14h. 37m.
Anoche soñaba que era hombre. Aún más: era un prototipo de hombre (bueno, no sé si prototipo o arquetipo. Yo más bien creo que arquetipo. Yo creo muchas cosas, amigo mío. Yo creo que se puede alcanzar cierto estado de conciencia en el que se conozca la verdad. No la verdad que varía con los siglos -o con las civilizaciones- sino la verdad única, la verdad cuyo enunciado no puede ser refutado por ninguna otra verdad, pues ésa es justamente la condición sine qua non una verdad es una verdad. Hoy, al despertar, con el sueño aún fresco me he subido el camisón para confirmar la verdad irrefutable en la vigilia de que soy mujer. He de reconocerte que tras la constatación he sentido alivio y he sido consciente por primera vez en mi vida de que por nada del mundo quiero ser hombre. El hecho mismo de pensarlo me ha unido, emocionalmente, con Gregor Samsa); te decía que en el sueño era un prototipo de hombre porque era un piloto del ejército en el portaviones Hornet horas antes de iniciarse la Batalla de Midway. Era protipo de hombre tanto por la profesión como por el fisico: pelo cortado al rape, mentón cuadrado, ojos grandes e incisivos, labios bien delineados, manos grandes, gran nuez, alto, delgado, atlético, con la voz grave y una maneras seductoras y elegantes con mis compañeros. Yo era el jefe de un escuadrón de cazas. Yo era el hombre que debía dar ánimos y ser el primero en lanzarme con mi bombardero en picado contra los portaviones japoneses en las primeras horas de la mañana del 6 de junio de 1942. Ese era yo y me llamaba Constance.
18h. 07m.
...en el sueño no me pregunto cómo es posible que me llame Constance. Ni siquiera me pregunto si Constance puede ser un nombre masculino en inglés ni por qué siendo hombre en el sueño he mantenido un nombre de mujer, un nombre que traducido significaría Constancia. Los sueños derivan hacia los lugares de nosotros mismos que permanecen ocultos como este lugar mío en el que me siento orgulloso de ser hombre, militar y comandante de un escuadrón de cazas. ¿Cuándo he querido yo, amigo, ser militar en mi ser vigilia? Recuerda incluso una tarde en la que maldecía la casta militar y me mostraba quejosa porque mi bisabuelo hubiera comandado a los últimos de Filipinas. Recuerda cómo agarré tu mano y te hice jurar que jamás serías caballero andante, ni portarías armas, ni abanderarías nada que implicara ponerse un uniforme. ¡Con qué maestría te follé aquel ocaso! Me dijiste, Juro no ser jamás soldado si tú me juras ser siempre mi maîtresse. Y yo te lo juré, amigo. Y no romperé jamás mi juramento. Disculpa la digresión que quizá haya sido debida a que lo demás del sueño sigue el argumento de una película de guerra clásica.
Voy a terminar por hoy. El recuerdo de tu boca pronunciando la palabra maîtresse me ha vuelto loca.
Voy a terminar por hoy. El recuerdo de tu boca pronunciando la palabra maîtresse me ha vuelto loca.
17h. 56m.
Amigo, cuántas preguntas tengo hoy. Me he levantado con el sueño torcido. Será que andan mis ganas insaciables y que esta soledad no me llena. Imagino que las teclas sonaran como antaño, sonidos de pulsión analógica y no digital.
¿Sería necesario que me apretaras tanto como yo quisiera; que me apretaras hoy, a esta hora fusca de la tarde como escribí hace un montón de años? En aquel entonces buscaba palabras en los diccionarios y olvidaba aquella máxima que dice que es más bello escribir lo que pasa en la calle que los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa. Así lo explicaba a sus alumnos el profesor de gimnasia Juan de Mairena en sus clases de retórica. ¡Qué hermoso Machado! ¡Qué triste su fin!
Te decía, amigo, que hoy me asaltan las preguntas. Me asalta: ¿Podría haber habido libertinos en la China del siglo XVIII? ¿Será el siglo XXI d.C. el siglo de China? ¿Es lo más interesante para la inteligencia hacerse preguntas? ¿Ha habido libertinos siempre?
