Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri

By Isaac Alexander from New York


1.- ¿Es cierto que si hace cincuenta años una mujer hubiera acudido a una comisaría del Bronx denunciando al presidente del FMI por intento de violación, le habrían dado boleto arguyendo que seguro que había sido ella quien le había puesto cachondo?

2.- Es justo que una mujer tenga el derecho a denunciar un intento de violación y que el supuesto agresor sea detenido (sea éste Dominique Strauss-Khan, Bill Clinton, Berlusconi -no, Berlusconi no, a ése no se le detiene o el hijo del porquero).

3.- Es justo que el supuesto agresor (sea DSK, BC o Berlusconi -no, Berlusconi no, a ése no se le detiene- o el tendero de la esquina) tenga derecho a la presunción de inocencia pero no porque sea un macho sino porque el Imperio de la Ley protege al acusado frente al acusador. ¿Por qué? Sólo por una suprema razón: el acusado se enfrenta al castigo, el acusador no (excepto que incurra en delito).

4.- ¡Qué extraño es el sexo! ¡Qué extrañas las relaciones entre las mujeres y los hombres!

5.- Me parecen sociedades hipócritas las que intentan venderte un coche con el cebo de una mujer hermosa en el asiento del co-piloto o una tarima flotante mediante una mujer en ropa interior girando sobre ella y sonriendo o cualquier producto que se precie y al mismo tiempo se lancen sobre el cuello de un hombre que desee ardientemente a las mujeres.

6.- No se puede estar en misa y repicando.

7.- Seguimos siendo muy primarios.

8.- La prensa -presa de su afán por vender- airea lo que no está probado y por lo tanto condena -socialmente- de antemano. Los medios de comunicación tienden a condenar a priori (siguiendo los dictados de las masas).

9.- La erótica del poder.

10.- La justicia.

11.- Si DSK es culpable que cumpla su pena.

12.- Según todos los analistas políticos, sea lo que sea, la carrera política de DSK se ha terminado (no así la de Berlusconi). ¡Qué extrañas gentes las italianas!

13.- ¡Ay, si Claude Chabrol viviera!

14.- Cada vez entiendo menos. Cada vez me interesa menos. Empiezo a entender la vejez.

15.- ¿Qué ocurrió realmente en la habitación 2806 del hotel Safitel de New York?

16.- ¿Es bueno ser puritano para ser político? ¿Debería ser obligatorio?

17.- Realmente siento una fractura entre mundos.

18.- Quizá -para entender- quede el humor, el sueño, la imaginación, la fantasía y poco más. No por huir sino por permanecer cuerdo.

19.- Supra la panca la capra crepa, sotto la panca la capra chiora.

20.- La normalidad en las personas es excepcional.

21.- En el fondo lo que me aturde de este tipo de noticias es que alienta el sexo sucio, el sexo que agrede, el sexo que incumple las normas de cordialidad entre seres humanos y ese sexo -excepto cuando se trata de vender- es el que se airea, ese sexo es el noticioso, como lo son las guerras, las epidemias, los desatres, el rugir de la naturaleza y esas noticias, esos sexos sucios, alientan el miedo, nos llenan de miedo, son noticias agresivas, son noticias que atentan contra el placer de vivir, siendo además que no son noticias contrastadas, que no son noticias probadas sino que se presume que ha habido sexo sucio en una lujosa habitación de un hotel en Manhattan.

22.- Llamo sexo sucio al que no es consentido por todas las partes.

23.- Pasa un taxi amarillo.
Hotel Sofitel de Manhattan
Hotel Sofitel de Manhattan

Miscelánea

Tags : ¿De Isaac Alexander? Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 17/05/2011 a las 00:34 | Comentarios {0}


Comentario de 1888
1888 -así aparece en el remite- escribe en los comentarios a Carta de amor a una Desconocida (5) : ¡Ya era hora! Desde que lo he leído esta mañana, me estoy riendo porque pienso que 1888 tiene razón: que ya era hora de que ese señor tan fino que trataba a su amada platónica de usted, se diera cuenta de que no tenía nada que hacer y desistiera de una vez por todas. Por otra parte tambien me viene la sonrisa a los labios porque me gustaría decirle a 1888 que las vidas de los personajes y sus pasiones son tan poco predecibles como las de las personas y así podría ocurrir que tras la última carta, ella se le acerque y tengan, por fin, un encuentro y se sigan viendo y el amante lo escriba y por fin se vayan a vivir juntos y se separen y el amante lo escriba (tranquilo 1888, no creo que eso vaya a ocurrir). Porque, como dice Mrs. Gump a su hijo Forrest, La vida es como una caja de bombones: nunca sabes lo que te va a tocar. También me ocurre pensar que 1888 podría ser el joven que acompañaba a la señorita en el cenador y que ese: ¡Ya era hora! es el fondo un respiro para él, que veía en el señor enamorado un posible rival. Porque ¿quién me dice que 1888 no está también enamorado de ella? ¿Quién puede asegurar que la Desconocida y el Señor Enamorado no existen en la realidad?
Los juegos de la imaginación son infinitos.
Lo que sí es cierto es que 1888 ha acertado al creer que la carta a la desconocida nº 5 (como el perfume más famoso de Chanel), era la última carta.

