Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri
El boulevard de Montmartre, mañana de invierno de Camille Pissarro. 1897
El boulevard de Montmartre, mañana de invierno de Camille Pissarro. 1897

Ha leído el periódico en papel. En realidad lo ha leído en papel para utilizarlo más tarde como combustible para la hoguera.
Las defensas de una línea Maginot cualquiera cayeron ayer por la tarde.
Es cierto que buscaba una razón para vivir.
También lo es que en ocasiones no son razones lo que se necesitan sino un par de lo que hay que tener. El número dos es, como es bien sabido, uno de los números más valientes.
Vagabundea, justo ya al final. La sal de la vida es posible que se le haya quedado atrás. Lo que resta es oscuridad por iluminar.
Vagabundea y escala hacia cumbres que ya están nevadas como sus cabellos que a la par que blancos andan siempre despeinados.
Sabe que si hubiera existido en el siglo XII habría sido juglaresa; sabe que habría ido a alguno de los castillos de Occitania y habría pedido con la humildad de los pobres unos versos a un trovador señor; luego, con ellos aprendidos, se habría lanzado por los caminos -probablemente habría tomado el camino francés rumbo a Compostela- y en él, pidiendo mercedes y ofreciendo como pago a la comida su cuerpo en ocasiones, habría ido avanzando hacia el final del mundo para una vez llegado hasta él, volver, volver...
Vagabundea y no se asombra. Se mira las manos que andan ya cuarteadas. Esta noche ha conseguido cobijo junto a las inmensas ruedas de un tractor. El dueño de la tierra y del cobertizo, le ha dejado una manta vieja y le ha llevado las sobras de la mañana; le ha dicho que por la mañana le dará un buen desayuno y que luego habrá de marchar. Ella come y asiente.
No hay razones. Ahora la ciencia ya lo dice abiertamente. Descartes empezó a decirlo a la chita callando. Newton se quedó pasmado como el rey Austria que quiso ver desnuda a su mujer. Dentro de unos cientos de años lo que hoy dice la ciencia como verdad incontrovertible será negado. Eso ya lo sabemos. Ya lo sabemos. 
Vagabundea y le duelen los huesos. Ya ha aprendido que la humedad carcome y llega hasta los tuétanos y va convirtiendo, de forma dolorosa, en fluido lo que antes era sólido. Se ovilla junto a la rueda del tractor la cual hace de parapeto contra el viento que arrecia a medida que la noche avanza y al quedarse dormida, como si estuviera en la vigilia, vagabundea entre sueños: uno es de nata, otro tiene un aire fáustico que le lleva a una gran poza de aguas oscuras donde su cuerpo refulge como si fuera tea y de allí el sol que le marea y de allí duerme en la litera de un tren de vapor y cree encontrarse por Siberia y de allí un canto de gallo y de allí una mano en su pierna y de allí una gran kermesse en la que  ella va vestida con un corpiño muy ajustado que realza sus senos, unos senos que a ella misma le sorprenden y del campo llega a una ciudad donde le muelen a palos y acaba en una mazmorra de donde un ángel con las alas rojo sangre la libera y de allí la mañana, las voces del dueño de las tierras, el regusto del café amargo y unas magdalenas para dar fuerzas. Agradece en silencio el cobijo y la comida. El hombre le da una limosna. Ella la guarda como oro en paño.
Sin razones vagabundea. Nunca traspasó sus genes. Muerta desaparecerá por siempre. En nadie dejó huella. Nadie dejó huella en ella. Huele -su olfato es su vista- un vertedero. En ellos siempre encuentra algo con lo que trapichear. Hacia él va. No debe de estar muy lejos. No más de diez kilómetros. No, no más.
 

Ensayo poético

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 07/11/2021 a las 17:43 | Comentarios {0}


Fantasía sobre Fausto de Marià Fortuny. 1866
Fantasía sobre Fausto de Marià Fortuny. 1866

