Datos extraídos de Historia de las creencias y las ideas religiosas. Tomo I. Mircea Eliade
Venus de Laussel
Hace 300.000 años algo nos dejaron los paleontrópidos para seguirles el rastro, son unos depósitos de osos como, quizá, ofrendas al Señor de los Animales.
En el Paleolítico Antiguo (Torralba, Chu ku-tien, Lehringer) no se puede afirmar que los sacrificios se hacían con fines sobrenaturales (o religiosos).
En el Paleolítico Medio (Draschenloch, Petershöle) tampoco.
Sólo en el Paleolítico tardío (Willendorf, Meierdorf, Stellmoore, Montespan) se puede hablar ya con mayor o menor certeza de este tipo de sacrificios.
En las pinturas rupestres algo que llama poderosamente la atención es que entre los años 30.000 y 9.000 antes de nuestra era el significado aparente de las pinturas no parece haber variado y permanecen idénticos desde Asturias hasta el Don.
Ciertas tribus cazadoras del Asia Septentrional fabrican unas pequeñas figuras antropomórficas de madera llamadas dzuli. En las tribus en que las dzuli son femeninas estas estatuillas representan a la abuela mítica de la que se supone descienden todos los miembros de la tribu.
El misterio de la existencia femenina en su forma específica ha desempeñado un papel importante en diversas religiones.
Era la época de los cazadores. El mundo de las cuevas y el frío. El recién descubierto fuego. Aún no había llegado el descubrimiento de la agricultura y cuando llegó -8.000 años antes de Cristo, al final de la cuarta glaciación- y se fueron asentando las tribus junto a los ríos y los lagos, la vida de los hombres cambió y la vegetación se hizo dueña de sus mentes, sus esfuerzos y sus ensoñaciones. Hubo una relación misteriosa (¿religiosa?) entre la tierra y la mujer: la tierra fecundada y luego arrancado de sus entrañas su fruto (los tubérculos). Y los hombres sintieron que esa acción era violenta y para propiciar que esa tierra/mujer se dejara de nuevo fecundar se hicieron ritos sangrientos. Más tarde, con el descubrimiento del arado, el trabajo agrícola se asimila al acto sexual.
La sacralidad de la vida sexual, y en primer lugar de la sexualidad femenina, se confunde con el enigma milagroso de la creación. Un simbolismo complejo asocia la mujer y la sexualidad a los ritmos lunares, a la Tierra (asimilada a la matriz) y a lo que se puede llamar el misterio de la vegetación. Un misterio que exige la muerte de la semilla para asegurarle un nuevo nacimiento aún más maravilloso por el hecho de que se multiplica casi exponencialmente.
Las culturas agrícolas elaboran una religión cósmica en la que la actividad religiosa se centra en torno al misterio central: la renovación periódica del mundo.
En el Paleolítico Antiguo (Torralba, Chu ku-tien, Lehringer) no se puede afirmar que los sacrificios se hacían con fines sobrenaturales (o religiosos).
En el Paleolítico Medio (Draschenloch, Petershöle) tampoco.
Sólo en el Paleolítico tardío (Willendorf, Meierdorf, Stellmoore, Montespan) se puede hablar ya con mayor o menor certeza de este tipo de sacrificios.
En las pinturas rupestres algo que llama poderosamente la atención es que entre los años 30.000 y 9.000 antes de nuestra era el significado aparente de las pinturas no parece haber variado y permanecen idénticos desde Asturias hasta el Don.
Ciertas tribus cazadoras del Asia Septentrional fabrican unas pequeñas figuras antropomórficas de madera llamadas dzuli. En las tribus en que las dzuli son femeninas estas estatuillas representan a la abuela mítica de la que se supone descienden todos los miembros de la tribu.
El misterio de la existencia femenina en su forma específica ha desempeñado un papel importante en diversas religiones.
Era la época de los cazadores. El mundo de las cuevas y el frío. El recién descubierto fuego. Aún no había llegado el descubrimiento de la agricultura y cuando llegó -8.000 años antes de Cristo, al final de la cuarta glaciación- y se fueron asentando las tribus junto a los ríos y los lagos, la vida de los hombres cambió y la vegetación se hizo dueña de sus mentes, sus esfuerzos y sus ensoñaciones. Hubo una relación misteriosa (¿religiosa?) entre la tierra y la mujer: la tierra fecundada y luego arrancado de sus entrañas su fruto (los tubérculos). Y los hombres sintieron que esa acción era violenta y para propiciar que esa tierra/mujer se dejara de nuevo fecundar se hicieron ritos sangrientos. Más tarde, con el descubrimiento del arado, el trabajo agrícola se asimila al acto sexual.
