Diario de Milos Amós tras su descenso de la montaña
.... sin entrañas.
Novena hora
No siento la vejez. Y tengo ideas que suenan íntimamente.
El calor ha llegado.
Y también una tempestad de sonrisas y mensajes,
Un disturbio de cruces y tiaras y murmullos que crecen hasta llegar a lo alto de un mástil.
Quiero decirlo así.
Como el ruido de selva, ése que provoca una reacción en los músculos de las orejas y las tensan.
Tengo y no me apena el ruido de lo que ya vi antes. La rueda que ha vuelto a su posición inicial. O una pausa sin nada. Sin daño.
No quiero avisar. No quiero venderme. No quiero ser comprado. Y sin embargo acudo a un mercado antiguo como la mística o las ferias de ganado.
He visto la mañana envuelta en la azulidad de agosto. Esa característica he visto al abrir los ojos. No espero más. Hasta deseo que la legaña sea bienvenida. La composición atómica de la legaña quiero decir. Rotos los límites. Descompuestos los contornos que forman la forma. Fundidos en una misma toma, en un tono igual, melismáticos.
Entran y salen de la Hamburguesa Feliz felices de su Babel. Con una mochila. Con una cruz. Con un distintivo que marque la pertenencia. Con ese afán redentor, me digo mientras le sirvo una doble de queso a un muchacho mestizo con gesto de haber visto a Dios en el kétchup. Cosas así. Me digo. Y cuando veo el gesto de la mujer que me comparó con Andreas Kartak, allá en la puerta de entrada, decidiendo si entrar o no (ahora se escucha un canto a su señor Jesucristo: Como el ciervo al agua va/ vamos hacia ti, Señor,/ pues de ti tenemos sed/ fuente del eterno amor). La mujer me mira. Yo apartó la mirada y me avergüenza algo que pasó no sé cuándo.
Silba el viento.
El recuerdo con la fritura de la cebolla. El aceite hierve. La noche y sus humos. El resplandor de las antenas. El flash de una cámara sobre un muro rojo. La carne. La carne. Un tumulto fuera anima a las gentes a convertirse en Cristo.
Estoy de espaldas y escucho su voz, ¿Me puede atender?, me dice, y yo me giro y apenas sonrío, apenas recuerdo, y digo, Sí, claro, ¿qué va a tomar? Y ella mira los luminosos que tengo tras de mí y enumera una serie de productos, Un 12, un 23, un 41 y dos cervezas, para llevar. 12, 23, 41, repito para mí. Y me giro y me pongo a ello y hay algo apocalíptico, un descenso de los truenos sobre el mundo, el fin de la luz, el terremoto, la lenta agonía de un corazón y el son de una guitarra tocada por dedos torpes, sin gracia, sin final. Todo eso mientras volteo la carne sobre la parrilla y un aviso de melancolía entorpece mi muñeca y provoca que la hamburguesa caiga de canto sobre la parrilla y una gota de líquido hirviendo se meta de lleno en mi ojo. Bajo el mentón.
Si el Cristo viera su impostura.
Si viera al hombre que realmente le traicionó. Las calles suenan a catequesis. En los parques los confesionarios parecen rendirle un homenaje a Fellini. Augustos los pecados, vuelan por las azoteas del poblachón manchego.
Me llora el ojo mientras le empaqueto el pedido. Cae una lágrima sobre el cartón de la caja. ¿Qué le ocurre?, me pregunta, ¿Tanto le apena la alegría de los cachorros católicos? Levanto la vista y con la timidez más honda le contesto, Me ha saltado una gota de la parrilla al ojo, ¿algo más? No, responde ella, la cuenta. Le llevo el ticket. Me da el precio justo, cosa que me extraña. La veo alejarse.
Llega un nuevo grupo de cachorros, peregrinos de una fe, apóstoles de su verdad, con la camaradería de viejos soldados que ya lucharon juntos en más de seis batallas. Piden refrescos. Alguno una cerveza. Y las miradas que se cruzan y las tormentas que generan el viento final, y ella se va, apenas girando la cabeza tras el cristal como si, sin llegar a mirarme, hubiera dejado impreso en mi retina la voluntad de haberlo hecho.
Novena hora
No siento la vejez. Y tengo ideas que suenan íntimamente.