Miscelánea

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 16/05/2011 a las 17:51 | Comentarios {0}


Son ya varias las ocasiones en que he visto cómo en unas tertulias televisivas supuestamente libres, los periodistas adoptan el papel de fiscal con respecto a un invitado.
Ayer por la noche tras la película El Lector dirigida por Stephen Daldry (esta película quizás ya me predispuso al malestar que sentí más tarde. Trata sobre el juicio -en la década de los 60 del siglo pasado- a una antigua carcelera nazi. El pensamiento de la película sería: ¿Cómo se puede juzgar el pasado a los ojos del presente por muy terrible que haya sido ese pasado? Siempre que veo este tipo de películas con un trasfondo doctrinal, se me ponen los pelos de punta o, en ciertos momentos, siento algo de asco. Para quienes tienen dudas acerca de la responsabilidad de las personas en sucesos tan brutales como el nazismo en Alemania, recomiendo, como ya he hecho en alguna otra ocasión, el libro La destrucción de los judíos europeos escrito por Raul Hilberg en el que, con la finura de un cirujano hábil con el bisturí, el autor nos desgrana no la vida privada de los individuos alemanes sino el apoyo que con sus actos como colectividad otorgaron al gobierno nazi para llevar a cabo sus planes. Está claro que cualquier ser humano en su vida privada ha de tener eso que, mediante escalas morales, llamamos cosas buenas. No me alivia la vida privada de las personas, ni los motivos que les indujeron a alentar atrocidades y menos aún desde la ficción en la que tan sólo un sólido pensamiento filosófico puede salvar o evitar que las interpretaciones conduzcan a errores. O quizá el guionista David Hare quería plantarnos esa duda como ya lo intentó en The Hours o en Damage en temáticas disitntas). Hecha la digresión vuelvo a la tertulia. La televisiones de derechas -hay muchas ahora en España. El motivo es evidente: la gente de derechas es la que tiene dinero para comprar televisiones- son repugnantes, adoptan el tono del franquismo, realzan la autoridad como principio y no dejan de ser arbitrarias en todas y cada una de sus afirmaciones. Para tamizarlas un poco suelen poner entre los tertulianos a uno de izquierda moderada -dos como mucho-. Pero bueno, tampoco me quiero extender en sus estrategias. Ocurrió que tras la película me puse a zapear y llegué a una de esas televisiones y escuché durante un rato a esos fiscales/periodistas sentados a una mesa acribillando a preguntas tendenciosas a un representante de una asociación de ateos -curiosamente el único que estaba de pie de todos ellos- y sin dejarle apenas responder. El representante era un hombre pausado que intentaba dar sus opiniones -por cierto de una lógica aplastante- mientras esos perros de presa querían retorcerle el argumento con preguntas insidiosas y sobre todo, sobre todo, nada inteligentes. Porque lo que me aterra de esos supuestos periodistas y expertos (de no sé qué) es su alma de inquisidor, la ausencia absoluta de cintura en el pensamiento, las ganas que tienen de vencer al enemigo -porque el representante de los ateos era un enemigo al que habían detenido y se había convertido en acusado frente a ellos-; me aterra lo mal que visten, lo mal que hablan, su afán revisionista, lo mucho que gritan, lo poco que respetan. Cuando escucho a estos periodistas entiendo que España haya sido siempre un país tan miserable; entiendo que hayamos perdido el tren del siglo XVIII, del siglo XIX, del siglo XX teniendo el poder como voceros a gentes como ésa: intransigentes, sanguinarios y torpes.
Con la que se nos viene encima espero que surja, desde las filas de las personas sensatas ya sean de izquierdas o de derechas, un movimiento general de repulsa a semejantes prácticas caciquiles y se exija la cortesía con el invitado, la discrepancia serena, el beneficio de la duda y no sé cuántas cosas más iba a poner hasta que me he dado cuenta de que estoy en España, un país sin cultura de diálogo, un país realmente pobre... en todo.

Ensayo

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 14/05/2011 a las 11:19 | Comentarios {0}


