Una película de Christopher Nolan. Escrita por Jonathan y Christopher Nolan
1.- En el final de los tiempos (de cualquier tiempo y sabiendo -o intuyendo- que el tiempo no es una distancia como normalmente nos podemos permitir entenderlo en esa lógica del pensamiento más humano que parte de la causalidad y la espacialidad como sendero seguro para llegar a conclusiones) sino un sentimiento, se puede producir la belleza y la intemporalidad.
2.- La asunción aunque sea durante un nanosegundo de lo insondable universo crea en quien lo asume la paz.
3.- Este instante. Tan sólo éste.
4.- Crear una historia en la que el tiempo fluctúa en su no espacialidad genera inevitablemente confusión y vértigo. Confusión porque intuimos que una hora no es una hora. Vértigo porque esa inmesurabilidad del tiempo va en contra de la humana necesidad de tenerlo todo medido y bien medido.
5.- La antigua cultura griega (dórica) no sabía de tiempo. No le interesaba la perdurabilidad. Por ese motivo construía sus templos en madera.
6.- El ensayo de dominio del tiempo es la clave de bóveda de la cultura occidental. Su fracaso es su condena.
7.- La mecánica cuántica (es decir: la fenomenología de lo ínfimo) es bella en sí misma (por supuesto hasta donde alcanzo a entender y su principio fundacional, el Principio de Incertidumbre de Heissenberg, según el cual es imposible medir simultáneamente, y con precisión absoluta, el valor de la posición y la cantidad de movimiento de una partícula) porque anula la precisión y afirma que una de las constantes -valga la paradoja- de la existencia humana es la falibilidad.
8.- Se puede amar en el tiempo de donde se sigue que no necesariamente la distancia es el olvido.
9.- ∞
2.- La asunción aunque sea durante un nanosegundo de lo insondable universo crea en quien lo asume la paz.
3.- Este instante. Tan sólo éste.
4.- Crear una historia en la que el tiempo fluctúa en su no espacialidad genera inevitablemente confusión y vértigo. Confusión porque intuimos que una hora no es una hora. Vértigo porque esa inmesurabilidad del tiempo va en contra de la humana necesidad de tenerlo todo medido y bien medido.
5.- La antigua cultura griega (dórica) no sabía de tiempo. No le interesaba la perdurabilidad. Por ese motivo construía sus templos en madera.
6.- El ensayo de dominio del tiempo es la clave de bóveda de la cultura occidental. Su fracaso es su condena.
7.- La mecánica cuántica (es decir: la fenomenología de lo ínfimo) es bella en sí misma (por supuesto hasta donde alcanzo a entender y su principio fundacional, el Principio de Incertidumbre de Heissenberg, según el cual es imposible medir simultáneamente, y con precisión absoluta, el valor de la posición y la cantidad de movimiento de una partícula) porque anula la precisión y afirma que una de las constantes -valga la paradoja- de la existencia humana es la falibilidad.
8.- Se puede amar en el tiempo de donde se sigue que no necesariamente la distancia es el olvido.
9.- ∞
14h 36m
He vuelto de dar mis charlas en el museo. Han sido en esta ocasión dos grupos seguidos, gentes mayores con curiosidad.
11h 51m (día siguiente)
¿Puedo decir que me he cansado? ¿Puedo hablar de una función teatral? ¿Puedo recordar las palabras de Peter Brook el cual aseguraba que un hombre frente a otro sentado en una silla es ya teatro? En estas lucubraciones me encuentro cuando recuerdo que hace dos días le comentó Raúl -un amigo de quien dice escribirme- que hace ya años el que me escribe utilizaba esta manera de contar lo que pasaba, a modo de diario, en este mismo blog (no me gusta la palabra blog, a mí, a Olmo Z.). Tan sólo querría aclarar una cuestión aunque le reste cierta emoción al relato que siga e incluso reste lectores al escritor que lo escribe, Fernando Loygorri, y esta cuestión se resume en la siguiente afirmación: Fernando Loygorri NO ME ESCRIBE, yo no soy una invención suya; por una cuestión de pudor yo no quería que se supiera que no tengo medios para costearme un ordenador, ni una conexión a internet de esas de banda ancha, así es que desde el verano le pedí que me dejara un espacio en su blog, en su casa y en su tiempo para poder expresar esto que sentí la necesidad de hacer. Tan sólo se dedica, por amistad, a corregir mi deficiente español lo que le agradezco en todo lo que vale.