El calor ha llegado.
Y también una tempestad de sonrisas y mensajes,
Un disturbio de cruces y tiaras y murmullos que crecen hasta llegar a lo alto de un mástil.
Quiero decirlo así.
Como el ruido de selva, ése que provoca una reacción en los músculos de las orejas y las tensan.
Tengo y no me apena el ruido de lo que ya vi antes. La rueda que ha vuelto a su posición inicial. O una pausa sin nada. Sin daño.
No quiero avisar. No quiero venderme. No quiero ser comprado. Y sin embargo acudo a un mercado antiguo como la mística o las ferias de ganado.
He visto la mañana envuelta en la azulidad de agosto. Esa característica he visto al abrir los ojos. No espero más. Hasta deseo que la legaña sea bienvenida. La composición atómica de la legaña quiero decir. Rotos los límites. Descompuestos los contornos que forman la forma. Fundidos en una misma toma, en un tono igual, melismáticos.
Entran y salen de la Hamburguesa Feliz felices de su Babel. Con una mochila. Con una cruz. Con un distintivo que marque la pertenencia. Con ese afán redentor, me digo mientras le sirvo una doble de queso a un muchacho mestizo con gesto de haber visto a Dios en el kétchup. Cosas así. Me digo. Y cuando veo el gesto de la mujer que me comparó con Andreas Kartak, allá en la puerta de entrada, decidiendo si entrar o no (ahora se escucha un canto a su señor Jesucristo: Como el ciervo al agua va/ vamos hacia ti, Señor,/ pues de ti tenemos sed/ fuente del eterno amor). La mujer me mira. Yo apartó la mirada y me avergüenza algo que pasó no sé cuándo.
Silba el viento.
El recuerdo con la fritura de la cebolla. El aceite hierve. La noche y sus humos. El resplandor de las antenas. El flash de una cámara sobre un muro rojo. La carne. La carne. Un tumulto fuera anima a las gentes a convertirse en Cristo.
Estoy de espaldas y escucho su voz, ¿Me puede atender?, me dice, y yo me giro y apenas sonrío, apenas recuerdo, y digo, Sí, claro, ¿qué va a tomar? Y ella mira los luminosos que tengo tras de mí y enumera una serie de productos, Un 12, un 23, un 41 y dos cervezas, para llevar. 12, 23, 41, repito para mí. Y me giro y me pongo a ello y hay algo apocalíptico, un descenso de los truenos sobre el mundo, el fin de la luz, el terremoto, la lenta agonía de un corazón y el son de una guitarra tocada por dedos torpes, sin gracia, sin final. Todo eso mientras volteo la carne sobre la parrilla y un aviso de melancolía entorpece mi muñeca y provoca que la hamburguesa caiga de canto sobre la parrilla y una gota de líquido hirviendo se meta de lleno en mi ojo. Bajo el mentón.
Si el Cristo viera su impostura.
Si viera al hombre que realmente le traicionó. Las calles suenan a catequesis. En los parques los confesionarios parecen rendirle un homenaje a Fellini. Augustos los pecados, vuelan por las azoteas del poblachón manchego.
Me llora el ojo mientras le empaqueto el pedido. Cae una lágrima sobre el cartón de la caja. ¿Qué le ocurre?, me pregunta, ¿Tanto le apena la alegría de los cachorros católicos? Levanto la vista y con la timidez más honda le contesto, Me ha saltado una gota de la parrilla al ojo, ¿algo más? No, responde ella, la cuenta. Le llevo el ticket. Me da el precio justo, cosa que me extraña. La veo alejarse.
Llega un nuevo grupo de cachorros, peregrinos de una fe, apóstoles de su verdad, con la camaradería de viejos soldados que ya lucharon juntos en más de seis batallas. Piden refrescos. Alguno una cerveza. Y las miradas que se cruzan y las tormentas que generan el viento final, y ella se va, apenas girando la cabeza tras el cristal como si, sin llegar a mirarme, hubiera dejado impreso en mi retina la voluntad de haberlo hecho.
Al amparo del ensayo de Pepe Rodríguez, Mentiras fundamentales de la iglesia católica. Editado por Ediciones B.
