Documento 10º de los Archivos de Isaac Alexander. Agosto 1946. Port de la Selva.
Yo te diría, mi pseudo-Lucilo, desde esta masía vieja como el mundo que el veneno mata sin remedio. Tú sabes bien de lo que hablo, ahora que te encuentras perdido y sientes el peso de los días sobre tus hombros bien formados. Habrás oído a alguna mujer gurista hablar con conocimiento y buen gusto de la idea del veneno como apariencia de alimento y por lo tanto como dador de vida. Yo que he vivido el más largo infierno del siglo, te animaría a que no te dejes vencer por la ansiedad ni por la ira pero sobre todo me atrevería a rogarte que no otorgues tu sufrimiento a nadie sino que seas consciente de que tu sufrimiento es parte del misterio de tu vida, generado en las densas salas infernales de tu alma donde Dios es por fin su esencia, es decir, el mismísimo Satanás, el Mal sin máscara. Cuando sufras tanto como ahora sufres quédate en tu sufrimiento, aprieta los dientes, aférrate las manos y grita si es necesario o aulla si duele tanto que un sonido humano no es suficiente para expresarlo.
Sé que te falta el aire. Sé que te esfuerzas en racionalizar tu angustia. Sé que crees saber que estos días son nada en el océano del tiempo. Incluso me atrevo a atisbar en ti cierto desasimiento de ti mismo. También sé que apenas te sirve nada de lo que te dices ni tampoco te alivia las muchas acciones que llevas a cabo para no entregarte a la dosis mortal de ese veneno que alcanzaría su máxima potencia si te dejaras abatir. Por eso aunque creas que nada estás consiguiendo, has de saber querido amigo, que estás venciendo al desmayo y estás combatiendo el sufrimiento con la fuerza que sólo un hombre digno puede oponer a tan poderoso enemigo.
No te preguntes mucho. No decidas mucho. No creas haberte salvado. Hay venenos de efectos retardados y también los hay que permanecen latentes hasta que adivinan una grieta en el ánimo y por ella se filtran e intentan alcanzar tu corazón y tus pulmones y comienzan así su labor de asfixia y su enfriar la sangre. Has de estar alerta y ante todo has de perdonarte por el sufrimiento que te generas. Porque tu sufrir, querido mío, tiene un sentido. Porque tu sufrir, amigo mío, tiene un final. Y aunque tú y yo sepamos que en el fondo todo sufrimiento es inútil, hemos de valorar entonces la magnificencia de la inutilidad, la alta estima en la que la debemos de tener.
Y ahora, déjame regañarte un poco: no sabes perder y deberías aceptar de una vez y para siempre que tú no puedes ser el último. Porque te tienes por un hombre digno de ser amado como el primero y no como el último y porque tienes -porque eres joven- un orgullo que te impide disfrutar el no ser nadie para alguien (aunque ames a ese alguien o lo que es peor -para tu felicidad- que creas amarle). Cuando aprendas la belleza de ser nada, la pureza de poder ser echado a la basura y olvidado; cuando aprendas que quien domina es un miserable y que ser sumiso es empezar a vivir; cuando aceptes que nadie te debe nada y algo aún más importante que tú no debes nada a nadie porque tú no existes -sólo existe un tal Nadie- y ella no existe y yo no existo, entonces verás que el horizonte tiene muchas posibilidades, que ese único foco de luz artificial al que te mantienes unido, hipnotizado como la liebre ante el deslumbramiento de los faros de un coche, es el veneno pero no por él en sí sino por tu incapacidad para desviar la mirada y vislumbrar tras la luz cegadora de la falsa luz, los sutiles y maravillosos matices de lo en sombra.
Sufre sin acusar. Si así lo haces el sufrimiento pasará antes y descubrirás que ése es el antídoto del veneno: no acusar.
La guineu está en lo alto del camino. Me encanta esa zorra. Nunca iré a por ella. Nunca vendrá a por mí.
Y ahora sufre, mi pseudo-Lucilo, hasta agotarte. Espero que no alcance a dejarte frío y surjas de nuevo a la vida, a esta corta vida a la que tanto hacemos sufrir con nuestros sufrimientos.
