Se puede viajar dentro de la hoja y también sentarse al mediodía sobre la hierba de otoño mientras el perro escarba, llega hasta la tierra húmeda y hunde en ella su hocico. Pienso cómo será el olor de la tierra húmeda con el olfato de un perro (¿por qué se utiliza tantas veces a este animal como metáfora de ser tratado de forma despreciable?
¿Ya nunca habrá una revolución en Europa? ¿Una revolución de la magnitud de la francesa del siglo XVIII?
Observar a una mujer joven con dos niños en el Reino Unido, en algún lugar de Inglaterra, pobre y necesitada y también lo suficientemente bonita como para poder trabajar de puta. Corre el año 2017. ¿Y la joven con dos hijos más fea que Picio? ¿Qué puede hacer esa criatura? ¿Cómo alimenta a sus dos hijos? ¿Cómo se alimenta ella? (Lucubración a partir de Yo Daniel Blake de Ken Loach) .
La miseria y la desigualdad en el disfrute de la riqueza debería levantarnos; debería abrirnos el apetito de asaltar las fábricas de monedas, las grandes villas, las precisas cajas fuertes, ir como un solo hombre, sin alharacas, sin grandes violencias, incluso puramente pacíficos, sólo siendo tal masa que empuja que es capaz de derribar cualquier defensa.
La sociedad opulenta versus las Oficinas de Empleo.
Pasa un Ferrari o se lavan tres mil toallas diarias en un hotel de lujo de Singapur ¿Qué es Singapur? ¿Qué quiere decir las guerras por las fuentes de energía en Asia? ¿Intentan los poderosos catalanes hacer una revolución de los colores, en este caso la Revolución Amarilla?
Luego están las palabras, las palabras, las palabras... (cuando las imagino me viene a la memoria el mito de Eco y Narciso)
¿Ya nunca habrá una revolución en Europa? ¿Una revolución de la magnitud de la francesa del siglo XVIII?
Observar a una mujer joven con dos niños en el Reino Unido, en algún lugar de Inglaterra, pobre y necesitada y también lo suficientemente bonita como para poder trabajar de puta. Corre el año 2017. ¿Y la joven con dos hijos más fea que Picio? ¿Qué puede hacer esa criatura? ¿Cómo alimenta a sus dos hijos? ¿Cómo se alimenta ella? (Lucubración a partir de Yo Daniel Blake de Ken Loach) .
La miseria y la desigualdad en el disfrute de la riqueza debería levantarnos; debería abrirnos el apetito de asaltar las fábricas de monedas, las grandes villas, las precisas cajas fuertes, ir como un solo hombre, sin alharacas, sin grandes violencias, incluso puramente pacíficos, sólo siendo tal masa que empuja que es capaz de derribar cualquier defensa.
La sociedad opulenta versus las Oficinas de Empleo.
Pasa un Ferrari o se lavan tres mil toallas diarias en un hotel de lujo de Singapur ¿Qué es Singapur? ¿Qué quiere decir las guerras por las fuentes de energía en Asia? ¿Intentan los poderosos catalanes hacer una revolución de los colores, en este caso la Revolución Amarilla?
Luego están las palabras, las palabras, las palabras... (cuando las imagino me viene a la memoria el mito de Eco y Narciso)
Yo soy Satie y estoy componiendo Les gymnopédies. Es una tarde de noviembre y en París la lluvia cae torva como la mirada de las monjas cuando un hombre fija su mirada en sus senos; la tristeza no tiene lugar, compongo triste pero estoy serio y apenas si me importa lo que suena sino cómo suena y si las suspensiones que se producen entre las notas alcanzan a lo que mi imaginación quisiera. Yo soy Satie por mucho que nunca sea Satie; quien nunca seré será Paul Claudel ni aunque un daimon revestido de duende me jurara que si aceptaba ser Claudel podría escribir de un tirón Le soulier de satin. No quisiera estar en el cuerpo de ese fascista santurrón de mierda; no podría soportar abandonar a mi hermana Camille –que era una mirada esculpida en la mirada de la Diosa; que era el órgano esencial de la poesía; que era el cincel que perdura a lo largo de los siglos y que incorpora, extrañamente, la solemnidad de la locura en sus bronces- y dejarla morir olvidada y dejarla enterrar teniendo como única comitiva fúnebre a los empleados del manicomio en la que su hermano Paul la encerró y en el que murió sola, loca, esculpiendo el aire con su boca, absorta; no, jamás quisiera ser Paul Claudel. Sí Satie. Soy Satie y sé mirar el cielo que hoy al mediodía se mostraba imponente sobre los tejados del mundo: un cielo de nubes preñadas que pintaban las aguas de un pantano de un rabioso color plata.
