Documento 15 de los Archivos de Isaac Alexander. Kristiansund diciembre 1968
Misantropía: Odio al género humano
que se manifiesta por aversión al trato con los demás
y tendencia a la soledad.
Misántropo: En la sierra vivían unas criaturas
mitad hombre y mitad caballo que eran feroces y misántropas.
que se manifiesta por aversión al trato con los demás
y tendencia a la soledad.
Misántropo: En la sierra vivían unas criaturas
mitad hombre y mitad caballo que eran feroces y misántropas.
Al despertar esta mañana (que era noche en mi alma sin duda debido al espacio de los sueños que me ha dejado un regusto agrio a masas enarbolando banderas, líderes gritando blasfemias, calles con ardor de músicas militares [pienso en Beethoven y su machacona música militarona], grandes celebraciones por batallas ganadas quinientos años antes y campos devastados y rojos) en este pueblecito noruego donde me escondo, de nuevo, de una herida social y mientras tomaba un té de Labrador y miraba por la ventana de la cocina la densa bruma que oculta el mar, he sentido esa doliente sensación de asco por los hombres y su megalomanía. Detesto a los hombres. Nos detesto, escribiría, si no fuera porque a mí me tengo aprecio. No quiero engañar a nadie. Pero sé que dentro de la masa me detestaría como a cualquiera otro. Por eso me alejo de las masas: para no sentirme hombre. Por eso busco en el encuentro con las mujeres ese pedazo de belleza que nos une a los animales. Tocar un cuerpo opuesto y mismo. Ser tocado por un cuerpo otro y semejante. Fundirse místicamente con gritos-símbolo y recrear figuras machihembradas bajo la tenue luz de un farolillo, es la única experiencia humana que me procura amor por mi especie. Y tan sólo porque nosotros -junto con algunos tipos de simios y según creo también algunas tortugas- hemos embellecido el sexo con esa variante que no todos conocen que es el erotismo. Todo lo demás supura cieno.
¿Sabrá la bruma sobre el mar la estupidez que como especie generamos? ¿Sabrá la luna cuánta calamidad hemos generado en su nombre? ¿Habrá oído hablar Alfa-Centauro de las razzias? ¿Sabrá en su sueño Vishnu la exacta hijoputez de las hazañas de los ejércitos que son los hitos que más se siguen celebrando?
La misantropía no puede ser elegante ni sesuda porque es una emoción primigenia que tan sólo algunos padecemos; es una enfermedad de la especie. Ser misántropo es estar enfermo de antisociedad y tendrían que curarnos porque nada hay más espantoso que salir a la calle en una gran ciudad y sentir desde el primer momento la viscosidad, el asco, el rechazo por las gentes que caminan a nuestro lado; enfermedad que el propio enfermo intenta atacar haciéndose razonamientos del tipo: ése hombre masa que pasa a mi lado, es un buen hombre -seguro- entre las cuatro paredes de su intimidad; esa mujer masa que te ha mirado como si fueras lombriz en sus tripas quizá conozca los rudimentos del beso; esa niña masa que grita como una cerda en la matanza porque quiere unos botines de mierda dormirá gratamente esta noche y su dulce sonrisa, al contemplarla, conciliará tu mente con el mundo; ese niño masa que mira al manco y grita al padre que va con él, ¡Mirá el brazo de ése, qué asco! seguro que cuando se esté bañando sentirá la caricia del agua y descubrirá el arte.
Yo te reconozco, mi pseudo-Lucilo, que tengo miedo de mí porque según me dijeron desde niño los hombres sin los hombres no son nada y yo siento justo lo contrario: sólo un hombre solo puede llegar a alcanzarlo todo. Y todo es la contemplación sin juicio. Cuando termine mi té y la luz de la seminoche en la que vivo se aclare un poquito, saldré con un animal perro a pasear por los acantilados de este fin del mundo. La humedad es tan intensa. La lluvia es tan constante. El mar es tan negro, impenetrable. La soledad es tan grata. Él y yo, dos animales que buscamos lo mismo: contemplar, llenarnos la panza, gozar del cuerpo, serenar el alma (todos, todos los seres vivos tienen eso que llamamos alma), atravesar esta percepción espacio-temporal que sabemos que no es del todo exacta y caer en la gran noche de la muerte sin haber sufrido más que lo justo (lo inevitable).