Sé que te falta el aire. Sé que te esfuerzas en racionalizar tu angustia. Sé que crees saber que estos días son nada en el océano del tiempo. Incluso me atrevo a atisbar en ti cierto desasimiento de ti mismo. También sé que apenas te sirve nada de lo que te dices ni tampoco te alivia las muchas acciones que llevas a cabo para no entregarte a la dosis mortal de ese veneno que alcanzaría su máxima potencia si te dejaras abatir. Por eso aunque creas que nada estás consiguiendo, has de saber querido amigo, que estás venciendo al desmayo y estás combatiendo el sufrimiento con la fuerza que sólo un hombre digno puede oponer a tan poderoso enemigo.
No te preguntes mucho. No decidas mucho. No creas haberte salvado. Hay venenos de efectos retardados y también los hay que permanecen latentes hasta que adivinan una grieta en el ánimo y por ella se filtran e intentan alcanzar tu corazón y tus pulmones y comienzan así su labor de asfixia y su enfriar la sangre. Has de estar alerta y ante todo has de perdonarte por el sufrimiento que te generas. Porque tu sufrir, querido mío, tiene un sentido. Porque tu sufrir, amigo mío, tiene un final. Y aunque tú y yo sepamos que en el fondo todo sufrimiento es inútil, hemos de valorar entonces la magnificencia de la inutilidad, la alta estima en la que la debemos de tener.
Y ahora, déjame regañarte un poco: no sabes perder y deberías aceptar de una vez y para siempre que tú no puedes ser el último. Porque te tienes por un hombre digno de ser amado como el primero y no como el último y porque tienes -porque eres joven- un orgullo que te impide disfrutar el no ser nadie para alguien (aunque ames a ese alguien o lo que es peor -para tu felicidad- que creas amarle). Cuando aprendas la belleza de ser nada, la pureza de poder ser echado a la basura y olvidado; cuando aprendas que quien domina es un miserable y que ser sumiso es empezar a vivir; cuando aceptes que nadie te debe nada y algo aún más importante que tú no debes nada a nadie porque tú no existes -sólo existe un tal Nadie- y ella no existe y yo no existo, entonces verás que el horizonte tiene muchas posibilidades, que ese único foco de luz artificial al que te mantienes unido, hipnotizado como la liebre ante el deslumbramiento de los faros de un coche, es el veneno pero no por él en sí sino por tu incapacidad para desviar la mirada y vislumbrar tras la luz cegadora de la falsa luz, los sutiles y maravillosos matices de lo en sombra.
Sufre sin acusar. Si así lo haces el sufrimiento pasará antes y descubrirás que ése es el antídoto del veneno: no acusar.
La guineu está en lo alto del camino. Me encanta esa zorra. Nunca iré a por ella. Nunca vendrá a por mí.
Y ahora sufre, mi pseudo-Lucilo, hasta agotarte. Espero que no alcance a dejarte frío y surjas de nuevo a la vida, a esta corta vida a la que tanto hacemos sufrir con nuestros sufrimientos.
Hay una mujer que quiere ser besada y se sabe que no muy lejos titilan estrellas muertas
En los mares la espuma no siempre es limpia
La boca sabe mal tras la resaca
y hay un olor en la axila que rememora tiempos de caza
El asueto se ha tomado un descanso
Lo inaudito no se oye
La plaga se está gestando a fuego lento en la garganta de una mezzo
El gris deviene en azul y éste se desmaya en blanco
La ortopedia ha decidido caminar con pies ligeros
Ven, dice la amante y deja caer el viento
El cadáver flota
La araña afila su quelícero
Montañas nevadas nos han secado
Fuisteis al oriente extremo y os cocinaron durante milenios en el gran caldero
¡Oh, cuéntales la invasión de los godos
anima esta noche con las garras de la historia
deleítalos con mil y una anécdotas
y resuelve el enigma como el asno al comer rosas se transforma en hombre!
Esculpía en lo hondo del bosque
la estructura
Dominaba en sus lindes
los contornos
y en la cima de la copa del más alto de los árboles
se desgañitaba resolviendo dameros malditos
¡Oh, arquero!
