Hoy he recordado que yo nací en las grandes ciudades de Occidente
Hoy he sabido que a los hombres nos gustan las maldades
Hoy he resuelto sentirme cuerdo y perfecto como las armonías antiguas (las que aún no se escribían)
Hoy sé que no voy a olvidar
Hoy podría argüir que el hombre es un lobo para el hombre (por más que me estén terminando de convencer que el nombre común hombre ya no sirve para englobar a todas las personas)
Hoy me entristece que las ideologías más modernas sigan siendo tan totalitarias como las más antiguas
Hoy y siempre fui su enemigo
Hoy arrastro la nostalgia y la pena y el desencanto y la melancolía y la tristeza y el enfado y la asunción y el escarnio
Hoy sé que la teleología es un asunto de manipuladores
Hoy sé que la suerte es mucho más que un azar
Hoy me niego a sentirme de esta especie
Hoy escucho woke y me lleva a una sartén asiática
Hoy tampoco puedo ir descalzo
Hoy la perra me ha mirado con confianza
Hoy el calor no ha podido conmigo
Hoy sigo aturdido como si cada minuto alguien golpeara con saña en mis sienes
Hoy sé que cuando menos yo no me puedo apellidar sapiens
Hoy he vuelto a conducir a una velocidad alta
Hoy he contemplado un escaparate en la calle Hortaleza de la ciudad de Madrid
Hoy los campos están amarillos
Hoy no he visto a la anciana
Hoy repican cada media hora las campanas
Hoy se ha secado el riachuelo
Hoy no he escuchado ninguna canción
Hoy sé que sólo una enfermedad de desmemoria me permitirá olvidar
Hoy me viene a la cabeza una sentencia
Hoy el cielo es ardiente y azul
Hoy echo de menos el mar
Hoy echo de menos nadar junto al acantilado de la isla de Samaná
Hoy sé que estuve junto a Simón Carranza
Hoy sé que pude ser zambo en un país de criollos
Hoy sé que vi en la pared de una casa burguesa en la ciudad de Lieja un certificado de pureza de sangre
Hoy me suicidaría si no tuviera tanto afán por vivir un día más
Hoy volveré al camino
Hoy me pincharé de nuevo
Hoy tendré un sarpullido
Hoy beberé agua fresca
Hoy me inquietará el mugido de hambre
Hoy me apenará el migrante que llega extenuado a las costas de un país de mierda
Hoy entiendo a la perfección el término mediocritas
Hoy pasará algo más
Hoy he vuelto a disfrutar del don de llorar
Me parece que no fue hace mucho. Iba con los compañeros. Iba por un campo. Íbamos con los pantalones cortos. Habíamos llegado en un autobús. Nos acompañaban unos hombres vestidos con sotana negra y alzacuellos. Dejamos las cosas que traíamos para pasar el día en una caseta. Jugamos un partido de fútbol. El sol sobre el campo de tierra. El calor. El sudor de la infancia. Después del partido comíamos un bocadillo en lo alto de una loma. Era un bocadillo de tortilla de patata. Antes, sí, ahora lo recuerdo, habíamos ido a un merendero que estaba en lo profundo de un bosque. A ese bosque lo llamábamos Los siete bosques y en el último, en el séptimo, corría la leyenda de que los mayores nos cogían, nos ataban a un árbol y dejaban que nos comieran las hormigas. Teníamos miedo y eso nos animaba a ir un poco más lejos en cada excursión. Alguna vez, contaban, los intrépidos que se habían adentrado más de lo debido le hacían una broma a un compañero y lo dejaban solo, en la linde con el último bosque. Dicen que alguno no volvió. Se lo halló muerto, con las cuencas de los ojos vacías y un rictus de terror en la boca mordida por las terribles y carnívoras hormigas. Vamos por ese campo después de comer. Canta la chicharra. Los curas dormitan a la sombra de unas higueras. Avanzamos hacia la linde del primero de los bosques. Llegamos. Entramos. Caminamos. La chicharra ha callado. Por encima de nosotros el sol se filtra a través de las ramas de unos árboles que nos parecen milenarios. No hablamos. Desconfiamos unos de los otros porque conocemos las leyendas de los compañeros traidores. Alguien dice que ya debemos de estar por el cuarto bosque. Hemos pasado hace tiempo el merendero que para nosotros es la frontera entre lo seguro y el peligro. Decidimos avanzar. Alguien dice que nos despleguemos a lo ancho como hemos visto que hacen los soldados en muchas películas de la Segunda Guerra Mundial. Nos desplegamos. Vamos en silencio. En el silencio de la tarde se diría que se escucha el palpitar de nuestros corazones. Alguien dice, ¡Cuidado, serpiente! Algunos corren por el flanco de donde proviene el aviso. Luego se detienen y vuelven a caminar despacio.
