Documento 12 de los Archivos de Isaac Alexander.
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He oído la música de tus cabellos en la almohada
con los ojos abiertos la he oído
y he dejado que el ala del sombrero en primavera
cubriera para siempre mi albedrío
He sentido la cadencia del cosmos
el aleteo febril del pato en su despegue
la grácil figura del camaleón en la rama
y la usura desdichada de la mona en celo
He perseguido la melodía de una canción de Leonard Cohen
en tus caderas mientras gemías frente a mí y en la penumbra
y he saboreado tu saliva en mi lengua
como si fuera la forma consagrada y líquida de un dios
La noche nunca nos fue propicia
siempre nos rehuyó
es cierto que a veces la perseguimos
como lo es también que al final huyó
Yo he visto en tus manos La Primavera
de Botticelli y Botticelli vio en mí tus manos
Yo he visto en tu vientre El Paraíso
del Bosco y el Bosco vio en mí tu paraíso
Ante todo tu voz mantendré siempre
cuando bese tu boca y roce con mis dedos tus pezones
Ante todo tu voz mantendré ante el mundo
cuando yazca por fin junto a la muerte
Ya queda poco para que el sábado muera
y sé que cuando suenen las doce en la campana de la iglesia
no podré evitar rogar a quien no creo
que me conceda la gracia de que duermas sola
Porque yo vi en tu espalda la corriente sideral y los inicios
porque yo vi en tus espacios intercostales el rostro de Lilith
porque yo toqué con mi mano nefanda el monte pelado de tu cuerpo
y le susurré a tus pies como un melisma un canto fraternal de bienvenida
Ha de esperar el fin del mundo
No hiela tanto como para que el corazón se me congele
Un ángel revolotea entre las ramas desnudas del arce
y aulla un perro blanco en las alturas
con los ojos abiertos la he oído
y he dejado que el ala del sombrero en primavera
cubriera para siempre mi albedrío
He sentido la cadencia del cosmos
el aleteo febril del pato en su despegue
la grácil figura del camaleón en la rama
y la usura desdichada de la mona en celo
He perseguido la melodía de una canción de Leonard Cohen
en tus caderas mientras gemías frente a mí y en la penumbra
y he saboreado tu saliva en mi lengua
como si fuera la forma consagrada y líquida de un dios
La noche nunca nos fue propicia
siempre nos rehuyó
es cierto que a veces la perseguimos
como lo es también que al final huyó
Yo he visto en tus manos La Primavera
de Botticelli y Botticelli vio en mí tus manos
Yo he visto en tu vientre El Paraíso
del Bosco y el Bosco vio en mí tu paraíso
Ante todo tu voz mantendré siempre
cuando bese tu boca y roce con mis dedos tus pezones
Ante todo tu voz mantendré ante el mundo
cuando yazca por fin junto a la muerte
Ya queda poco para que el sábado muera
y sé que cuando suenen las doce en la campana de la iglesia
no podré evitar rogar a quien no creo
que me conceda la gracia de que duermas sola
Porque yo vi en tu espalda la corriente sideral y los inicios
porque yo vi en tus espacios intercostales el rostro de Lilith
porque yo toqué con mi mano nefanda el monte pelado de tu cuerpo
y le susurré a tus pies como un melisma un canto fraternal de bienvenida
Ha de esperar el fin del mundo
No hiela tanto como para que el corazón se me congele
Un ángel revolotea entre las ramas desnudas del arce
y aulla un perro blanco en las alturas
Me lo ha mandado un amigo y desde luego si yo hubiera sido el profesor le habría puesto al alumno un 10 porque las respuestas como razonamientos son impecables.
Crítica de la razón pura
Explotar ahora. No escuchar más nota que una muy lejana. Explotar junto a la tristeza de los artistas del Madrid de los 20. Y junto a su hambre. Porque algunos no pasaron de ser un recuerdo en la mente de otro. Quedaron tantos agostados y coléricos en aquellas calles tardomodernistas. Quedaron congelados para siempre en los espejos concavos del Callejón del Gato. Cuando Madrid era algo más que un poblachón manchego y por sus calles paseaban Pío Baroja, Azorín, Villaespesa, el admirable Rubén Darío, Valle Inclán el homérico y su homenaje de años atrás Alejandro Sawa. Cuando Madrid provocaba en Gómez de la Serna greguerías y las buñuelerías eran cueva de ladrones y salón de poesía. Explotar ahora, sumergido en ellos.