¡Oh, ballestero!
Dejadme en mis soledades
aunque el agua esté turbia y mis manos adolezcan de flacidez
No impidais que se zambulla y que sus bracitos aleteen
La noche os responderá el por qué de este ruego
La noche será la mensajera del Cielo
La noche bastarda de su padre enero
¡Ay, que me caigo!
¡Ay, la luz, la luz!
Ahora recuerdo la sensación de lengua
y recorre mi piel una saliva vieja
¡Ay, que no recuerdo!
¡Ay, castillo ciego!
En los mares la espuma no siempre es limpia
La boca sabe mal tras la resaca
y hay un olor en la axila que rememora tiempos de caza
El asueto se ha tomado un descanso
Lo inaudito no se oye
La plaga se está gestando a fuego lento en la garganta de una mezzo
El gris deviene en azul y éste se desmaya en blanco
La ortopedia ha decidido caminar con pies ligeros
Ven, dice la amante y deja caer el viento
El cadáver flota
La araña afila su quelícero
Montañas nevadas nos han secado
Fuisteis al oriente extremo y os cocinaron durante milenios en el gran caldero
¡Oh, cuéntales la invasión de los godos
anima esta noche con las garras de la historia
deleítalos con mil y una anécdotas
y resuelve el enigma como el asno al comer rosas se transforma en hombre!
Esculpía en lo hondo del bosque
la estructura
Dominaba en sus lindes
los contornos
y en la cima de la copa del más alto de los árboles
se desgañitaba resolviendo dameros malditos
¡Oh, arquero!
¡Oh, ballestero!
Dejadme en mis soledades
aunque el agua esté turbia y mis manos adolezcan de flacidez
No impidais que se zambulla y que sus bracitos aleteen
La noche os responderá el por qué de este ruego
La noche será la mensajera del Cielo
La noche bastarda de su padre enero
¡Ay, que me caigo!
¡Ay, la luz, la luz!
Ahora recuerdo la sensación de lengua
y recorre mi piel una saliva vieja
¡Ay, que no recuerdo!
¡Ay, castillo ciego!
Ayer escribí la última palabra a mi penúltima obra de teatro. Por lo menos es la última palabra del borrador. La palabra es Salud. Quizás acabe titulándola Apocalipsis de San Juan. Empecé a escribirla en febrero de este año y los dos primeros actos surgieron como si los llevara dentro desde siempre, tan sólo necesitaba el rigor y la tenacidad que por una cuestión de estilo, me faltan. Terminé esos dos actos en marzo y desde entonces silencio. Tan sólo por experiencia sé -y también sé por experiencia que ésta no asegura el acierto- que la creación tiene un tiempo muy suyo. Sé que existen escritores funcionarios que se levantan todos los días y de tal hora a tal hora escriben lo que, en última instancia, les asegurará una ingente producción de páginas. En mi preceptiva sólo escribo así cuando es un trabajo de encargo, un guión para televisión por ejemplo o cuando trabajaba para la revista Mía en los años noventa y tenía que entregar perfiles de personajes famosos o un cuento cada quince días. Por cierto que me dio mucha rabia cuando una amiga de la que entonces era mi mujer, me perdió todas las revistas que yo pacientemente había ido coleccionando. No eran unos perfiles demasiado buenos ni unos cuentos maravillosos, justamente se me pedía lo contrario, es decir, cuentos para que leyeran las mujeres mientras les hacían la permanente en la peluquería. Esa labor fue la que me regaló el oficio de escritor. Y la hice con gusto. Sobre todo recuerdo una serie que se llamó Cazumel y que narraba la historia de amor entre una indígena y uno de los primeros conquistadores españoles en la expedición de Hernán Cortés. Para documentarme me leí La historia de la Nueva España de Bernal Díaz del Castillo. ¡Menudo tocho el del buen soldado! También la experiencia me aconsejaba terminar lo empezado con la menor dilación posible. Luego he creído descubrir que ese principio rige para las narraciones llamémoslas canónicas. No así -necesariamente- para las creaciones más libres, más inconscientes. Suelo defenderme arguyendo que la primera escritura ha de ser enteramente libre, libre también en el tiempo y que es en la revisión del primer borrador donde la maquinaria técnica ha de hacer su entrada. En todo caso se corre el riesgo si una obra se deja al albur de su propio tiempo, de que o bien la idea se seque o que la continuación pierda el aire del inicio.