18h 22m
A las cuatro y veinte minutos de la tarde han llamado a la puerta. He contestado con la esperanza de que fuera mi mujer que por mor de unas circunstancias meteorológicas adversas había tenido que volver de Canadá; esperaba oír de nuevo el anuncio de un falso repartidor de pizzas. Pero no ha sido así. En esta ocasión era la cartera -una mujer que se ha convertido desde hace un tiempo en un heraldo del miedo- y cuando me ha dicho que tenía un paquete para mí, he pensado, ¿Qué nueva desgracia trae a mi casa, a mi vida? La he abierto. Volga ha ladrado. Me ha entregado el paquete. La ha despedido amablemente, sé que no se debe matar al mensajero. He visto el matasellos de Albania y de inmediato he pensado en un envío hecho por mi madre desde las cenizas. Lo he sopesado. He dejado el paquete encima de la mesa. Lo he mirado un rato mientras me liaba un cigarrillo.
He vuelto de dar mis charlas en el museo. Han sido en esta ocasión dos grupos seguidos, gentes mayores con curiosidad.
11h 51m (día siguiente)
¿Puedo decir que me he cansado? ¿Puedo hablar de una función teatral? ¿Puedo recordar las palabras de Peter Brook el cual aseguraba que un hombre frente a otro sentado en una silla es ya teatro? En estas lucubraciones me encuentro cuando recuerdo que hace dos días le comentó Raúl -un amigo de quien dice escribirme- que hace ya años el que me escribe utilizaba esta manera de contar lo que pasaba, a modo de diario, en este mismo blog (no me gusta la palabra blog, a mí, a Olmo Z.). Tan sólo querría aclarar una cuestión aunque le reste cierta emoción al relato que siga e incluso reste lectores al escritor que lo escribe, Fernando Loygorri, y esta cuestión se resume en la siguiente afirmación: Fernando Loygorri NO ME ESCRIBE, yo no soy una invención suya; por una cuestión de pudor yo no quería que se supiera que no tengo medios para costearme un ordenador, ni una conexión a internet de esas de banda ancha, así es que desde el verano le pedí que me dejara un espacio en su blog, en su casa y en su tiempo para poder expresar esto que sentí la necesidad de hacer. Tan sólo se dedica, por amistad, a corregir mi deficiente español lo que le agradezco en todo lo que vale.
18h 22m
A las cuatro y veinte minutos de la tarde han llamado a la puerta. He contestado con la esperanza de que fuera mi mujer que por mor de unas circunstancias meteorológicas adversas había tenido que volver de Canadá; esperaba oír de nuevo el anuncio de un falso repartidor de pizzas. Pero no ha sido así. En esta ocasión era la cartera -una mujer que se ha convertido desde hace un tiempo en un heraldo del miedo- y cuando me ha dicho que tenía un paquete para mí, he pensado, ¿Qué nueva desgracia trae a mi casa, a mi vida? La he abierto. Volga ha ladrado. Me ha entregado el paquete. La ha despedido amablemente, sé que no se debe matar al mensajero. He visto el matasellos de Albania y de inmediato he pensado en un envío hecho por mi madre desde las cenizas. Lo he sopesado. He dejado el paquete encima de la mesa. Lo he mirado un rato mientras me liaba un cigarrillo.
Narrativa
Tags : Colección El mes de noviembre Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 13/11/2014 a las 18:07 | {0}
10h 20m
Ayer anduve en la tarde que era noche. Me dirigí hacia una funcionaria médico en un centro de salud (cuando en realidad se deberían llamar centros de enfermedad; nadie va a estos sitios cuando está sano. Tampoco enseñan salud) para que iniciara el proceso mediante el cual espero convertirme en un absoluto incapaz.