Quizás en el principio fuera el grito y quedara en aquéllos la extraña distancia del sonido del trueno. ¿Cuánto? ¿Hace treinta mil años? Anoche estuviste a mi lado. Dormías. Nada te inquieta de mí cuando estás tumbada y desnuda. ¿Qué ocurría entonces? ¿Cómo se estableció que el sonido del tambor fuera masculino y su forma fuera femenina o en su opuesto la forma de la flauta fuera masculina y su sonido femenino? En tu espalda desnuda yo escucho la cueva y en tu piel atisbo las primeras sonrisas cuando la humanidad alboreaba y algo semejante a nosotros latía en los corazones de una mujer y de un hombre. Te amo y las breves ráfagas de brisa que alcancé a sentir antes de caer en el sueño me sedujeron tanto como debía de seducir en la prehistoria del pensamiento el relámpago en un cielo que quizás ya entonces y durante miles de años se pensó que era piedra, muro cerrado, dentro nosotros. Piedra el cielo. Carne tu cuerpo, abierto a mí. Carne mi cuerpo, abierto a ti. Porque vimos el atardecer juntos sentí nostalgia del tiempo anterior a la música, ajena aún la palabra, sin ideas claras la masa encefálica. Todo era acústico. El mundo se resolvía en sonidos: gota de la lluvia, pisada del animal, anuncio de tormenta, dolor del parto, silencio de la muerte. Porque también el silencio es sonido. Yo supe anoche tu piel y la cadencia de tu respiración me jadeó gritos primeros, gritos sin articulación, fonaciones sólo significantes. Porque era la noche. Porque era la primera noche del primer hombre y de la primera mujer en un mundo mágico aún sin ideas, sin naturaleza analizada, sin verdades. Intuición tus pies. Intuición tus manos. Sin metáfora tu boca. Sin anhelo tus ojos. Sólo el grito que imita el animal que quiero ser. Que quiero ser águila. Que quiero ser pez. Que quiero ser armiño. Que quiero ser antílope. Y tú gacela. Y tú manzana. Y tú charca con nenúfar. Y tú luna y fases y así mediciones del ciclo. Ciclo. Eres ciclo. En mi cama eres ciclo. En mi cama eres cabellos en la almohada. En mi cama eres nalgas. En mi cama eres herida abierta que tan solo se calma con mi espada. Que soy espada. Que soy rama. Que soy emisión gutural de imitación de oca. Y así nace la mañana y en la luz de la amanecida siento toda la juventud del mundo porque estás a mi lado y porque el sol aún es joven y da frescor. Joven yo, ya a punto de volver a las entrañas, con menos días en mi torso que en mi espalda. Ya allí. Ya casi allí.
Al nacer cada día la mano parece ser nueva. Sabe que ha escrito millones de palabras (palabras que se han repetido. ¿Cuántas veces habrá escrito la palabra que) y quizás alguna vez, un viernes nublado, ha conseguido transmitir exactamente lo que quería (sabe, en todo caso, que lo que uno escribe no es necesariamente lo que otro lee) como por ejemplo el día que escribió la tarde está tan bonita.
Sí, cada día la vida nace en él. Lo siente cuando se emociona por una ficción o cuando por el camino disfruta del movimiento cadencioso de la cola de su perro (no es su perro, es su amigo. Es gente perro, sin dueño y sin cadena) y también cuando al mediodía siente el deseo vivo de la boca.
Hay en su rutina la paradoja de anhelar la compañía y vivir la soledad y es consciente de que este iniciarse a la vida diariamente tiene un único absoluto en la pobre percepción de los hombres: ya no. Todo está pasando y nada vuelve. Hoy, por ejemplo, al caminar por el bosque ha pisado una roca que se ha clavado en una grieta que tiene abierta en el pie izquierdo. Ha sido un dolor agudo. No igual a piedras parecidas y lugares cercanos. No. No igual. Sí parecido.