La noche se acerca. Tiembla Paris. A lo lejos se levanta el monasterio de El Escorial donde, en su biblioteca, sostenido por la gorguera, un rey taimado lee un Libro de las Horas -quizás el del Duque de Berry-. Son los pabilos ardientes de las velas quienes me dictan las notas de la troisiéme gymnopédie y callo cuando observo que una salamandra huye del rey pegada a las paredes, camina y para, continúa y se detiene, respira hondo porque teme; llega al aire libre donde ningún halcón la espera.
Ahora encadeno tresillos; ahora se vislumbra a una mujer en su buhardilla; algunas noches la sombra de su figura se refleja en la pared del fondo de su habitación; con unos indiscretos miro su sombra que se lava bajo las axilas y luego, apenas una ligera variación en los infinitos del gris, se pone un camisón que ha de ser de tela ligera como el vuelo de la golondrina cuando llegue la primavera.
Soy Satie y no sueño.
Soy Satie y no rezo.
Llegará la aurora y seguiré componiendo. No voy a odiar a nadie esta noche. Con la manta por encima de los muslos, el calor se queda sobre mí; con el echarpe sobre los hombros puedo mover los brazos sin dolor. Mientras tecleo pienso, Sarabande; mientras me embeleso pienso, Grand Ballet; mientras me observo pienso, Le Tableau de l’opération de la taille. Soy Satie, Chaconne en rondeau.
La noche se acerca. Tiembla Paris. A lo lejos se levanta el monasterio de El Escorial donde, en su biblioteca, sostenido por la gorguera, un rey taimado lee un Libro de las Horas -quizás el del Duque de Berry-. Son los pabilos ardientes de las velas quienes me dictan las notas de la troisiéme gymnopédie y callo cuando observo que una salamandra huye del rey pegada a las paredes, camina y para, continúa y se detiene, respira hondo porque teme; llega al aire libre donde ningún halcón la espera.
Ahora encadeno tresillos; ahora se vislumbra a una mujer en su buhardilla; algunas noches la sombra de su figura se refleja en la pared del fondo de su habitación; con unos indiscretos miro su sombra que se lava bajo las axilas y luego, apenas una ligera variación en los infinitos del gris, se pone un camisón que ha de ser de tela ligera como el vuelo de la golondrina cuando llegue la primavera.
Soy Satie y no sueño.
Soy Satie y no rezo.
Llegará la aurora y seguiré componiendo. No voy a odiar a nadie esta noche. Con la manta por encima de los muslos, el calor se queda sobre mí; con el echarpe sobre los hombros puedo mover los brazos sin dolor. Mientras tecleo pienso, Sarabande; mientras me embeleso pienso, Grand Ballet; mientras me observo pienso, Le Tableau de l’opération de la taille. Soy Satie, Chaconne en rondeau.
A Julia, memoria viva
No sabe cómo decirte, cómo llegar hasta ti que te estás pudriendo aéreamente, ligera como la brisa de una mañana de primavera. Se produce ahora la muerte de la naturaleza y en poco tiempo -porque el tiempo de la vida es breve- todo reverdecerá y muchos ya no estarán para verlo. La vida se desentiende -y es sabio- de los deseos así como ocurre que el perro no sabe si la serpiente con la que juega habrá de inocularle el veneno que le llevará a dejar de respirar. Ser consciente de los miedos también es estar vivo y alguno dice que tan sólo se muere cuando se deja de ser necesario. Por lo tanto, te dice, sigues viva aunque te pudras en lo alto de tu nicho, en uno de los grandes cementerios de la ciudad, en el de las gentes humildes y ateas.
