Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri
Monje con chelo. Corot 1870
Monje con chelo. Corot 1870
No sabría decir la minúscula. Aunque quisiera hoy. Aunque quisiera. Ten, te diría. Ten la brida. Detén la yegua. Que no bravuconee.
Parvo soy y no me duele.
No sabría defender la escarcha ni el material de la huella y aún así quisiera decirte, Detén la yegua. Detenla.
Por ese orificio me iría. Por ese temblor me iría. Por el caudal del río que cae. Por el agua que contiene en sí huevas de rana y se eleva y cae en renacuajos sobre la provincia de Ciudad Real.
¿Quién hablaba esta mañana de países? ¿Por qué hay países? ¿Quién defendía la búsqueda de la felicidad como deseo de todo humano? ¿Quién conoció la definición de felicidad? ¡Idea! ¡Pum!
El hombre hablaba ayer con una joven sobre el derecho de unos pocos a decidir sobre la esterilización de un 90% de la humanidad con la idea de que el planeta continuara siendo habitable sin consultar a ese 90%. Esterilizarlos sin más.
¡Detén la yegua que me espanta, a mí parvo, la cadencia del estómago!
O el piano que nunca tocó.

Miscelánea

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 08/09/2014 a las 18:12 | Comentarios {0}


No podremos saber qué sentían las mujeres del harén, los oficiales, los administradores, los eunucos -tampoco podremos saber nunca si eran realmente eunucos- cuando eran enterrados junto al faraón en una ceremonia en todo semejante al sati que se siguió celebrando en India hasta bien entrado el siglo XX. No podremos saberlo porque en aquella época -la de los faraones- el individuo no existía. No había conciencia de Yo.

Este civilización occidental que ya no es cultura (Spengler. La Decadencia de occidente) glorifica la existencia del Yo como un elemento liberador cuando es, justamente, lo opuesto. Yo es piedra. Piedra dura, nada maleable. Piedra diamante. Carbón puro. Yo nos arrastra con su pesado fardo de pasado. Una y mil veces creemos verdad lo que no es más que reconstrucción, asomo de reverbero. Yo nos impide quedarnos quietos, acomodados en nuestro asiento de viaje cósmico. No nos deja ver el paisaje, ajenos a él. Puros observadores.

Piedra y más piedra. Monolíticamente erigido en base a una manipulación de los grandes creadores de opinión: las fábricas. La industria manufacturera.

Abandonar la pìedra y sentir como ya expresó ¿Shakespeare?: Quitarse la vida es perder el miedo a morir (Recogida de la película Belle Époque cuando Manolo -Fernando Fernán Gómez- observa al cura -Agustín González- colgado de la clave de su iglesia y con Del sentimiento trágico de la vida de Miguel de Unamuno en sus manos). Yo Piedra nos ata a este suelo, a esta angustia diaria, a esa sensación que ocurre una mañana de que algo he hecho mal -lo dice Yo- y ese hacer ha repercutido en otro y ese otro que también es Yo Piedra se defiende con todo el derecho y el sol achicharra y ahoga la respiración que no es Yo. El perro no sabe Yo. El perro no lleva esa piedra, se libró de esa piedra. El perro sí sabe viajar. El perro es Buda. O Buda buscaba la NoPiedra de perro.

Piedra-septiembre.

Piedra de cuerpo con límites. De pensamiento propio. Pensamiento Yo Piedra.

Ensayo

Tags : Meditación sobre las formas de interpretar Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 06/09/2014 a las 12:03 | Comentarios {2}


Nada en el mar es azul

Porque tenía que volver

Es en el estómago

¡Ay, el estómago!

Hablar y hablar y hablar

La noche calurosa

Volver a los libros

Ha jugado

De alguna forma y sólo inaugurar

Agua

Miscelánea

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 04/09/2014 a las 11:18 | Comentarios {0}


Trigésimo primer día.

Este relato escrito a lo largo del mes de agosto está dedicado a Liana por sus palabras de aliento, por su coraje y también, por qué no decirlo, por sus ojos verdes.