5 de noviembre de 2021
Debería haber empezado antes.
Debería estar tranquilo. Mirar la tarde que ya se ha hecho noche.
Este nuevo lugar.
Tras dieciséis años viviendo en otro sitio. Ahora. Aquí. Todo nuevo. Todos nuevos menos los amigos de siempre. Los de siempre. Sin ñoñerías. Creo que nunca había escrito la palabra ñoñería. Voy a cambiar de manta. La que tengo es demasiado gruesa. Un momento. Ya mismo estoy.
Al volver Nilo se viene conmigo. Nilo, mi amigo, el perro de mis entretelas, al que hoy, tras diez años de vida, le han picado varias avispas y tiene ahora una oreja hinchada y el susto en el cuerpo. Porque tenemos que descubrir, Nilo y yo, que el campo, realmente, es ese sitio donde los animales están crudos (Dickens dixit).
Poco a poco -digo yo- irá saliendo el pus del lugar donde viví demasiados años. (A veces los años son demasiados). En la novela que estoy escribiendo -y que ahora está perdida en alguna de las muchas cajas que aún me quedan por abrir- (me resulta extraño no poder encontrar mis cosas con la tranquilidad del que sabe dónde están -la novela, por ejemplo, estaba en la cajonera derecha de la habitación de Violeta-) está metaforizado el lugar donde vivía o mejor dicho lo he metamorfoseado en Los Poblados sólo que no a la manera de Las metamorfosis en el que su autor nos muestra el proceso de la metamorfosis sino más bien a la manera de Kafka: cuando inicio la novela, la metamorfosis completa ya se ha producido. Juegos de la imaginación que diría Cortázar  (es una frase que a Luis le gustaba repetir).
Escribo sobre Tere y César. Escribiré pronto sobre Tere. Sin ñoñerías, Tere, te lo prometo. Escribo sobre Caroline, que sé que me piensa a menudo y en la que a menudo pienso. Escribo sobre Fernando. Él allí en su Cádiz a la que no quiere. Escribo sobre Raúl, mi amigo Raúl. Escribo sobre ellos ahora. Escribo sobre Liana. Hemos pasado tanto tan juntos y tan lejos. Estamos tan juntos y estamos tan lejos. Cuando escribo el cambio escribo sobre ellos. Cuando escribo la esperanza, escribo sobre ellos. Cuando escribo la vida, escribo sobre ellos. Ahora, aquí en las montañas, muy cerca de alguna cumbre, más cerca de alguna cumbre. Escribo sobre Luis cuando escribo, al que redescubro cada tanto.
El otoño y el invierno se prometen fríos. Los días se irán calmando. Desde que llegué -hace ahora cinco días. Hice la mudanza el Día de Todos los Santos. Fernando, con su habitual buen humor, comentaba que no me podía mudar un día normal, no, me tenía que mudar el día de Todos los Santos, hala- estoy con un ligero mareo, creo que debe ser cuestión de la altura. Subir trescientos metros de un día para otro debe tener efectos; desde que llegué me ha desaparecido una angustia que no me dejaba respirar con hondura; desde que llegué me siento en la cuerda floja y a veces siento pánico y otras una alegría inmensa; desde que llegué se debate mi ánimo y navega al pairo. Siento que debo dejarlo así; en algún momento tomará una corriente y llegará hasta un puerto; desde que llegué me levanto temprano y excepto la primera noche en la cual no dormí más de veinte minutos seguidos, duermo de un tirón: desde que llegué siento que la vida me da otra oportunidad porque en el fondo cambiarse de espacio es darse otra oportunidad para empezar a estar. Es muy importante estar. Quizá sea lo más importante porque el ser tiene demasiados azares mientras que el estar es una postura (es algo relacionado con la quietud y la quietud es una forma de reverso del azar). Me viene a la memoria la película de Adolfo Aristarain titulada Un lugar en el mundo. Me gustaría haber encontrado por fin, tras treinta y ocho lugares, mi lugar, no por una cuestión romántica sino por vivir algo nuevo. Vivir mi lugar. Estar en mi lugar en el mundo. Haber dado con él. Me gusta el nombre del pueblo. Me gusta el nombre de la calle. Me gusta  el nombre de la calle con la que hace esquina la mía.  Me gustan las farolas en la noche que fugan en un fondo de negritud con montañas. Me gusta este vértigo. Sentirme.
Empiezo. Seguiré.

Memorias

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 05/11/2021 a las 18:47 | Comentarios {0}


A A.


Para A. Flores en un jarrón de Edouard Manet (1882)
Para A. Flores en un jarrón de Edouard Manet (1882)
Pensaba escribir en latín el título (por cierto temor a las palabras) pero cuando lo he visto en español, he sentido que así debía ser escrito: claro, conciso.