Él sigue aquí y debes saber -piensa- que la cizaña que le quiso meter la vieja zorra, ya no tiene efecto; es como si -experta herbetrice- hubiera descubierto el antídoto de la cicuta y ahora pudiera tomarla como si fuera aire de sierra, sal de mar, fruto de huerto y continúa pensando en ti buena y justa y recuerda cómo untabas el tomate en el pan en aquellas tardes tras el colegio o como recogías el embozo de las sábanas bajo la almohada antes de irte a tu casa -tan lejana tu casa, en el barrio obrero de Vallecas, en los años sesenta y setenta; aquellos años de los viejos vagones de metro donde aún había carteles que obligaban a dejar los asientos a los caballeros mutilados de la última guerra, que olían a madera podrida y tenían el traqueteo de los viejos trenes -los Rápidos- tan lentos porque paraban en todas y cada una de las estaciones para recoger algo que apenas hoy se estila que es el correo- y tras habernos alimentado con tu sana y robusta cocina manchega. No, la cizaña de la vieja zorra -la cual debe de estar purgando sus pecados en el infierno y su infierno será no poder contemplar jamás al único hombre que amó- ya no surte efecto y te vuelve a mirar y te vuelve a recordar como aquella mujer que temía el agua sobre su cabeza o que recordaba mientras freía unas albondiguillas cómo llegó a Madrid, en plena contienda civil, en un motocarro que repartía periódicos revolucionarios, ella tras los hatos, siendo una joven hermosa y brava como lo fueron tantas y tantas milicianas. Luego, un día, siendo él ya joven, le habló ella del silencio y el terror de la posguerra; le habló de un frío constante y de eso que tan pronto se olvida de las dictaduras: la desconfianza para con el vecino.
No has muerto, Julia -piensa el muchacho que ya es un hombre mayor- porque tú eres la memoria de unos tiempos que, respondiendo al péndulo monótono de la historia, vuelven y aterran y nos hacen pensar que si aún nos queda un ápice de coraje, habrá que lanzarse una vez más a las calles para gritar de nuevo un ¡No Pasarán! aunque tú y él sepáis que como entonces ¡vaya si pasarán! Hasta entonces seguirá ejerciendo su deber de escribir y pensar desde la libertad que él mismo se permita y cuando llegue el próximo monstruo te sonreirá porque sabrá que aún con todo hubo seres humanos como ella que supieron rodear la desdicha sin caer en sus garras.
Él sigue aquí y debes saber -piensa- que la cizaña que le quiso meter la vieja zorra, ya no tiene efecto; es como si -experta herbetrice- hubiera descubierto el antídoto de la cicuta y ahora pudiera tomarla como si fuera aire de sierra, sal de mar, fruto de huerto y continúa pensando en ti buena y justa y recuerda cómo untabas el tomate en el pan en aquellas tardes tras el colegio o como recogías el embozo de las sábanas bajo la almohada antes de irte a tu casa -tan lejana tu casa, en el barrio obrero de Vallecas, en los años sesenta y setenta; aquellos años de los viejos vagones de metro donde aún había carteles que obligaban a dejar los asientos a los caballeros mutilados de la última guerra, que olían a madera podrida y tenían el traqueteo de los viejos trenes -los Rápidos- tan lentos porque paraban en todas y cada una de las estaciones para recoger algo que apenas hoy se estila que es el correo- y tras habernos alimentado con tu sana y robusta cocina manchega. No, la cizaña de la vieja zorra -la cual debe de estar purgando sus pecados en el infierno y su infierno será no poder contemplar jamás al único hombre que amó- ya no surte efecto y te vuelve a mirar y te vuelve a recordar como aquella mujer que temía el agua sobre su cabeza o que recordaba mientras freía unas albondiguillas cómo llegó a Madrid, en plena contienda civil, en un motocarro que repartía periódicos revolucionarios, ella tras los hatos, siendo una joven hermosa y brava como lo fueron tantas y tantas milicianas. Luego, un día, siendo él ya joven, le habló ella del silencio y el terror de la posguerra; le habló de un frío constante y de eso que tan pronto se olvida de las dictaduras: la desconfianza para con el vecino.