¿De qué sirvió tanta hidalguía? ¿De qué sirvió vivir la vida como se vive el arte? ¿Cómo se vive el arte? ¿Quién te llamará artista? Eran los niños muertos en las aceras. Era el yernismo en el congreso de los diputados. Era la lengua viva, brutal, apalancada en las madrugadas. Era un cráneo privilegiado. Era Max Estrella acorralado entre guindillas y menestorosos. Era un obrero catalán condenado a la muerte. Era una puta con los ojos de Pastora Imperio. Ojos verdes inolvidables para Francisco Pérez de Ayala. Era una cohorte de poetas modernistas que tan sólo tenían versos para llevarse a la boca. Versos de otros. Mal aprendidos. Versos románticos de Espronceda y soflamas de Larra. Eran los tiempos de las huelgas. Eran los tiempos de uno más de los Borbones. Eran los tiempos de las parodias hechas con mala hostia. Eran los tiempos de las charlas en los cafés que se alargaban hasta el alba.
El hambre. El puterío. Los chulos. Los bedeles. Los redactores jefes. Los ministros fumándose un puro. Era el aguardiente mezclado con la fritura de buñuelo. Era una horchatería. Era una vieja cantando ¡El Heraldo! Era la niebla fría. Madrid austriaco. Madrid/Jacometrezo. Era los tranvías incendiados. Era el final del día. Y ante todo era: un clavo en una tapa de ataúd que ha rozado la sien del muerto de la que ha surgido un reguerito de sangre.
¿Y si no está muerto?
¿Y si no está muerto?
¿De qué sirvió tanta hidalguía? ¿De qué sirvió vivir la vida como se vive el arte? ¿Cómo se vive el arte? ¿Quién te llamará artista? Eran los niños muertos en las aceras. Era el yernismo en el congreso de los diputados. Era la lengua viva, brutal, apalancada en las madrugadas. Era un cráneo privilegiado. Era Max Estrella acorralado entre guindillas y menestorosos. Era un obrero catalán condenado a la muerte. Era una puta con los ojos de Pastora Imperio. Ojos verdes inolvidables para Francisco Pérez de Ayala. Era una cohorte de poetas modernistas que tan sólo tenían versos para llevarse a la boca. Versos de otros. Mal aprendidos. Versos románticos de Espronceda y soflamas de Larra. Eran los tiempos de las huelgas. Eran los tiempos de uno más de los Borbones. Eran los tiempos de las parodias hechas con mala hostia. Eran los tiempos de las charlas en los cafés que se alargaban hasta el alba.
El hambre. El puterío. Los chulos. Los bedeles. Los redactores jefes. Los ministros fumándose un puro. Era el aguardiente mezclado con la fritura de buñuelo. Era una horchatería. Era una vieja cantando ¡El Heraldo! Era la niebla fría. Madrid austriaco. Madrid/Jacometrezo. Era los tranvías incendiados. Era el final del día. Y ante todo era: un clavo en una tapa de ataúd que ha rozado la sien del muerto de la que ha surgido un reguerito de sangre.
¿Y si no está muerto?
¿Y si no está muerto?
Dice que hubo un tiempo en el que navegó demasiadas veces. No era el oleaje ni las costas nuevas. Era el exceso de paciencia. ¿De dónde -se preguntó un día mientras manejaba el timón con cierta abulia- proviene esa palabra? Sabe que el final se encuentra muy cerca. Sabe que avistará tierra a más tardar en tres días. Intuye farallones y brezo. La soledad del navegante tiene algo de nube aislada. La soledad del navegante es dura y verde.
Sabe que no debe decir muchas más palabras aunque le apeteciera hablar tras muchas jornadas con la sola compañía de las aguas; sabe que su fracaso no es esa palabra; sabe que en el inventario de sus existencias cuidó con mimo la que hoy debe echar por la borda como lastre. Lastre ¿de dónde proviene esa palabra?
