Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri
Ella.- Dame la mano. Sí, amor mío, así. Deja tu mano en mi regazo. No, mejor, posa tu mano en mi regazo. La tarde se va a ir calmando. Pronto dejará de llover y el algodón en su planta agradecerá la cercanía de la noche. Ven, querido, dame la mano y deja que sea mi piel quien te guíe en este descenso hacia la oscuridad. No temas si mi piel está un poco fría o si sientes pesados tus ojos porque dormir siempre fue deseo de los hombres. Ya sabes: son tan grandes los esfuerzos que hacemos que cada dieciséis horas necesitamos cerrar los ojos, tumbarnos cuan largos somos y dejar que el manto de la inconsciencia alimente el esfuerzo que empezaremos a hacer ocho horas más tarde. No hay nada de malo en sentir el deseo de dormir, en temer un poco la frialdad de mi piel, tan cercana en humedad y temperatura a la de la serpiente; no hay por qué arrepentirse de haberme concedido tu mano en mi regazo y ahora ven que vamos a recrear el mar y te diré la frase de una niña para que rías y te abarcaré con mis brazos en un abrazo cálido como el desierto y desnudo como la sal; ven, niño mío, que allá se ve mejor y la lluvia se queda suspendida si lo deseas mientras en lo alto del árbol hay unos silencios que podrían competir en belleza con la melodía más delicada de Chopin; claro, corazón mío, espiguita a punto de amustiarse, tranquilo corazón enamorado, río que se acaba, océano que se inicia en sus movimientos, luna nueva a punto de crecer, paraguas en el Polo, hielo en el Trópico; ven que mis manos tienen las uñas largas y mi lengua no está muy limpia pero eso, como muy bien sabes, me hace más cercana; acógete en mí y deja que la larga serenata que nos espera se hunda en tus vísceras como las pócimas mágicas con las que los embalsamadores conseguían la eternidad de los cuerpos de los egipcios ilustres; déjame acunarte con largas letanías y con bardos que entrarán por tus oídos como manantiales nacidos en neveros del Himalaya y si la congoja acude o el llanto parece anticipar calamidades, no permitas que esa apariencia te impida ver la ruta de la seda o la visión del cráter y las largas sendas que la lava genera en el mundo; vuelve tus ojos a mí y aunque sean extrañamente glaucos para ti y parezcan sin chispa de vida no por eso dejes de creer en el profundo amor que te dispenso y los largos momentos de paz que te voy a otorgar. Así es que, amigo, abandónate. Lo hiciste todo. Te esforzaste como todos. Perteneciste. Ya es tiempo de que te vengas conmigo sin preguntar a dónde ni por qué y poco a poco, te lo prometo, dejarás de hacerte preguntas y al hacerlo descubrirás lo mejor: que no había respuestas.

Teatro

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 08/12/2017 a las 23:45 | Comentarios {2}


Habla alguien que se parece a un hombre culto y expresa la inquietud de lo cotidiano y el ser. El hombre culto enfrenta ambos conceptos y viene a decir que por ciertas conformaciones fisiológicas (pienso o deduzco que ha de referirse al cerebro o lugar concreto donde el ser piense) somos incapaces de valorar en su absoluta trascendencia lo cotidiano. Hay en su afirmación un deje de melancolía probablemente por el hecho de que aún habiendo pensado él lo dicho, no ha sido capaz de revertir en sí semejante incapacidad. El hombre del que se diría que es culto relaciona también tristeza y no valoración de lo cotidiano. Y así, en un momento de exaltación, dándole vueltas y vueltas a la idea, dejándose llevar por un anhelo de comunicación, como si al elevar la voz y el grado de la gesticulación consiguiera transmitir más que si no hiciera aspavientos o gritara, colocándose incluso al borde de la butaca en donde, hasta ese momento, se había sentado con las posaderas bien asentadas en el asiento y la espalda cómodamente apoyada en el respaldo, abriendo las piernas, expandiendo la caja torácica, tomando -como digo y como recuerdo- una gran bocanada de aire, y mirándonos con súplica y exigencia pronuncia, ¡Bendito aburrimiento! Y al decirlo parece derrumbarse como si el esfuerzo hubiera sido prometeico, parece también resignarse y cierra los ojos en un afán -supongo- de interioridad, de asunción por su parte de lo que acaba de decir; una postura en la que se mantiene un tiempo -creo recordar- concentrado y mediante la cual la respiración se le va calmando hasta parecer una mar calma tras el último abordaje de la tempestad.
El hombre culto se apacigua, relaja las manos, apoya su espalda en el respaldo de la butaca, mira un cuadro de estilo cubista, una naturaleza muerta con pipa, tazón y búcaro, traga saliva, sonríe beatífico y entre dientes, masticándolo, ora de nuevo su mensaje.

