A mi tata Julia
Un año más siguo sin llevar la cuenta de cuánto hace que moriste. En este 2016 ha pasado algo que no puedo dejar de contarte: he estado enfadado contigo. Sí, Julia, que he estado enfadado contigo. Aunque en realidad debería decir el niño Fernando se ha enfadado contigo. El motivo tiene su miga pero más miga tiene aún el que los vivos quieran encizañar con los muertos. Y lo consiguen cuando la cizaña se disimula pongamos por caso en un té verde y así su sabor amargo, su tósigo, apenas lo alcanza a vislumbrar el velo del paladar.
No te voy a contar el motivo ni quién fue el encizañador (o cizañero) sobre todo porque si en una de las posibilidades del Ser tú has trascendido, seguro que eres un ángel que nos sigue protegiendo. Y así en este día treinta y uno de octubre, víspera del día de Todos los Muertos, te siento viva en mi corazón y ya aliviado porque tras mucha razón -que es la única manera que conozco de atacar con fiereza al Mal- me he reencontrado contigo y he escuchado tu voz en años muy lejanos y he visto, en mis sueños de esta noche, dibujada tu sonrisa, y he vuelto a oler el aroma de los geranios en tu ventana y escuchaba tus consejos una tarde de diciembre cuando la lluvia nada mansa caía sobre el Barrio de Vallecas y tú me has escuchado cuando te decía que en mi corazón hay ahora un stock, un almacén de ausencias y tú, de nuevo, como cuando joven te hablaba soñadoramente del amor y del amar, me contestabas, ¡Ay, Fernandito, estás hecho un don Juan de vía estrecha! y esa imagen a mí me hacía sonreír y aliviaba mi dolerme (fíjate hasta dónde ha llegado mi enfado contigo que esta frase la llegué a entender como una crítica real, como una manera de despreciar mi locura de amar, porque amar -no nos engañemos, es una puta locura- sólo que es una locura tan plástica, tan llena de vida y muerte a un mismo tiempo, tan abrasadora que no la cambiaría por ninguna otra locura que en el mundo haya sido) y he revivido tu cervecita con unas aceitunas de Camporreal y la mesa de tu comedorcito y el pisto magistral y manchego y tus filetes rusos y tus uñas rojas y tu saber castellano y campesino que sigue recorriendo mi vida como un libro abierto al que acudo cada tanto.
Nunca te olvido porque olvidarte sería olvidar el rincón protegido de mi infancia; ese rincón donde era igual a mis pares (no el primus inter pares) pero si par con igualdad de derechos para el beso de antes de dormir, para el consuelo en la desdicha, para la ayuda en la necesidad, para el aliento, para el abrazo, para la risa, para el ánimo. Que no se me olvida que dentro de ocho días cumplirías ciento dos años y sigues tan lozana: tortuga marina que navegas los mares siglo tras siglo, con la lentitud sonora de tu concha, y la tranquilidad que da el haber visto las mismas cosas año tras año.
Un beso tan fuerte e inmenso como la frontera que nos separa, Julia Maestre Alarcón de la familia de Los Campera de Argamasilla de Calatrava.
No te voy a contar el motivo ni quién fue el encizañador (o cizañero) sobre todo porque si en una de las posibilidades del Ser tú has trascendido, seguro que eres un ángel que nos sigue protegiendo. Y así en este día treinta y uno de octubre, víspera del día de Todos los Muertos, te siento viva en mi corazón y ya aliviado porque tras mucha razón -que es la única manera que conozco de atacar con fiereza al Mal- me he reencontrado contigo y he escuchado tu voz en años muy lejanos y he visto, en mis sueños de esta noche, dibujada tu sonrisa, y he vuelto a oler el aroma de los geranios en tu ventana y escuchaba tus consejos una tarde de diciembre cuando la lluvia nada mansa caía sobre el Barrio de Vallecas y tú me has escuchado cuando te decía que en mi corazón hay ahora un stock, un almacén de ausencias y tú, de nuevo, como cuando joven te hablaba soñadoramente del amor y del amar, me contestabas, ¡Ay, Fernandito, estás hecho un don Juan de vía estrecha! y esa imagen a mí me hacía sonreír y aliviaba mi dolerme (fíjate hasta dónde ha llegado mi enfado contigo que esta frase la llegué a entender como una crítica real, como una manera de despreciar mi locura de amar, porque amar -no nos engañemos, es una puta locura- sólo que es una locura tan plástica, tan llena de vida y muerte a un mismo tiempo, tan abrasadora que no la cambiaría por ninguna otra locura que en el mundo haya sido) y he revivido tu cervecita con unas aceitunas de Camporreal y la mesa de tu comedorcito y el pisto magistral y manchego y tus filetes rusos y tus uñas rojas y tu saber castellano y campesino que sigue recorriendo mi vida como un libro abierto al que acudo cada tanto.