Es muy tarde ahora. No sabe para qué es muy tarde. Sólo lo ha pensado. La noche avanza y es verano y a estas horas el calor se deja vencer por la oscuridad. También el silencio vence. También los recuerdos que han estado muy vivos en los últimos días le han vencido en algún momento. Es muy tarde, es cierto, se acercan las cuatro de la madrugada. Recuerda la luz que declinaba en la tarde. Recuerda la conversación con la mujer con la que habla todas las noches y al recordarla recuerda sus ojos y al recordar sus ojos siente cuatro años de sus ojos. Y se repite: cuatro años de sus ojos.
Mañana volverá a nacer y no será leche lo que beba por vez primera sino café y leerá la entrada de un diccionario lleno de misterio y de historias y se iniciará un nuevo mundo, por entero nuevo, como sus manos que parecen no crecer ni acumular años.
Ya lo deja. Ahora se irá a la cama. Abrirá la novela que está leyendo (antes de morir cada noche, lee una historia de otros). Apagará la luz y se echará la sábana por encima. El perro subirá un rato y luego se irá. Sabe que la tierra gira y que el sol no tiene fases como la luna y por eso es menos de fiar. Quedará en suspenso. Nacerán los sueños y un día, sí, un día dejará de oír.
Sí, cada día la vida nace en él. Lo siente cuando se emociona por una ficción o cuando por el camino disfruta del movimiento cadencioso de la cola de su perro (no es su perro, es su amigo. Es gente perro, sin dueño y sin cadena) y también cuando al mediodía siente el deseo vivo de la boca.
Hay en su rutina la paradoja de anhelar la compañía y vivir la soledad y es consciente de que este iniciarse a la vida diariamente tiene un único absoluto en la pobre percepción de los hombres: ya no. Todo está pasando y nada vuelve. Hoy, por ejemplo, al caminar por el bosque ha pisado una roca que se ha clavado en una grieta que tiene abierta en el pie izquierdo. Ha sido un dolor agudo. No igual a piedras parecidas y lugares cercanos. No. No igual. Sí parecido.
Es muy tarde ahora. No sabe para qué es muy tarde. Sólo lo ha pensado. La noche avanza y es verano y a estas horas el calor se deja vencer por la oscuridad. También el silencio vence. También los recuerdos que han estado muy vivos en los últimos días le han vencido en algún momento. Es muy tarde, es cierto, se acercan las cuatro de la madrugada. Recuerda la luz que declinaba en la tarde. Recuerda la conversación con la mujer con la que habla todas las noches y al recordarla recuerda sus ojos y al recordar sus ojos siente cuatro años de sus ojos. Y se repite: cuatro años de sus ojos.
Mañana volverá a nacer y no será leche lo que beba por vez primera sino café y leerá la entrada de un diccionario lleno de misterio y de historias y se iniciará un nuevo mundo, por entero nuevo, como sus manos que parecen no crecer ni acumular años.
Ya lo deja. Ahora se irá a la cama. Abrirá la novela que está leyendo (antes de morir cada noche, lee una historia de otros). Apagará la luz y se echará la sábana por encima. El perro subirá un rato y luego se irá. Sabe que la tierra gira y que el sol no tiene fases como la luna y por eso es menos de fiar. Quedará en suspenso. Nacerán los sueños y un día, sí, un día dejará de oír.
Ensayo
Tags : Meditación sobre las formas de interpretar Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 12/07/2017 a las 03:32 | {0}En la lenta maceración de los millones de años, desde la cueva, desde la mano con pigmento en la piedra, desde la primera contemplación, desde la primera idea sobre algo, desde la mirada ¿cuándo se produjo la posibilidad de un hombre que decide acabar con los gorriones?
El día en el que los cacahuetes no se puedan salar, dios morirá de un colapso y habrá en el entorno del aire un regusto amargo de petróleo y plástico; entonces echaremos de menos la algarabía de los niños en el patio de la casa y admiraremos, como si fuera un descubrimiento primero, el vuelo de un ave si es que alguna vez lo vemos.
