detuve y con una mirada implorante le dije, Mamá te juro que yo no te quiero meter nada y menos eso. Te lo juro. Y mi madre como si yo no le hubiera dicho nada siguió su discurso pedagógico, Se llama complejo de Edipo y se llama así por una historia griega de hace muchos años en la que un chico acaba metiéndole el pito a su madre sin saber que era su madre. Ahí yo metí baza y le contesté bien rápido, Ah, pero si no lo sabía entonces no vale. Mi madre me acarició el cabello y sin responderme continuó hablándome, No es nada malo querer copular con la madre, es una aspiración natural, sólo que nosotras tenemos que impedíroslo y haceros ver que no por meternos el pito os vais a poner a la altura de vuestro padre. Ahí yo me quedé perplejo y siguiendo un elemental razonamiento infantil le contesté, Pero mamá si yo no tengo padre… Y ella, siempre mirando al frente me contestó, Razón de más. De hecho, cuando os hacéis mayores y os dais cuenta de que a la madre no vais a poder meterle el pito, os pasáis media vida buscando a una mujer que se nos parezca.
Octavo día
Puedo bailar y quedarme quieto y recordar una tarde invierno cuanto todo era más fácil; puedo ensoñar la melodía que me llevara a la multitud sabiéndome yo en la isla y aunque a lo lejos se vislumbren las luces de la ciudad, la calma me ancla aquí; ha ocurrido que cuando mi ronda nocturna se me han saltado las lágrimas ante la situación que estoy viviendo y no por un afán de exclusividad sino por tener la belleza al alcance de la mano y disfrutar la posibilidad de detenerme ante, por ejemplo, un cuadro de Renoir y sí es porque es un cuadro de Renoir pero también no es porque sea un cuadro de Renoir sino porque es un cuadro que a mí me produce un sentimiento de exaltación de la vida y es ahí, parado ante ese cuadro, pintado por un hombre viejo, con artritis en las manos, cuando descubro que amo el arte porque me produce siempre un sentimiento de exaltación de la vida, que el arte me lleva siempre a un disfrute de la vida que no me lo suele otorgar la vida propia, la propia vida.
Puedo detenerme, hojear una revista o entretenerme en la contemplación del reflejo de la naturaleza en las aguas; puedo contemplar el sol entre los árboles y el extraño rostro de una nube tercio payaso, tercio osito, tercio calavera y sentir en el espinazo el terror que siempre me causaron los payasos y las calaveras y recordar que cuando mi madre me llevaba al circo –a ella le encantaban las pollas diplomáticas y los números circenses- siempre que aparecían los payasos yo me echaba a llorar de una forma incontenible hasta el punto que mi madre optó por salir a fumarse un cigarrillo cuando se anunciaba su actuación.
Puedo detenerme, hojear una revista o entretenerme en la contemplación del reflejo de la naturaleza en las aguas; puedo contemplar el sol entre los árboles y el extraño rostro de una nube tercio payaso, tercio osito, tercio calavera y sentir en el espinazo el terror que siempre me causaron los payasos y las calaveras y recordar que cuando mi madre me llevaba al circo –a ella le encantaban las pollas diplomáticas y los números circenses- siempre que aparecían los payasos yo me echaba a llorar de una forma incontenible hasta el punto que mi madre optó por salir a fumarse un cigarrillo cuando se anunciaba su actuación.
Ventanas
Seriales
Archivo 2009
Escritos de Isaac Alexander
Fantasmagorías
¿De Isaac Alexander?
Meditación sobre las formas de interpretar
Libro de las soledades
Colección
Cuentecillos
Apuntes
Archivo 2008
La Solución
Aforismos
Haiku
Recuerdos
Reflexiones que Olmo Z. le escribe a su mujer en plena crisis
Reflexiones para antes de morir
Sobre las creencias
Olmo Dos Mil Veintidós
El mes de noviembre
Listas
Jardines en el bolsillo
Olmo Z. ¿2024?
Agosto 2013
Saturnales
Citas del mes de mayo
Reflexiones
Marea
Mosquita muerta
Sincerada
Sinonimias
Sobre la verdad
El Brillante
El viaje
No fabularé
El espejo
Desenlace
Perdido en la mudanza (lost in translation?)
La mujer de las areolas doradas
La Clerc
Velocidad de escape
Derivas
Carta a una desconocida
Asturias
Sobre la música
Biopolítica
Las manos
Tasador de bibliotecas
Ensayo sobre La Conspiración
Ciclos
Tríptico de los fantasmas
Archives
Últimas Entradas
Enlaces
© 2008, 2009, 2010, 2011, 2012, 2013, 2014, 2015, 2016, 2017, 2018, 2019, 2020, 2021, 2022, 2023 y 2024 de Fernando García-Loygorri, salvo las citas, que son propiedad de sus autores
Narrativa
Tags : Colección Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 12/08/2014 a las 23:29 | {0}