¿Cómo te diría sin parecer quejosa que te echo de menos? Porque hay algo en las preguntas que acabo de escribir que me parecen perífrasis para llegar hasta ti... tú que debes de andar muy lejos, quizá por la Tierra del Fuego aunque si anduvieras por Guadalajara de España estarías igual de lejos. Es condición de la presa que todo esté siempre lejos. Sin barrotes presa. Sin grandes y pesadas puertas de hierro cada una de cuyas hojas puede llegar a pesar miles de toneladas. Puertas inmensas. Puertas que llegarían a tener tal altura que rozarían los cielos (cuando los cielos eran de piedra se entiende). ¿Tú sabes cuánto me lamento en las noches? ¿Tú sabes, amigo amado, que de tanto morder el embozo de la sábana me lo he comido? ¿Cuántas veces dirías que pronuncio tu nombre en la madrugada?
No llegarás hasta mi pecho. No sabes cómo mis caderas se mecen bajo el influjo del recuerdo de tus manos agarrándomelas. No sabes, amado, que las constelaciones dibujan siluetas caprichosas de tu cuerpo y que ayer, cuando saqué en la madrugada a la perra, y a mí, claro, me sacó ella, al ver la luna llena me sonrojé y sentí el derramarme y fue tal mi gozo que la pareja de la Guardia Civil que me pidió que me identificara, se relajó y tan sólo me aconsejó que volviera rápido al encierro.
Te amo, amigo. Ahora es la tarde del día con número de infinito vertical. Amaneció nublado y luego fue venciendo el sol. Apenas disfrutamos del aire fresco. Apenas el silencio se hace notar. Vivo en un edificio de gentes ruidosas aunque no sepa a ciencia cierta si lo que acabo de escribir es una tontería o un oximoron porque ¿cabe un edificio silencioso en nuestras vidas? Otra pregunta más. Una sin respuesta más. 41 minutos.
¿Sería necesario que me apretaras tanto como yo quisiera; que me apretaras hoy, a esta hora fusca de la tarde como escribí hace un montón de años? En aquel entonces buscaba palabras en los diccionarios y olvidaba aquella máxima que dice que es más bello escribir lo que pasa en la calle que los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa. Así lo explicaba a sus alumnos el profesor de gimnasia Juan de Mairena en sus clases de retórica. ¡Qué hermoso Machado! ¡Qué triste su fin!
Te decía, amigo, que hoy me asaltan las preguntas. Me asalta: ¿Podría haber habido libertinos en la China del siglo XVIII? ¿Será el siglo XXI d.C. el siglo de China? ¿Es lo más interesante para la inteligencia hacerse preguntas? ¿Ha habido libertinos siempre?
¿Cómo te diría sin parecer quejosa que te echo de menos? Porque hay algo en las preguntas que acabo de escribir que me parecen perífrasis para llegar hasta ti... tú que debes de andar muy lejos, quizá por la Tierra del Fuego aunque si anduvieras por Guadalajara de España estarías igual de lejos. Es condición de la presa que todo esté siempre lejos. Sin barrotes presa. Sin grandes y pesadas puertas de hierro cada una de cuyas hojas puede llegar a pesar miles de toneladas. Puertas inmensas. Puertas que llegarían a tener tal altura que rozarían los cielos (cuando los cielos eran de piedra se entiende). ¿Tú sabes cuánto me lamento en las noches? ¿Tú sabes, amigo amado, que de tanto morder el embozo de la sábana me lo he comido? ¿Cuántas veces dirías que pronuncio tu nombre en la madrugada?
No llegarás hasta mi pecho. No sabes cómo mis caderas se mecen bajo el influjo del recuerdo de tus manos agarrándomelas. No sabes, amado, que las constelaciones dibujan siluetas caprichosas de tu cuerpo y que ayer, cuando saqué en la madrugada a la perra, y a mí, claro, me sacó ella, al ver la luna llena me sonrojé y sentí el derramarme y fue tal mi gozo que la pareja de la Guardia Civil que me pidió que me identificara, se relajó y tan sólo me aconsejó que volviera rápido al encierro.
Te amo, amigo. Ahora es la tarde del día con número de infinito vertical. Amaneció nublado y luego fue venciendo el sol. Apenas disfrutamos del aire fresco. Apenas el silencio se hace notar. Vivo en un edificio de gentes ruidosas aunque no sepa a ciencia cierta si lo que acabo de escribir es una tontería o un oximoron porque ¿cabe un edificio silencioso en nuestras vidas? Otra pregunta más. Una sin respuesta más. 41 minutos.
01h. 18m.