Nunca te olvido porque olvidarte sería olvidar el rincón protegido de mi infancia; ese rincón donde era igual a mis pares (no el primus inter pares) pero si par con igualdad de derechos para el beso de antes de dormir, para el consuelo en la desdicha, para la ayuda en la necesidad, para el aliento, para el abrazo, para la risa, para el ánimo. Que no se me olvida que dentro de ocho días cumplirías ciento dos años y sigues tan lozana: tortuga marina que navegas los mares siglo tras siglo, con la lentitud sonora de tu concha, y la tranquilidad que da el haber visto las mismas cosas año tras año.
Un beso tan fuerte e inmenso como la frontera que nos separa, Julia Maestre Alarcón de la familia de Los Campera de Argamasilla de Calatrava.
Ἃγαλμα puede significar ornamento o adorno y también joya, objeto precioso (algo que está en el interior). Debido a mi desconocimiento absoluto de la Verdad, no sé si Jacques Lacan es un genio o un estafador; como desconozco los cánones ortodoxos decidí hace tiempo que tan sólo valoro lo que me atrapa en su discurso; como considero que la infancia -debido a su fragilidad- es el territorio abonado para el manejo de las mentes y que esos manejos pueden destruir para siempre la libertad de pensamiento, de emoción, de sentimientos verdaderos (?) de una persona, me interesan las ciencias o las terapias que buscan en los primeros años las fuentes de los conflictos del presente (En otro ámbito de las ciencias sociales el fin primero del Derecho es la disciplina de los sentimientos y la inoculación del sentido de Orden). No sé por lo tanto si el psicoanálisis tiene valor de ley ni si el intento de Lacan de crear un sincretismo entre psicoanálisis freudiano, lingüística de Saussure y Estructuralismo sirve para aclarar el terrible enigma del vivir humano pero cuando leo su interpretación de El Banquete de Platón me atrapa y me hace reflexionar sobre ese sentimiento que yo llamaría Caja de Pandora que es el amor.
Tras lanzar -si no recuerdo mal- Fedro, Pausanias, Erixímaco, Aristófanes, Agatón y Sócrates sus elogios -o disertaciones- sobre Eros -que es una de las formas de amor, las otros dos son: filia y ágape- hace acto de presencia en casa de Agatón, Alcibíades absolutamente borracho. Alcibíades es un hombre maduro, hermoso y jefe natural que quiere conseguir los favores del poeta Agatón y cuando al sentarse junto a él descubre que en el mismo diván se encuentra Sócrates, le da un vuelco corazón porque él -Alcibíades- siempre hubiera querido que Sócrates lo amase. Y entonces de una forma descarada (y descarnada) Alcibíades cuenta a los comensales cómo fue su deseo/amor de Sócrates.
Alcibíades empieza su narración de esta manera: A Sócrates, señores, yo intentaré elogiarlo de la siguiente manera: por medio de imágenes. Quizás él creerá que es para provocar la risa, pero la imagen tendrá por objeto la verdad, no la burla. Pues es mi opinión que Sócrates es lo más parecido a esos silenos existentes en los talleres de escultura, que fabrican los artesanos con siringas o flautas en la mano y que, cuando se abren en dos mitades, aparecen con estatuas de dioses en su interior.
Los silenos eran unas cajas que tendrían la forma del viejo sátiro, gordo y viejo, dios menor de la embriaguez (y recordemos que Sócrates era famoso, a parte de por su oratoria y su método, por su extrema fealdad y por su aguante con el vino. De hecho jamás se le vio borracho y bebió siempre como el que más) que solían contener agálmatas que se puede traducir como estatuas de dioses-theón agálmata- pero también como he escrito al principio como joya u objeto precioso. Lo que viene a decir Alcibíades es que él logró ver el ἂγαλμα de Sócrates y desde entonces Alcibíades cae rendido a los pies del filósofo. Alcibíades desea a Sócrates.
