Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri
Luz

Un hombre sabe que cuando la tarde cae, los colores que su cerebro le muestra verdes son en realidad rojos. Ese hombre cada vez que atardece y lo mira conoce ese engaño del cerebro el cual lo hace para que no caigamos en contradicciones vanas (Ejemplo de vana contradicción: ¿si por la mañana eran realmente verdes porque a la tarde son realmente rojas?)... las hojas... sus árboles

Tú me dirás mañana y yo lo creeré y así al contemplar la luna a la espera de que el día llegue, sentiré el bienestar de un cuerpo sin dolor

¡Qué corto es el tiempo y qué largo el olvido!

Sí, me tiemblan las canillas cuando vuelvo a ver a un hombre poderoso levantar el brazo para saludarnos como los nazis lo hacían antes, durante y después de gasear, asesinar, ajusticiar, mutilar, violar y encarcelar a miles y miles de seres vivos

Ya lo ves: el reverso de la libertad es el mal

Volveré a sucumbir en este estanque de luz y caeré de nuevo al pozo profundo de la oscuridad del alma pero sé que un día veré muy lejos (tanto que realmente no sé si lo alcanzaré), de nuevo, ese punto que palpita en la mente fría del hombre que un día se dispuso a morir

No seas ligera con el menosprecio

Así es que he de aprovechar; me dejaré sugerir; me moriré por ti, casi seguro; no hoy, no, hoy como almendras y he jugado con un carboncillo a ser feliz; la tarde fue un baño de oro y al caer la luz, la línea del horizonte me visitó de rosa; no quieras saber por qué aún sé disfrutar; nunca te lo explicaré

¡Detente! ¡Vuelve a la orilla donde Kafka nada con un crawl pausado como si supiera que pronto el fogonero echará carbón en las fauces del miedo!

¡Dichosa tú si así la vida te asiste! Cuida en todo caso el precio que has de pagar

¡Adiós! y recuerda siempre que el mar se mueve porque hay alguien dentro
 

Ensayo poético

Tags : Meditación sobre las formas de interpretar Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 03/02/2025 a las 20:02 | Comentarios {0}


El carnaval del arlequín. Joan Miró. 1925
El carnaval del arlequín. Joan Miró. 1925

Contravengo el mandato. Le doy la espalda. No quiero ver la tormenta que baja por la montaña. Me inquieta el viento que se levanta. Viento del suroeste que azota las contraventanas de metal y éstas chocan contra el muro de la casa y se produce el sonido que genera el encuentro entre metal y piedra. Entre metal y piedra. Contravengo el mandato y me acuso. Me digo cosas cuando salgo en la madrugada a dar el último paseo con el perro (un perro y un hombre mayores y jóvenes a un mismo tiempo; juntos desde que el perro tenía dos meses; han pasado trece años) y ante la oscuridad del Mundo me digo esas cosas y físicamente respondo con una contracción del píloro como si esas cosas que me acusan, de las que me acuso ante la oscuridad del Mundo, a cierta altura, con el frío propio de los inviernos, con poca luz eléctrica y un fondo de luces naranjas que titilan en mitad de unas negruras que en algún momento parecen alcanzar el negro puro, tuviera que digerirlas y que pasaran por los ácidos del estómago y sus consecuencias. Hay en los procesos -entendidos éstos como concatenación de sucesos- cadencias que parecen sugerir cierto aire fatal; hay en ellos -en los sucesos y sus procesos subsiguientes- unos análisis posibles que fueran frutos de infinitas interpretaciones pero con una melancólica tendencia común a la escala menor, a la destrucción, al desamor, al adiós. Tiene la tarde un aire modernista. Son tantos los grises que agota imaginarlos. Imagino una mesa camilla cubierta por tres capas. Imagino que todo hubiera sido de otra manera. Que la vida no hubiera sido esto. Me miro en el espejo (la mayor de las contravenciones) y observo los pliegues, en los alrededores de la mirada, que son huellas del pasado. Podría, si quisiera, ponerles -como si fueran batallas- nombres a los procesos que formaron cada uno de esos pliegues. ¡Claro que podría! No pienso llegar a tanto. No pienso nombrar. Ahora he de seguir. Por lo menos un minuto más. Si la fatalidad me lo permite -aunque sea contra-intuitivo pensar en la importancia de un minuto en el tiempo sin fondo en el que somos-; y sin embargo  -¡adversativa, sí, adversativa!- ¡Mi reino por un minuto!
 

