Tía Isabel (1931-2017) Fotografía de Olmo Z.
No era una mujer amable, ¡vive el cielo que no lo era! pero forma parte de mi vida, sobre todo de mi infancia. Ayer murió a los 86 años de edad en una residencia de ancianos del centro de Madrid. La llamábamos "tía Isabel" aunque no nos unía ningún parentesco. A veces ocurre eso que un ser foráneo se inmiscuye tanto en la vida familiar que acaba siendo una tía o un tío o un sobrino.
Quizá cuando hayan pasado unos años podré contar cómo esta mujer se convirtió en tía nuestra. Hoy siento la tristeza que debe de sentir un historiador cuando un personaje que fue clave en un determinado suceso histórico muere y con él muere una de las voces más autorizadas para hablar de ese hecho. El historiador entonces siente un vacío y más si no pudo hablar en profundidad con ese personaje del suceso en cuestión. Mi tía Isabel además era una magnífica narradora. Tenía un vocabulario rico y antiguo y poseía una capacidad de ironía -muchas veces rayana con el sarcasmo- verdaderamente notable. Tenía gracia en el contar. Fue ella junto con mi tío Carlos y Julia quien consiguió hacerme más llevadera una infancia que para mí estuvo cargada de enfermedad, violencia y soledad. Los años nos fueron separando. La juventud siempre ha de separar a los jóvenes de los viejos y creo que ella nunca me perdonó que no estuviera junto a mi tío en los últimos momentos de su vida, él que tanto me cuidó, tanto me enseñó y tanto me quiso. La verdad es que aunque entiendo por qué no estuve junto a él, tampoco yo me lo he perdonado nunca. No hace falta perdonarse todo. Es bueno no olvidar los errores. Parece que en octubre los ancianos mueren. La última vez que la vi fue hace quince días. Fuimos mi hija y yo y ella, la tía Isabel, como siempre habló y habló y habló con su voz grave de fumadora, con su sarcasmo siempre en los labios, con su buen contar... nos habló de los tiempos de la Guerra Civil en Madrid donde su madre tenía -decía ella- un comercio en la calle Señores de Luzón, en el Madrid de los Austrias y como no quería evitarlo nos contó las carnicerías que hacían los rojos y las caridades que hacían los curas y las parroquianas y los milagros de su señor Jesucristo. No era guapa -sí una mujerona-. Sí era católica y muy poco sentimental.
Ahoritita, en cuanto termine esto, iré al cuarto de baño, me pondré de rodillas y empezaré a vomitar. No será por la mañana que ha amanecido hermosa como las postales de mi abuelo cuando estaba de embajador en La Haya. Mi padre me regaló las postales de su padre y en ellas se pueden intuir retazos de aquel hombre que engendró nueve hijos entre destino y destino. Tampoco será porque al caminar en esta hermosa mañana de otoño, me ha venido a las mientes (no he recordado sino que el recuerdo me ha recordado a mí y a mí ha venido) una noche con Rosa -que era una muchacha preciosa y sorda- en un tugurio que se llamaba Palma 13. Yo sabía que Rosa y yo íbamos a follar esa noche. Llevaba persiguiéndola algún tiempo y por fin, por fin, sus brazos y mis brazos; su boca y mi boca... esas cosas. A Rosa aquella noche en el Palma 13 le apetecía fumarse unos porros y yo, todo caballero, me ofrecí a buscar un camello para conseguir la droga. Salí a la calle, un tipo me abordó y me puso una navaja en el cuello. Le di todo lo que tenía. Lo que él nunca supo es que me robó más que el dinero, me robó una noche de amor con una muchacha preciosa y sorda. No, no es por ese recuerdo que se ha atrevido a atracarme el corazón esta mañana mientras paseaba por lo que voy a vomitar ahoritita, en cuanto acabe esto. Voy a hacerlo para ver si es que tengo dentro, en las tripas, el gusano de la mediocridad de estos días. Voy a hacerlo para descubrir si esta mediocridad que vivo no es tal sino que en realidad es la vida del gusano que se anida en mí. Eso voy a hacer porque reside en mí también el espíritu del investigador (ése no es gusano; ése es búsqueda de luz) y a tientas siempre urde formas de conocer. Conocer por el vómito, por ejemplo. Así es que aquí dejo este ensayo de decir algo de lo que me rodea: unos voceros pregonando una libertad y una república que seguirán machacando a los de siempre; otros que esperan que la fortuna les permita aplastar a sus contrarios; otros más que deciden mirar las etiquetas para ver la procedencia del producto y si es de cierto lugar no comprarlo provocando con ello la ruina de quien lo produce no del lugar donde es producido; y aquéllos que confunden a Agamenón con su porquero.