Quiero serlo. Deseo serlo. Necesito serlo con certificado oficial.
Hoy me he despertado rendido. No por la funcionaria médico sino por el paso de eso que no se sabe qué es y que tan sólo logra ser explicado estableciendo una analogía con eso otro tan reglado llamado espacio. Escribo sobre el paso del tiempo. Me rindo a él -fantasma de dimensión- y siento cómo al rendirme me diluyo en él y sólo soy capaz de explicarme no en mí mismo sino mediante analogías. Por ejemplo: soy en tanto en cuanto participo de una conformación membranosa. Lo que tiene membrana es.
10h 36m
...como si quisieran desnudarme, ver mis deformidades, ajustar el grado exacto de imperfección con un instrumental especialmente ideado para ello; si introdujeran esos aparatos para medir la muerte parcial de mi médula espinal; si midieran con codicia el anquilosamiento de mis costillas (tan sólo de mis costillas); como si estuviera escuchando en el gesto de la funcionaria médico, la voz de Wislawa cuando en la niñez se ponía nerviosa por mis espasmos musculares que me hacían babear y poner los ojos en blanco mientras -según su acertada descripción- no dejaba de decir tonterías y luego caía en un estado de letargo que llegaba a durar varias horas.
10h 52m
...estoy dispuesto a irme. A no ser nada. Estoy dispuesto yo, Olmo Z, que caminé por largas y rectas carreteras; que tejí pulseras al borde un acantilado; que corregí un diccionario de esoterismo que me descubrió un mundo fascinante y lleno de eruditos; que conseguí idear una nueva forma de horadar las paredes de la montaña arcillosa; que amé sin saber amar; que gocé sin saber gozar; que atravesé el fantasma del tiempo en carne y hueso; que urdí una forma de comunicación no verbal; que lloré ante el desastre de Ruanda; que nadé tanto que hubo un día en que me creí, por fin, cachalote; que supe hacer reír al amigo; que osé consolar; que al dormir fui consciente de mi inconsciente; que luego negué el inconsciente en un simposio de psiquiatras freudianos y fui, inconscientemente, apedreado; que llegué hasta esta orilla; que la orilla se llama 54; que siguo viendo en la lluvia una suerte de levedad hacia abajo; que me acaricio como si fuera otro; que mantengo las formas ante una funcionaria médico que lleva el pelo recogido como si fuera una monja y tiene la delgadez de sus labios un letargo de empatía, un decaimiento de sonrisa, una lasitud muscular pasmosas y florecen en mí, cuando estoy frente a ella, el alma de la mansedumbre y el sonido del mugido del toro cuando ha sido atravesado por la espada del matador y toda su vida se desliza en sangre, por su costado como la sangre de Cristo hizo que su vida huyera aún clavado en la cruz; que apagué la vida de un amigo y le dejé solo; que no supe morderme la lengua; que arrastro una deuda que jamás podré pagar; que me ausento; que me levanto; que me caigo; que me muero; que desisto; que avanzo y me detengo; que he volado; que he escuchado con una emoción verdadera algunos conciertos para piano; que he mirado como sólo los hombres pueden hacerlo las olas amarillas del mar mediterráneo; que me he desdicho; que he vuelto a afirmar; que he maldecido a una cría de rana; que he dejado que la charca se evaporara; que estoy ahora en el nuevo límite; que no voy a pedir perdón una vez más. Estoy dispuesto a ser incapaz (lo que sé que entraña una contradicción en los términos) y aceptar sin propósito de enmienda que lo fui siempre; siempre en Tirana, la ciudad en la que me vi nacer; siempre en la carretera; siempre en la casas; en los amores siempre; siempre en mi oficio; siempre en las lagunas y en las cimas siempre.
