De Poemas Póstumos I (1923-1937). César Vallejo
Me moriré en París con aguacero
un día del cual tengo ya el recuerdo.
Me moriré en París -y no me corro-
tal vez un jueves, como es hoy, de otoño.
Jueves será, porque hoy, jueves, que proso
estos versos, los húmeros me he puesto
a la mala y, jamás como hoy, me he vuelto,
con todo mi camino, a verme solo.
César Vallejo ha muerto, le pegaban
todos sin que él les haga nada;
le daban duro con un palo y duro
también con una soga; son testigos
los días jueves y los huesos húmeros,
la soledad, la lluvia, los caminos...
Este poema siempre me recuerda a Luis Otero, mi viejo amigo. Si el poeta me lo permite, a él se lo dedico.
un día del cual tengo ya el recuerdo.
Me moriré en París -y no me corro-
tal vez un jueves, como es hoy, de otoño.
Jueves será, porque hoy, jueves, que proso
estos versos, los húmeros me he puesto
a la mala y, jamás como hoy, me he vuelto,
con todo mi camino, a verme solo.
César Vallejo ha muerto, le pegaban
todos sin que él les haga nada;
le daban duro con un palo y duro
también con una soga; son testigos
los días jueves y los huesos húmeros,
la soledad, la lluvia, los caminos...
Este poema siempre me recuerda a Luis Otero, mi viejo amigo. Si el poeta me lo permite, a él se lo dedico.
Escrito por Violeta García-Loygorri Tinajas
En un rincón del parque del Retiro, cerca de La Rosaleda, había una gran cascada y al lado un espacio vacío. Se contaba que en las noches de luna creciente aparecía una bonita escultura de una mujer recostada tocando el laúd; cuando lo tocaba, la cascada dejaba de caer y permitía vislumbrar una gruta.
Una noche, Tania, una niña de once años, escapó de su casa cegada por la rabia hacia otra niña que decía que todas esas historias eran mentira ¡Le demostraría que estaba equivocada!
Entró en el parque, llegó hasta La Rosaleda y... ¡En efecto! escuchó el sonido bonito y pausado del laúd. Se acercó al lugar del que provenía la música y... allí estaba la escultura de la mujer y la gruta. En su interior se adivinaba un pequeño fulgor. Se armó de valor y ya se disponía a meterse dentro cuando tropezó con algo y cayó. Todo lo que pasó a continuación fue maravilloso y extraño a la vez. Una vez hubo caído, descubrió maravillada que se hallaba en un reino de Rocío y Luz; estaba totalmente sola, no tenía miedo, todo lo que veía era precioso y agradable, ni siquiera le dolía la herida que se había hecho en la rodilla ni se daba cuenta de que había perdido un zapato, tan sólo contemplaba entusiasmada el nuevo descubrimiento. Sin darse apenas cuenta recorrió todo el lugar y comenzó a cantar una extraña melodía que hacía que su voz sonase hueca y triste. Al principio sonaba bien pero luego empezó a sentirse cansada, muy cansada, y se desmayó.
Cuando se despertó estaba en una cama muy rara, con dos personas a su lado contemplándola. Le contaron lo ocurrido y que se había metido en el reino de la Reina Soraya, y que todo el mundo que se metía allí desaparecía. Por suerte ella había sabido resistir. Comió y bebió angustiada y muy asustada. Le contaron también que había dejado allí el zapato, y que así ya nadie corría peligro, porque la magia se había roto.
Ella sólo recordaba una voz femenina que decía, ¡Fuera, vete! Jamás volvió para descubrir aquel misterio, pero estaba contenta porque sabía que nadie corría peligro, al menos por el momento...
Una noche, Tania, una niña de once años, escapó de su casa cegada por la rabia hacia otra niña que decía que todas esas historias eran mentira ¡Le demostraría que estaba equivocada!