También este cuaderno de bitacora debería ir terminándolo. No sabe muy bien por qué. Es una distensión entre el emisor y el receptor. Una maroma que anda floja.
Ha oído hablar de la necesidad de silencio. Como de tantas cosas. Callarse y esperar. Hasta que se diluya la esfera como ante la fuerza del aire explota la pompa. Sabe -mientras observa la estela que la quilla del barco abre en el mar- que el dolor irá menguando y que nada vale más que poder mover los dedos. La preocupación siguiente es éter.
Jerarquía del dolor, se dice.
Pequeño burguesismo, se dice.
La perversa influencia de las historias bien narradas, se dice.
Aquella vez que le atrapó, se dice.
El vendaval lo sortea con el chubasquero amarillo, amarrado al timón. Deja que la furia del agua azote su rostro y no teme la súbita oscuridad que se ha cernido sobre él. Sabe que el barco es marinero y que sus manos han sorteado ya tardes como ésta. Siente el mar como un aseo con jardines y no se va a avenir a la pena mansamente.
La estructura del mundo, se dice.
Hay que navegar esa ola, se dice.
Nunca de frente, se dice.
Mira al perro, a sus pies, tan marino como él, cómo aguanta el miedo del embate de la masa de agua contra la embarcación. No aulla. No tiene las orejas gachas sino que se mantiene atento por si tuviera que hacer algo, empapado como está hasta los huesos.
Hay que ir hacia allá, se dice.
En tres días, se dice.
Tarde, mucho más tarde (quizá nunca) supo que paciencia proviene de padecer y lastre podría venir del germano last "peso" aunque entonces lo probable es que se hubiera tomado del neerlandés o inglés last y que hubiera servido de intermediario el francés anticuado last hoy lest.
Sabe que no debe decir muchas más palabras aunque le apeteciera hablar tras muchas jornadas con la sola compañía de las aguas; sabe que su fracaso no es esa palabra; sabe que en el inventario de sus existencias cuidó con mimo la que hoy debe echar por la borda como lastre. Lastre ¿de dónde proviene esa palabra?
También este cuaderno de bitacora debería ir terminándolo. No sabe muy bien por qué. Es una distensión entre el emisor y el receptor. Una maroma que anda floja.
Ha oído hablar de la necesidad de silencio. Como de tantas cosas. Callarse y esperar. Hasta que se diluya la esfera como ante la fuerza del aire explota la pompa. Sabe -mientras observa la estela que la quilla del barco abre en el mar- que el dolor irá menguando y que nada vale más que poder mover los dedos. La preocupación siguiente es éter.
Jerarquía del dolor, se dice.
Pequeño burguesismo, se dice.
La perversa influencia de las historias bien narradas, se dice.
Aquella vez que le atrapó, se dice.
El vendaval lo sortea con el chubasquero amarillo, amarrado al timón. Deja que la furia del agua azote su rostro y no teme la súbita oscuridad que se ha cernido sobre él. Sabe que el barco es marinero y que sus manos han sorteado ya tardes como ésta. Siente el mar como un aseo con jardines y no se va a avenir a la pena mansamente.
La estructura del mundo, se dice.
Hay que navegar esa ola, se dice.
Nunca de frente, se dice.
Mira al perro, a sus pies, tan marino como él, cómo aguanta el miedo del embate de la masa de agua contra la embarcación. No aulla. No tiene las orejas gachas sino que se mantiene atento por si tuviera que hacer algo, empapado como está hasta los huesos.
Hay que ir hacia allá, se dice.
En tres días, se dice.
Tarde, mucho más tarde (quizá nunca) supo que paciencia proviene de padecer y lastre podría venir del germano last "peso" aunque entonces lo probable es que se hubiera tomado del neerlandés o inglés last y que hubiera servido de intermediario el francés anticuado last hoy lest.
Érase una vez febrero.
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Narrativa
Tags : Escritos de Isaac Alexander Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 18/02/2017 a las 19:19 | {0}