Ensayo

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 07/12/2017 a las 22:32 | Comentarios {0}


En los últimos días derivaba como los olmos enfermos. Sentía una continuidad de batas blancas, de pasillos blancos con ribetes verdes. Largos pasillos. Muy largos pasillos como si fueran hombres convertidos en pasillos. Pasillos como hileras de muertos petrificados. Losas hombres y mujeres muertos sin relieves, sin órganos y él, él aún corpóreo tumbado en una cama blanca, con muchos cables la cama, con diferentes mandos la cama, la cama con ruedas que recorre los pasillos/hombres-muertos camino de una habitación, de una estancia con más aparatos, aparatos con cables o aparatos con rayos y de alguna forma, lejanamente, seres que articulan palabras y que tienen eso que él hubiera llamado cabello meses antes y también manos o boca u ojos y que en ese instante de cama que recorre pasillos, él en la cama sin poder de reacción, no consigue volver a llamar al cabello cabello ni a la mano mano ni al ojo ojo sino que, aturdido (quizá afiebrado) a la puertas probablemente de una nueva dimensión, le parecen metáforas y así el cabello de aquélla le sugiere hebras de azafrán, las manos de aquél sarmientos, los ojos de ése cuencos prehistóricos o en un sonido de resonancia magnética cree escuchar la voz ebria del dios Pan. Cree entonces y por eso me sugiere el título que todo lo que percibe es una expiación por viejos versos que nunca llegaron a salir de su pluma, de pequeñas frases que se acumularon en su páncreas o en su vena esplénica que un día lucharon por asomar en un folio o en un soporte digital y cuya acumulación ha supuesto esta rendición, este dejarse llevar en una cama con ruedas por unos pasillos construidos con los restos de unas mujeres y unos hombres muertos. Ahora se pregunta, justo ahora, en esta mañana del seis de diciembre del año dos mil diecisiete si es necesario que nunca más se deje dentro versos o frases sueltas, ni tan siquiera una coma y menos aún un signo de exclamación.

Narrativa

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 06/12/2017 a las 11:53 | Comentarios {0}


No resuelvo la ecuación en esta mañana de diciembre porque aún vibra en el aire una vena ocluida. No sé qué vena. Como tampoco sé exactamente cuál es la forma del páncreas ni conozco al dedillo las montañas de Marte. Sí, reconozco que no me sé sus nombres, ni sus ubicaciones, ni la pendiente media de sus laderas como desconozco igualmente las nombres de las venas que recorren mi tórax o la cantidad de sangre que se tiene que acumular en mi cerebro para poder pensar y luego escribir la palabra vida. Y aún así, con tanta ignorancia en mí, me siento cercano a Agamenón y a su Porquero cuando -imagino- caminan en esta mañana de un diciembre parecido de hace 3000 años por las costas de Lidia o se zambullen en un río de aguas cristalinas o meriendan en un prado de colores desvaídos mientras conversan sobre las razones del viento o sobre los aires de la guerra y ambos tras sus razonamientos permanecen callados porque el sol se oculta, el mundo enrojece y el porquero, sin pronunciarlo, piensa Marte.
Desde esta ignorancia escribo. Desde esta ignorancia me declaro incapaz de resolver ecuaciones de primer grado (¡y menos aún de 2º o de 3º!). Desde esta ignorancia voy a releer a algunos que me hicieron feliz en su momento mientras la mañana de este diciembre frío como el dolor avanza y nada se escucha excepto la pulsión de los dedos en las teclas, mi respiración (¡aún respiro!) y el roce de mi jersey con el escai de los brazos de la butaca.
De todas formas sí quiero hacer constar que sé la luz del sol y la palidez de la luna y también que reconozco el sabor de las aguas de los mares las cuales diferencio sin apenas esfuerzo del sabor de las aguas de manantial.
Y así todo irá siendo dicho. 

Miscelánea

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 05/12/2017 a las 10:42 | Comentarios {0}


Por la mañana sintió una leve desavenencia entre su estómago y el mundo (ahora piensa con descaro, con cierta sorna de sí mismo, que su estómago y el mundo llevaban enfrentados hace ya mucho tiempo y que esos enfrentamientos absurdos, esas rabias intestinas, ese rumiar, le llevaron entre otras cosas a esa leve desavenencia de aquella mañana del 16 de noviembre de 2017). Todo parecía muy normal dentro de la anormalidad de los últimos cuatro años en cuanto al tiempo se refiere. En su tierra había dejado de llover. El tiempo y el tiempo (le parece que en su idioma hay una lógica aplastante en el uso de la misma palabra para el transcurrir de las cosas y los accidentes meteorológicos. Porque el segundo y la lluvia o la hora y el viento o la marea y los años luz tienen unos paralelismos que quizás en otras lenguas no se puedan ver tan claramente como en la nuestra, el inglés –por ejemplo- tan imprecisa para tantas cosas y tan precisa para otras) estaban raros aunque sabía que ese adjetivo apenas añadía nada a lo que quería expresar y comparaba los adjetivos con los colores de una paleta de Cezanne ¡Cuidado con los colores, cuidado con los adjetivos! Porque al escribir raro ¿qué quería transmitir? ¿Un cambio de ritmo? ¿Resonancias? ¿Arritmias?  ¿Excentricidades? ¿Modorra de la lluvia? ¿Alteraciones de los minutos? ¿Qué categorías abarcaban lo raro? Así viajaba el cerebro en las primeras horas de la mañana de aquel 16 de noviembre de 2017 por mucho que él hiciera la rutina sin ser consciente de estos pensamientos que viajaban en una zona intermedia entre el inconsciente y el consciente y sin saber que ahí se iban a quedar hasta que 14 días más tarde empezaran a emerger libremente, un poco alborotados, casi, casi, sin ganas de orden.
La mañana fue una mañana, cualquier mañana; no fue una mañana especial que pudiera escribirse con un inicio así: eran las diez de la mañana y me odiaba… dejando ambiguo si odiar era reflexivo o es que alguien le odiaba. Terminó de hacerse el café. Se tomó el Omeoprazol. Se tomó la pastilla de Prednisona. Se puso la gota de Pred-Forte en el ojo derecho. Se fumó el cigarrillo.
 

Narrativa

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 27/11/2017 a las 11:32 | Comentarios {2}


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