Diría: la boca entre tus piernas
Dormido Ha llegado
Uno añora
el sapo
lo gualda
la esfera
el sapo
lo gualda
la esfera
Esa voz
El waltz
el acento alemán de Düsseldorf
El waltz
el acento alemán de Düsseldorf
No haremos nada
en la cabriola
con esa risa
en la cabriola
con esa risa
Mírame
la boca entre tus piernas
Vello
Huelo
- No puedo la boca entre tus piernas
Vello
Huelo
- Inténtalo
- Si creyera a quien espero
Vuelo de la ráfaga
como el lagarto
como el lagarto
La herida vierte la sombra
y altera como nota alta
la noche
y altera como nota alta
la noche
Espérame
la boca
entre tus piernas
Calla
mi dedo
ha señalado el viernes
la boca
entre tus piernas
Calla
mi dedo
ha señalado el viernes
- Desorientado volaría hacia ti
- Sigue...
- Y dejaría una estela blanca
y surcaría entre mí y lo hondo
la última sílaba que dijiste. No debes
aplaudirme. No, no me beses. Me deseco.
- Sigue...
- Y dejaría una estela blanca
y surcaría entre mí y lo hondo
la última sílaba que dijiste. No debes
aplaudirme. No, no me beses. Me deseco.
Feérico
el soto
la urdimbre
la llave
el soto
la urdimbre
la llave
Ahora
la saliva
se enreda
Hubo una vez alguien que habló del orden discurso. He leído a lo largo de toda la noche el diario de mi madre. No he podido dormir por la mañana. Apenas he comido. Y sólo una frase me ha asaltado rítmicamente: "¡Qué par de ovarios los de Danila!". Sin haber tomado una decisión sobre el orden (no sé si lo transcribiré entero ni tampoco en lógica temporal ni siquiera si transcribiré todo lo que escribe o elidiré fragmentos e incluso días enteros) inicio esta transcripción sintiendo que estoy traicionando la memoria de mi madre ya que ella quiso que se quemaran sus diarios. Y esta traición, hasta cierto punto, me es grata. Como pone en el título cuando lo considere necesario glosaré a mi madre y mi glosa irá escrita en cursiva.
1 de enero de 1966
¡Qué fría la noche! La nochevieja. Me obligo a escribir estas líneas mientras U. me toca el coño y estoy a punto de correrme. Se ríe. Me pincha con su barba de tres días cuando acerca su mejilla a la mía. Le digo que se aparte (se lo acabo de decir) y él responde hurgando dentro de mí. No voy a soportarlo. No, no, me corro, me estoy corriendo mientras lo escribo. U. se ríe. Le pido que pare. No puedo más. No puedo más. ¡Aaaaahhhhaaaahhhhaaaahhhhhhhhaaaah!
Al mediodía
Al irse me dice que mañana nos veremos en el hospital. Me quedo sola y siento la tristeza que sigue al gozo. Siempre que me corro, al poco tiempo, me pongo triste. Cuantas más veces me corra, más triste me sentiré después. De U. detesto que sea comisario político pero es tan guapo y puede conseguir champán en mitad de este erial comunista. Eso no se lo puedo decir. Esto no lo debería escribir. Nunca más podré enseñarle mi diario a U. Pienso que escribiré un diario paralelo. Un diario para él.
Nieva sobre Tirana. Odio las montañas.
En tres días cumplo 34 años y sigo siendo una mujer hermosa y sé darle a los hombres lo que los hombres quieren. Sólo que por primera vez me pregunto si es U., si es él el hombre. Si creyera en alguna virgen o en algún Dios, si fuera como mi madre una piadosa musulmana, tan piadosa que siempre me dio asco. Es lo único que me gusta de los comunistas, que hayan prohibido la religión y los ritos. Los ritos de mi madre. Las ritos de mi padre. Me río de los ritos de mi padre. No, no, ahora no. Ahora sólo U., sólo U.
Nieva sobre Tirana. Odio las montañas.
En tres días cumplo 34 años y sigo siendo una mujer hermosa y sé darle a los hombres lo que los hombres quieren. Sólo que por primera vez me pregunto si es U., si es él el hombre. Si creyera en alguna virgen o en algún Dios, si fuera como mi madre una piadosa musulmana, tan piadosa que siempre me dio asco. Es lo único que me gusta de los comunistas, que hayan prohibido la religión y los ritos. Los ritos de mi madre. Las ritos de mi padre. Me río de los ritos de mi padre. No, no, ahora no. Ahora sólo U., sólo U.