En tiempos de Yeshúa, Nazareth no existía. O para ser más precisos pudo ser una aldea de no más de treinta casas hechas de adobe y con tejados de paja. Aunque lo más probable -según excavaciones hechas por arqueólogos que no tuvieran como única premisa demostrar la veracidad neotestamentaria- es que la llamada Nazareth no fuera si no un cementerio. Supongamos, a pesar de todo, que Nazareth fuera una aldea. ¿Qué hacían allí José y Jesús, especialistas en la madera y la construcción? ¿Por qué vivían en un lugar donde no podían ejercer su trabajo?
Una desapasionada lectura del Nuevo Testamento, nos hace ver dos cosas: una que los cuatro evangelistas (Mateo, Marcos, Lucas y Juan) no conocieron personalmente al tal Jesús y que, la inspiración del Espíritu Santo a la hora de escribir la vida y obra de este personaje, está llena de contradicciones (como si hubieran sido inspirados por un espíritu ebrio). Es necesario recordar que la iglesia católica tiene como dogma de fe la inspiración divina tanto de los textos veterotestamentarios como los del nuevo.
Saulo de Tarso es el verdadero crador del Jesús-Cristo (que no es el mismo Jesús que nos cuentan los evangelios. Como tampoco es el mismo Dios el que nos cuentan en el Antiguo Testamento. Uno es Yahvé y otro Eloí).
La jerarquía católica es la única de las jerarquías religiosas que prohibió a sus fieles leer sus textos sagrados (nada más y nada menos que durante 1.800 años). ¿Por qué?
Es de lógica afirmar que María no era virgen a la hora de concebir a Jesús. Pero si creyéramos en los milagros ¿no sería lógico que los cuatro evangelistas se explayaran versículos y versículos en este hecho extraodinario para otorgarle todo el valor y trascendencia que tiene? Y sin embargo tan sólo Mateo y Lucas le dedican cuatro pobres versículos. Comparémoslo por ejemplo con los más de ocho capítulos que se dedica en el Antiguo Testamento a la decoración del Tabernáculo. ¿Dios sabe más de trapos que de úteros? (Insisto en la inspiración divina de los libros sagrados)
La religión Católica se crea a partir de Constantino, como una forma de poder terrenal y sus bases se fijan en el Concilio de Nicea (325 d.C.).
De Nazareth no hablan los grandes escritores judíos de la época (entre todos Flavio Josefo) y sí en cambio de una ciudad que se encontraría a unos cinco kilómetros de la ubicación de este cementerio: Séforis que fue -en palabras de Pepe Rodríguez, autor del muy intererante ensayo (aunque de título infumable) Mentiras fundamentales de la iglesia católica- "la capital de la tretarquía galilea de Herodes Antipas hasta el año 19 d.C. Era la ciudad más importante de la región -la `Corona de Galilea´ según Flavio Josefo- con numerosas escuelas rabínicas que, como en toda Galilea, postulaban un judaísmo muy estricto, y residencia de las clases pudientes que no se instalaron en Tiberíades, la nueva capital Herodiana". ¿Por qué no se nombra esta ciudad en los evangelios (es como si en la época actual hablando de Estados Unidos no se nombrara Washington)?
Lo lógico es que José tékton (es decir carpintero constructor) y su hijo Jesús que ejerció tan noble oficio hasta, por los menos, los cuarenta años de edad vivieran en una ciudad donde sí se necesitaban sus conocimientos.
Y ahora viene un hombre llamado Joseph Ratzinger -amparado en las mentiras de su secta- transmutado en Benedicto XVI (de nuevo Saulo de Tarso: la creación de Jesús transmutado en Cristos) a pontificar sobre una perversión que llevó al poder a unos hombres que como escribió uno de sus antecesores -el también Papa Clemente XII (1740-1758)- a su amigo Montfauçon: Se me reprocha que de vez en cuando me entretenga con Tasso, Dante y Ariosto. Pero ¿es que no saben que su lectura es el delicioso brebaje que me ayuda a digerir la grosera sustancia de los estúpidos doctores de la iglesia? ¿es que no saben que esos poetas me proporcionan brillantes colores, con ayuda de los cuales soporto los absurdos de la religión?
