Decían, En aquellos tiempos cuando los seres humanos éramos ciegos y Prometeo aún no se había compadecido de nosotros... los que decían estas cosas se extendían mucho como han de hacer los buenos rapsodas, los cuales crearon un Collegium en el que los más viejos enseñaban a los más jóvenes las mejores técnicas para memorizar y alimentar el relato. (De esto hace mucho. No sé por qué lo recuerdo).
El oficio. Cuando camine pensaré en él. Hoy he vuelto a meditar. Sobre la mente gravita una fuerza nuclear débil. Todo recuerdo guarda en mí un alto grado de fragilidad. Si los dejo ir se quiebran unos en otros cada poco. Apenas he entrevisto una situación próxima (algo relacionado con una roca) cuando ya mi mente anticipa el tiempo y busca en el futuro una situación que nunca se dará. A lo lejos escucho un trueno y caen, dilatadas en el tiempo, gotas de lluvia.
Contra el vicio de pedir, la magnanimidad de conceder.
Varios días más tarde
No hay lugar más interesante que la frontera. La frontera en el tiempo tiene una delimitación tan clara como la frontera física. Yo veo cómo me acerco a esa frontera temporal. Siento el nerviosismo propio del que está a punto de atravesar un tiempo en el que son más las cosas que no le pertenecen que las que le pertenecen como ocurre cuando atraviesas una frontera espacial y de inmediato asumes un nuevo papel, el de extranjero, y desde la lengua hasta ciertas costumbres cambian de inmediato siendo uno el que ha de asimilarlas cuanto antes y para ello, muchas veces, has de renunciar a lo que era tuyo -tu lengua, tus costumbres-.
Lo mismo ocurre en las fronteras temporales: nada más atravesarlas has de aprender de nuevo porque son muchas las cosas que desconoces: la lengua de ese nuevo tiempo, los modos de ese nuevo tiempo, el status que te corresponde en ese nuevo tiempo. Me acerco a una nueva frontera temporal. Aún no la avisto. La husmeo.
...es sentirse, en relación con los otros, más en el purgatorio que en el infierno (al cielo apenas se accede).
Sí, vendrán los cielos cubiertos. Las nieves perpetuas a lo lejos. Soñará con olores nuevos y dejará que la vejez del animal sea tranquila. Le esperan largos paseos. Le esperan bosques nuevos. Quizás algún día descubra un rincón al que acudir cada tarde y sienta una noche, al respirar hondo, que el laberinto se inclina hacia la recta. Algo así espera. No va más allá en sus deseos como si al fin hubiera descubierto que por ser inmenso el mundo es muy pequeño porque te permite transitar por muy pocas de sus infinitas variables. Así espera un espacio adecuado para el árbol que ama la sombra y que sol y luna pasen ante su ventana tras tantos años de ausencia, tras tanto estirar el cuello inútilmente, tras cientos de millones de segundos de horizonte vertical, tras tanto encierro.
Lo mismo ocurre en las fronteras temporales: nada más atravesarlas has de aprender de nuevo porque son muchas las cosas que desconoces: la lengua de ese nuevo tiempo, los modos de ese nuevo tiempo, el status que te corresponde en ese nuevo tiempo. Me acerco a una nueva frontera temporal. Aún no la avisto. La husmeo.
...es sentirse, en relación con los otros, más en el purgatorio que en el infierno (al cielo apenas se accede).
Sí, vendrán los cielos cubiertos. Las nieves perpetuas a lo lejos. Soñará con olores nuevos y dejará que la vejez del animal sea tranquila. Le esperan largos paseos. Le esperan bosques nuevos. Quizás algún día descubra un rincón al que acudir cada tarde y sienta una noche, al respirar hondo, que el laberinto se inclina hacia la recta. Algo así espera. No va más allá en sus deseos como si al fin hubiera descubierto que por ser inmenso el mundo es muy pequeño porque te permite transitar por muy pocas de sus infinitas variables. Así espera un espacio adecuado para el árbol que ama la sombra y que sol y luna pasen ante su ventana tras tantos años de ausencia, tras tanto estirar el cuello inútilmente, tras cientos de millones de segundos de horizonte vertical, tras tanto encierro.