Me demoré. Pasaron las horas. Aquí me tienes de nuevo cuando la noche se calla. Aún no me acostaré. El encierro ha dilatado mi vigilia hasta la alta madrugada. Sólo llego despierta al alba si los ruidos del mundo me despiertan. ¿Qué verán tus ojos? ¿A quién acariciarán tus manos? ¿Por qué prefiero que sigas aprendiendo en otros cuerpos lo que luego dibujarás en el mío? Caballo mío, galopa y agarra las caderas de la mujer que te tiene esta noche como agarrabas las mías no hace tanto. Galopa fuerte. Galopa ebrio y relincha cuando escupas la dicha de estar vivo. Una noche más espero tu vuelta, a solas conmigo, cubierta con las ropas que un día tocaste.
23h. 39m.
El sábado, séptimo y último día de la semana, lo dedica la Iglesia Católica a la Virgen Nuestra Señora y es éste el motivo que se arguye para que no se coma carne en este día o que sólo se permita que se coman los extremos, los despojos o la grosura de las carnes (la grosura se llama tanto a la grasa y manteca como también las extremidades e intestinos de los animales: cabeza, pies, manos y asadura. Como en Castilla se permite comer los sábados sólo estas partes de las reses, se le llamó Día de la Grosura). Si sucede morirse algún buey, untan todas las puertas de las casas con su grosura, escribía Sandoval en su Historia de Etiopía y Fray Fernando del Castillo escribía en su Historia de Santo Domingo en el Tomo I, libro 2ª, capítulo 3 Que dentro ni fuera de los Monasterios, ningún fraile coma carne ni grosura en ningún tiempo del año. Qué relación exista entre dedicar un día a la virgen María y que ese día no se pueda comer carne, lo dejo a la imaginación de ti, Amado.
Entre los Hebreos es el día de fiesta, en el que cesan toda actividad servil incluso aunque fuera -esta actividad- necesaria para su sustento. A este Sábado festivo, lo llaman Sabbath que quiere decir descansar.
Hay un refrán antiguo y jocoso que dice: ni sábado sin sol, ni moza sin amor y venía a referirse este refrán a cualquier cosa que sucede regularmente. Hay una variante del refrán que a mí me gusta mucho: ni sábado sin sol, ni vieja sin arrebol.
La sabanilla es también palabra de ricas significaciones como aquella que nos dice que es aquella cubierta exterior de lienzo con que se cubre el altar, sobre el cual se ponen los Corporales (son los Corporales los lienzos que se ponen en el altar, encima del ara, sobre los cuales se coloca el Cuerpo de Nuestro Señor Jesu Christo, debajo de las especies de pan y vino. Se dicen en latín Eucharistica corporalia. En su libro Símbolo de la Fe, en la parte 2ª, capítulo 27, párrafo 9 escribe Fray Luis de Granada: El sacerdote que decía la misa, envolvió las seis formas en los corporales y a gran priesa los escondió debaxo de una piedra. Otro ejemplo nos lo ofrece el padre Juan de Mariana en su Historia de España libro 4º cap. 7ª: Están llenas grandes arcas, cofres y escritorios de mucha y curiosa ropa blanca para el servicio de la Iglesia: corporales preciosos, copia de albas guarnecidas y olorosas, sábanas, purificadores, amitos, tohallas y sobrepellices.
También es sabanilla, sólo en Navarra, un pedazo de beatilla (es la beatilla cierta tela de lino delgada y clara de que suelen hacer tocas las beatas y mujeres recoletas. Tiene varias medidas porque las hay de vara, de dos tercias y de media vara de ancho. En la Pragmática de tasas del año 1680 se detalla: La vara de beatilla de Mondoñedo a real y quartillo) con que las mujeres adornan el tocado mientras que en Aragón se llama así al pañuelo blanco.
Para terminar estas soledades, amado, una alborada de mujer hambrienta de caricias.
Entre los Hebreos es el día de fiesta, en el que cesan toda actividad servil incluso aunque fuera -esta actividad- necesaria para su sustento. A este Sábado festivo, lo llaman Sabbath que quiere decir descansar.
Hay un refrán antiguo y jocoso que dice: ni sábado sin sol, ni moza sin amor y venía a referirse este refrán a cualquier cosa que sucede regularmente. Hay una variante del refrán que a mí me gusta mucho: ni sábado sin sol, ni vieja sin arrebol.