Una desapasionada lectura del Nuevo Testamento, nos hace ver dos cosas: una que los cuatro evangelistas (Mateo, Marcos, Lucas y Juan) no conocieron personalmente al tal Jesús y que, la inspiración del Espíritu Santo a la hora de escribir la vida y obra de este personaje, está llena de contradicciones (como si hubieran sido inspirados por un espíritu ebrio). Es necesario recordar que la iglesia católica tiene como dogma de fe la inspiración divina tanto de los textos veterotestamentarios como los del nuevo.
Saulo de Tarso es el verdadero crador del Jesús-Cristo (que no es el mismo Jesús que nos cuentan los evangelios. Como tampoco es el mismo Dios el que nos cuentan en el Antiguo Testamento. Uno es Yahvé y otro Eloí).
La jerarquía católica es la única de las jerarquías religiosas que prohibió a sus fieles leer sus textos sagrados (nada más y nada menos que durante 1.800 años). ¿Por qué?
Es de lógica afirmar que María no era virgen a la hora de concebir a Jesús. Pero si creyéramos en los milagros ¿no sería lógico que los cuatro evangelistas se explayaran versículos y versículos en este hecho extraodinario para otorgarle todo el valor y trascendencia que tiene? Y sin embargo tan sólo Mateo y Lucas le dedican cuatro pobres versículos. Comparémoslo por ejemplo con los más de ocho capítulos que se dedica en el Antiguo Testamento a la decoración del Tabernáculo. ¿Dios sabe más de trapos que de úteros? (Insisto en la inspiración divina de los libros sagrados)
La religión Católica se crea a partir de Constantino, como una forma de poder terrenal y sus bases se fijan en el Concilio de Nicea (325 d.C.).
De Nazareth no hablan los grandes escritores judíos de la época (entre todos Flavio Josefo) y sí en cambio de una ciudad que se encontraría a unos cinco kilómetros de la ubicación de este cementerio: Séforis que fue -en palabras de Pepe Rodríguez, autor del muy intererante ensayo (aunque de título infumable) Mentiras fundamentales de la iglesia católica- "la capital de la tretarquía galilea de Herodes Antipas hasta el año 19 d.C. Era la ciudad más importante de la región -la `Corona de Galilea´ según Flavio Josefo- con numerosas escuelas rabínicas que, como en toda Galilea, postulaban un judaísmo muy estricto, y residencia de las clases pudientes que no se instalaron en Tiberíades, la nueva capital Herodiana". ¿Por qué no se nombra esta ciudad en los evangelios (es como si en la época actual hablando de Estados Unidos no se nombrara Washington)?
Lo lógico es que José tékton (es decir carpintero constructor) y su hijo Jesús que ejerció tan noble oficio hasta, por los menos, los cuarenta años de edad vivieran en una ciudad donde sí se necesitaban sus conocimientos.
Y ahora viene un hombre llamado Joseph Ratzinger -amparado en las mentiras de su secta- transmutado en Benedicto XVI (de nuevo Saulo de Tarso: la creación de Jesús transmutado en Cristos) a pontificar sobre una perversión que llevó al poder a unos hombres que como escribió uno de sus antecesores -el también Papa Clemente XII (1740-1758)- a su amigo Montfauçon: Se me reprocha que de vez en cuando me entretenga con Tasso, Dante y Ariosto. Pero ¿es que no saben que su lectura es el delicioso brebaje que me ayuda a digerir la grosera sustancia de los estúpidos doctores de la iglesia? ¿es que no saben que esos poetas me proporcionan brillantes colores, con ayuda de los cuales soporto los absurdos de la religión?
Ensayo
Tags : Sobre las creencias Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 15/08/2011 a las 12:16 | {0}
Sobre las necedades y las mentiras, mueren las personas.
Los sabemos desde los primeros escritos cuando las sociedades de los hombres se estaban haciendo y surgía como forma de dominio la fuerza y la crueldad.
Batallas y más batallas. Castigos y más castigos. Venganzas. Oprobios y quemas. Razzias. Abominaciones de todo tipo.
Como contrapeso se inventó el amor. Las largas hileras de promesas y bienaventuranzas. Las profecías corrieron como ríos de esperanza. La espera se convirtió en la patria de los miserables. Y así sigue siendo.
No se puede afirmar el progreso emocional del ser humano hacia un estadío mayor de fraternidad y compasión.
Somos bestias. Y como tal somos ganado.