Entró en el parque, llegó hasta La Rosaleda y... ¡En efecto! escuchó el sonido bonito y pausado del laúd. Se acercó al lugar del que provenía la música y... allí estaba la escultura de la mujer y la gruta. En su interior se adivinaba un pequeño fulgor. Se armó de valor y ya se disponía a meterse dentro cuando tropezó con algo y cayó. Todo lo que pasó a continuación fue maravilloso y extraño a la vez. Una vez hubo caído, descubrió maravillada que se hallaba en un reino de Rocío y Luz; estaba totalmente sola, no tenía miedo, todo lo que veía era precioso y agradable, ni siquiera le dolía la herida que se había hecho en la rodilla ni se daba cuenta de que había perdido un zapato, tan sólo contemplaba entusiasmada el nuevo descubrimiento. Sin darse apenas cuenta recorrió todo el lugar y comenzó a cantar una extraña melodía que hacía que su voz sonase hueca y triste. Al principio sonaba bien pero luego empezó a sentirse cansada, muy cansada, y se desmayó.
Cuando se despertó estaba en una cama muy rara, con dos personas a su lado contemplándola. Le contaron lo ocurrido y que se había metido en el reino de la Reina Soraya, y que todo el mundo que se metía allí desaparecía. Por suerte ella había sabido resistir. Comió y bebió angustiada y muy asustada. Le contaron también que había dejado allí el zapato, y que así ya nadie corría peligro, porque la magia se había roto.
Ella sólo recordaba una voz femenina que decía, ¡Fuera, vete! Jamás volvió para descubrir aquel misterio, pero estaba contenta porque sabía que nadie corría peligro, al menos por el momento...
Texto extraído de la nota 2 del capítulo 5 del libro Ideas escrito por Peter Watson. La nota pertenece a un extracto de un texto de Mircea Eliade titulado, Patterns in comparative religion.
Los khonds, una tribu dravídica de Bengala, ofrecían sacrificios a las diosas de la tierra. La víctima, a la que se denominaba meriah, era comprada a los padres o podía ser hija de anteriores víctimas. Los meriahs vivían felices durante años y eran considerados seres consagrados; contraían matrimonio con otras "víctimas" y se les entregaba un terreno como dote. Unas dos semanas antes del sacrificio, se cortaba el pelo de la víctima en una ceremonia a la que asistía todo el pueblo. A ello seguía una orgía y el meriah era conducido a una parte del bosque cercano aún no profanada por el hacha. Se le ungía con mantequilla derretida y otros aceites y flores, y luego se le drogaba con opio. Se le mataba ya fuera golpeándolo, estrangulándolo o asándolo lentamente en una pira. Luego se le cortaba en pedazos. Los restos se llevaban de vuelta a las aldeas cercanas, donde se los enterraba para garantizar una buena cosecha.
Ensayo
Tags : Sobre las creencias Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 17/02/2010 a las 19:04 | {0}EL GILIPOLLAS - Veamos la singularidad. (El Gilipollas recorre el espacio vacío de derecha a izquierda y de izquierda a derecha. Se detiene en el centro del espacio vacío) ¿Y ahora qué? ¿Fumo? ¿Me hago una paja? ¿Me cago en tu puta madre? Sí, sí, en la tuya. No es seguro. No lo es. Tranquilo, pedazo de gilipollas ¿Me saco otro pedazo de moco? Podría irme al lado salvaje de la vida. Podría subir a la montaña de Mahoma o traerla. Traerla. Eso, sí, traerla. O me voy... he tenido miedo, lo acabo de tener, ahora se va ¡Cabrón! ¡Me cago en Dios bendito y en la puta Virgen de los cojones! Y ahora ¿qué?, ¿qué?
El Gilipollas se queda callado. Mira al cielo. Intenta aguantar un sollozo. Casi se queda sin respiración. Dos lágrimas gruesas como lupas caen a peso por sus mejillas de gilipollas.
EL GILIPOLLAS - ¡Joder! (el gilipollas se hurga en la nariz y se saca un buen pedazo de moco) ¡Joder!
Este es el fin de la 1ª parte del pedazo de moco de un monólogo interior pensado por un gilipollas.
Seguro que continúa de lo gilipollas que es.
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Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 19/02/2010 a las 13:54 | {1}