Escrito por Isaac Alexander
Edición y notas de Fernando Loygorri
XXXVIII
Siete menos cinco de la tarde
No hay movimiento... ningún movimiento...*
La lechuza no se asustó conmigo. Fue Aglaia, la más fiera de las gatas, quien le plantó cara y la lechuza se vio sorprendida de su audacia y enarcó una ceja como si dentro de ella Atenea nos observara.
Buscar palabras que me vuelvan loco.**
La lechuza no se asustó conmigo. Fue Aglaia, la más fiera de las gatas, quien le plantó cara y la lechuza se vio sorprendida de su audacia y enarcó una ceja como si dentro de ella Atenea nos observara.
Buscar palabras que me vuelvan loco.**
Seis menos veinte pasadas de la tarde
Me voy. Ya es tiempo. El penúltimo escalón he de pasarlo aun más adentro, aún más. Sólo para poder llegar a conocerme a mí mismo y saber si merezco el respeto que tanto he buscado. Y una vez hallada la respuesta (que será un sí o un no) me olvidaré para siempre de la pregunta y pasearé bajo las hayas de un bosque que habrá cerca de mi casa.
Me alejo aún más. Me gusta la vida. Me gusta hinchar mis pulmones de aire y saber que ese ligero aroma de flor es un dondiego de noche y que más allá, tras el recodo en el camino, cuando se inicia la Cuesta Fuerte, lo primero que me asalta es el perfume penetrante y dulzón de la jara. Me alejo aún más. Por el sendero que lleva a lo profundo del valle, donde dicen que aún viven los lobos y donde el oso se esconde para no hacernos daño.
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Me alejo aún más. Me gusta la vida. Me gusta hinchar mis pulmones de aire y saber que ese ligero aroma de flor es un dondiego de noche y que más allá, tras el recodo en el camino, cuando se inicia la Cuesta Fuerte, lo primero que me asalta es el perfume penetrante y dulzón de la jara. Me alejo aún más. Por el sendero que lleva a lo profundo del valle, donde dicen que aún viven los lobos y donde el oso se esconde para no hacernos daño.
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Notas
* A veces me digo: te estás dejando llevar por la tradición. Discurro si es lo mejor. Sé que he de poner un ejemplo: Clarissa. Por supuesto que Isaac jamás escribió la historia de Clarissa en el orden que yo la estoy transcribiendo en la revista. Los episodios de Clarissa están muy dispersos entre todos los cuadernos. Es un claro ejemplo de su estilo de escritura. Porque escribir, también yo lo sé, es de los actos más libres que pueda ejercer un ser humano (el acto de escribir, no el resultado de lo escrito. Cuando el escritor se sienta ante su hoja es el más libre de los hombres a la hora de pergeñar su idea). Insisto: Clarissa se encuentra en los cuadernos de memorias de Isaac. La memoria de Isaac es una memoria que se deja llevar por sí misma, como si continuamente estuviera meditando y dejara que los recuerdos saltaran de uno a otro sin solución de continuidad. Así es que yo, cuando me veo reuniendo los recuerdos dispersos, me pregunto si es lo correcto o si mejor sería esperar del lector el esfuerzo de buscar cuándo, dónde apareció este personaje o, sencillamente, leer lo escrito sin relacionarlo con nada. Hay algo, en todo caso, que demuestra bien a las claras la destreza con la pluma de Isaac: no aburre nunca.
Así es que hoy voy a seguir con textos de Isaac en los que no altero su orden. Por una vez lo hago así. Por si alguien... por si alguna vez...
** En una anotación escrita cinco años después, nos explica Isaac que cuando escribió buscar palabras que me vuelvan loco, lo dice como el ejemplo preclaro de la poesía. Para él, como para tantos pensadores intrusos, la poesía trata de lo inefable y la inspiración para poder acceder a una metáfora que logre iluminar lo inefable -entiende por metáfora la imagen de una idea- sólo puede acudir al alma del poeta cuando éste se deja imbuir del espíritu de Dionisos, el dios cabra que cuando nos sonríe y nos mira permite que por nuestra boca -si somos rapsodas- o por nuestra escritura -si lo que somos es poetas- surjan las palabras combinadas en fórmulas extrañas que parecen traspasar nuestra razón para llegar a lo más profundo de nuestro propio Hades a nuestro Tártaro, porque esas palabras locas son las únicas capaces de atravesar los muros de acero que rodean nuestro Tártaro y a los que el ingenuo Sigmund Freud llamó de forma delicada y falsa censura.