Lo está escuchando y te va a decir, Pequeña luna rodeada de un negro negrísimo. Porque ya han empezado los fríos lo está escuchando y porque suena en el ángulo superior izquierdo de la mesa la resonancia de la última nota del bajo. Porque lo está escuchando se alienta y se dice, Lo mejor es una idea peregrina que va o viene según los días. Ahora se ha absuelto de sus propios pecados, el mayor de los cuales suele ser para él la ridiculez. Lo va a volver a escuchar ahora y seguro que te dirá, Había unas fluctuaciones en ese negro negrísimo que casi derivaban en un intenso gris sin llegar a serlo. Eso te dirá cuando todo haya pasado y el invierno -reverso del verano- acoja en sus vahos ese deseo chico que a veces se puede atrapar entre las manos y también te dirá cuando llegue a la cueva que le espera, La sal no siempre es blanca. Ahora que lo escucha se siente como a salvo aunque no sepa muy bien de qué se está salvando ni tampoco tenga especial interés en descubrirlo. Sólo sabe que lo escucha, que lo está escuchando y que nada ni nadie podrá arrebatarle este momento tan ágil y fugaz como cualquier otro.
Un prado con cerca
Cerdos y su porquera
Tres burgueses descansan de un paseo en bicicleta a finales del siglo XIX
Una mosca en la nariz de un payaso
Una terraza antigua en un parque antiguo
Asistentes al teatro en el patio de butacas
Tonos azulados y violetas en la montaña de Montserrat
Jarrón con dalias puntillista
El rostro de una gitana vieja como tierra húmeda
Un parque
Un reflejo en el mar
Mujer vestida de blanco descorre con recato un visillo
Mujer vestida con abrigo, estola de zorros, guantes de cabritilla y sombrero se dispone a salir
Un bodegón miserable
Un paisaje azafranado
Cipreses en un jardín italiano
La cara alargada de un doctor apellidado Robert
Un barbero en su barbería
La celebración de unos locos
Multitudes que se aplastan por alcanzar una medalla que otorga un burro. Un hombre montado en una R hace una cuchufleta al premiador
Mallorca en rojos y azules
Enramada barroca
La fiesta popular. La masa difuminada. Hasta suena la música
Una adolescente muestra en un mármol su desnudez con recato
Casacas del siglo XVIII
El monte Atlas al atardecer
La prostituta borracha desnuda en el diván
Unos pájaros huyen
El final de la metamorfosis entre un elefante y una jirafa
Pirámides egipcias bajo el influjo del renacimiento y el contraluz posterior
Carmesí vertical
Un jardín al atardecer y al fondo la luz de la iluminación
Los viejos en la taberna
La bañista desnuda y voluptuosa
Un escena griega
Un pueblo en cuesta
Un muchacho con casco de bombero
La construcción geométrica de unos objetos con algo de humanidad
Mujer de espaldas con cántaro
Mujer de frente
Pueblo incompleto
Bailarín desnudo
Dos adolescentes delgados, melancólicos, muy pálidos
Joven desnuda
Desolador baile plano
Feria de vivos colores
La cabeza de un hombre primitivo
La aguja de la iglesia de la catedral de Rouen
Algarrobo
Mujer desnuda sentada en una silla de paja con el brazo apoyado en una mesa de madera
Un puente sobre un río de nombre inolvidable
Dos muñecas
Dos mujeres desnudas una de ellas sentada en el suelo la otra de pie inclinada sobre la primera
Una mujer que se desliza
Una bailaora en el café concert
Paisaje italiano con sol inclemente
Una calle estrecha
Otra calle estrecha
La familia de pescadores coloca los pescados en la cesta al caer la tarde
Un pastor y sus ovejas en un monte verde
La locura de una copia de un cuadro de Goya
Tres amigos
Casas
Escena circense con caballos
La fachada de una iglesia románica
Atardecer con fina línea naranja
Una sombrilla en la playa
Una mujer vieja de mirada y actitud severas
Un Hércules
Un zoco
El garabato de un hombre
La muerte lee el periódico
Un rostro de mujer y el amor
La humedad en una calle de París
Una mujer de espaldas se encamina por una vereda hacia un lugar aparentemente sin salida. Le rodea una vegetación exuberante con sauce llorón
Cerdos y su porquera
Tres burgueses descansan de un paseo en bicicleta a finales del siglo XIX
Una mosca en la nariz de un payaso
Una terraza antigua en un parque antiguo
Asistentes al teatro en el patio de butacas
Tonos azulados y violetas en la montaña de Montserrat
Jarrón con dalias puntillista
El rostro de una gitana vieja como tierra húmeda
Un parque
Un reflejo en el mar
Mujer vestida de blanco descorre con recato un visillo