Al anochecer del primer día del año 1966
El puto frío en esta ciudad miserable, en este cuchitril miserable, que es mi casa aunque el Estado se empeñe en recordarme día sí y otro también que esta casa no es mía, que esta casa es del Partido del Trabajo y que sólo mientras la camarada Wislawa cumpla con rigor su trabajo como enfermera en el Hospital Skanderberg, podrá disfrutar del hogar que el Estado de Albania le ofrece. ¡Me cago en todos los discursos oficiales! ¡Me cago en todos aquellos que tengan la insana intención de reprimirnos! Quiero que venga U. y que me folle toda la noche y quiero lamerle la polla una y otra vez, una y otra vez y encremarme con su semen la cara y bebérmelo y quedarme dormida a su lado mientras la noche arrecia y los carámbanos penden de los alfeizares como grandes puñales de hielo.
¡Qué pronto se hace la noche! ¡Qué sola me siento! ¡Sudor de hombre!
¡Qué pronto se hace la noche! ¡Qué sola me siento! ¡Sudor de hombre!
Glosa
Anoto a lápiz en los márgenes del diario. Siento placer en esta profanación. Wislawa deja mucho margen en el lado izquierdo. Su letra es desordenada.
¿Era una mujer hermosa? ¿La inicial U. responde realmente a un nombre que empieza por esa vocal o es una invención? ¿Ulrich? ¿Origen alemán?
No me sorprende que fuera multiorgásmica. Siento cierta excitación. Me he tocado la polla mientras escribía su orgasmo. No he logrado que se me pusiera dura del todo.
Aquí la noche no es fría. Eso me aleja de ella. Gracias Danila.
¿Era una mujer hermosa? ¿La inicial U. responde realmente a un nombre que empieza por esa vocal o es una invención? ¿Ulrich? ¿Origen alemán?
No me sorprende que fuera multiorgásmica. Siento cierta excitación. Me he tocado la polla mientras escribía su orgasmo. No he logrado que se me pusiera dura del todo.
Aquí la noche no es fría. Eso me aleja de ella. Gracias Danila.
Narrativa
Tags : Colección El mes de noviembre Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 25/11/2014 a las 17:33 | {0}
Fragmentos de la carta que le envío a Danila en respuesta a la suya.
Los textos elididos lo son por puro temor a caer en la sensiblería, cuestión que considero congénita.
[...] le cuento a Oliveira la primera vez que te recuerdo. Estoy sentado en una trona. Hay aroma de guiso en la cocina. Wislawa me ha dado un envoltorio de celofán. Yo me entretengo con el sonido que produce al moverlo, arrugarlo, desarrugarlo, estirarlo, chuparlo. Escucho el timbre de la puerta y con el dedo le señalo a mi madre la puerta. Ella se seca las manos en un trapo que lleva prendido en la cinta con la que se ajusta el mandil y antes de salir de la cocina me dice, Y ahora formal o cosa parecida. Escucho la puerta y tu voz, tu voz -le digo a Oliveira- se me queda grabada para siempre porque es alegre, aguda sin llegar a estridente, pero sobre todo es una voz que denota un afán de vivir como yo no había escuchado hasta entonces[...] escucha, Danila, nunca te pediré perdón pero no por vanidad o soberbia sino porque el perdón es una de esas mierdas de sacristía que nunca pude aceptar. Si yo te hice daño (sea eso lo que sea). Si tú en noches y días sufriste en Tirana la tiranía de la pena por mi actitud. Si fueron años o meses. Si estuviste -como dices y te creo- enferma y a punto de morir. [...] todas esas emociones las viviste, fueron causadas por tu relación conmigo -no por mí sino por tu relación-. [...] Ese presente vivido por ti es imperdonable. Todo perdón tiene como premisa ser futuro de lo perdonable. Y así lo que se perdona ya no existe. Porque la memoria no es un archivo localizado en algún lugar del cerebro. La memoria es un esfuerzo neuronal hecho en el presente. El recuerdo no es más que una reconstrucción del suceso. No el suceso. Cada vez que recordamos reconstruimos. ¿Tendría sentido que te pidiera perdón por algo que nunca existe? [...] Oliveira me recordaba tanto a ti. ¿Podrías explicarme por qué hay jóvenes que buscamos la amistad en los viejos? [...] Cuando tuve el sobre con tu letra entre mis manos temblé. Cuando leí tu carta, olí