Así es que hoy voy a seguir con textos de Isaac en los que no altero su orden. Por una vez lo hago así. Por si alguien... por si alguna vez...
** En una anotación escrita cinco años después, nos explica Isaac que cuando escribió buscar palabras que me vuelvan loco, lo dice como el ejemplo preclaro de la poesía. Para él, como para tantos pensadores intrusos, la poesía trata de lo inefable y la inspiración para poder acceder a una metáfora que logre iluminar lo inefable -entiende por metáfora la imagen de una idea- sólo puede acudir al alma del poeta cuando éste se deja imbuir del espíritu de Dionisos, el dios cabra que cuando nos sonríe y nos mira permite que por nuestra boca -si somos rapsodas- o por nuestra escritura -si lo que somos es poetas- surjan las palabras combinadas en fórmulas extrañas que parecen traspasar nuestra razón para llegar a lo más profundo de nuestro propio Hades a nuestro Tártaro, porque esas palabras locas son las únicas capaces de atravesar los muros de acero que rodean nuestro Tártaro y a los que el ingenuo Sigmund Freud llamó de forma delicada y falsa censura.
Narrativa
Tags : Escritos de Isaac Alexander Libro de las soledades Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 10/06/2021 a las 18:53 | {0}
Escrito por Isaac Alexander
Edición y notas de Fernando Loygorri
XXXVII
8 horas y 17 minutos
Me digo: aliento. Levanta. Los huesos. Es la mañana y el sol entra aún con un tono dorado y suave. Sé que el calor llegará y caminaremos bajo un sol de justicia. A los lejos podría ver las huestes enemigas.
Lo dejo ahí. En el ensueño. Alguna vez me creí con la capacidad para volver a los sueños. Creo que alguna vez lo conseguí. Desayuno un café solo. Hacía tiempo que no desayunaba un café solo. Sin azúcar. Sin leche. Sin tostadas con mantequilla. Las tostadas hechas con el pan del día anterior me recuerdan a la infancia*.
Lo dejo ahí. En el ensueño. Alguna vez me creí con la capacidad para volver a los sueños. Creo que alguna vez lo conseguí. Desayuno un café solo. Hacía tiempo que no desayunaba un café solo. Sin azúcar. Sin leche. Sin tostadas con mantequilla. Las tostadas hechas con el pan del día anterior me recuerdan a la infancia*.
10 horas y 17 minutos
Puntual Clarissa. Se sienta frente a mí. Está roja como un tomate. Le ofrezco un café. Me dice que todavía no toma café, añade que no sabe si tomará café nunca. Hay un momento de silencio. Ella me mira y baja la vista. Entonces dice, atropelladamente, Si quiere puedo empezar por la cocina. Es lo que suele estar más sucio. Los hombres lo dejan todo por ahí. Y luego los baños. Eso me parece a mí. Le pregunto a Clarissa si ha ido a la escuela. Me responde que poco. Me levanto. Miro por la ventana y le pregunto, Clarissa, ¿te gustaría aprender? ¿Saber, por ejemplo, cómo es el esqueleto de un pájaro o descubrir el sonido de las bramaderas, bueno, primero saber, si no lo sabes, lo que son las bramaderas? ¿Te gustaría que diéramos paseos por el bosque, a lo largo de todas las estaciones y varias veces y observáramos, tan sólo observáramos? ¿Te gustaría prepararte para no ser criada?
Clarissa se queda callada. No importa. Su mirada brilla tanto (lo intuía -la intuición es la antena que conecta a los seres afines-) que hasta tiene miedo. Le digo, Te pagaré tres horas diarias paras que aprendas lo que puedas de lo que yo te pueda enseñar.
Clarissa abre la boca, ¿Por qué? pregunta. ¿Quieres?, le respondo. Sí, dice ella. Pues entonces porque sí, ¿te parece? Vamos a empezar ya porque no sé si conoces ese dicho, por el camino de mañana se llega al de nunca. Lo primero que te quiero enseñar es algo, para mi gusto, esencial para bien vivir, que es no hacer nada, absolutamente nada.
