Los cañones aún están huecos por dentro. No, no quiero hablar de cañones quiero hablar de la última mariposa que vi esta mañana y que era blanca, no, no tan blanca, un poco menos blanca como la blancura de la escarcha cuando aún el sol no ha roto del todo la oscuridad. Los cañones escupen balas de metal pero aún están huecos y la mariposa no tan blanca deambulaba esta mañana entre jara y encina y entre encina y quejigo y entre quejigo y enebro. Yo no perseguía a la mariposa no tan blanca ni tampoco tenía especial interés en la oquedad de los cañones tan sólo seguía el rastro de un ritmo, de un ritmo de agua que se había ido secando. Sobre la mariposa no tan blanca, sobre la estructura del cañón, trataba el ritmo que perseguía, abiertos los oídos a la ráfaga de viento, al canto del mirlo, al reptar de la serpiente o al lejano sonido de un bimotor que se iba acercando, casi amenaza, desde el oeste. Mariposa blanca. Hueco y cañón. Ritmo de agua.
La tarde ha llegado y he sentido la impresión de una huella en mis pulmones que me ha hecho inspirar fuerte y me ha mantenido tenso durante un buen rato. La espalda, como siempre, se ha mantenido firme y el escrúpulo a sentir vergüenza ha hecho que me girase para que los habitantes del mundo no pudieran ver si lloraba. Llorar no es de hombres -me decían- y a mí no me alegraba. La tarde, digo, ha convertido el ojo hueco del cañón en una metáfora y la mariposa no tan blanca de seguro que sigue vagabundeando entre la jara y la encina, entre la encina y el quejigo, entre el quejigo y el enebro.
No puedo llamar más que milagro estas emociones que siento. No puedo más que agradecer a mi sufrir por haberme entrenado en la observación. Nunca sabemos si el mal es tal ni a dónde nos llevará y por lo mismo no podemos llamar a nada bien si no sabemos cómo devendrá. Con el paso de los años las palabras se me van volviendo flexibles y lo que ayer era roble hoy es junco y estoy convencido de que lo que hoy es roca se convertirá en ninfa y así, en sucesivas metamorfosis, sé que el mundo que ha pasado ante mis ojos no es más que esclavo de mis pobres apetitos y que él, en sí, es mucho más libre que lo que yo pueda percibir.
Mariposa casi blanca. Hueso de cañón (¡sí, sí, ahora es hueso!). Jirón de claridad. Ritmo de agua.
La tarde ha llegado y he sentido la impresión de una huella en mis pulmones que me ha hecho inspirar fuerte y me ha mantenido tenso durante un buen rato. La espalda, como siempre, se ha mantenido firme y el escrúpulo a sentir vergüenza ha hecho que me girase para que los habitantes del mundo no pudieran ver si lloraba. Llorar no es de hombres -me decían- y a mí no me alegraba. La tarde, digo, ha convertido el ojo hueco del cañón en una metáfora y la mariposa no tan blanca de seguro que sigue vagabundeando entre la jara y la encina, entre la encina y el quejigo, entre el quejigo y el enebro.
No puedo llamar más que milagro estas emociones que siento. No puedo más que agradecer a mi sufrir por haberme entrenado en la observación. Nunca sabemos si el mal es tal ni a dónde nos llevará y por lo mismo no podemos llamar a nada bien si no sabemos cómo devendrá. Con el paso de los años las palabras se me van volviendo flexibles y lo que ayer era roble hoy es junco y estoy convencido de que lo que hoy es roca se convertirá en ninfa y así, en sucesivas metamorfosis, sé que el mundo que ha pasado ante mis ojos no es más que esclavo de mis pobres apetitos y que él, en sí, es mucho más libre que lo que yo pueda percibir.
Mariposa casi blanca. Hueso de cañón (¡sí, sí, ahora es hueso!). Jirón de claridad. Ritmo de agua.
No fue la aridez. Ella -dijo- se quemaba vestida. Al mirarle -dijo- quería desnudarse y mostrarle lo triste que puede ser un cuerpo en octubre. No palideció porque padeciera una bajada de azúcar. Tampoco el arrebol que vino después fue debido a cuestiones de la mecánica de la química sino que -como ella afirmó- fue un milagro que nacía de algunas composiciones del Bach melancólico. Fuera en un granero por donde los roedores buscan el alimento; fuera en la era en donde el heno, recién segado, promovía en el aire la vida; fuera en la sacristía cuando -siendo jóvenes- ella cometió el sacrilegio de acariciarse el coño con un cáliz; fuera en una vía interurbana la madrugada de un cinco de enero entre risas y vaho... fuera aquí... fuera allá... la ropa -decía- le quemaba.