los años de las infancia. Olías a jabón y hay una parte de mi infancia, la más bella, que siempre huele a limpio, a ti. [...] la selva entonces, los caminos sin camino, inmensos cielos en la noche donde es cierto que los millones de estrellas hacen que te sientas mucho más solo, la sensación -que es un pulso, una medida, un espacio si quieres- de no saber muy bien si alguna vez llegué más allá del cansancio, si todo esto no ha sido más que una suerte de sino y que la vida, la mía, es un intento de domesticar el azar, hacer la vida a semejanza de mi carácter, solidificarme entonces, darme consistencia de piedra [...] No te hablaré de Wislawa porque -aprovechando la fuerza de tu empuje- tampoco yo haré interpretaciones, no por lo menos hasta que haya leído este trozo de su vida que tú me envías. Lo que más me intriga es si después de leer este Diario IV tendré ganas de leer los otros y si las tuviera si tú me los enviarás de golpe o de uno en uno como si fueran las migas que vas dejando en el laberinto de mi vivir para que pueda volver al inicio [...] De mí sólo sé que soy un aborto de mí [...] y no sé por qué no acabo de aceptar esta moral moderna de esfuerzo y sumisión. Cuando escucho en palabras de uno de esos analistas (o tertulianos) que se han puesto de moda en la televisión -porque yo veo la televisión como modo de estar en el mundo- decir que aunque se cobre poco es mejor tener un trabajo precario que no tenerlo, me dan ganas de echarme a llorar. No guardo inquina contra ese hombre. Sencillamente me entristece que vivamos en una sociedad tan primitiva, tan sumisa quizá porque en el fondo sea un idealista y pese sobre mí mucho más de lo que creo ese ideal del hombre inteligente, generoso, audaz y humilde (y por lo tanto heroico) [...] ahora bebo un trago de café [...] Justo antes de continuar la carta he hecho un cocido madrileño y he pensado que con toda seguridad te gustaría; luego lo he comido -estaba sabroso y suave- con un vino de por aquí, de un lugar llamado La Rioja, un vino joven, con cuerpo; al terminar me ha entrado la modorra; he sesteado un rato pero lo suficientemente poco como para levantarme sin pesadez; he vuelto a la cocina; la he recogido entera. Me gusta verla limpia. Ese cambio de actitud con respecto al lugar donde vivo creo que es interesante. Recuerdo que nada más irme de la casa de Wislawa viví unos meses alquilado en un cuchitril y llegué a acumular tal cantidad de mierda que cuando un día vino el casero por sorpresa no pudo por menos que llamarme cerdo y aunque yo le respondí que él era un miserable lo hice como ataque para cubrirme de la vergüenza que sentía, de lo sucio que me sentía. [...] te contaré [...] no sabes cuánto te agradezco... si algún día yo pudiera... si algún día [...]
Narrativa
Tags : Colección El mes de noviembre Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 23/11/2014 a las 11:48 | {2}
Querido Mo:
Siempre esperamos lo imposible. Cuando quemábamos a tu madre en el cementerio estaba convencida de que aunque fuera en el último instante aparecerías. Luego me dijeron que estabas trabajando de guardés en la casa de unos señores importantes en los alrededores de Madrid y que andabas escribiendo tus cuitas en uno de esos libros imaginarios que hay ahora en internet. Como podrás comprender me puse a rastrear tu rastro. Pensaba que sería tan fácil como escribir tu nombre en el buscador, que de inmediato aparecerías y yo me pondría a leer. No fue así. Tardé tiempo, mucho tiempo en llegar hasta el libro de ese señor que tanto espacio te ha dejado y que según me dijo el técnico que te buscó -sí, hasta ahí llegué: con unos pequeños ahorros me permití contratar a un informático que dio con el blog de ese señor y con tus escritos y luego pagué, en trabajo, la labor de un traductor. A mis 81 años he cuidado de su madre el doble del tiempo que tú estuviste escribiendo. Menos mal que es una mujer dormida y apenas da la lata- era como buscar un aguja en un ciberpajar (se rió de su propia ocurrencia y a mí no me hizo maldita la gracia).