Ayer anduve en la tarde que era noche. Me dirigí hacia una funcionaria médico en un centro de salud (cuando en realidad se deberían llamar centros de enfermedad; nadie va a estos sitios cuando está sano. Tampoco enseñan salud) para que iniciara el proceso mediante el cual espero convertirme en un absoluto incapaz.
Quiero serlo. Deseo serlo. Necesito serlo con certificado oficial.
Hoy me he despertado rendido. No por la funcionaria médico sino por el paso de eso que no se sabe qué es y que tan sólo logra ser explicado estableciendo una analogía con eso otro tan reglado llamado espacio. Escribo sobre el paso del tiempo. Me rindo a él -fantasma de dimensión- y siento cómo al rendirme me diluyo en él y sólo soy capaz de explicarme no en mí mismo sino mediante analogías. Por ejemplo: soy en tanto en cuanto participo de una conformación membranosa. Lo que tiene membrana es.
10h 36m
...como si quisieran desnudarme, ver mis deformidades, ajustar el grado exacto de imperfección con un instrumental especialmente ideado para ello; si introdujeran esos aparatos para medir la muerte parcial de mi médula espinal; si midieran con codicia el anquilosamiento de mis costillas (tan sólo de mis costillas); como si estuviera escuchando en el gesto de la funcionaria médico, la voz de Wislawa cuando en la niñez se ponía nerviosa por mis espasmos musculares que me hacían babear y poner los ojos en blanco mientras -según su acertada descripción- no dejaba de decir tonterías y luego caía en un estado de letargo que llegaba a durar varias horas.
10h 52m
...estoy dispuesto a irme. A no ser nada. Estoy dispuesto yo, Olmo Z, que caminé por largas y rectas carreteras; que tejí pulseras al borde un acantilado; que corregí un diccionario de esoterismo que me descubrió un mundo fascinante y lleno de eruditos; que conseguí idear una nueva forma de horadar las paredes de la montaña arcillosa; que amé sin saber amar; que gocé sin saber gozar; que atravesé el fantasma del tiempo en carne y hueso; que urdí una forma de comunicación no verbal; que lloré ante el desastre de Ruanda; que nadé tanto que hubo un día en que me creí, por fin, cachalote; que supe hacer reír al amigo; que osé consolar; que al dormir fui consciente de mi inconsciente; que luego negué el inconsciente en un simposio de psiquiatras freudianos y fui, inconscientemente, apedreado; que llegué hasta esta orilla; que la orilla se llama 54; que siguo viendo en la lluvia una suerte de levedad hacia abajo; que me acaricio como si fuera otro; que mantengo las formas ante una funcionaria médico que lleva el pelo recogido como si fuera una monja y tiene la delgadez de sus labios un letargo de empatía, un decaimiento de sonrisa, una lasitud muscular pasmosas y florecen en mí, cuando estoy frente a ella, el alma de la mansedumbre y el sonido del mugido del toro cuando ha sido atravesado por la espada del matador y toda su vida se desliza en sangre, por su costado como la sangre de Cristo hizo que su vida huyera aún clavado en la cruz; que apagué la vida de un amigo y le dejé solo; que no supe morderme la lengua; que arrastro una deuda que jamás podré pagar; que me ausento; que me levanto; que me caigo; que me muero; que desisto; que avanzo y me detengo; que he volado; que he escuchado con una emoción verdadera algunos conciertos para piano; que he mirado como sólo los hombres pueden hacerlo las olas amarillas del mar mediterráneo; que me he desdicho; que he vuelto a afirmar; que he maldecido a una cría de rana; que he dejado que la charca se evaporara; que estoy ahora en el nuevo límite; que no voy a pedir perdón una vez más. Estoy dispuesto a ser incapaz (lo que sé que entraña una contradicción en los términos) y aceptar sin propósito de enmienda que lo fui siempre; siempre en Tirana, la ciudad en la que me vi nacer; siempre en la carretera; siempre en la casas; en los amores siempre; siempre en mi oficio; siempre en las lagunas y en las cimas siempre.