Apocalipsis de San Juan se quedó entre marzo y agosto olvidada, que no ignorada, en la mesa que tengo junto al ventanal. Dispongo de dos mesas de trabajo. Ésta en la que ahora escribo está de espaldas al ventanal. Es una vieja mesa que me regaló mi amiga Pilar. Una mesa que estaba arrinconada en el sótano de una almoneda y que, por sus características, siempre he pensado que perteneció a un convento de monjas de clausura; la otra, la que está junto al ventanal, estaba ya en la casa que alquilé hace ahora seis años; es una mesa bien fea, de éstas de Ikea o sitio parecido con una tablero hecho con algún tipo de plástico que sugiere cristal. En esta mesa suelo trabajar cuando tengo que utilizar documentación porque es más grande. Pues bien es en ella donde ha estado reposando la obra los últimos cuatro meses. Algunos días la cogía, la leía, escribía alguna nota al margen; incluso creo que por el mes de junio inicié el tercer acto (inicio abortado al final).
Lo curioso es que Apocalipsis de San Juan no la empecé a escribir en mi casa sino haciendo guardias este invierno en la Fundación Amyc -si cliqueas sobre el nombre podrás acceder a su página web- en donde, a parte de ser guardés a tiempo parcial, soy -junto a mi amigo el pintor César Delgado- guía de la mejor -y me atrevería a decir que única- colección de pintura modernista catalana que hay en Madrid. Este agosto -es el tercer año- me llamaron de nuevo para ser el guardés de noche y ha sido de nuevo ahí donde ha surgido el tercer acto de la obra. Está claro que ella -la obra- se siente cómoda en la Fundación y quizá sea porque es un lugar neutro y esta obra necesita lugares sin memoria para poder hacer memoria del lugar donde transcurre la acción.
Ahora viene la técnica a ocupar el espacio de la libre creación. Espero que no la joda... a veces ocurre.
Apocalipsis de San Juan se quedó entre marzo y agosto olvidada, que no ignorada, en la mesa que tengo junto al ventanal. Dispongo de dos mesas de trabajo. Ésta en la que ahora escribo está de espaldas al ventanal. Es una vieja mesa que me regaló mi amiga Pilar. Una mesa que estaba arrinconada en el sótano de una almoneda y que, por sus características, siempre he pensado que perteneció a un convento de monjas de clausura; la otra, la que está junto al ventanal, estaba ya en la casa que alquilé hace ahora seis años; es una mesa bien fea, de éstas de Ikea o sitio parecido con una tablero hecho con algún tipo de plástico que sugiere cristal. En esta mesa suelo trabajar cuando tengo que utilizar documentación porque es más grande. Pues bien es en ella donde ha estado reposando la obra los últimos cuatro meses. Algunos días la cogía, la leía, escribía alguna nota al margen; incluso creo que por el mes de junio inicié el tercer acto (inicio abortado al final).
Lo curioso es que Apocalipsis de San Juan no la empecé a escribir en mi casa sino haciendo guardias este invierno en la Fundación Amyc -si cliqueas sobre el nombre podrás acceder a su página web- en donde, a parte de ser guardés a tiempo parcial, soy -junto a mi amigo el pintor César Delgado- guía de la mejor -y me atrevería a decir que única- colección de pintura modernista catalana que hay en Madrid. Este agosto -es el tercer año- me llamaron de nuevo para ser el guardés de noche y ha sido de nuevo ahí donde ha surgido el tercer acto de la obra. Está claro que ella -la obra- se siente cómoda en la Fundación y quizá sea porque es un lugar neutro y esta obra necesita lugares sin memoria para poder hacer memoria del lugar donde transcurre la acción.