Una vez terminé de leer me entristeció que no me hubieras mencionado y pensé que seguías tan enfadado como el día en que te bajaste del autobús para no tener ni siquiera que saludarme. Entonces yo también me enfadé, enfado de vieja, ya sabrás lo que es cuando lo seas. Luego pensé en lo herido que debes de estar y como enfermera que fui y que soy, sé muy bien lo que duele una herida mal curada y las consecuencias que puede llegar a tener y te vi esa misma noche, en un sueño, cuando tenías siete años y me sonreías y yo te tenía en mis rodillas mientras tú no parabas de hacer tonterías con una banderita del Brasil que te había llevado esa tarde. Tu madre preparaba la cena y yo sabía lo que había pasado aquella mañana. Y tú no lo sabías.
Han pasado 31 años desde aquel encuentro en el autobús y desde hace 37, todos los 14 de noviembre, he encendido las velas de tus cumpleaños y te he felicitado y comido un pastelillo por tu salud y por tu dicha.
Podría contarte en esta carta lo que pasó entre tu madre y yo pero no sería más que una interpretación de lo que realmente sucedió sólo que eso que sucedió es imposible de reconstruir; podría decirte, con la esperanza de que te alivie y te haga sentir un poco mejor, que durante los últimos meses de la vida de Wislawa volví a estar junto a ella y nos perdonamos; podría generarte cierta culpa si te digo que siempre fuiste para mí el hijo que nunca tuve y que el dolor que sentí por no poder verte fue tan intenso que caí enferma y estuve a punto de de morir; podría decirte, moralmente, que las penas han de quedarse en los intestinos de cada cual y sin embargo te diré que fuiste para mí el sol que nunca veíamos en las calles de Tirana; que en la cárcel en la que vivimos eras la libertad encarnada con tus ocurrencias, tus besos, tu calor y tu amor; que nunca tuve en cuenta tu desplante porque entiendo la juventud y su necesidad de alejarse de lo que le duele y también te diré, después de haberte leído, que me has provocado melancolía al sentir que eres tan parecido a tu madre, tan, tan parecido.
Queridísimo Mo, no me voy a extender, el traductor del que te hablo me cobra por palabra y ya que has renunciado a tu lengua, vaya usted a saber por qué, no quiero yo obligarte a leer esta carta en albanés. Junto a ella te envío este diario que tu madre me entregó antes de morir y sé que si pudiera ver lo que estoy haciendo se sentiría de nuevo traicionada -y de nuevo se equivocaría- porque me rogó que los quemara en el mismo horno que a ella. No he sido capaz. Y cuando te he leído me ha sorprendido... bueno, eso ya lo verás tú si es que aún tienes ojos para ver. Los diarios son ocho -curiosamente el número del infinito-. Te envío el IV.
Mo, mi niño enfermizo, ojos grandes, luz mía, pedacito de vida, cuídate mucho y disculpa a este anciana que siempre, siempre, ha tenido la debilidad de quererte, si con este envío abre heridas que tú creiste cerradas. Porque a veces hay que sajar y limpiar por dentro para purificar y permitir que por fin la carne se una a la carne sin marca indeleble, sin cicatriz.
Vivo donde siempre.
Te quiere, Danila S.
Siempre esperamos lo imposible. Cuando quemábamos a tu madre en el cementerio estaba convencida de que aunque fuera en el último instante aparecerías. Luego me dijeron que estabas trabajando de guardés en la casa de unos señores importantes en los alrededores de Madrid y que andabas escribiendo tus cuitas en uno de esos libros imaginarios que hay ahora en internet. Como podrás comprender me puse a rastrear tu rastro. Pensaba que sería tan fácil como escribir tu nombre en el buscador, que de inmediato aparecerías y yo me pondría a leer. No fue así. Tardé tiempo, mucho tiempo en llegar hasta el libro de ese señor que tanto espacio te ha dejado y que según me dijo el técnico que te buscó -sí, hasta ahí llegué: con unos pequeños ahorros me permití contratar a un informático que dio con el blog de ese señor y con tus escritos y luego pagué, en trabajo, la labor de un traductor. A mis 81 años he cuidado de su madre el doble del tiempo que tú estuviste escribiendo. Menos mal que es una mujer dormida y apenas da la lata- era como buscar un aguja en un ciberpajar (se rió de su propia ocurrencia y a mí no me hizo maldita la gracia).