La narración es soberbia, divertida y sentimental pero no es de ella de lo que quería hablar sino del rastreo que Lacan, a partir del texto de Platón, hace del término ágalma. En primer lugar dice que la primera vez que se encontró con esta palabra fue en la Hécuba de Eurípides y que ya entonces dedujo que aquella palabra no quería decir estatua de dios sino más bien fetiche y dice Lacan: cuando se encuentren ustedes con la palabra ágalma, presten mucha atención. Aunque parezca que se trata de las estatuas de los dioses, examínenlo ustedes con más cuidado y verán que se trata siempre de otra cosa.
La raíz de ágalma -γαλ- podría estar relacionada con palabras que quieren decir, admirar, envidiar, estar celoso de, soportar penosamente o estar indignado además de tener relación con lo que brilla, con lo brillante, en el sentido de galante porque este término (galante) viene de gal, brillo en francés antiguo.
El ágalma entonces es algo que se encuentra en el interior de algo/alguien que si es visto engalana, gratifica, brilla, se admira, se está celoso de ello, incluso se soporta penosamente hasta llegar a la indignación. Es decir se desea. Es decir se ama.
Alcibíades al compararnos a Sócrates con un sileno en cuyo interior vislumbró su ágalma echa por tierra todos los discursos más o menos ingeniosos o acertados que sobre Eros hicieron los asistentes al banquete y lo baja a la tierra y lo muestra en sus carnes de hombre enamorado en toda su complejidad porque a quien, en realidad, venía buscando Alcibíades no era a Sócrates sino al amado de Sócrates, Agatón, destrozando así la dualidad que sobre el amor se nos había venido contando hasta su irrupción y mostrando -demostrando- que el amor siempre es cosa de tres.
Tras lanzar -si no recuerdo mal- Fedro, Pausanias, Erixímaco, Aristófanes, Agatón y Sócrates sus elogios -o disertaciones- sobre Eros -que es una de las formas de amor, las otros dos son: filia y ágape- hace acto de presencia en casa de Agatón, Alcibíades absolutamente borracho. Alcibíades es un hombre maduro, hermoso y jefe natural que quiere conseguir los favores del poeta Agatón y cuando al sentarse junto a él descubre que en el mismo diván se encuentra Sócrates, le da un vuelco corazón porque él -Alcibíades- siempre hubiera querido que Sócrates lo amase. Y entonces de una forma descarada (y descarnada) Alcibíades cuenta a los comensales cómo fue su deseo/amor de Sócrates.
Alcibíades empieza su narración de esta manera: A Sócrates, señores, yo intentaré elogiarlo de la siguiente manera: por medio de imágenes. Quizás él creerá que es para provocar la risa, pero la imagen tendrá por objeto la verdad, no la burla. Pues es mi opinión que Sócrates es lo más parecido a esos silenos existentes en los talleres de escultura, que fabrican los artesanos con siringas o flautas en la mano y que, cuando se abren en dos mitades, aparecen con estatuas de dioses en su interior.
Los silenos eran unas cajas que tendrían la forma del viejo sátiro, gordo y viejo, dios menor de la embriaguez (y recordemos que Sócrates era famoso, a parte de por su oratoria y su método, por su extrema fealdad y por su aguante con el vino. De hecho jamás se le vio borracho y bebió siempre como el que más) que solían contener agálmatas que se puede traducir como estatuas de dioses-theón agálmata- pero también como he escrito al principio como joya u objeto precioso. Lo que viene a decir Alcibíades es que él logró ver el ἂγαλμα de Sócrates y desde entonces Alcibíades cae rendido a los pies del filósofo. Alcibíades desea a Sócrates.
La narración es soberbia, divertida y sentimental pero no es de ella de lo que quería hablar sino del rastreo que Lacan, a partir del texto de Platón, hace del término ágalma. En primer lugar dice que la primera vez que se encontró con esta palabra fue en la Hécuba de Eurípides y que ya entonces dedujo que aquella palabra no quería decir estatua de dios sino más bien fetiche y dice Lacan: cuando se encuentren ustedes con la palabra ágalma, presten mucha atención. Aunque parezca que se trata de las estatuas de los dioses, examínenlo ustedes con más cuidado y verán que se trata siempre de otra cosa.