Ahora viene la técnica a ocupar el espacio de la libre creación. Espero que no la joda... a veces ocurre.
... ha transgredido el morir
... hemos pensado la familia como un lugar de tortura, un encierro, una perpetua caza del gato al ratón
... habíais jurado la fe, la multitud os creyó
... quisiste mirarlos de otra manera. Abrazarlos. Comerlos (metafóricamente)
... correrían detrás del pájaro. Verían alzar el vuelo. La imposibilidad. La dulce mortandad.
... volvía al filósofo con el alma entregada y al salir creía entender la idea de jamba o de huerto o de escala
... moveis la manos, circularmente, algo desasosegados como en la tarde del otoño viejo
... repetí la palabra odre
... se habría de despedir
... la luz lanzará fragmentos y los fragmentos se constituirán en un todo que podrá generar un texto
... violaríamos las normas que circunscribían nuestro placer a las playas del fondo
... busque la salida y se halle en la entrada
... por la misma senda
... en las mismas aguas (contraviniendo a Heráclito el Conservador)
... el martirio de su boca lejos
... escucharían los versos
... sentimos la fatiga
... hemos pensado la familia como un lugar de tortura, un encierro, una perpetua caza del gato al ratón
... habíais jurado la fe, la multitud os creyó
... quisiste mirarlos de otra manera. Abrazarlos. Comerlos (metafóricamente)
... correrían detrás del pájaro. Verían alzar el vuelo. La imposibilidad. La dulce mortandad.
... volvía al filósofo con el alma entregada y al salir creía entender la idea de jamba o de huerto o de escala
... moveis la manos, circularmente, algo desasosegados como en la tarde del otoño viejo
... repetí la palabra odre
... se habría de despedir
... la luz lanzará fragmentos y los fragmentos se constituirán en un todo que podrá generar un texto
... violaríamos las normas que circunscribían nuestro placer a las playas del fondo
... busque la salida y se halle en la entrada
... por la misma senda
... en las mismas aguas (contraviniendo a Heráclito el Conservador)
... el martirio de su boca lejos
... escucharían los versos
... sentimos la fatiga
No creas, querida, que me dejo llevar por las ausencias. La lluvia no llega y lo seco ciega mi vista como ocurre al mediodía al contemplar los campos de Castilla cuando Julio muere. He visto la dulce mirada de una muchacha que pasea por un pueblo alemán y tras ella, sometido a la furia del infierno, he visto a un Diablo vigilarla. La inocencia es frágil, bien lo sabes. La imagen sería -más bien: una imagen sería- una joven humilde de una extraordinaria belleza. Al otro lado del espejo -porque nuestro razonar es así de escaso. Alimentamos dualidades como alimentamos lamentos y quimeras. O creemos recordar cuando en realidad reconstruimos. O creemos añorar cuando el sentimiento no es otro que el deseo- la perversión, una de cuyas imágenes sería un joven de labios finos con un rictus de sarcasmo en sus comisuras. La perversión ha de buscar la inocencia para subyugarla y la inocencia ha de enfrentarse a la perversión para ser aún más humilde. En esas paradojas nos movemos y en sus encuentros más sublimes la muerte es la única salida. Entonces no pueden los parques franceses, los frescos manantiales, los peces multicolores ni los cisnes, ni las avefrías, ni el solitario zorro, ni el castor siquiera, ninguno de ellos puede ser el auxiliar mágico de la inocencia ni tampoco los colmillos del jabalí ni el sisear de la serpiente, ni la manzana envenenada -tampoco la de oro- ni el sapo de piel ponzoñosa ser la ayuda necesaria del mal para conseguir sus fines y atraer hacia el abismo a la joven humilde que intuye un mal tras los árboles, un engaño en las palabras elegantes y comedidas del joven de labios finos. La caída o la victoria serán siempre derrota: si caída por abismo, si victoria por el fin de la inocencia -es decir, el fin de sí misma-.