Conservadores y cobardes nos agarramos a la fe -que no es otra cosa que el cajón de sastre de la ignorancia- para esperar indefinidamente a que los bienes de la tierra sean justamente probados por todo ser venido a este mundo.
Morimos espantosamente rodeados de insectos.
Sufrimos unas condiciones indecentes. Miramos con indiferencia, entregados a un fatum en el que tontamente creemos, la vida del niño escuálido que se escapa entre estertores hacia el último pudridero.
El anciano tuerto se apoya en un cayado que en nada le sostiene.
El soldado armado hasta los dientes entra en el poblado y abre de piernas a la mujer y la viola y le arrasa el pecho y le escupe la lefa en la vagina.
El comandante vestido de camuflaje, pérfido como el sonido del capapuercos, entra en Sbrenica y con la insolencia de la Historia en su mirada comete la atrocidad que tantas veces se ha cometido.
Emilio Botín ejecuta una hipoteca y quedan en la calle el hombre avergonzado por no poder dar techo a sus hijos, la mujer seca de la angustia, los niños asustados por no poder volver a su cuarto.
Y vuelan los gritos de compraventa.
Y arrasan los vándalos las aceras.
Y carga la policía contra la razón de los hastiados.
Y viene la Bicha -el falso Sacerdote. El Sumo Impostor- a decirle a los jóvenes ignorantes lo que han de hacer.
Cuando los ritos olvidan sus orígenes dejan de tener sentido.
Es agosto en el mundo. Puedo beber un café y tomarme un helado. Tecleo y estoy bien alimentado. Seguro que conoceré a una mujer bonita con la que mantendré juegos de seducción y caricias en la medianoche. Sudaré nadando. Dejaré que el agua alivie las tensiones de mi cuello. Caminaré por las calles y escucharé cantos.
Bestias somos. Cuanto antes lo aceptemos antes sabremos soportar -como oveja- las órdenes del pastor y los mordiscos del perro.
Los sabemos desde los primeros escritos cuando las sociedades de los hombres se estaban haciendo y surgía como forma de dominio la fuerza y la crueldad.
Batallas y más batallas. Castigos y más castigos. Venganzas. Oprobios y quemas. Razzias. Abominaciones de todo tipo.
Como contrapeso se inventó el amor. Las largas hileras de promesas y bienaventuranzas. Las profecías corrieron como ríos de esperanza. La espera se convirtió en la patria de los miserables. Y así sigue siendo.
No se puede afirmar el progreso emocional del ser humano hacia un estadío mayor de fraternidad y compasión.
Somos bestias. Y como tal somos ganado.
Conservadores y cobardes nos agarramos a la fe -que no es otra cosa que el cajón de sastre de la ignorancia- para esperar indefinidamente a que los bienes de la tierra sean justamente probados por todo ser venido a este mundo.
Morimos espantosamente rodeados de insectos.
Sufrimos unas condiciones indecentes. Miramos con indiferencia, entregados a un fatum en el que tontamente creemos, la vida del niño escuálido que se escapa entre estertores hacia el último pudridero.
El anciano tuerto se apoya en un cayado que en nada le sostiene.
El soldado armado hasta los dientes entra en el poblado y abre de piernas a la mujer y la viola y le arrasa el pecho y le escupe la lefa en la vagina.
El comandante vestido de camuflaje, pérfido como el sonido del capapuercos, entra en Sbrenica y con la insolencia de la Historia en su mirada comete la atrocidad que tantas veces se ha cometido.
Emilio Botín ejecuta una hipoteca y quedan en la calle el hombre avergonzado por no poder dar techo a sus hijos, la mujer seca de la angustia, los niños asustados por no poder volver a su cuarto.
Y vuelan los gritos de compraventa.
Y arrasan los vándalos las aceras.
Y carga la policía contra la razón de los hastiados.
Y viene la Bicha -el falso Sacerdote. El Sumo Impostor- a decirle a los jóvenes ignorantes lo que han de hacer.
Cuando los ritos olvidan sus orígenes dejan de tener sentido.
Es agosto en el mundo. Puedo beber un café y tomarme un helado. Tecleo y estoy bien alimentado. Seguro que conoceré a una mujer bonita con la que mantendré juegos de seducción y caricias en la medianoche. Sudaré nadando. Dejaré que el agua alivie las tensiones de mi cuello. Caminaré por las calles y escucharé cantos.