Narrativa
Tags : Colección El mes de noviembre Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 12/11/2014 a las 10:19 | {0}
8h 30m
De repente yo, Olmo Z., recuerdo: mi mujer ha vuelto de Australia, por sorpresa. Estoy en mi casa. Acabo de barrerla, no es una acción puntual, suelo barrer porque Volga es un perro de pelo largo y en cuanto estoy un par de días sin hacerlo el suelo de la casa se oscurece, se mece cuando abro las ventanas y en los rincones se acumula su pelo negro. Como digo acabo de barrerla y suena el timbre del portal. Una voz dice, Telepizza. Yo contesto que no he pedido nada y la voz me contesta que no le responden en el piso al que llama, si podría hacerle el favor de abrir. Abro.
Cuando llaman a mi puerta, se me frunce el ceño y me cruza la frente este pensamiento, Deja de ser un viejo gruñón. El repartidor se habrá equivocado. Sé amable. Abro entonces y frente a mí me encuentro a mi mujer. Mi primer pensamiento es, Menos mal que barrí. Ella se queda en el umbral y cuando me fijo en sus ojos verdes me doy cuenta de que ya casi no los recordaba, lo que se había fijado era más la idea de sus ojos que sus ojos en sí. Luego nos abrazamos el largo abrazo de los tiempos largos en que dos seres que se quieren no se ven. Le hago pasar. Le ofrezco algo de beber. Hace frío.
Mi mujer está muy morena y muy rubia, tiene su gesto el cansancio del viaje y ese cansancio la vuelve bella con un algo de melancolía. Nos preguntamos mientras bebemos un té verde con hierbabuena cuánto hace que estamos separados. Ella calcula rápidamente y dice, Siete meses y doce días. Luego sonríe y baja la mirada y ese gesto atestigua que es ella, es su gesto y también que coja la taza con las dos manos y aspire, como lo haría una niña, los aromas mezclados de las hierbas.
Volga no cesa de hacerle gracias. Mi mujer responde a ellas hasta que sacando su carácter más sureño, lo calma, lo aparta y le avisa de que ya vale. Luego paseamos. Luego nos sentamos a la orilla de un lago e intentamos bebernos un vino con calma pero el frío es intenso. Volvemos entonces. Hacemos la comida y todo parece como cuando vivíamos juntos y las rutinas se hacían tiempo. Comemos. Bebemos un poco más de vino. Ella me cuenta sus estudios en Australia: la incidencia de la medicina occidental entre los aborígenes. Con el estómago lleno y la embriaguez del vino hacemos el follar y nos quedamos dormidos. Como siempre, como si fuera siempre nuestra vida, ella se despierta y se levanta antes, hace un café, vemos una película. Cuando está terminando le pregunto si se quedará a dormir, si se quedará muchos días. Mi mujer sonríe y me dice que no, que se va esta misma tarde, ha cogido una habitación cerca del aeropuerto porque al día siguiente parte hacia Canadá y prefería no tener prisas ni agobiarse con un atasco, Cosas así, dice. Comenta mientras se pone el abrigo de pelo de camello que quizá esté de vuelta para febrero. La acompaño hasta la puerta. Como siempre no se vuelve para decir adiós. Volga y yo nos miramos y dejamos que el resto del día transcurra sin pensar, sin recordar, sin decidir que lo que acaba de pasar ha sido verdad o tan sólo imaginación del que escribe.
De repente yo, Olmo Z., recuerdo: mi mujer ha vuelto de Australia, por sorpresa. Estoy en mi casa. Acabo de barrerla, no es una acción puntual, suelo barrer porque Volga es un perro de pelo largo y en cuanto estoy un par de días sin hacerlo el suelo de la casa se oscurece, se mece cuando abro las ventanas y en los rincones se acumula su pelo negro. Como digo acabo de barrerla y suena el timbre del portal. Una voz dice, Telepizza. Yo contesto que no he pedido nada y la voz me contesta que no le responden en el piso al que llama, si podría hacerle el favor de abrir. Abro.