La raíz de ágalma -γαλ- podría estar relacionada con palabras que quieren decir, admirar, envidiar, estar celoso de, soportar penosamente o estar indignado además de tener relación con lo que brilla, con lo brillante, en el sentido de galante porque este término (galante) viene de gal, brillo en francés antiguo.
El ágalma entonces es algo que se encuentra en el interior de algo/alguien que si es visto engalana, gratifica, brilla, se admira, se está celoso de ello, incluso se soporta penosamente hasta llegar a la indignación. Es decir se desea. Es decir se ama.
Alcibíades al compararnos a Sócrates con un sileno en cuyo interior vislumbró su ágalma echa por tierra todos los discursos más o menos ingeniosos o acertados que sobre Eros hicieron los asistentes al banquete y lo baja a la tierra y lo muestra en sus carnes de hombre enamorado en toda su complejidad porque a quien, en realidad, venía buscando Alcibíades no era a Sócrates sino al amado de Sócrates, Agatón, destrozando así la dualidad que sobre el amor se nos había venido contando hasta su irrupción y mostrando -demostrando- que el amor siempre es cosa de tres.
Ensayo
Tags : Sobre las creencias Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 19/10/2016 a las 00:31 | {0}Último tema a desarrollar de la entrada llamada Fragmentarios
De Fragmentarios.
Que hay que irse -te digo- y volver al principio cuando no existía aún la huella primera (la huella que deja la marca; la huella que augura otro paso; la huella que se borrará) y todo el tiempo tenía un sentido de dirección determinada (no es que el tiempo tenga dirección siempre; ayer mi tiempo estuvo a punto de detenerse -tiempo y detención parece una in terminus contradictio- cuando caminaba por el camino de siempre y tuve la mala fortuna de no ver una piedra -recién colocada en ese sitio, por una patada de otro caminante o por un roce de rueda de bicicleta- tropezar y caer. Por un movimiento casi imposible del destino el bastón giró en vertical 180º, rozó mi ojo izquierdo y se me clavó en el hombro. El bastón que llevo es un bastón de campo y por lo tanto su punta es afilada, de hierro, para que se hunda en la tierra. Además, con el uso y su roce contra la roca, la punta se ha afilado aún más. Al reiniciar el camino -con sangre en la mano y sangre en el hombro, desgarrado el anorak y agujereado el jersey- pensé que si no hubiera desviado un poco el rostro, la punta del bastón que me sirve de apoyo habría entrado en mi ojo y por la fuerza de la caída y la violencia de su giro, seguramente habría llegado hasta mi cerebro. Y seguí imaginando mi muerte en el camino por un fatal accidente y la persona que me descubriera, con el bastón atravesando mi ojo y un perro aullando mi muerte -u olisqueando en los alrededores a la espera de que me levantara y me lo sacara del ojo-. Tiempo detenido entonces) que conduciría -inevitablemente- hacia delante. Hay que irse para que la vida se renueve porque tengo para mí que sólo yéndose la raíz se pudre (imagino un fresno -cansado del lugar en el que se arraiga- que decidiera una noche -a la sombra de la oscuridad, desafiando las reglas inquebrantables que según la ciencia rigen la naturaleza- desenraízarse y emprender -aprovechando un viento o un milagro- un viaje hacia otro lugar menos monótono o peligroso o en exceso amarillo {pienso en un fresno en concreto al que perfectamente le podrían nacer alas}).
Yo te digo, amigo, que hay que irse. Recuerda a Eneas -a quien los griegos otorgaron la gracia de vivir- cómo abandonó Troya destruida con los funestos pensamientos que sacuden a todo exiliado, sin tener idea de que con el tiempo y su irse se pondrían los cimientos del más fabuloso imperio que jamás vieron los ojos de los hombres. Inicia, pues, tu Eneida y que Fortuna te sea propicia.