El día en el que el mar ya no sea colorido por el color del cielo y una inmensa y raquítica ballena varada exhale en la orilla de una playa su último estertor, llorarán las mujeres infértiles y los hombres infértiles y se preguntarán qué hicimos para dejar morir lo más hermoso conocido. Dicen que una gran nube de smog lo circundará todo y que quizá los más poderosos se ajusten los cinturones en la nave dispuesta a escapar del fin.
El día en el que la palabra Amazonas sea una leyenda; el día en el que la palabra piña sea un deseo; el día en el que la palabra cría genere espanto; el día en el que el aire sea negro como aquel mineral del que se habló tanto llamado carbón; el día en el que las semillas se agosten en su planta; el día en el que la palabra planta sólo se refiera al espacio horizontal de un edificio; el día en el que no vuelva a hacer frío; el día en el que no se vuelva a ver la luna; el día en el que la nave Tierra sea una sepultura, los poderes públicos organizarán un gran concierto con las últimas voces infantiles y en la arenga final justo antes del cataclismo el prócer de turno nos acusará a todos de lo que hicieron en su provecho unos pocos (los que despegan en la nave salvadora).
Y alguno recordará -porque fue de los últimos en verlo- el fluir de un río con truchas.
Y alguna recordará -porque fue de las últimas en verlo- la colosal cornamenta de una cabra montesa en unos Picos que se llamaron de Europa.
Algunos jurarán haber visto la milagrosa transformación de un animal llamado gusano en otro llamado mariposa y habrá quien alardee de haber acariciado el pelo de un perro.
Esos días ya están llegando. Esos días están muy cerca. Los hay muy sabios que ya han desahuciado la Nave Tierra y aconsejan que cuanto antes nos vayamos aunque también hay sabios que desearían más bien que nos quedáramos y muriéramos junto al planeta que matamos para no llegar a otro e iniciar el mismo lento, cruel y bestial asesinato.
El día en el que el mar ya no sea colorido por el color del cielo y una inmensa y raquítica ballena varada exhale en la orilla de una playa su último estertor, llorarán las mujeres infértiles y los hombres infértiles y se preguntarán qué hicimos para dejar morir lo más hermoso conocido. Dicen que una gran nube de smog lo circundará todo y que quizá los más poderosos se ajusten los cinturones en la nave dispuesta a escapar del fin.
El día en el que la palabra Amazonas sea una leyenda; el día en el que la palabra piña sea un deseo; el día en el que la palabra cría genere espanto; el día en el que el aire sea negro como aquel mineral del que se habló tanto llamado carbón; el día en el que las semillas se agosten en su planta; el día en el que la palabra planta sólo se refiera al espacio horizontal de un edificio; el día en el que no vuelva a hacer frío; el día en el que no se vuelva a ver la luna; el día en el que la nave Tierra sea una sepultura, los poderes públicos organizarán un gran concierto con las últimas voces infantiles y en la arenga final justo antes del cataclismo el prócer de turno nos acusará a todos de lo que hicieron en su provecho unos pocos (los que despegan en la nave salvadora).
Y alguno recordará -porque fue de los últimos en verlo- el fluir de un río con truchas.
Y alguna recordará -porque fue de las últimas en verlo- la colosal cornamenta de una cabra montesa en unos Picos que se llamaron de Europa.
Algunos jurarán haber visto la milagrosa transformación de un animal llamado gusano en otro llamado mariposa y habrá quien alardee de haber acariciado el pelo de un perro.
Esos días ya están llegando. Esos días están muy cerca. Los hay muy sabios que ya han desahuciado la Nave Tierra y aconsejan que cuanto antes nos vayamos aunque también hay sabios que desearían más bien que nos quedáramos y muriéramos junto al planeta que matamos para no llegar a otro e iniciar el mismo lento, cruel y bestial asesinato.
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Ensayo
Tags : Escritos de Isaac Alexander Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 22/07/2017 a las 14:15 | {0}