Narrativa
Tags : Olmo Z. ¿2024? Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 14/08/2024 a las 18:35 | {0}[...] podría escribir tu nombre y dejarse llevar [...] la nave sin timón [...] no lo sabrá nunca. Ya no espera. Sabe que este tiempo, en esta dimensión, con esta percepción, no volverá jamás [...] porque estuvo en la época del fuego y junto con los suyos descubrió que al arrasar un terreno nacía a la vida nueva flora y nueva fauna [...] el dominio del fuego [...] así lo hará, dominará de nuevo, como entonces, el fuego interior que lo arrasa y cuando todo haya quedado yermo, calcinado, esperará el crecimiento de algo nuevo, algo que nació de la purificación [...] porque tú lo quisiste así [...] porque le obligaste a permanecer callado [...] porque sabías que no se puede transmitir ese dolor excepto si se consigue escribir poesía [...] Podría haber buscado en la lírica castellana unos ritmos y unos términos que se ajustaran [...] podría haber ensayado una variante de la mística de Teresa de Ávila [...] Hace falta tanta fuerza cuando se pisa terreno desconocido [...] hace falta tanta determinación para quemar por completo el terreno propio, el que sembraste y cosechaste una vez y otra, desde el que miraste tantos días el transcurrir del mundo [...] tratado breve de la melancolía [...]
Narrativa
Tags : Fantasmagorías Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 11/08/2024 a las 18:13 | {0}Recuerdo la mañana en la que me cazaron. Allí, como en casi todas partes, los pobres somos odiados, rechazados y si no somos oriundos entonces al mal de la pobreza se agrega el mal de ser extranjero. Me cazaron cerca de Sivas. Yo no soy turco. Me cazaron por haber robado unas gallinas. Tenia hambre, lo reconozco. Asalté el gallinero como si fuera un zorro. Salí corriendo. Hui tan lejos como me fue posible. Antes, sí, también he de reconocerlo, robé pan y unos refrescos en una tienducha de mierda. También salí corriendo. Corrí como un desesperado. Corrí no para huir a toda mecha sino para hacer cuanto antes un fuego donde asar las gallinas. El hambre me estaba matando. Notaba cómo me estaba devorando a mí mismo. Paradojas del vivir: me delató el fuego. Me cazaron cuando con el estómago lleno me quedé, por fin, dormido. Se me echaron encima. Eran siete. Una era la mujer a quien le había robado. Fue ella la que me quebró la pierna derecha entre dos piernas y luego me cortó el tendón de Aquiles de un machetazo certero. Estaba claro que no era la primera vez que lo hacía. Debían de haberle robado más gallinas. Sangrando me ataron a unas parihuelas y colgado de ellas me llevaron hasta la gruta. Allí se encerraron conmigo seis hombres que me zurraron hasta que de puro dolor me quedé dormido de nuevo. Pensé que eso era morir. Cuando desperté me habían puesto una argolla alrededor del cuello de donde salía una cadena que habían clavado a una de las paredes de la gruta. La cadena debía de medir unos diez metros y se quedaba a unos sesenta centímetros de la puerta metálica. Supuse que lo hicieron así para que mi sufrimiento -tan cerca de la salida y sin embargo a una distancia insalvable- fuera mayor. Y vaya si lo fue.
Muchas noches me despierto con el terror de la pesadilla. Vuelvo a estar encerrado. Nadie escucha mis alaridos. Ni tampoco más tarde, escuchará nadie mi silencio. Con el encierro perdí la capacidad de pedir. Nunca más me volverán a encerrar. ¡Lo juro por mi sangre! He de salir. He cepillado a la perra. Me sienta bien estar con ella. Me obliga a pasear aunque me duela la pierna. Cuando paseo recuerdo un tiempo en el que fui guardés en la casa de un hombre rico. En aquella casa había muchos cuadros de pintores importantes. Todas las noches tenía que hacer la ronda. De aquellos paseos nocturnos me han quedado las miradas de los personajes de aquellos cuadros. Todos me miraban. Yo sentía escalofríos. Siempre me aterraron los ojos.
Fin de la 7ª estancia
Narrativa
Tags : Olmo Z. ¿2024? Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 09/08/2024 a las 19:01 | {0}En diálogo con la lagartija, me dice, El sol.
En diálogo con la mariposa, me dice, Fui algo que no recuerdo.
En diálogo con la araña que habita en el baño, me dice, Nunca me equivoco de pata.