No fueron las primeras lluvias, tan esperadas. Ni casí -me atrevería a afirmar- fue el rocío aumentado con una lupa sino que como si el aluvión de las palabras condujeran al éxtasis o el silencio alucinado del amanecer promoviera en ella un orgasmo, jadear se convirtió durante un tiempo en una forma de expresión absoluta. Pero si realmente fueron las lluvias o la contemplación del rocío o la constatación de que hay un silencio que no suena, tampoco restaría un ápice la absoluta comunicación por medio de jadeos.
Ella entonces, vestida y ardiendo.
O ella entonces, desnuda y triste.
Sólo -dijo- supe que nada me salvaría. Supe -dijo- que su ausencia era el testimonio de un hombre que ha saltado desde el puente al vacío y esa certeza -continuó- me condujo hasta aquí. Mañana me voy -dijo- pero sé que siempre arderé mientras esté vestida.
No fueron las primeras lluvias, tan esperadas. Ni casí -me atrevería a afirmar- fue el rocío aumentado con una lupa sino que como si el aluvión de las palabras condujeran al éxtasis o el silencio alucinado del amanecer promoviera en ella un orgasmo, jadear se convirtió durante un tiempo en una forma de expresión absoluta. Pero si realmente fueron las lluvias o la contemplación del rocío o la constatación de que hay un silencio que no suena, tampoco restaría un ápice la absoluta comunicación por medio de jadeos.
Ella entonces, vestida y ardiendo.
O ella entonces, desnuda y triste.
Sólo -dijo- supe que nada me salvaría. Supe -dijo- que su ausencia era el testimonio de un hombre que ha saltado desde el puente al vacío y esa certeza -continuó- me condujo hasta aquí. Mañana me voy -dijo- pero sé que siempre arderé mientras esté vestida.
No, no esperaba nada del aire
De la canción como mucho una nota de color
Miraba la escarcha y sentía la mano poderosa de Oberon sobre mi desear algo
Al mirar el cuadro (quizás alegórico)
Al estudiar el mineral con sus vetas de otro mineral
O el gran filón que se había ocultado millones de años en unas Gargantas de Burgos (¡qué antiquísimo Burgos!)
nada, nada
De la mano tampoco esperaba
Si la hubiera visto mecerse como un barquito de papel en las aguas de un estanque
o si me hubiera recorrido como si yo fuera un mapa
No, no, de la mano tampoco esperaba
Ahora deseo que cuando llegue el momento tenga la valentía de meterme un chute de heroína y me vaya a una nueva navegación inmerso en una síntesis del opio
De aquella mirada no esperaba
ni del alimento naranja ni del alimento morado
ni de las cifras fenicias ni del anillo de plata ni de la mar turquesa ni de la montaña nevada
ni de mi dolor de espalda ni del aullido del perro ni de la carrera del corzo ni de la grácil gacela
nada, nada, no esperaba nada
Así es que no son más que palabras en esta tarde sucia de un mes de octubre que se niega a reconocer que es otoño y sigue engañándonos con sus temperaturas de estío. ¡Falso, falso! ¡Nada, nada!
De la canción como mucho una nota de color
Miraba la escarcha y sentía la mano poderosa de Oberon sobre mi desear algo
Al mirar el cuadro (quizás alegórico)
Al estudiar el mineral con sus vetas de otro mineral
O el gran filón que se había ocultado millones de años en unas Gargantas de Burgos (¡qué antiquísimo Burgos!)
nada, nada
De la mano tampoco esperaba
Si la hubiera visto mecerse como un barquito de papel en las aguas de un estanque
o si me hubiera recorrido como si yo fuera un mapa
No, no, de la mano tampoco esperaba
Ahora deseo que cuando llegue el momento tenga la valentía de meterme un chute de heroína y me vaya a una nueva navegación inmerso en una síntesis del opio
De aquella mirada no esperaba
ni del alimento naranja ni del alimento morado
ni de las cifras fenicias ni del anillo de plata ni de la mar turquesa ni de la montaña nevada
ni de mi dolor de espalda ni del aullido del perro ni de la carrera del corzo ni de la grácil gacela
nada, nada, no esperaba nada
Así es que no son más que palabras en esta tarde sucia de un mes de octubre que se niega a reconocer que es otoño y sigue engañándonos con sus temperaturas de estío. ¡Falso, falso! ¡Nada, nada!
No se desdice de su vértigo. Va -piensa- a mantenerlo como la cal viva. Sabe que no puede rebelarse contra ese pincho en el corazón cuando ha de aceptar que está perdido. Salmuera ha pensado al iniciarse el runrún como anoche cuando se metió en la cama y sintió un ligero malestar en el estómago que le recordó a una noche infernal no hace mucho. Imaginaba una constante. Esa constante nunca se dará. Y ha de ser así, se dice.