También podría haber puesto ese otro verbo que tantas veces se asocia a la curación del cáncer, el verbo vencer pero el cáncer, desde mi sentir, no es enemigo, ni es guerra la que contra él se entabla sino que más bien es un diálogo cuyos interlocutores son la enfermedad y la enferma. Es un diálogo, ya lo sé -con A. lo he aprendido- largo, doloroso, lleno de temores en el que los tonos y los estados de ánimo son su esencia. Porque el cáncer, metafóricamente hablando si se quiere, es un endiosamiento de células y las células de nuestro cuerpo nada saben de nosotros por eso el enfermo ha de dialogar con ellas en un largo diálogo lleno de dudas e intriga. Curarse del cáncer tiene algo que ver con curarse de las células de sí mismo.

A. ha necesitado un año para convencer a sus células de que la vida es un sendero por el que desea seguir paseando y para ello se ha sometido a los efectos de los tósigos (que serían en el diálogo los maestros antiguos que con sus varas impedían el uso de la retórica); ¡Ay, los tósigos! ¡Ay, la retórica qué inútil en esta enfermedad! El cáncer obliga a la verdad. El cáncer te muestra su cara frente al espejo. Sólo si se mira de frente, sólo si se siente una infinita compasión por el propio cuerpo -sea ésta consciente o no lo sea- se puede llegar al fin de esta larga conversación con uno mismo abrazándose y asumiendo que vivir es un misterio tan insondable que las propias células que nos conforman pueden convertirse en las mismas que nos destruyan.

Querida A. admiro tu diálogo. Has sido para mí un ejemplo del buen decir y cuando en los peores momentos del drama parecía que monologabas con algo de desesperanza, siempre veía en tus ojos, tus ojos verdes, verde esperanza, la chispa de quien sabe que va a aguantar un día más, sí, un día más.

No soy nadie para aconsejarte nada por eso no tomes como consejo estas últimas palabras sino más bien como recordatorio de una cualidad que has tenido a raudales en estos largos y peligrosos meses: se paciente con tus células, deja que vayan asumiendo que tú tenías razón a su ritmo y así, como la primavera que eres, verás como florecen tus cabellos y son rosas tus mejillas y el tallo de tu cuerpo se yergue fresco y la raíces de tu ser se asientan en tu suelo. A mí me gustará verte, hablaremos de la vida, nos quedaremos callados, quizá nos cojamos de las manos mientras a lo lejos el ocaso nos avisa de que la noche viene y con ella el tiempo del alma del mundo se levanta mientras nosotros, animales diurnos, dormitamos. 
 

Diario

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 20/10/2021 a las 18:03 | Comentarios {0}


Homenaje
Homenaje

No sabe que al final de la pendiente vendrá el vuelo. Los días, como aves, vuelan sobre los hombres y sus cuitas en tal silencio que de improviso uno (o muchos) parecen despertar y al mirarse los cabellos canos y la ausencia de urgencia en el amar, descubren que su tiempo ya ha pasado. Soñar que soñamos es estar a punto de despertar. Despertar es morir.
No quiero decirte joven amigo que vivas con urgencia porque al soñar no eres consciente de que estás muriendo y como todos dilatarás tus empeños y como todos consumirás tu estancia entre sufrimientos y gozos y en los debes y haberes -cuentas que se echan cuando está al partir la nave que nunca ha de tornar- serás por fin consciente de que sufrir es el tono de la vida. No te preocupes, no es mala suerte, ni inquina de la Fortuna contra ti; es que la vida dispone de más sufrimientos. Es una cuestión de números. Por eso sí te diría cuando ya estoy avistando la barca amarrada al muelle de la Estigia que cuando goces agradezcas a la vida ese momento y sobre todo te diría, No alargues los placeres con artificiosidades y preceptos, ni los ates con juramentos o leyes, sólo goza, goza hasta quedar dormido mientras la marea y las nubes y la hierba y el rocío y las yeguas y los ríos y las grandes cristaleras y los niños recién nacidos y las cunas y las letras y los vinos y los líquidos continúan su camino como tú el tuyo.
No tengo fe. No creo ni en Dios ni en los hombres. No creo en el progreso. No soy positivista. No creo en la ciencia. No creo en el Yo ni en la Masa. No creo que haya sentido ni dirección en la Historia. Ni creo que la guerra sea el gran pecado de la especie. No creo en los sistemas ni en la física cuántica. Sé que todo eso quedará atrás un día como quedó Zeus Tronante o la bella Afrodita. Todas estas ideas las estudiarán generaciones futuras como nosotros estudiamos las sagradas escrituras o como otros contemplan un cielo insondable. La mente es pequeña para un espacio infinito.
Ya termino. Me he mirado la piel de las manos con la lupa y así, tan aumentada, parece piel de reptil. La lluvia no se anuncia y el cielo en la tarde adopta unos tonos tan salvajes que parecen desafiar la propia calma de la atmósfera. Cantan unos pájaros cuya taxonomía desconozco y tras la pared frontera con la vivienda de los vecinos se empieza a escuchar el trajín del menaje. No tengas miedo a despertar. No dudes cuando sueñes soñar. El alba se acerca. La vida es constante.
 