La sabanilla es también palabra de ricas significaciones como aquella que nos dice que es aquella cubierta exterior de lienzo con que se cubre el altar, sobre el cual se ponen los Corporales (son los Corporales los lienzos que se ponen en el altar, encima del ara, sobre los cuales se coloca el Cuerpo de Nuestro Señor Jesu Christo, debajo de las especies de pan y vino. Se dicen en latín Eucharistica corporalia. En su libro Símbolo de la Fe, en la parte 2ª, capítulo 27, párrafo 9 escribe Fray Luis de Granada: El sacerdote que decía la misa, envolvió las seis formas en los corporales y a gran priesa los escondió debaxo de una piedra. Otro ejemplo nos lo ofrece el padre Juan de Mariana en su Historia de España libro 4º cap. 7ª: Están llenas grandes arcas, cofres y escritorios de mucha y curiosa ropa blanca para el servicio de la Iglesia: corporales preciosos, copia de albas guarnecidas y olorosas, sábanas, purificadores, amitos, tohallas y sobrepellices.
También es sabanilla, sólo en Navarra, un pedazo de beatilla (es la beatilla cierta tela de lino delgada y clara de que suelen hacer tocas las beatas y mujeres recoletas. Tiene varias medidas porque las hay de vara, de dos tercias y de media vara de ancho. En la Pragmática de tasas del año 1680 se detalla: La vara de beatilla de Mondoñedo a real y quartillo) con que las mujeres adornan el tocado mientras que en Aragón se llama así al pañuelo blanco.
Para terminar estas soledades, amado, una alborada de mujer hambrienta de caricias.
Al alba venid, buen amigo,
al alba venid.
Amigo el que yo más quería,
venid al alba del día.
Amigo el que yo más amaba,
venid a la luz del alba.
Venid a la luz del día,
non trayáis compañía.
Venid a la luz del alba,
no traigáis gran compaña.
Domingo de Ramos. Fragmento de fotograma de la película Interior de un convento. Walerian Borowczyk 1977
19h. 43m.
Nunca tuve devociones. Los dioses me están machacando el hígado.
He salido esta mañana.
Me he desligado después del quehacer.
Quisiera tus manos en mis pechos. Quisiera que lamieras mi sangre menstrual... con placer.
Estoy loca. Eres mi Muso.
Muchos días me mantengo burguesamente delicada, dejo entrever apetencias de mujer. Leo textos libertinos franceses del siglo XVII y me entran ganas de follarte. Tomarte entero. Obligarte a mis apetitos.
Debe ser algo que va más allá de un apetito nacido de la soledad.
Estamos tan solos, amigo. ¿Puedo ser feminista si sigo utilizando el genérico masculino? ¿Si me niego al doble enunciado por principio? ¿Incluso si juego con los géneros según me plazca?
Debe ser el domingo. Lo rojas que están las hojas del árbol de enfrente. Un rojerío de Octubre de 1917. Un rojerío que podría conmover el mundo. ¿Existe algo que podría conmover el mundo? Todo el mundo. Ya no es mucho decir todo el mundo.
Me he mirado desnuda en el espejo. MIs pechos devastados tras la lactancia. Mis pechos jóvenes fueron atractivos. Me he mirado las axilas en las que empieza a crecer el vello. Quizás me deje pelo. Para cuando tú vuelvas y te pida que me comas los sobacos como si me estuvieras comiendo el coño.
Quizá no sea por los libertinos franceses sino por la Semana Santa. Recuerdo en la niñez que nos pegaban si se nos veían las bragas durante esa semana y a mí me entraban unas ganas locas de enseñarlas pero, ¡pobre mía! no como desafío erótico -tenía esas ganas con seis o siete años- sino como puta desobediencia civil. Siempre me he sentido atea. Nunca me interesaron las imágenes de Dios o de las Vírgenes. Una de las causas de mi ateísmo fue justamente la cantidad de vírgenes que había. Me preguntaba cómo era posible que un sólo hombre tuviera tantas madres y tan alejadas unas de otras. Un día se lo pregunté a sor Jacinta y sor Jacinta como toda respuesta me hizo escribir mil veces para el día siguiente so pena de expulsión: Santa Virgen María, ruega por mí ante Dios Nuestro Señor y pídele que me de Luz. Fue duro el trabajo pero no ejerció ningún efecto beatífico en mí, si cabe produjo efecto contrario porque desde entonces siempre relacioné esas mayúsculas y esos nombres con el dolor en las manos y las ganas de llorar y de dormir. Aún me sigue pasando: si alguien pronuncia el nombre de la Virgen María bostezo y me masajeo la mano izquierda (es que soy zurda). También aún hoy, cuando llega la Semana Santa, lo que más me apetece es que procesiones por mi cuerpo y no te dejes ni el más mínimo rincón por hollar mientras yo me acaricio el monte de Venus sobre la tela sacramental de mi ropa interior.