Que hay que irse -te digo- y volver al principio cuando no existía aún la huella primera (la huella que deja la marca; la huella que augura otro paso; la huella que se borrará) y todo el tiempo tenía un sentido de dirección determinada (no es que el tiempo tenga dirección siempre; ayer mi tiempo estuvo a punto de detenerse -tiempo y detención parece una in terminus contradictio- cuando caminaba por el camino de siempre y tuve la mala fortuna de no ver una piedra -recién colocada en ese sitio, por una patada de otro caminante o por un roce de rueda de bicicleta- tropezar y caer. Por un movimiento casi imposible del destino el bastón giró en vertical 180º, rozó mi ojo izquierdo y se me clavó en el hombro. El bastón que llevo es un bastón de campo y por lo tanto su punta es afilada, de hierro, para que se hunda en la tierra. Además, con el uso y su roce contra la roca, la punta se ha afilado aún más. Al reiniciar el camino -con sangre en la mano y sangre en el hombro, desgarrado el anorak y agujereado el jersey- pensé que si no hubiera desviado un poco el rostro, la punta del bastón que me sirve de apoyo habría entrado en mi ojo y por la fuerza de la caída y la violencia de su giro, seguramente habría llegado hasta mi cerebro. Y seguí imaginando mi muerte en el camino por un fatal accidente y la persona que me descubriera, con el bastón atravesando mi ojo y un perro aullando mi muerte -u olisqueando en los alrededores a la espera de que me levantara y me lo sacara del ojo-. Tiempo detenido entonces) que conduciría -inevitablemente- hacia delante. Hay que irse para que la vida se renueve porque tengo para mí que sólo yéndose la raíz se pudre (imagino un fresno -cansado del lugar en el que se arraiga- que decidiera una noche -a la sombra de la oscuridad, desafiando las reglas inquebrantables que según la ciencia rigen la naturaleza- desenraízarse y emprender -aprovechando un viento o un milagro- un viaje hacia otro lugar menos monótono o peligroso o en exceso amarillo {pienso en un fresno en concreto al que perfectamente le podrían nacer alas}).
Yo te digo, amigo, que hay que irse. Recuerda a Eneas -a quien los griegos otorgaron la gracia de vivir- cómo abandonó Troya destruida con los funestos pensamientos que sacuden a todo exiliado, sin tener idea de que con el tiempo y su irse se pondrían los cimientos del más fabuloso imperio que jamás vieron los ojos de los hombres. Inicia, pues, tu Eneida y que Fortuna te sea propicia.
Es que llega con su media melena y la casa adquiere el tono de su presencia
Es que Nilo y yo estamos contentos (él a su lado derecho)
Es la luz un día ya de por sí luminoso
(el olor del otoño del bosque; los colores rabiosos de noviembre que se acerca; la exaltación de la juventud; el atardecer de octubre mientras en mi mente resuenan armonías acordes con los acuerdos tradicionales de las armonías; la salud como bienestar; mirarla y ver cuánto ha crecido; sus objetivos; su audacia; sus libros; su ropa; su relajación en un trabajo nuevo para ella; rodeados de cuadros, su movimiento, su voz en una lengua extranjera; su elegancia; su distancia y la inmediata cercanía cuando está cerca; que le cuide una pequeña irritación en la piel)
Es el mundo que se repite nuevo
Es la distancia de las genealogías
Es el encuentro porque nos cuenten historias bien contadas
Es adivinar
Es saber que no pasará frío
que Nilo dormirá con ella esta noche de octubre del año del 2016 según el calendario gregoriano
Es la tortilla de patata y un poco de proteína animal en una ensalada de tomate con bonito
Es su risa
Es el mundo que empieza a vivir deprisa en ella
Su despertar dormida
Sus manos
Su nombre
Su vida
Es que Nilo y yo estamos contentos (él a su lado derecho)
Es la luz un día ya de por sí luminoso
(el olor del otoño del bosque; los colores rabiosos de noviembre que se acerca; la exaltación de la juventud; el atardecer de octubre mientras en mi mente resuenan armonías acordes con los acuerdos tradicionales de las armonías; la salud como bienestar; mirarla y ver cuánto ha crecido; sus objetivos; su audacia; sus libros; su ropa; su relajación en un trabajo nuevo para ella; rodeados de cuadros, su movimiento, su voz en una lengua extranjera; su elegancia; su distancia y la inmediata cercanía cuando está cerca; que le cuide una pequeña irritación en la piel)
Es el mundo que se repite nuevo
Es la distancia de las genealogías
Es el encuentro porque nos cuenten historias bien contadas
Es adivinar
Es saber que no pasará frío
que Nilo dormirá con ella esta noche de octubre del año del 2016 según el calendario gregoriano
Es la tortilla de patata y un poco de proteína animal en una ensalada de tomate con bonito
Es su risa
Es el mundo que empieza a vivir deprisa en ella
Su despertar dormida
Sus manos
Su nombre
Su vida
Corre, coge la mano que sale de la hoguera
tú que le robaste el nombre a Dylan Thomas
y déjanos tus canciones mientras la borrachera se diluye en un callejón
-el que está pobremente iluminado, a la vuelta de ninguna parte, con cierto aire de sanguina-;
porque yo también soñé la nieve en el Bronx
aunque supiera que las calles que soñaba eran las del barrio de Malasaña.