La sacralidad de la vida sexual, y en primer lugar de la sexualidad femenina, se confunde con el enigma milagroso de la creación. Un simbolismo complejo asocia la mujer y la sexualidad a los ritmos lunares, a la Tierra (asimilada a la matriz) y a lo que se puede llamar el misterio de la vegetación. Un misterio que exige la muerte de la semilla para asegurarle un nuevo nacimiento aún más maravilloso por el hecho de que se multiplica casi exponencialmente.
Las culturas agrícolas elaboran una religión cósmica en la que la actividad religiosa se centra en torno al misterio central: la renovación periódica del mundo.
¡Cómo no voy a recordar sus manos! O su figura menuda todas las tardes, excepto los miércoles que libraba, a la salida del colegio y su gesto de los viernes cuando me daban las notas y siempre había suspendido varias asignaturas. La calle de Lista y sus bocadillos con tomate untado ¿Será recuerdo del recuerdo el tamaño y color de los tomates? ¡Tan grandes, tan rojos! Íbamos de sus manos por la plaza de Salamanca cuando su suelo era de arena.
En las noches sus manos colocaban el embozo de las sábanas bajo nuestras barbillas. Su beso en la frente antes de despedirse hasta el día siguiente. Su manos en mis piernas colocando paños muy calientes. Su cuerpo acogedor una noche en que tuve una horrible pesadilla. Sus manos en las mañanas de verano, en Cullera, cuando dejaba sobre la mesa aquellas inmensas bandejas de tostadas con mantequilla para desayunar. Sus manos en los hospitales. Su compañía año tras año de la infancia en el gimnasio del doctor Quintana donde íbamos para recuperarnos tras cada operación. Su sufrimiento por nuestro sufrimiento. Sus manos en gesto jubiloso cuando nos ocurría algo hermoso. Sus ocurrencias geniales. Su ingenio manchego. Su bondad a prueba de matones. Su compasión (cum pasione=con la pasión) por los más débiles. Su dignidad.
¿Cómo olvidar a quien me dio la vida que me faltaba? ¿a quien me enseñó cómo se ama (y que para mi desgracia aún no he aprendido. Confía en mí, soy lento, pero aprendo)? ¡Y su risa blanca y sus uñas rojas y sus huevos fritos con jamón y patatas! Julia.
En las noches sus manos colocaban el embozo de las sábanas bajo nuestras barbillas. Su beso en la frente antes de despedirse hasta el día siguiente. Su manos en mis piernas colocando paños muy calientes. Su cuerpo acogedor una noche en que tuve una horrible pesadilla. Sus manos en las mañanas de verano, en Cullera, cuando dejaba sobre la mesa aquellas inmensas bandejas de tostadas con mantequilla para desayunar. Sus manos en los hospitales. Su compañía año tras año de la infancia en el gimnasio del doctor Quintana donde íbamos para recuperarnos tras cada operación. Su sufrimiento por nuestro sufrimiento. Sus manos en gesto jubiloso cuando nos ocurría algo hermoso. Sus ocurrencias geniales. Su ingenio manchego. Su bondad a prueba de matones. Su compasión (cum pasione=con la pasión) por los más débiles. Su dignidad.
¿Cómo olvidar a quien me dio la vida que me faltaba? ¿a quien me enseñó cómo se ama (y que para mi desgracia aún no he aprendido. Confía en mí, soy lento, pero aprendo)? ¡Y su risa blanca y sus uñas rojas y sus huevos fritos con jamón y patatas! Julia.
Traducción José María Valverde
Mientras ella reía, me di cuenta de que me iba enredando en su risa y haciéndome parte de ella, hasta que sus dientes fueron sólo estrellas casuales con talento para la instrucción por pelotones. Era absorbido en cortos jadeos, inhalados a cada recuperación momentánea, perdido al fin en las oscuras cavernas de su garganta, restregado por la ondulación de músculos no vistos. Un camarero de cierta edad, con manos temblorosas, extendió apresuradamente un mantel a cuadros rosas y blancos sobre la oxidada mesa verde de hierro, diciendo: "Si la señora y el caballero quisieran tomar el té en el jardín, si la señora y el caballero quisieran tomar el té en el jardín..." Decidí que si fuera posible pararle el temblor de sus pechos, cabría recoger algunos trozos de la tarde, y concentré mi atención con cuidadosa sutileza en ese objetivo.
Sabes que llega ese momento. Es más, en realidad, sabes que vuelve.
Perderte cuando vas a donde crees no querer ir ¿Estaba mal señalizado?
¿No quieres ir? Vas. Lo consigues.
No has visto ni un gesto, bueno, sí, recuerdas a una mujer mayor que te ha servido un café con leche.
Luego vuelves y el cielo está gris.
Algo hay sin tensión en ese cielo y en el sonido apagado de la ciudad.