Una vez terminé de leer me entristeció que no me hubieras mencionado y pensé que seguías tan enfadado como el día en que te bajaste del autobús para no tener ni siquiera que saludarme. Entonces yo también me enfadé, enfado de vieja, ya sabrás lo que es cuando lo seas. Luego pensé en lo herido que debes de estar y como enfermera que fui y que soy, sé muy bien lo que duele una herida mal curada y las consecuencias que puede llegar a tener y te vi esa misma noche, en un sueño, cuando tenías siete años y me sonreías y yo te tenía en mis rodillas mientras tú no parabas de hacer tonterías con una banderita del Brasil que te había llevado esa tarde. Tu madre preparaba la cena y yo sabía lo que había pasado aquella mañana. Y tú no lo sabías.
Han pasado 31 años desde aquel encuentro en el autobús y desde hace 37, todos los 14 de noviembre, he encendido las velas de tus cumpleaños y te he felicitado y comido un pastelillo por tu salud y por tu dicha.
Podría contarte en esta carta lo que pasó entre tu madre y yo pero no sería más que una interpretación de lo que realmente sucedió sólo que eso que sucedió es imposible de reconstruir; podría decirte, con la esperanza de que te alivie y te haga sentir un poco mejor, que durante los últimos meses de la vida de Wislawa volví a estar junto a ella y nos perdonamos; podría generarte cierta culpa si te digo que siempre fuiste para mí el hijo que nunca tuve y que el dolor que sentí por no poder verte fue tan intenso que caí enferma y estuve a punto de de morir; podría decirte, moralmente, que las penas han de quedarse en los intestinos de cada cual y sin embargo te diré que fuiste para mí el sol que nunca veíamos en las calles de Tirana; que en la cárcel en la que vivimos eras la libertad encarnada con tus ocurrencias, tus besos, tu calor y tu amor; que nunca tuve en cuenta tu desplante porque entiendo la juventud y su necesidad de alejarse de lo que le duele y también te diré, después de haberte leído, que me has provocado melancolía al sentir que eres tan parecido a tu madre, tan, tan parecido.
Queridísimo Mo, no me voy a extender, el traductor del que te hablo me cobra por palabra y ya que has renunciado a tu lengua, vaya usted a saber por qué, no quiero yo obligarte a leer esta carta en albanés. Junto a ella te envío este diario que tu madre me entregó antes de morir y sé que si pudiera ver lo que estoy haciendo se sentiría de nuevo traicionada -y de nuevo se equivocaría- porque me rogó que los quemara en el mismo horno que a ella. No he sido capaz. Y cuando te he leído me ha sorprendido... bueno, eso ya lo verás tú si es que aún tienes ojos para ver. Los diarios son ocho -curiosamente el número del infinito-. Te envío el IV.
Mo, mi niño enfermizo, ojos grandes, luz mía, pedacito de vida, cuídate mucho y disculpa a este anciana que siempre, siempre, ha tenido la debilidad de quererte, si con este envío abre heridas que tú creiste cerradas. Porque a veces hay que sajar y limpiar por dentro para purificar y permitir que por fin la carne se una a la carne sin marca indeleble, sin cicatriz.
Vivo donde siempre.
Te quiere, Danila S.
Narrativa
Tags : Colección El mes de noviembre Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 19/11/2014 a las 19:28 | {2}
Danila nunca me llamó Olmo; desde que la recuerdo me llamó Mo. Era también enfermera como Wislawa y en mi memoria queda como la única amiga que tuvo mi madre. La recuerdo como una mujer bellísima. Tenía el pelo caoba, el rostro ovalado, los ojos grandes y castaños casi miel, la boca de labios gruesos, los dientes blanquísimos y con un tamaño en proporción exacta con la carnosidad de sus labios y guardo en la memoria sus cejas pintadas que con el tiempo he relacionado con las arcos superciliares de la escultura arcaica griega. Su cuerpo era voluptuoso, generosísimo de formas, una mujer selva, no una mujer parque como podría haberlo sido Wislawa. Se pasaba a menudo por casa y siempre que lo hacía me traía una golosina o un soldado de plomo o una bandera. Quería que llegase a tener todas las banderas de todos los países del mundo y me enseñaba, como si de un juego se tratase, las capitales de todos esos países. Y me decía mientras me enseñaba, Tú viajarás lo que nosotras no hemos podido. Recuerdo también que regañaba a mi madre por la dureza y el desdén con el que solía tratarme y era la única persona a la que mi madre permitía que me acariciara o me abrazara tras regañarme ella o soltarme un bofetón. Cuando Danila estaba en casa yo me sentía seguro.