Carta a una desconocida (5)
Sobre el río ha quedado flotando la carta que ahora escribo. He querido (he soñado, en realidad, como metáfora de la dilatada sombra que me ha llevado hasta usted todos estos días) que las ondas expandidas cuando el sobre ha amerizado sobre las aguas quietísimas del río (como dejadas diría) llegaran hasta usted y, cuando estuviera dormida en la tibia noche de este mayo que se deja vencer por el verano, le susurraran, líquidas, las razones de mi adiós que a continuación le expongo.
Quisiera hablarle con versos de sor Juana Inés de la Cruz o rimas del inconsolable Bécquer del sentido del amor, mi amada, de quien nunca tuve las manos entre las mías, ni sus ojos se quedaron clavados en lo míos y quisiera también con versos de Lorca en alguna de sus Gacelas, exponerle el ansia de desamor que no es más que el reverso de un mismo sentimiento.
Cendal flotante de leve bruma,/ rizada cinta de blanca espuma,/ rumor sonoro de arpa de oro,/ onda de luz,/ eso eres tú.
Ya no la he visto ni aun cuando la miré la otra tarde en el cenador de una terraza vulgar; no fue el hecho de que riera con un joven que a todas luces nunca la amaría como yo la he amado, ni tampoco su aire bestial de coqueta, ni sus piernas cruzadas sin estilo; no fue el aire de su pelo algo triste, ni el esmalte azul de sus uñas que aireaba como si hubiera inventado usted el arte dadá; no fue su risa atildada, ni sus armas de mujer sino un sólo hecho que me obligó a retraerme y a huir de usted cuanto antes: fue cuando se quedó sola un instante y en vez de sosegarse, mirar la tarde y sus gentes, sonreír, satisfecha, con el ejemplar que le acompañaba; en vez de alegrarse íntimamente de su vida y sus conquistas, echó usted mano de su carriel, lo abrió, sacó su celular y llamó a alguien y cuchicheó con él y cuando vio aparecer a su acompañante, colgó de inmediato y simuló hacer lo que hubiera sido tan hermoso que hubiera hecho realmente: mirar la vida, saciarse de ella.
Yo sé que un acto no marca la vida. Sé también que este río tan quieto puede, presa de las Nereidas, enfurecerse y anegar la ciudad que atraviesa. Sé que su boca tendrá el tacto que mis labios saben y que su piel ha de tener el tacto que imaginé un día. Sé que la verdad es un lugar fronterizo y que la distancia no es necesariamente el olvido. Sé que el destino no se domeña y que las aves migran. Sé que los poetas mienten y las mujeres, a veces, lo descubren. Sé que la echaré de menos y con el paso de los años me llegará de usted mucho más lo mucho hermoso que vi que lo único que detesté. Y aún sabiendo todo esto, le digo adiós, lanzo esta carta al río que de tan quieto se inquieta y nacen las ondas cuales reflejos de un amor que nunca existió.

Narrativa

Tags : Carta a una desconocida Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 11/05/2011 a las 23:23 | Comentarios {2}


La noche asalta
¿Dónde está la habitación? La luz, a través de las rendijas de la persiana que tanto reconoces, ¿por qué se ha convertido en un ojo de buey? ¿Dónde apareces? ¿Por qué te encuentras en una situación que no habías buscado en absoluto? No puede ser, quieres pensar, que yo haya realizado este acto bárbaro y que por mi causa la niña llore desconsolada y repita, Esa no es mi madre, no tienes razón, ésa no es mi madre. Si todo estaba bien, te dices; si el bienestar se había hecho un rincón en tu diario vivir. ¿La sábana es la soga? Has abierto por un instante los ojos. De inmediato un brazo, en otra dimensión, te ha zarandeado y te ha obligado a caminar hacia una casa en lo alto de una colina donde sabes que algo espantoso va a ocurrir. Quieres luchar y repasas lo que has cenado y te dices, Fue un bocadillo de jamón serrano con mayonesa y una cerveza que, descubres, empalidece tu lengua pero sigues caminando hacia la casa de la colina y poco puedes hacer por evitarlo. El brazo que te arrastra. La culpa que se aposenta en tu memoria. La certeza de que, en efecto, tú fuiste el delator. ¿El delator de qué? te preguntas. El llanto de un bebé desde otra parte del mundo, te arranca de la noche, de la cuesta, de la visión de la casa en lo alto. Dices en voz alta, Perdón. Has reconocido un instante las rendijas de la persiana y has vuelto a caer en la puerta que se abre. El suelo de la casa en lo alto de la colina es de madera y cruje. Lámparas de carburo forman sombras grotescas en las paredes que parecen chamuscadas. Al fondo hay una puerta cerrada. Tras ella se adivina ronroneo de gato loco. El brazo te arrastra hacia la puerta. Tú te resistes. Quieres girar la cabeza para volver a la tranquilidad de las rendijas de la persiana de tu dormitorio. No puedes tragar saliva. Y vuelve a aparecer la niña. Llora sangre. Y te mira con una mirada de tanto dolor que te rompe las venas y sientes un ahogo interior. Rememoras la vigilia. Estás empezando a descubrir que quizá todo aquello pertenezca a un Universo que está quedando atrás y se te aparece el obispo Edvard Vergerus de Fanny y Alexander, cuando ya muerto, zancadillea a Alexander en el pasillo de la casa amada y le dice, No creas que por haberme matado te has librado de mí. Siempre estaré. Siempre. Un escalofrío. Has dormido por primera vez sin camiseta. Puede ser frío o terror. Quisieras acercarte a la niña cuyo rostro está rojo de lágrimas y decirle, Yo fui, no sé qué fui pero fui. Y lo siento, querida niña. Lo siento. Sólo que ahora he de ir hasta la puerta tras la cual ronronea un gato loco y luchar con él si es eso lo que he de hacer. Discúlpame. No te desangres por mí. Y así avanzas y el brazo que te arrastraba, desaparece y te encuentras sólo frente a la puerta y llevas tu mano hasta el picaporte y lo giras y te despiertas.

Miscelánea

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 11/05/2011 a las 12:14 | Comentarios {0}


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