Vuelves y el sabor de la comida te desagrada. Y entonces te das cuenta de que ha llegado, de que ha vuelto. Y sabes que vas a tener que convivir con ello, unos días. Porque dura unos días.
Te planteas si hay que luchar o no o, si como dice el principio, La vigilia todo lo disgrega y el sueño todo lo unifica.
Ahora, ya la noche, bulle en tu interior una carta. Sabes que terminarás escribiéndola. Hoy no será. Tiene que pasar, te dices, y al mismo tiempo te dices también que porque ha llegado ha surgido la idea de esa carta.
Luego giras en tu silla y piensas en una distracción.
Conoces algunos remedios. Podrías -piensas- poner uno de ellos en práctica. Quizá lo hagas, sí, quizá.
Ayer fuiste amable.
Hoy ha vuelto.
Perderte cuando vas a donde crees no querer ir ¿Estaba mal señalizado?
¿No quieres ir? Vas. Lo consigues.
No has visto ni un gesto, bueno, sí, recuerdas a una mujer mayor que te ha servido un café con leche.
Luego vuelves y el cielo está gris.
Algo hay sin tensión en ese cielo y en el sonido apagado de la ciudad.
Vuelves y el sabor de la comida te desagrada. Y entonces te das cuenta de que ha llegado, de que ha vuelto. Y sabes que vas a tener que convivir con ello, unos días. Porque dura unos días.
Te planteas si hay que luchar o no o, si como dice el principio, La vigilia todo lo disgrega y el sueño todo lo unifica.
Ahora, ya la noche, bulle en tu interior una carta. Sabes que terminarás escribiéndola. Hoy no será. Tiene que pasar, te dices, y al mismo tiempo te dices también que porque ha llegado ha surgido la idea de esa carta.
Luego giras en tu silla y piensas en una distracción.
Conoces algunos remedios. Podrías -piensas- poner uno de ellos en práctica. Quizá lo hagas, sí, quizá.
Ayer fuiste amable.
Hoy ha vuelto.
En el País Semanal del domingo 22 de noviembre, escribe Javier Marías un artículo titulado El folklore de los huesos insignes en el que defiende la decisión de la familia Lorca de impedir que los huesos del poeta sean reconocidos y reciban los honores que se merecen aduciendo razones espurias por parte de los poderes del Estado y de ese cuarto poder que es la prensa.
Me suelen gustar los artículos de Marías y sobre todo me gusta lo antipático que es (en realidad me gustan muchas personas antipáticas) y lo directo a la hora de criticar cualquier asunto. Este artículo es uno de los pocos en los que no estoy de acuerdo con él ni con la familia. E intentaré explicarme.
Fue Ramón María del Valle-Inclán, otro gran antipático y el mejor autor teatral del siglo XX español, el que dijo que -si en su mano estuviera- lo primero que haría sería abolir el derecho de herencia. La herencia -evoco de memoria- es el gran argumento del capitalismo y del patriarcado. La herencia es el cáncer de la sociedad, la que le impide progresar. Es evidente que muchos no estarán de acuerdo con esta idea (y menos, claro, los que vayan a heredar). En el caso de las personas ilustres la cosa se complica porque la herencia no es tan sólo una cuestión material sino en ocasiones también se hereda una cuestión simbólica. Este es el caso de Federico García Lorca el cual no sólo se ha convertido en el poeta español del siglo XX sino en un símbolo contra la barbarie fascista, contra la injusticia en el mundo, contra el asesinato ideológico. Por supuesto que no conozco la intimidad del pensamiento de Lorca pero no sería muy arriesgado pensar que como artista buscó el reconocimiento del público y la gloria. La Historia le colocó además en otro lugar prominente: Mártir del Fascismo.
Yo conocí la historia de Jean Moulin gracias a Caroline una buena amiga y traductora al francés de algunos textos de Federico García Lorca, además de ser una persona comprometida en causas políticas. Bien, Jean Moulin es el Héroe de la Resistencia Francesa, el cual fue torturado antes de morir por los nazis sin que consiguieran con sus torturas que hablara, siendo -como era- el jefe de la Resistencia, el que la había organizado, el que había conseguido coordinar a todos los partisanos para que, llegado el momento de la invasión de los Aliados, se encontraran con un Ejército en el interior, listo para intervenir. En el año 1964 Jean Moulin -que estaba enterrado como mandan los hombres en el cementerio de Père Lachaise- fue trasladado al Panteón de los Hombres Ilustres y André Malraux evocó su figura en un discurso emocionante cuyo pensamiento principal era: no dejemos que los niños y jóvenes de Francia olviden a hijos suyos, hijos como Jean Moulin.