No es una frase. Ni es un recuerdo (lo recuerdos se construyen cada vez que se recuerdan. Un recuerdo es una re-construcción). La verdad es una emoción. Por eso hoy, en mi último día en el palacio, he sido verdad. He llegado a mi hora. He despedido con un fuerte apretón de manos a mi compañero. He bajado a mi habitación. Me he cambiado. He salido al jardín. He saludado a la Primavera. Me he puesto a nadar y de la cadencia del gesto repetido -conocido- ha surgido y he sabido que deseaba que mi mujer volviera de la Antártida para acogernos en nuestros brazos y besarnos desnudos, en nuestra cama. Porque ahí la verdad resplandece o se apaga y yo sé que con ella la verdad se iluminará una vez más. Y después de gozarnos surgirá la conversación y sólo en ella se podrá decir porque nació antes, en el encuentro de nuestros cuerpos. Y le diré que ha sido un mes metódico. Le diré que las tuberías del palacio mantenían conversaciones que apenas sí lograba entender. Le diré que mi madre ha muerto y que no pienso volver a Tirana a recoger ni sus cenizas ni sus pertenencias. Le diré que la soledad me ha hecho volver a Oliveira al que he encontrado igual de viejo con su voz joven. Le diré que he descubierto defectos en mi natación y los he ido corrigiendo. Seguro que ella sabe que he escrito todos los días para que allá, en los fríos del Sur, sintiera el calor de mis palabras aunque no pudiera leerme, ella que siempre ha sido enemiga de los modernos medios de comunicación. Le contaré tras besarnos, tras follarnos, tras mordernos, tras calmarnos que he soñado mucho y que ha sido al final -una noche en la que la duermevela se hizo dueña del mundo- cuando he descubierto que la verdad es una emoción. Ese descubrimiento no altera en esencia mi mundo, ni es la catarsis que podría andar buscando. Ese descubrimiento es la constatación de que la verdad no puede ser universal porque la emoción sobre un suceso no tiene por qué ser la misma para todos. Pensemos en la sincera emoción del deber cumplido que sentían los nazis exterminando judíos o los españoles exterminando a los indígenas del nuevo mundo. Pensemos en la sincera emoción de terror e impotencia del judío gaseado o del indígena asesinado en su tierra, ante los suyos por unos extranjeros a los que confundieron con el dios propio Quetzacoatl.
Hoy es mi última noche y el tiempo ha sido bueno conmigo. Se ha alargado permitiéndome vivir varias vidas cada día. Ahora le pido que la noche se acorte y llegue pronto la mañana para acudir junto a mi amada y sonreírla y decirle, He vuelto. Me quedo.

                                                             FIN

Migración. Fotografía de Olmo Z. (Agosto 2014)
Migración. Fotografía de Olmo Z. (Agosto 2014)

Narrativa

Tags : Colección Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 31/08/2014 a las 23:04 | Comentarios {2}


Trigésimo día


Mi compañero me ha dicho esta mañana, Tienes mala cara. Sólo le contesto que he dormido mal. Mi compañero me dice, Ya no queda nada. Nada, le respondo y siento al decirlo una mezcla de alivio y desasosiego. Salgo del palacio para mis nueve horas fuera y decido no hacer nada. Sólo quiero llegar a casa, abrir las ventanas, tomarme un café de cafetera -en el palacio sólo hay café de ése que anuncia Georges Clooney-, regar mis plantas, mirar el patio, oler el aire de mi barrio, ver las caras conocidas y leer un rato y hacerme la comida, cosas cotidianas que quizá no vuelvan. A media mañana veo a una vecina que se encuentra a punto de parir. Le pregunto cuánto le queda. Me dice que diez días y que se muda de casa. Está con su otro hijo sentada en el poyete que rodea el patio mientras su marido con un colega van llenando la camioneta. Pasa la mañana. La mujer sigue ahí. Algunos vecinos le echan en cara que mantenga abierta la puerta del garaje y uno de ellos le exige que le diga dónde vive por si se estropea la puerta hacer que lo pague; una vieja le grita, ¡Eso, eso que lo pague! ¡Hábrase visto los inmigrantes estos! ¡No respetan nada! Cuando se ha ido le digo que no se preocupe, que cierre la puerta del garaje y que cuando necesite abrir me avise y yo la abro con el mando. La mujer me lo agradece. Siento ganas de estar en el palacio a salvo de gente tan repugnante. Hay mucha, mucha gente repugnante. Avanza la mañana. No puedo evitar vigilar a la mujer embarazada y por fin me decido y le digo que esté en mi casa mientras vuelve su marido, que tiene que estar incómoda tras tantas horas sentada en la piedra y en su estado. Acepta subir. Sobre todo necesita ir al baño. A su hijo, que no tendrá más de cuatro años, le fascinan unas piezas de ajedrez.
Quería venir y ahora quiero volver. Así es que cuando ha llegado la hora de volver al trabajo estaba triste y sentía cuánto pesa poseer. He llegado. He nadado y de repente hoy, de nuevo, han vuelto a caer compresas durante mi nado. No una, dos. Las he dejado en el bordillo. Me he desentendido. Tras nadar he leído la lista de posesiones de mi madre que me ha enviado una vecina suya. No iré a Tirana a por ellas. No volveré a Tirana. Todo me parece esta noche una locura y me da un poco de asco y quisiera estar aquí siempre, preso en el jardín y no volver a ese mundo inclemente y frágil donde las viejas amenazan a mujeres a punto de parir y un adulto de mierda la amenaza con cobrarle una posible rotura. Aquí, como mucho, caen compresas y además están limpias y no hacen daño y tiene la anécdota un algo de seducción o de vuelo de la imaginación de un hombre solo, en una casa sola, rodeado por todas partes de naturalezas muertas.

Narrativa

Tags : Colección Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 30/08/2014 a las 21:59 | Comentarios {0}


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