Ensayo

Tags : Meditación sobre las formas de interpretar Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 26/01/2025 a las 17:12 | Comentarios {0}


El "blason" es un extraño fenómeno literario inventado en el siglo XVI por un tal Clement Marot que está consagrado al elogio de una parte del cuerpo o a su crítica cuando se trata de su reverso: "le contreblason". (Contraportada del libro "Blasons et contreblasons..." Editions Marguerite Waknine.


"Contreblason" de figura: Retrato 12 de la serie Investigaciones 2022. César Delgado
"Contreblason" de figura: Retrato 12 de la serie Investigaciones 2022. César Delgado

Vino desde el fin del mundo. Iba montada en una yegua baya. Mientras fue verano cabalgó desnuda. Llegado el invierno cabalgó cubierta por pieles de animal mamífero (cuero de vaca, piel de gata, lana de oveja). En el otoño tuvo alma de cabra y luego se despojó de ella como la muda de las serpientes en los momentos de calma. Vino hermosa como la madurez. Vino con el entusiasmo propio de un amor bien consumado. No quiso pronunciar palabras con sentido y así exclamaba, ¡Polias agrisdunde cataoria mis! y reía y su risa nos contagiaba y reíamos nosotros como si entendiéramos algo. Se alejó y se perdió en una niebla que surgió de improviso como si el tiempo hubiera saltado de octubre a febrero en alguna meseta del hemisferio norte justo cuando el sol asoma y el rocío vibra. No la echamos de menos... fue tan poco el tiempo que estuvo entre nosotros pero sí dejó en nuestro ánimo durante poco más de media jornada la gratitud por una carcajada. Luego nos contaron que llegó muy lejos. Algunos se atrevieron a decir que hasta los desiertos llegó y que al llegar a ellos (los grandes desiertos de arena; los desiertos que marcan la frontera entre lo real y el espejismo; esos lugares en los que el aire reverbera como si tuviera miedo, rama de junco que se apresta ante el mistral; también el desierto de las almas gemelas, incluso de las almas asesinas, de las almas enemigas; desierto vacío de encuentros; desierto de animales solitarios) se adentró con el pecho erguido y la mirada fija en un punto que dijo el poeta, era el nadir de toda una vida. De ella recordamos lo hermosas que eran sus ojeras de mujer recién despertada y cómo a nuestro alrededor, al recordarla, se esparcía un aroma de pan recién hecho, un candeal y al sentir aquellas percepciones el mundo parecía un poco menos dividido y los cuerpos adelgazaban hasta casi quedarse sin membrana. ¡Dulce visión de una vida grata! ¡Personificación de la calma! ¡Alma de las almas!
 

Poesía

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 14/01/2025 a las 20:02 | Comentarios {0}