Cuando llaman a mi puerta, se me frunce el ceño y me cruza la frente este pensamiento, Deja de ser un viejo gruñón. El repartidor se habrá equivocado. Sé amable. Abro entonces y frente a mí me encuentro a mi mujer. Mi primer pensamiento es, Menos mal que barrí. Ella se queda en el umbral y cuando me fijo en sus ojos verdes me doy cuenta de que ya casi no los recordaba, lo que se había fijado era más la idea de sus ojos que sus ojos en sí. Luego nos abrazamos el largo abrazo de los tiempos largos en que dos seres que se quieren no se ven. Le hago pasar. Le ofrezco algo de beber. Hace frío.
Mi mujer está muy morena y muy rubia, tiene su gesto el cansancio del viaje y ese cansancio la vuelve bella con un algo de melancolía. Nos preguntamos mientras bebemos un té verde con hierbabuena cuánto hace que estamos separados. Ella calcula rápidamente y dice, Siete meses y doce días. Luego sonríe y baja la mirada y ese gesto atestigua que es ella, es su gesto y también que coja la taza con las dos manos y aspire, como lo haría una niña, los aromas mezclados de las hierbas.
Volga no cesa de hacerle gracias. Mi mujer responde a ellas hasta que sacando su carácter más sureño, lo calma, lo aparta y le avisa de que ya vale. Luego paseamos. Luego nos sentamos a la orilla de un lago e intentamos bebernos un vino con calma pero el frío es intenso. Volvemos entonces. Hacemos la comida y todo parece como cuando vivíamos juntos y las rutinas se hacían tiempo. Comemos. Bebemos un poco más de vino. Ella me cuenta sus estudios en Australia: la incidencia de la medicina occidental entre los aborígenes. Con el estómago lleno y la embriaguez del vino hacemos el follar y nos quedamos dormidos. Como siempre, como si fuera siempre nuestra vida, ella se despierta y se levanta antes, hace un café, vemos una película. Cuando está terminando le pregunto si se quedará a dormir, si se quedará muchos días. Mi mujer sonríe y me dice que no, que se va esta misma tarde, ha cogido una habitación cerca del aeropuerto porque al día siguiente parte hacia Canadá y prefería no tener prisas ni agobiarse con un atasco, Cosas así, dice. Comenta mientras se pone el abrigo de pelo de camello que quizá esté de vuelta para febrero. La acompaño hasta la puerta. Como siempre no se vuelve para decir adiós. Volga y yo nos miramos y dejamos que el resto del día transcurra sin pensar, sin recordar, sin decidir que lo que acaba de pasar ha sido verdad o tan sólo imaginación del que escribe.
Narrativa
Tags : Colección El mes de noviembre Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 10/11/2014 a las 11:01 | {2}
6h 45m
Salgo de una habitación donde un antiguo compañero de la escuela en Tirana, teclea en una inmensa máquina de escribir del todo negra. Su último gesto es colocar la lámpara en su lado izquierdo y decirme, La luz desde la izquierda.
Apago el despertador. Fuera es casi la noche y ya una claridad que anuncia, deja ver que las nubes lo pueblan todo. Volga remolonea en el sofá. Al abrir la cafetera siento la primera sensación de cagarme vivo. Corro al cuarto de baño y suelto una cagada densa y de un hedor extraño (quisiera establecer la comparación con un bosque podrido pero va más allá por unas notas a descomposición de alma y azufre). Mientras cago de esta forma recuerdo un pasaje de la novela El Rodaballo en el que Günter Grass narra la época del neolítico cuando las sociedades eran matriarcales, en la cual las tribus se reunían para cagar y no para comer y pienso en el regocijo de estos seres antiguos ante los olores de sus respectivas mierdas y su examen posterior.
Aún así me tomo mi café y me fumo un cigarrillo.
Antes de sacar a pasear a Volga tengo un segundo retortijón que trae consigo una mierda menos densa, leve diría yo, hasta el punto de que cuando aprieto el botón de la cisterna y el agua intenta arrastrar los restos, muchos de ellos quedan flotando de tan ligeros.