Bestias somos. Cuanto antes lo aceptemos antes sabremos soportar -como oveja- las órdenes del pastor y los mordiscos del perro.
Llegamos demasiado tarde para los Dioses y demasiado pronto para el Ser
No hubo astillas
sino un paisaje infinito
de (...) y orillas
No hubo una frase
ni un perdón
ni un alivio
sino la larga cuesta
de la sangre
No hubo un sueño
ni la redención de los pecados
se nos declaró interpuesta
tras cometerlos
como falsa profecía que se aprovechara
de acontecimientos ya pasados
No hubo encuentro y desencuentro
ni nos miró el mar
ni nos ignoró el río
Sólo recuerdo una tortuga
lenta como la luna
y una duna blanda como tu hablar.
No hubo espera
No hubo anhelo
ni la arena se puso a bailar
al son de tus pies y tus caderas
al son de mis manos y mis ideas
con compás de viejo sabio griego
con melodía de París
y armonía de esferas
No nos vinimos
ni nos quedamos
en el beso de las cuatro y media
¿recuerdas el brillo de la telaraña?
¿las ocho patas?
¿el abdomén negro de la viuda negra?
Y el acantilado ¿lo recuerdas?
El túnel submarino,
y el ara de piedra,
y la respiración sujeta a su incontinencia
y la levísima rozadura de mi uña en tu talón ¿lo recuerdas?
No lo recuerdas
Ni yo tampoco sé, a memoria cierta,
si todo aquello ocurrió
si de ti me queda
la vesícula
o la curación
si de ti recuerdo
un ánfora etrusca
una estrella de David
o una runa verde
quizá sea tu recuerdo cola de faisán
o espejismo de tu cara pegada a mi pecho
No hubo "mañana tu espalda..."
ni la secuenciación de la especie
anidó en tu vientre
Tampoco sentimos la desesperación
cuando todo se desvaneció
Llegó la lejanía
y se acercó la ausencia
No te quise volver
No me quisiste llegar
Desconocidos de nuevo
tras tanta muerte juntos
y aún así
has de saber que te sentí
has de saber que me tocaste
hemos de saber
aunque no duela.
sino un paisaje infinito
de (...) y orillas
No hubo una frase
ni un perdón
ni un alivio
sino la larga cuesta
de la sangre
No hubo un sueño
ni la redención de los pecados
se nos declaró interpuesta
tras cometerlos
como falsa profecía que se aprovechara
de acontecimientos ya pasados
No hubo encuentro y desencuentro
ni nos miró el mar
ni nos ignoró el río
Sólo recuerdo una tortuga
lenta como la luna
y una duna blanda como tu hablar.
No hubo espera
No hubo anhelo
ni la arena se puso a bailar
al son de tus pies y tus caderas
al son de mis manos y mis ideas
con compás de viejo sabio griego
con melodía de París
y armonía de esferas
No nos vinimos
ni nos quedamos
en el beso de las cuatro y media
¿recuerdas el brillo de la telaraña?
¿las ocho patas?
¿el abdomén negro de la viuda negra?
Y el acantilado ¿lo recuerdas?
El túnel submarino,
y el ara de piedra,
y la respiración sujeta a su incontinencia
y la levísima rozadura de mi uña en tu talón ¿lo recuerdas?
No lo recuerdas
Ni yo tampoco sé, a memoria cierta,
si todo aquello ocurrió
si de ti me queda
la vesícula
o la curación
si de ti recuerdo
un ánfora etrusca
una estrella de David
o una runa verde
quizá sea tu recuerdo cola de faisán
o espejismo de tu cara pegada a mi pecho
No hubo "mañana tu espalda..."
ni la secuenciación de la especie
anidó en tu vientre
Tampoco sentimos la desesperación
cuando todo se desvaneció
Llegó la lejanía
y se acercó la ausencia
No te quise volver
No me quisiste llegar
Desconocidos de nuevo
tras tanta muerte juntos
y aún así
has de saber que te sentí
has de saber que me tocaste
hemos de saber
aunque no duela.
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Narrativa
Tags : La Solución Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 17/08/2011 a las 17:57 | {0}