Agnus. Fotografía de Olmo Z. 2016
Agnus. Fotografía de Olmo Z. 2016
Tan viejo como un sofisma; los cielos abiertos sobre las nieblas; allá lejos debe de andar la Verdad Revelada que por mor de cierto aliento sentimental deduce que debe de ser un tipo nada especial de apocalipsis; las noches se vuelven frías; aterra el pensamiento; los dedos crean amasijos; se deshilvanaba la madeja en un tiempo lejano cuando los escritores utilizaban plumas de ganso y el alma tenía un regusto cierto; ¿en qué se diferencian realmente el tiempo y el espacio?; atento al silencio; sin ganas de florecer; admite; borra mientras piensa en una música que le aliviara o en un poema que le aliviara o en una pintura que le aliviara o en un baile que le aliviara o en una película que le aliviara o en una máscara que le aliviara o en una joya que le aliviara o en una construcción que le aliviara; sólo piensa; nada alivia; y no sólo es lo propio sino la época que vive, las personas que la rigen, el terror que le producen; intenta borrar mientras piensa en las matanzas que ejecutan los que fueron en su tiempo masacrados y le asusta; piensa en los vagones de metro de todo el mundo atestados por seres que miran hipnotizados unas luces intensísimas que reproducen un mundo intangible –el aura de la obra contemplada in situ escribía Walter Benjamin- y le asusta; piensa en la decadencia de un imperio más y cómo éste, como ser orgánico, como ya hicieron sus antecesores, lucha por sobrevivir aunque sea en forma de cáncer el cual, ya lo sabe, busca la eternidad por medio de la destrucción y le asusta; piensa en la neurotecnología y siente una humorística llamada de la selva, la sensación de ser un mono que arranca, ausente, los pétalos del sexo de un rosal y le asusta; piensa en los que en este momento navegan en embarcaciones frágiles cuales niños desnutridos, por el Mar Tenebroso o por el Ponto inabarcable en esta noche de enero; vienen desde muy lejos; vienen para vivir; le asusta que no lleguen, le asusta que se ahoguen, le asusta que los maltraten, le asusta ser un cobarde; la tarde está tan bonita ha vuelto a escribir;
 

Ensayo poético

Tags : Meditación sobre las formas de interpretar Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 08/01/2025 a las 19:14 | Comentarios {0}


Leonora y el húsar



I
La mañana del día 29 de octubre de 1812 llovía. El húsar Frederick Joseph Montague llevaba horas bajo la frazada escuchando el repiquetear de las gotas de lluvia golpeando en la lona de la tienda de campaña. De su mente -heroica; no había cumplido aún los veinte años- no podían borrarse las imágenes de Moscú incendiada por sus propios habitantes, de la desolación de sus calles y sobre todo la humillación que había sufrido, como si fuera un solo hombre, la Grande Armée cuando el zar Alejandro se negó a rendir la ciudad -y con ello el imperio- a su general en jefe y emperador Napoleón Bonaparte en el lugar indicado para ello: la colina Plokónnaya. A falta de refugio, el ejército francés había iniciado una retirada estratégica -se decía- para pasar lo más crudo del invierno lo más al oeste posible. Pero en realidad, muchos lo sabían, era una retirada con sabor a derrota de un ejército desmoralizado, hambriento, sin artillería y sin suministros. Frederick se sentía vejado y tenía dentro de sí tales ansias de revancha que más de una noche, en un insomnio febril, había imaginado que conocía el lugar donde estaba el zar y decidía sacrificar su vida por la de su patria y sus compañeros y así, en mitad de la noche, se hacía con uno de los mejores caballos del Regimiento, Dionisos se llamaba porque cuando entraba en el fragor de la batalla parecía poseído por el espíritu orgiástico de las bacantes, y se encaminaba en una noche fría como la muerte hacia las líneas enemigas, las atravesaba gracias a la niebla que lo iba inundando todo, llegaba hasta el centro del campamento del general Kutúzov y entre jirones y jirones veía elevarse el pabellón del zar de todas las Rusias; arrastrándose, sintiendo la humedad de la tierra como si fuera la baba del demonio lamiendo su vientre, llegaba hasta la tienda imperial, entraba en ella y de repente -extraño giro en la ensoñación quizá fruto de las fiebres- el ambiente cálido del interior, el aroma del sándalo y de una infusión que se mantenía caliente en el samovar, apaciguaban la ansias de venganza del húsar y casi le invitaban a que se tomara un respiro, descansara cinco minutos, durmiera cinco minutos, cinco minutos tan sólo y en ese ir quedándose dormido se introducía el sonido de una corneta que no era otra que la que avisaba a la soldadesca que amanecía y habían de seguir el camino de la derrota y la humillación, el camino que llevaba hacia el oeste, hacia la frontera rusa.
 

Cuento

Tags : Leonora y el húsar Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 03/01/2025 a las 17:57 | Comentarios {0}


1 2 3 4 5 » ... 463






Búsqueda

RSS ATOM RSS comment PODCAST Mobile