Ensayo poético

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 19/10/2021 a las 18:08 | Comentarios {0}


Jack in the pulpit nº IV de Georgia O'Keefe. 1930
Jack in the pulpit nº IV de Georgia O'Keefe. 1930

Esa fuente, la que se esconde en la maleza; la fuente de los secretos y el amor; esa fuente que viene acompañada de un ritmo con ecos flamencos; la fuente de la que quizá surja el surtidor de la vida y las estrellas y el espacio vacío; esa fuente desde la cual podamos entender la materia oscura y desde la cual podamos entrever a qué grupo de neuronas es debido la idea de conciencia; conciencia de rodilla; conciencia de dolor de muelas; conciencia de armonía. Esa fuente busca el muchacho que descubre por vez primera la plenitud del aire (porque aire pleno, un aire -diría- que no se esconde de ser aire, que deviene vida, que huele a mañana con rocío y a baile de madrugá); la fuente donde se baña la diosa; la fuente desde donde ser Acteón y asumir tras la contemplación desnuda de lo divino, la transformación en rumiante (rumio de lo visto, rumio de la eternidad, pensamiento que se hace, que se conforma en hueso, en cuerno, en abundancia; rumio de la esfera; rumio del pasado porque la belleza es rumio de las cosas bellas, no sólo contemplación sino también contemplación del acto de contemplar); esa fuente aventuro donde el agua se descompone en física de los prismas y surge del mismo surtidor la esencia misma de los colores; así fuente; así contemplación de fuente; así metáfora de fuente y seguir derivando por calles de fuentes estrechas por donde el viento pasa sin saberlo; esa fuente insisto que me hace temblar, que me llega a emocionar como cuando ayer, en no sé qué imagen llegué a la conclusión de que todo es fuente y las fuentes fuentes son.

Ese abrazo que surge de los nombres de los solitarios; la disconformidad con la grey; el lobo estepario y su nombre que aúlla por los páramos del norte de cualquier país del Septentrión o los nombres ¡oh sí! los nombres de las Oceánides y los nombres ¡oh, sí! los nombres de las Nereidas que vienen a la mente cuando las hojas van alfombrando un camino de polvo y espera; ese abrazo que tiene aires de vals; ese abrazo entre mujereshombres que vuelven tullidos de la última guerra y cuya fuerza es una buena medida del sufrimiento soportado; ese abrazo en la Aurora de la pareja que se ha amado por primera vez; ese abrazo con flujos de esperanza y generación y las canciones que, abrazados, se musitan al oído los amantes; ese abrazo de la desnudez; ese abrazo tras el baño en el mar; el abrazo de no sentir en absoluto el sentimiento oceánico; saber, abrazado, que morir es dejar de todo.

Ese continuar mientras escucha con la emoción propia de los sensibleros una melodía que te recuerda (o que es) la que escuchabas en la niñez en los pocos momentos en los que fuiste ¿feliz?; continuar una mañana más; continuar como lo hacen las escobillas del batería cuando acarician los platillos con suave y nada sincopado ritmo de jazz; continuar escuchando por enésima vez un tema de Leonard Cohen y saber que ese hombre también estuvo mil noches desesperado en cualquier Chelsea Hotel; continuar, sí, continuar con las manos callosas, con el alma enfangada; continuar y saber que nada alcanzaste y que como todos -por mucho que la estadística se empeñe en desmentirlo- no lograste domesticar el azar.

Ensayo poético

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 17/10/2021 a las 12:22 | Comentarios {0}


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