Las lluvias del oeste llegarán. Fragmento de una fotografía de André Garban c. 1930. Impresión en gelatina de bromuro de plata
23h 06m.
¿Para qué me voy a esforzar? El día ha sido duro. Me levanto tarde porque no me puedo acostar pronto. La luz es la de abril y ya sabes, mi querida naricita de juguete, que a mí abril me desagrada. No me gusta el nacimiento a la vida. Si por mí hubiera sido jamás habría tenido los hijos que tuve. Más habría negado su existencia al que se me murió tan pronto. Aún no te conocía. ¿Te he hablado ya de él? Fue el segundo. Era lindo como un manzano y creció robusto. Creció como si fuera a vivir para siempre. Tenía la risa contagiosa y las manos más hermosas que jamás vi, que jamás toqué. Me habría pasado la vida agarrada a esas manos. Era su piel como la calma tras una tormenta de agosto; era como el aire que se llena de frescor. Es cierto que fue en abril cuando empezó a enfermar... no, no, yo ya detestaba abril desde antes, que mi hijo enfermara en ese mes no fue sino la constatación de que es un mes maldito. Un mes maldito para mí. Porque yo sabía. Supe desde niña que no quería ser madre y en la juventud supe que tendría que luchar contra el reloj biológico que todas las mujeres llevamos en el vientre. Tú de eso no puedes saber. Yo luché, luché con todas mis fuerzas hasta que no sé por qué a finales de un mes de enero el hombre fecundó de nuevo en mí y yo dejé que la fecundación siguiera, como ya había hecho con el primero. Dejaba que mi cuerpo gestara por mucho que mi mente se resistiera. Porque yo nunca podría ser una madre adecuada. Porque ser madre es algo que no se le puede exigir a todas las mujeres. Ser madre, amigo, es una tentación demasiado golosa. No quise a mi primer hijo. ¿Alguna vez te hablé de él? Tampoco al segundo. Hombre sí los quiso y si tuviera que poner una nota a su ser padre, le daría una nota alta. Quería más al primero que al segundo. Nunca le dije que yo no podía querer a ninguno de los dos. Nunca pude decir, gritar, ¡Quitad esos labios succionadores de mis pezones! ¡Apartadme a esas bestias! Sólo que el segundo... las manos del segundo... la voz del segundo... la voz del segundo cuando enfermó un tres de abril a las once y cinco de la noche... esa voz que me dijo al oído, me dijo ¡Mamá me duele! ¡Mamá me quema! Yo cogí sus manos, calientes y suaves como piel de visón, y se las apreté un poquito y las llevé hasta mis labios y se las besé y él me miró con sus ojos castaños, él miró con sus ojos castaños... ¿Por qué me laceraba el alma su dolor? ¿Por qué hubiera dado mi cuerpo por el suyo para que fuera el mío quien sufriera su dolor si yo no lo quería? ¿Por qué no me aparté de su cama? ¿Por qué mesé con la dulzura de una buena madre sus cabellos? ¿Por qué la vida dejó de existir cuando mi hijo segundo murió?
Si pudiera escuchar su voz hoy. Su voz acompañada por una carrera en el pasillo de la casa de Mahón. Ahora entenderás que te pida que me dejes sola en abril. No, no vengas. Espera a que mayo reviente a no ser que antes, una noche, en el sueño que todo lo unifica, mi hijo segundo volviera a mirarme con sus ojos castaños, libre de fiebre y con su voz de infante dispuesto a conquistar el mundo me dijera, ¡Mira que eres torpe, mamá, pero cuánto te quiero! y me acariciara la mejilla con sus manos como hacía cuando, noche tras noche, me inclinaba para darle un beso de buenas noches, yo que nos los quería, que era una mala madre y ellos lo sabían.
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Narrativa
Tags : Apuntes Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 10/04/2020 a las 14:37 | {0}