No has muerto, Julia -piensa el muchacho que ya es un hombre mayor- porque tú eres la memoria de unos tiempos que, respondiendo al péndulo monótono de la historia, vuelven y aterran y nos hacen pensar que si aún nos queda un ápice de coraje, habrá que lanzarse una vez más a las calles para gritar de nuevo un ¡No Pasarán! aunque tú y él sepáis que como entonces ¡vaya si pasarán! Hasta entonces seguirá ejerciendo su deber de escribir y pensar desde la libertad que él mismo se permita y cuando llegue el próximo monstruo te sonreirá porque sabrá que aún con todo hubo seres humanos como ella que supieron rodear la desdicha sin caer en sus garras.
Ensaya la fuerza
Sabe que el aire se respira mejor desde que el cadáver del asesino fue sacado de las cercanías
Al mismo tiempo se produce un ansia que no tiene fin
Podría cambiarlo todo
Podría declararse feliz y serlo y sentir que lo es y mostrarlo
Lo hace de hecho
Es desdichado y feliz
Sólo que la muerte puede llegar de mil maneras
y se produce todos los días y a todas horas; hay muertes de rosas ahora mismo y las hay de cierto tipo de relación que necesita la cotidianidad; hablar aunque lejos; sonreírse aunque lejos; entristecerse aunque lejos;...
Las llamas son animales y fuego así son las cosas de las lenguas
Escucha en la madrugada a un señor argentino que habla del pensamiento lateral como si aquello supusiera el fin del sufrimiento -bueno no tanto pero sí en su boca semejaba la lateralidad del pensar una especie de vía de escape-; lo escuchaba en la madrugada; el tipo había sido traído por un banco nacional; el tipo era matemático y parecía buena persona, seguro que lo era;...
Luego ya en la cama leyó a Slawomir Wrozek y volvió a sentir por Polonia lo mismo que llevaba sintiendo desde que supo de aquel país: algo así como un constante aire de Chopin; ...
Hay muertes que se viven y ésas son las más terribles; no quiere poner ejemplos; no lo va a hacer; porque está llegando la hora en la que ha de salir para disfrutar del sol de la tarde a finales de octubre y esa contemplación es parecida a la sangre caliente de los mamíferos;...
Sólo piensa, Que sepas que me estoy muriendo... Un conflicto biológico vivido en soledad... El doctor Hammer y su teoría del cáncer psicosomático... Österreich vileicht... u Ostende...
Y así se disuelve y se reta a pasar este trago con el amor infinito que siente por una personilla que ya no está a su lado
إن شاء الله,
...te dejo entre mis manos
aunque parezca que la materia
huye entre los dedos
No querría parecer bisoño
si sueño encinas sin sus trances
Las hojas navegan en el lago
cuyas aguas apenas tienen oxígeno
Las carpas flotan muertas
y buchito a buchito los patos se envenenan
Te dejo entre mis manos
cuyas palmas abiertas
tienen la sensibilidad del recién nacido
al tacto de las cosas
No existe espera ninguna
La transgresión aguarda en el umbral de la puerta
como si fuera la mujer verde
cuya espalda en el parto fue sostenida por el diablo
Te dejo entre mis manos
Te describo la tarde de otoño en la pradera
o si prefieres la misma tarde, el mismo otoño
en una gran arteria de la ciudad,
a mí no me importa describirte
un lugar o el otro
viví en los dos
y ambos de vez en cuando se quiebran
Me despido
Entre mis manos
coule aire de azahar
como si fuera
una espina clavada en la garganta
Ventanas
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Fantasmagorías
¿De Isaac Alexander?
Meditación sobre las formas de interpretar
Libro de las soledades
Colección
Cuentecillos
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Archivo 2008
La Solución
Aforismos
Haiku
Recuerdos
Reflexiones que Olmo Z. le escribe a su mujer en plena crisis
Reflexiones para antes de morir
Sobre las creencias
Olmo Dos Mil Veintidós
El mes de noviembre
Listas
Jardines en el bolsillo
Olmo Z. ¿2024?
Agosto 2013
Saturnales
Citas del mes de mayo
Reflexiones
Marea
Mosquita muerta
Sincerada
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El Brillante
El viaje
No fabularé
El espejo
Desenlace
Perdido en la mudanza (lost in translation?)
La mujer de las areolas doradas
La Clerc
Velocidad de escape
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Poesía
Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 07/11/2019 a las 19:55 | {0}