Mentiría si dijera que conocía el sentido de tus letras
me gustaba Bob Dylan, no lo que decía Bob Dylan;
aquel espíritu... de los freak brothers
en una madrugada de alcohol y drogas en la habitación de Sonsoles
donde tú, aún en vinilo, cantabas las canciones que no es necesario nombrar.
Hoy has entrado en el Parnaso sueco (que se ha convertido como una explosión de nitroglicerina en el Parnaso mundial)
y me apena que la contra-cultura se encuentre ya entre los dioses -ella que debería permanecer por siempre en los infiernos-
aunque probablemente el cielo sea hoy lo que antaño fue el infierno y entonces sí, el premio sería del todo merecido.
La lluvia ha adornado el día
los colores del otoño ya digieren la esencia del ácido lisérgico
la repetición se ha hecho dueña de algunas de mis horas
y he vuelto a los clásicos del siglo XX con el seminario 8 de Lacan
donde habla sobre El Banquete un diálogo venial del gran disturbador (y masturbador mental) griego
cuando el amor más perfecto causaba la risa
y el cristianismo aún no había puesto las cosas en su sitio (el amor es una cosa muy seria que no se debe tomar a la ligera)
Junto a él me he revuelto un poco en la silla y te he recordado en mi recuerdo (no en ti, una anécdota de ti; sino en mí, una anécdota de mí) y tú eras mi viejo amigo Luis, un día de diciembre en su chalet de Los Molinos, cuando rondábamos los veinte años y él rasgueaba la guitarra y cantaba a voz en grito tus versos dedicados a la chica del país del norte mientras la muchacha hermosa y lacónica se dejaba llevar por sus rizos negros y su entrega y yo sabía, sabía que justo esa mujer nunca besaría mi boca.
tú que le robaste el nombre a Dylan Thomas
y déjanos tus canciones mientras la borrachera se diluye en un callejón
-el que está pobremente iluminado, a la vuelta de ninguna parte, con cierto aire de sanguina-;
porque yo también soñé la nieve en el Bronx
aunque supiera que las calles que soñaba eran las del barrio de Malasaña.
Mentiría si dijera que conocía el sentido de tus letras
me gustaba Bob Dylan, no lo que decía Bob Dylan;
aquel espíritu... de los freak brothers
en una madrugada de alcohol y drogas en la habitación de Sonsoles
donde tú, aún en vinilo, cantabas las canciones que no es necesario nombrar.
Hoy has entrado en el Parnaso sueco (que se ha convertido como una explosión de nitroglicerina en el Parnaso mundial)
y me apena que la contra-cultura se encuentre ya entre los dioses -ella que debería permanecer por siempre en los infiernos-
aunque probablemente el cielo sea hoy lo que antaño fue el infierno y entonces sí, el premio sería del todo merecido.
La lluvia ha adornado el día
los colores del otoño ya digieren la esencia del ácido lisérgico
la repetición se ha hecho dueña de algunas de mis horas
y he vuelto a los clásicos del siglo XX con el seminario 8 de Lacan
donde habla sobre El Banquete un diálogo venial del gran disturbador (y masturbador mental) griego
cuando el amor más perfecto causaba la risa
y el cristianismo aún no había puesto las cosas en su sitio (el amor es una cosa muy seria que no se debe tomar a la ligera)
Junto a él me he revuelto un poco en la silla y te he recordado en mi recuerdo (no en ti, una anécdota de ti; sino en mí, una anécdota de mí) y tú eras mi viejo amigo Luis, un día de diciembre en su chalet de Los Molinos, cuando rondábamos los veinte años y él rasgueaba la guitarra y cantaba a voz en grito tus versos dedicados a la chica del país del norte mientras la muchacha hermosa y lacónica se dejaba llevar por sus rizos negros y su entrega y yo sabía, sabía que justo esa mujer nunca besaría mi boca.
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Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 31/10/2016 a las 11:38 | {0}