Mujer vestida con abrigo, estola de zorros, guantes de cabritilla y sombrero se dispone a salir
Un bodegón miserable
Un paisaje azafranado
Cipreses en un jardín italiano
La cara alargada de un doctor apellidado Robert
Un barbero en su barbería
La celebración de unos locos
Multitudes que se aplastan por alcanzar una medalla que otorga un burro. Un hombre montado en una R hace una cuchufleta al premiador
Mallorca en rojos y azules
Enramada barroca
La fiesta popular. La masa difuminada. Hasta suena la música
Una adolescente muestra en un mármol su desnudez con recato
Casacas del siglo XVIII
El monte Atlas al atardecer
La prostituta borracha desnuda en el diván
Unos pájaros huyen
El final de la metamorfosis entre un elefante y una jirafa
Pirámides egipcias bajo el influjo del renacimiento y el contraluz posterior
Carmesí vertical
Un jardín al atardecer y al fondo la luz de la iluminación
Los viejos en la taberna
La bañista desnuda y voluptuosa
Un escena griega
Un pueblo en cuesta
Un muchacho con casco de bombero
La construcción geométrica de unos objetos con algo de humanidad
Mujer de espaldas con cántaro
Mujer de frente
Pueblo incompleto
Bailarín desnudo
Dos adolescentes delgados, melancólicos, muy pálidos
Joven desnuda
Desolador baile plano
Feria de vivos colores
La cabeza de un hombre primitivo
La aguja de la iglesia de la catedral de Rouen
Algarrobo
Mujer desnuda sentada en una silla de paja con el brazo apoyado en una mesa de madera
Un puente sobre un río de nombre inolvidable
Dos muñecas
Dos mujeres desnudas una de ellas sentada en el suelo la otra de pie inclinada sobre la primera
Una mujer que se desliza
Una bailaora en el café concert
Paisaje italiano con sol inclemente
Una calle estrecha
Otra calle estrecha
La familia de pescadores coloca los pescados en la cesta al caer la tarde
Un pastor y sus ovejas en un monte verde
La locura de una copia de un cuadro de Goya
Tres amigos
Casas
Escena circense con caballos
La fachada de una iglesia románica
Atardecer con fina línea naranja
Una sombrilla en la playa
Una mujer vieja de mirada y actitud severas
Un Hércules
Un zoco
El garabato de un hombre
La muerte lee el periódico
Un rostro de mujer y el amor
La humedad en una calle de París
Una mujer de espaldas se encamina por una vereda hacia un lugar aparentemente sin salida. Le rodea una vegetación exuberante con sauce llorón
Supone Hendrich que la marea al volverse roja dejará de tener vértigos. También supone que hay algo que se degenera cuando un niño es capaz de aprender los idiomas sin estudiar y un adulto es incapaz de hacerlo.
Suphi asegura que la melancolía sigue siendo humor negro y que los caudalosos ríos del Tigris y el Éufrates tuvieron algo que ver en el asunto. En el presente estos ríos han decidido, de mutuo acuerdo, abandonar a los hombres y sus destinos.
Supone Hartman Hilckenberg que si el Derecho es un orden en las relaciones, sin Derecho habría un Nuevo Orden (tras esta afirmación el bueno de Hilkenberg reía).
Cuando Pomme en el siglo XVIII curó a una histérica haciéndole tomar baños de diez a doce horas por día durante doce meses, describió la terapia y sus consecuencias y más que un informe de clínica parecía un fragmento del paseo de Dante y Virgilio por los Infiernos.
Supone Cynthia Balovich que la masa total del universo cabe en la cabeza de alfiler de un hada.
Así supone Bisbadrhasa Nerutpurta que empieza la mañana.
Suphi asegura que la melancolía sigue siendo humor negro y que los caudalosos ríos del Tigris y el Éufrates tuvieron algo que ver en el asunto. En el presente estos ríos han decidido, de mutuo acuerdo, abandonar a los hombres y sus destinos.
Supone Hartman Hilckenberg que si el Derecho es un orden en las relaciones, sin Derecho habría un Nuevo Orden (tras esta afirmación el bueno de Hilkenberg reía).
Cuando Pomme en el siglo XVIII curó a una histérica haciéndole tomar baños de diez a doce horas por día durante doce meses, describió la terapia y sus consecuencias y más que un informe de clínica parecía un fragmento del paseo de Dante y Virgilio por los Infiernos.
Supone Cynthia Balovich que la masa total del universo cabe en la cabeza de alfiler de un hada.
Así supone Bisbadrhasa Nerutpurta que empieza la mañana.
Vale.
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Reflexiones para antes de morir
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Diario
Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 25/10/2017 a las 11:25 | {0}