Querida amiga, hoy he visto a un zorrillo muerto en la carretera y ayer asistí al principio del miedo. Largos y extraños paseos me di alrededor de un círculo cuya cuerda yo mismo había creado. Sé que la luna estaba creciendo. Sé que el verdor oscuro de la hierba en la noche era el mismo espejismo que su brillante color bajo los rayos del sol. Sé que tu mano reposaba en tu pecho y que soñabas la altura desde la que no querías caer. Sé que estaba solo y que amaba. No ocurrió nada. No rugió una alarma en mi vientre. No aparecieron seres alados gritando a la falta de viento ni surgieron del fondo del mundo una nubes preñadas de rayos que rugirían truenos en el momento menos esperado. Todo estaba despejado. El cielo, iluminado por las farolas de las carreteras, era ensuciado con sus luces malvas y la cadencia del grillo apenas perturbaba al laurel. El arco del porche soportaba el peso de los muros y la escultura de la sirena, en la frontera de un límite, seguía siendo bronce. Nada se animaba. Nada se figuraba. Eso -pensé- es el nacimiento del miedo.
Ahora ha vuelto la luz y estoy de espaldas al mundo. La imagen de la inocencia tiene los días contados y la imagen de la perversión cuenta sus días. El zorrillo ha muerto seguramente deslumbrado por los faros de un coche. Ha sido en una curva, subiendo un puerto. Quizás otra imagen de la inocencia sea una zorrillo atravesando una carretera en la madrugada y otra imagen de la perversión sean los faros de un coche que lanzan luz desde la nada.
Descansa, querida.
Descansa, bien mío.
La mañana avanza.
Querida amiga, hoy he visto a un zorrillo muerto en la carretera y ayer asistí al principio del miedo. Largos y extraños paseos me di alrededor de un círculo cuya cuerda yo mismo había creado. Sé que la luna estaba creciendo. Sé que el verdor oscuro de la hierba en la noche era el mismo espejismo que su brillante color bajo los rayos del sol. Sé que tu mano reposaba en tu pecho y que soñabas la altura desde la que no querías caer. Sé que estaba solo y que amaba. No ocurrió nada. No rugió una alarma en mi vientre. No aparecieron seres alados gritando a la falta de viento ni surgieron del fondo del mundo una nubes preñadas de rayos que rugirían truenos en el momento menos esperado. Todo estaba despejado. El cielo, iluminado por las farolas de las carreteras, era ensuciado con sus luces malvas y la cadencia del grillo apenas perturbaba al laurel. El arco del porche soportaba el peso de los muros y la escultura de la sirena, en la frontera de un límite, seguía siendo bronce. Nada se animaba. Nada se figuraba. Eso -pensé- es el nacimiento del miedo.
Ahora ha vuelto la luz y estoy de espaldas al mundo. La imagen de la inocencia tiene los días contados y la imagen de la perversión cuenta sus días. El zorrillo ha muerto seguramente deslumbrado por los faros de un coche. Ha sido en una curva, subiendo un puerto. Quizás otra imagen de la inocencia sea una zorrillo atravesando una carretera en la madrugada y otra imagen de la perversión sean los faros de un coche que lanzan luz desde la nada.
Descansa, querida.
Descansa, bien mío.
La mañana avanza.
Ventanas
Seriales
Archivo 2009
Escritos de Isaac Alexander
Fantasmagorías
¿De Isaac Alexander?
Meditación sobre las formas de interpretar
Libro de las soledades
Colección
Cuentecillos
Apuntes
Archivo 2008
La Solución
Aforismos
Haiku
Recuerdos
Reflexiones que Olmo Z. le escribe a su mujer en plena crisis
Reflexiones para antes de morir
Sobre las creencias
Olmo Dos Mil Veintidós
El mes de noviembre
Listas
Jardines en el bolsillo
Olmo Z. ¿2024?
Agosto 2013
Saturnales
Citas del mes de mayo
Reflexiones
Marea
Mosquita muerta
Sincerada
Sinonimias
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El Brillante
El viaje
No fabularé
El espejo
Desenlace
Perdido en la mudanza (lost in translation?)
La mujer de las areolas doradas
La Clerc
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Ensayo
Tags : Escritos de Isaac Alexander Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 29/08/2016 a las 11:48 | {0}