Vértigo de una vida sin sentido y de unas frases sin sentido; vértigo de una incomunicación con visos de comunicar algo cuando en realidad (y ya entonces esta palabra: REALIDAD le muestra todo el vértigo de lo que experimenta hoy, sea porque la luna está a punto de ser llena; sea porque el que le tache de hipócrita un amigo le hiere en un lugar mucho más allá del alma, sea porque el amor huye al ritmo de la distancia, sea por un cierto tedio en el paseo por el campo [quizás ocurra con los paseos lo mismo que con las obras de teatro que no suelen mantenerse vivas más de cinco años... así que pasen cinco años], sea por la tensión que se acumula día tras día en el país en el que vive, por una sensación de estado prebélico o sea la summa de todas estas potencialidades, lo cierto es que la palabra REALIDAD no le dice nada).
Porque en el fondo, se dice, el vacío le produce vértigo.
Porque la risa, se dice, es la única medicina (un hombre muerde a un perro).
Y lo que sabe es que tiene que limpiar la casa para que algo vuelva a brillar.
Vértigo de una vida sin sentido y de unas frases sin sentido; vértigo de una incomunicación con visos de comunicar algo cuando en realidad (y ya entonces esta palabra: REALIDAD le muestra todo el vértigo de lo que experimenta hoy, sea porque la luna está a punto de ser llena; sea porque el que le tache de hipócrita un amigo le hiere en un lugar mucho más allá del alma, sea porque el amor huye al ritmo de la distancia, sea por un cierto tedio en el paseo por el campo [quizás ocurra con los paseos lo mismo que con las obras de teatro que no suelen mantenerse vivas más de cinco años... así que pasen cinco años], sea por la tensión que se acumula día tras día en el país en el que vive, por una sensación de estado prebélico o sea la summa de todas estas potencialidades, lo cierto es que la palabra REALIDAD no le dice nada).
Porque en el fondo, se dice, el vacío le produce vértigo.
Porque la risa, se dice, es la única medicina (un hombre muerde a un perro).
Y lo que sabe es que tiene que limpiar la casa para que algo vuelva a brillar.
¡Ay, la Ñ!
Habría que saber historia (¿cómo se sabe la historia? ¿quién cuenta la historia?) para intentar entender cómo se le ocurre al gobierno de la derecha española mandar que se aporree a una población que ha ido a echar una papeleta en una urna que no puede tener garantía ninguna en cuanto a resultado se refiere.
Al ver las imágenes de cómo una mujer es lanzada escaleras abajo por un energúmeno de la Guardia Civil mientras momentos antes a otra mujer la ha levantado del suelo por el pelo otro energúmeno de las fuerzas legales de la violencia del Estado, no queda más que emocionarse y gritar ¡Visca Catalunya! Esa Catalunya y esos catalanes que han defendido un día de lluvia su derecho a depositar papeletas donde les salga de la figa.
La represión del Estado, la violencia de Estado contra la población es prerrogativa del Poder (no se nos olvide cómo se emplearon los Mossos d'Esquadra para disolver las concentraciones del 15-M en la Plaza de Catalunya) y siempre habrá quien la defienda. Aplastar por las porras la consecución de unos derechos -sean éstos o no justos- es la más vieja herramienta del Poder y por eso Weber incluía en su definición de Estado el control y la legalidad de la violencia.
Si la independencia de Catalunya fuera la primera piedra para la demolición de la globalización, yo gritaría ¡Visca Catalunya! siempre y cuando tras la independencia se produjera la independencia de todas y cada una de las villas de Catalunya de la propia Catalunya.
Sólo me entristece la lucidez con la que Almudena Grandes reflexionaba sobre que jamás había conocido una revolución que surgiera del Poder -en este caso el PDCat y sus coaligados (quizá no la CUP)- y que más le parecía a ella que este órdago respondía más a razones espúreas (corrupción) que a un verdadero sentimiento independentista. Y me entristece porque los novecientos heridos de ayer -o muchos de ellos- seguro que creen en la pureza del movimiento y recibieron los golpes con la heroicidad de un mártir. Curiosamente ningún político de relumbrón recibió porrazo ninguno.
A mí me enseñaron a sentir -como mínimo- antipatía por Catalunya, su idioma y sus gentes; como me enseñaron a despreciar a Quevedo y a no darle importancia a los siglos XVIII y XIX. Me ha costado años deconstruir esas sinapsis conectadas en mi mente por los curas franquistas. Hoy, para mí, Catalunya es uno de los lugares más deslumbrantes de toda esta cosa llamada España. Su idioma casi raya la belleza del francés. Su arte es delicioso. Quevedo es una bestia del dolor de España. Los siglos XVIII y XIX son el intento -fallido. Véase como resultado el siglo XX- de un sueño de la razón.
Creo que hoy sí es un día para abrazar a unas gentes que se jugaron el tipo por votar.
¡Visca els catalans!
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Ensayo
Tags : Meditación sobre las formas de interpretar Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 11/10/2017 a las 19:14 | {0}