Aquella relación entre ambas mujeres, tan estrecha, tan constante duró aproximadamente once años -los primeros once años de mi vida-; de repente, de un día para otro, Danila dejó de venir por casa y los ojos de mi madre enrojecieron durante meses. Un día me atreví a preguntarle por Danila y ella me constestó, La próxima vez que pronuncies ese nombre te arranco la lengua. Y en otra ocasión me dijo, Si me entero que la buscas o que las has visto, te envío a un internado de por vida. Mi amor por ella fue mayor que las amenazas de mi madre y al cabo de un tiempo la busqué y esperé a que terminara su jornada en el hospital a una distancia prudencial. La seguí y cuando me vio me abrazó con la ternura de siempre, miró enrededor para cerciorarse de que nadie nos había visto y me llevó a un cafetín y me invitó a un helado. Recuerdo que ella se tomó un té. Recuerdo que se cogía las manos con evidentes nervios. Recuerdo que me miraba muy fijamente a los ojos. Recuerdo sus palabras, No vuelvas a buscarme. No debes hacerlo, Mo. Te quiero y te querré siempre y sólo, si en algún momento, tu vida corriera peligro o corriera peligro la vida de tu madre, búscame. Tu madre, Mo... quiérela, quiérela aunque no la entiendas, aunque te maltrate, aunque te desdeñe porque no sabe lo que hace y lo que es aún peor: no sabe lo que siente. Y ahora vete. Vamos. Dame un beso y vete. Yo estaré siempre ahí.
Pasaron muchos años hasta que la volví a ver; nunca corrió peligro mi vida ni la de Wislawa. La vi una tarde. Yo tenía diecisiete años. Nos encontramos en un autobús. Ella sonrió con verdadera felicidad. Yo bajé los ojos y me alejé de ella. Estaba herido. Durante mucho tiempo albergué la esperanza de que un día volvería a aparecer por casa y me sentiría de nuevo tranquilo y seguro sabiendo que estaba allí jugando el papel del reverso de la moneda de mi madre. En cuanto cumplí los dieciocho me fui de Albania y viajé lo que ellas no habían podido.
No he vuelto a saber de ella hasta hoy, 31 años después.
Voy a leer la carta que me envía.
Aquella relación entre ambas mujeres, tan estrecha, tan constante duró aproximadamente once años -los primeros once años de mi vida-; de repente, de un día para otro, Danila dejó de venir por casa y los ojos de mi madre enrojecieron durante meses. Un día me atreví a preguntarle por Danila y ella me constestó, La próxima vez que pronuncies ese nombre te arranco la lengua. Y en otra ocasión me dijo, Si me entero que la buscas o que las has visto, te envío a un internado de por vida. Mi amor por ella fue mayor que las amenazas de mi madre y al cabo de un tiempo la busqué y esperé a que terminara su jornada en el hospital a una distancia prudencial. La seguí y cuando me vio me abrazó con la ternura de siempre, miró enrededor para cerciorarse de que nadie nos había visto y me llevó a un cafetín y me invitó a un helado. Recuerdo que ella se tomó un té. Recuerdo que se cogía las manos con evidentes nervios. Recuerdo que me miraba muy fijamente a los ojos. Recuerdo sus palabras, No vuelvas a buscarme. No debes hacerlo, Mo. Te quiero y te querré siempre y sólo, si en algún momento, tu vida corriera peligro o corriera peligro la vida de tu madre, búscame. Tu madre, Mo... quiérela, quiérela aunque no la entiendas, aunque te maltrate, aunque te desdeñe porque no sabe lo que hace y lo que es aún peor: no sabe lo que siente. Y ahora vete. Vamos. Dame un beso y vete. Yo estaré siempre ahí.
Pasaron muchos años hasta que la volví a ver; nunca corrió peligro mi vida ni la de Wislawa. La vi una tarde. Yo tenía diecisiete años. Nos encontramos en un autobús. Ella sonrió con verdadera felicidad. Yo bajé los ojos y me alejé de ella. Estaba herido. Durante mucho tiempo albergué la esperanza de que un día volvería a aparecer por casa y me sentiría de nuevo tranquilo y seguro sabiendo que estaba allí jugando el papel del reverso de la moneda de mi madre. En cuanto cumplí los dieciocho me fui de Albania y viajé lo que ellas no habían podido.
No he vuelto a saber de ella hasta hoy, 31 años después.
Voy a leer la carta que me envía.
Narrativa
Tags : Colección El mes de noviembre Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 18/11/2014 a las 11:52 | {2}
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Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 26/11/2014 a las 22:23 | {0}