7h 30m
No he podido aguantar. Lo he sabido cuando Volga y yo caminábamos por la calle ancha. He acelerado el paso. He apretado el culo. Al hacerlo sentía como si una aguja de punto me horadara el esfinter y se clavara al final del recto. Al final de la cuesta me he dicho, Hasta aquí llego y la mierda ha impregnado los calzoncillos y ha empezado a caer por mis muslos. ¡Qué paz he sentido! ¡Qué placer el calorcillo de la caca en mi piel!
Me he duchado. Me he cambiado. He puesto una lavadora. He pensado, Ahora tengo que coger el coche e ir a la cita. He sonreído porque he sabido que me estaba cagando por la importancia de la cita, una cita que puede aclarar o enturbiar mi vida (o así lo pienso). Una cita en la oficinas de la seguridad social para saber si debido a mis dolencias tengo derecho a un pensión por incapacidad permanente. Ser permanentemente incapaz. Me vuelvo a cagar. La mierda sigue siendo leve como remolino de viento.
8h 30m
El recorrido en coche hasta el pueblo donde se encuentra la oficina de la seguridad social es siempre hermoso y más en otoño. El estar sentado y el calor de la calefacción han atemperado mis ganas de cagar. Aparco. Salgo. Llueve y de nuevo me cago. Entro en un bar que más parece un salón de billar y mientras a la carrera le pido un café con leche templada al camarero, le pregunto también dónde se encuentran los servicios; ruego para que haya papel. Descargo de nuevo. Huele rematadamente mal. Me alegra que el bar sea grande porque si no estoy convencido que este olor se expandiría y echaría del local a la clientela (aunque esté compuesta cuando he llegado de un solo cliente). Aliviado de nuevo le pregunto al camarero si se encuentra muy lejos la calle a la que he de ir. Me responde que no, que tan sólo tengo que subir una cuesta y la tercera bocacalle a la izquierda. Pienso, ¡Hostias, otra cuesta!
10h 16m
Ya se cortó el derroche.
16h 43m
He vuelto de un trabajo que me da vida. Consiste en hacer la visita guiada de un museo. La visita dura una hora y media. En ningún momento he sentido que la necesidad me acuciara. Estoy cansado. Débil casi. Volga me mira con la petición de que le dé el paseo largo. Lo hago y de pura debilidad me caigo. Me sangra la rodilla izquierda. Mis huesos frágiles.
20h 45m
Se me cierran los ojos.
21h 56m
Hablo con mi mujer. Ahora viaja por Australia. Le agradezco su existencia. Tras ella salta un canguro. Se oyen risas a su alrededor. Me cuenta que está un poco borracha.
23h 56m
Justo antes de quedarme dormido he pensado, La luz desde la izquierda y la calma tras la mierda.
Salgo de una habitación donde un antiguo compañero de la escuela en Tirana, teclea en una inmensa máquina de escribir del todo negra. Su último gesto es colocar la lámpara en su lado izquierdo y decirme, La luz desde la izquierda.
Apago el despertador. Fuera es casi la noche y ya una claridad que anuncia, deja ver que las nubes lo pueblan todo. Volga remolonea en el sofá. Al abrir la cafetera siento la primera sensación de cagarme vivo. Corro al cuarto de baño y suelto una cagada densa y de un hedor extraño (quisiera establecer la comparación con un bosque podrido pero va más allá por unas notas a descomposición de alma y azufre). Mientras cago de esta forma recuerdo un pasaje de la novela El Rodaballo en el que Günter Grass narra la época del neolítico cuando las sociedades eran matriarcales, en la cual las tribus se reunían para cagar y no para comer y pienso en el regocijo de estos seres antiguos ante los olores de sus respectivas mierdas y su examen posterior.
Aún así me tomo mi café y me fumo un cigarrillo.
Antes de sacar a pasear a Volga tengo un segundo retortijón que trae consigo una mierda menos densa, leve diría yo, hasta el punto de que cuando aprieto el botón de la cisterna y el agua intenta arrastrar los restos, muchos de ellos quedan flotando de tan ligeros.