Es evidente que si desconfiamos de los motivos de todos para colocar -no en los altares sino en Un Lugar de Símbolos (como ocurrió con el feísimo monumento a los muertos del 11 de Marzo. Nadie protestó, ni se indignó por el homenaje)- a Federico García Lorca en el lugar que la Historia -no él- le ha puesto, no hay lugar para este desacuerdo por mi parte pero si hubiera un sentimiento profundo, un reconocimiento de la necesidad de la memoria, un lugar donde Lorca y todos los lorcas y todos los descendientes de éstos pudieran acudir no para recordar al Lorca particular sino para recordar y saber lo que la barbarie genera, monstruos, y para rendir homenaje sincero, sí, sincero, a todos aquellos que sufrieron o murieron defendiendo la dignidad del hombre, entonces no sé qué tienen que decir las sobrinas, tías o primas de tal o cual Símbolo/Persona porque ya no les pertenece, porque ya no es de su rama genealógica sino que se ha convertido en Hoja Favorita del árbol humano.
Quizás es que a los españoles nos falta La Grandeur o los tiempos nos han llevado a desconfiar de todo y todos y ya nada puede ser puro, ya nada puede redimirnos de aquella guerra asquerosa y a cada intento de saber, de reconocer se pone como traba la maldita ley de la herencia.
Me suelen gustar los artículos de Marías y sobre todo me gusta lo antipático que es (en realidad me gustan muchas personas antipáticas) y lo directo a la hora de criticar cualquier asunto. Este artículo es uno de los pocos en los que no estoy de acuerdo con él ni con la familia. E intentaré explicarme.
Fue Ramón María del Valle-Inclán, otro gran antipático y el mejor autor teatral del siglo XX español, el que dijo que -si en su mano estuviera- lo primero que haría sería abolir el derecho de herencia. La herencia -evoco de memoria- es el gran argumento del capitalismo y del patriarcado. La herencia es el cáncer de la sociedad, la que le impide progresar. Es evidente que muchos no estarán de acuerdo con esta idea (y menos, claro, los que vayan a heredar). En el caso de las personas ilustres la cosa se complica porque la herencia no es tan sólo una cuestión material sino en ocasiones también se hereda una cuestión simbólica. Este es el caso de Federico García Lorca el cual no sólo se ha convertido en el poeta español del siglo XX sino en un símbolo contra la barbarie fascista, contra la injusticia en el mundo, contra el asesinato ideológico. Por supuesto que no conozco la intimidad del pensamiento de Lorca pero no sería muy arriesgado pensar que como artista buscó el reconocimiento del público y la gloria. La Historia le colocó además en otro lugar prominente: Mártir del Fascismo.
Yo conocí la historia de Jean Moulin gracias a Caroline una buena amiga y traductora al francés de algunos textos de Federico García Lorca, además de ser una persona comprometida en causas políticas. Bien, Jean Moulin es el Héroe de la Resistencia Francesa, el cual fue torturado antes de morir por los nazis sin que consiguieran con sus torturas que hablara, siendo -como era- el jefe de la Resistencia, el que la había organizado, el que había conseguido coordinar a todos los partisanos para que, llegado el momento de la invasión de los Aliados, se encontraran con un Ejército en el interior, listo para intervenir. En el año 1964 Jean Moulin -que estaba enterrado como mandan los hombres en el cementerio de Père Lachaise- fue trasladado al Panteón de los Hombres Ilustres y André Malraux evocó su figura en un discurso emocionante cuyo pensamiento principal era: no dejemos que los niños y jóvenes de Francia olviden a hijos suyos, hijos como Jean Moulin.
Es evidente que si desconfiamos de los motivos de todos para colocar -no en los altares sino en Un Lugar de Símbolos (como ocurrió con el feísimo monumento a los muertos del 11 de Marzo. Nadie protestó, ni se indignó por el homenaje)- a Federico García Lorca en el lugar que la Historia -no él- le ha puesto, no hay lugar para este desacuerdo por mi parte pero si hubiera un sentimiento profundo, un reconocimiento de la necesidad de la memoria, un lugar donde Lorca y todos los lorcas y todos los descendientes de éstos pudieran acudir no para recordar al Lorca particular sino para recordar y saber lo que la barbarie genera, monstruos, y para rendir homenaje sincero, sí, sincero, a todos aquellos que sufrieron o murieron defendiendo la dignidad del hombre, entonces no sé qué tienen que decir las sobrinas, tías o primas de tal o cual Símbolo/Persona porque ya no les pertenece, porque ya no es de su rama genealógica sino que se ha convertido en Hoja Favorita del árbol humano.
Quizás es que a los españoles nos falta La Grandeur o los tiempos nos han llevado a desconfiar de todo y todos y ya nada puede ser puro, ya nada puede redimirnos de aquella guerra asquerosa y a cada intento de saber, de reconocer se pone como traba la maldita ley de la herencia.
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Ensayo
Tags : Sobre las creencias Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 01/12/2009 a las 11:32 | {0}