Porque tengo una casa. No sé cuándo fue que apareció en mi bolsillo una nada despreciable cantidad de dinero. Estaba por unas sierras. Vi a un hombre colocando una puerta de entrada a una casita baja, sin apenas pretensiones. Le pregunté en una lengua que entendió, si la alquilaba. Me respondió que sí. Por cuatrocientos, me dijo y yo conté hasta cuatro mil y le dije, ¡Ahí van diez meses! Él me respondió, Mañana te puedes venir. Así lo hice. No creo que esté tanto tiempo. Para mí el tiempo vuela como vuela el dinero. La casa tiene un patio y el patio está habitado por animales que hablan.
En diálogo con la hormiga, me dice, No sé para qué trabajo tanto.
En diálogo con la avispa, me dice, Te aviso.
En diálogo con la perra, me dice, No te amo.
La perra se me pegó al muslo hace un par de días. Estaba muerta de hambre y de sed. Me sentí divino y alivié sus necesidades. No es bonita y debe de ser vieja. Se ha quedado en la casa. Como si quisiera ganarse su sustento cuando llega la noche se tumba en la puerta de entrada y vigila que nadie nos invada. Yo le digo que me importa un carajo que entre alguien. Le digo que no gruña si escucha en la madrugada pasos. Pero a ella le da igual, sólo me responde, No te amo y gruñe.
¿Por qué será que se me cambió el carácter hace unos días? ¿Quién maneja ese timón? Recuerdo cuando estuve encerrado tantos años en la gruta que hubo momentos en los que creí entender la oscuridad del universo, quiero decir, su falta de respuestas; era como si me hubiera acomodado, como ya si ya no me importara quedarme ciego y aceptara, ni con resignación ni con angustia, que mi única agua sería la de unas gotas que lentas y constantes formaban las estalactitas. Años estuve en aquella gruta. Años recibiendo cada tanto la visita de alguien que me dejaba unas gachas a la entrada. Algunas veces me hablaba. No reproduzco sus palabras porque no las entendía. Luego supe, al conocer la ubicación de la gruta, que aquel idioma debía de ser turco o kurdo. ¿Fue entonces cuando aprendí a dialogar con lo seres que no dialogan? ¿Fue entonces cuando les otorgue esa destreza? ¿Es una destreza hablar y no entender apenas lo que el otro dice? Y no por una cuestión de idiomas distintos sino porque tengo comprobado que lo que uno dice no suele ser lo que el interlocutor escucha. ¡Filosofías baratas que habré aprendido de alguien que creía saber algo!
El sol pega fuerte en el patio de mi casa. Me gustaría tener una buena manguera con la que darme unos buenos manguerazos. Esa idea me suele hacer sonreír porque, imagino, debía de ser algo que ocurría en mi infancia. A veces, muy pocas, me vienen destellos de mi niñez y en alguno he creído entrever la dureza de un sol a través del agua de una manguera. No quiero hablar de mi niñez. Un escritor que creo que se llamaba Loygorri, escribió algo así como que la ausencia es nombre de niñez. Me gustó esa frase. Me decía cosas al oído. Me sugería. Esas son las frases que me gustan. Aunque no entienda nada. Aunque nada sepa como sí sé que no estaré diez meses en esta casa. Quizá vuelva a la gruta. ¿Sabría encontrarla? ¿Me encerraría motu proprio? y si así fuera ¿vendría la de las gachas a alimentarme de nuevo? Escribo la porque intuyo que era una mujer y esta mujer era la sirvienta de un ogro que vivía a unas cuantas leguas de mi gruta; un ogro, por supuesto, en sentido figurado, es decir, era la sirviente de un hombre grande, torpe y cruel. Quizá desafié a ese hombre. Quizá le robé su ganado o me comí un conejo de sus campos. Quizá ese hombre tenía una hija casadera con la que tuve mis intimidades y fruto de ellas se desgració el casamiento. Quizás ese hombre era sencillamente un bruto que tenía la sartén por el mango y decidió castigarme con ejemplaridad. Era mujer, intuyo también, porque cuando hablaba tenía el tono justo entre joven y mujer.
En diálogo con el petirrojo, me dice, laborare stanca.
En diálogo con el grillo, me dice, ¡bate! ¡bate! ¡bate!
En diálogo con la salamandra, me dice, me gustan las paredes lisas.
Fin de la 6ª estancia
Narrativa
Tags : Olmo Z. ¿2024? Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 07/08/2024 a las 17:44 | {0}
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Narrativa
Tags : Olmo Z. ¿2024? Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 16/08/2024 a las 19:20 | {0}