7h 30m
No he podido aguantar. Lo he sabido cuando Volga y yo caminábamos por la calle ancha. He acelerado el paso. He apretado el culo. Al hacerlo sentía como si una aguja de punto me horadara el esfinter y se clavara al final del recto. Al final de la cuesta me he dicho, Hasta aquí llego y la mierda ha impregnado los calzoncillos y ha empezado a caer por mis muslos. ¡Qué paz he sentido! ¡Qué placer el calorcillo de la caca en mi piel!
Me he duchado. Me he cambiado. He puesto una lavadora. He pensado, Ahora tengo que coger el coche e ir a la cita. He sonreído porque he sabido que me estaba cagando por la importancia de la cita, una cita que puede aclarar o enturbiar mi vida (o así lo pienso). Una cita en la oficinas de la seguridad social para saber si debido a mis dolencias tengo derecho a un pensión por incapacidad permanente. Ser permanentemente incapaz. Me vuelvo a cagar. La mierda sigue siendo leve como remolino de viento.
8h 30m
El recorrido en coche hasta el pueblo donde se encuentra la oficina de la seguridad social es siempre hermoso y más en otoño. El estar sentado y el calor de la calefacción han atemperado mis ganas de cagar. Aparco. Salgo. Llueve y de nuevo me cago. Entro en un bar que más parece un salón de billar y mientras a la carrera le pido un café con leche templada al camarero, le pregunto también dónde se encuentran los servicios; ruego para que haya papel. Descargo de nuevo. Huele rematadamente mal. Me alegra que el bar sea grande porque si no estoy convencido que este olor se expandiría y echaría del local a la clientela (aunque esté compuesta cuando he llegado de un solo cliente). Aliviado de nuevo le pregunto al camarero si se encuentra muy lejos la calle a la que he de ir. Me responde que no, que tan sólo tengo que subir una cuesta y la tercera bocacalle a la izquierda. Pienso, ¡Hostias, otra cuesta!
10h 16m
Ya se cortó el derroche.
16h 43m
He vuelto de un trabajo que me da vida. Consiste en hacer la visita guiada de un museo. La visita dura una hora y media. En ningún momento he sentido que la necesidad me acuciara. Estoy cansado. Débil casi. Volga me mira con la petición de que le dé el paseo largo. Lo hago y de pura debilidad me caigo. Me sangra la rodilla izquierda. Mis huesos frágiles.
20h 45m
Se me cierran los ojos.
21h 56m
Hablo con mi mujer. Ahora viaja por Australia. Le agradezco su existencia. Tras ella salta un canguro. Se oyen risas a su alrededor. Me cuenta que está un poco borracha.
23h 56m
Justo antes de quedarme dormido he pensado, La luz desde la izquierda y la calma tras la mierda.
Narrativa
Tags : Colección El mes de noviembre Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 08/11/2014 a las 11:14 | {3}
Ventanas
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Fantasmagorías
¿De Isaac Alexander?
Meditación sobre las formas de interpretar
Libro de las soledades
Colección
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Archivo 2008
La Solución
Aforismos
Haiku
Recuerdos
Reflexiones que Olmo Z. le escribe a su mujer en plena crisis
Reflexiones para antes de morir
Sobre las creencias
Olmo Dos Mil Veintidós
El mes de noviembre
Listas
Jardines en el bolsillo
Olmo Z. ¿2024?
Agosto 2013
Saturnales
Citas del mes de mayo
Reflexiones
Marea
Mosquita muerta
Sincerada
Sinonimias
Sobre la verdad
El Brillante
El viaje
No fabularé
El espejo
Desenlace
Perdido en la mudanza (lost in translation?)
La mujer de las areolas doradas
La Clerc
Velocidad de escape
Derivas
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Asturias
Sobre la música
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Tasador de bibliotecas
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Ciclos
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Ensayo
Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 16/11/2014 a las 12:47 | {0}