También le hago una sugerencia: mejor que no le diga nada a nadie y sobre todo a su familia. Ella vuelve a bajar la mirada cuando contesta, Ya lo había pensado. Bien, pues manos a la nada.
Clarissa se queda callada. No importa. Su mirada brilla tanto (lo intuía -la intuición es la antena que conecta a los seres afines-) que hasta tiene miedo. Le digo, Te pagaré tres horas diarias paras que aprendas lo que puedas de lo que yo te pueda enseñar.
Clarissa abre la boca, ¿Por qué? pregunta. ¿Quieres?, le respondo. Sí, dice ella. Pues entonces porque sí, ¿te parece? Vamos a empezar ya porque no sé si conoces ese dicho, por el camino de mañana se llega al de nunca. Lo primero que te quiero enseñar es algo, para mi gusto, esencial para bien vivir, que es no hacer nada, absolutamente nada.
También le hago una sugerencia: mejor que no le diga nada a nadie y sobre todo a su familia. Ella vuelve a bajar la mirada cuando contesta, Ya lo había pensado. Bien, pues manos a la nada.
1 y media de la tarde
La nada es fértil. Tardará Clarissa en relajarse. Si es que alguna vez... alguna vez. Vendrá a casa los lunes, miércoles y viernes entre las diez y la una que es la hora en que más tranquilo está el bar. El sueldo se lo dará íntegro a sus tíos.
Mientras paseo por la montaña con Hamlet y Donjuan, me pregunto si mi interés por Clarissa es una especie de nostalgia de paternidad. No es la primera vez que tengo este pensamiento. Me pasa con M. En realidad me pasa siempre que estoy con una mujer mucho más joven que yo. Es cierto que el atractivo sexual es una fuerza poderosa, casi irresistible para mí pero también me he visto a veces disfrutando mucho más el momento de la confidencia o del descubrimiento junto a ella de algo que le ocurre por primera vez y que a mí, por simple diferencia de años, ya me ha ocurrido varias veces; ese momento, en ocasiones, es mucho más hermoso y duradero en mi memoria que el acto amoroso que había ocurrido antes o que ocurriría después. Y también pienso si late, de forma oculta, un deseo por un cuerpo joven, desvalido que me lleva al tema de las muchachas perseguidas de la novela romántica y por eso, el primer nombre que me surgió fue el de Clarissa, como también podrían haber surgido Julia o Justine. Intento, mientras la subida me hace romper en sudor, sincerarme conmigo mismo, ver en lo más hondo de un hombre que se encuentra en su último aliento, si lo que envuelve con un aura de filantropía no es más que el deseo de amar, una vez más, la inocencia. Y no hay inocencia más palpable que la de un cuerpo joven. Quizá convivan ambas pulsiones.
Mientras paseo por la montaña con Hamlet y Donjuan, me pregunto si mi interés por Clarissa es una especie de nostalgia de paternidad. No es la primera vez que tengo este pensamiento. Me pasa con M. En realidad me pasa siempre que estoy con una mujer mucho más joven que yo. Es cierto que el atractivo sexual es una fuerza poderosa, casi irresistible para mí pero también me he visto a veces disfrutando mucho más el momento de la confidencia o del descubrimiento junto a ella de algo que le ocurre por primera vez y que a mí, por simple diferencia de años, ya me ha ocurrido varias veces; ese momento, en ocasiones, es mucho más hermoso y duradero en mi memoria que el acto amoroso que había ocurrido antes o que ocurriría después. Y también pienso si late, de forma oculta, un deseo por un cuerpo joven, desvalido que me lleva al tema de las muchachas perseguidas de la novela romántica y por eso, el primer nombre que me surgió fue el de Clarissa, como también podrían haber surgido Julia o Justine. Intento, mientras la subida me hace romper en sudor, sincerarme conmigo mismo, ver en lo más hondo de un hombre que se encuentra en su último aliento, si lo que envuelve con un aura de filantropía no es más que el deseo de amar, una vez más, la inocencia. Y no hay inocencia más palpable que la de un cuerpo joven. Quizá convivan ambas pulsiones.
5 y 37 minutos de madrugada
Me ha despertado una lluvia muy fina que he asociado al sueño en el que M. deja caer su lluvia dorada sobre mi boca. Bebo su pis que sabe de forma muy tenue a aguacate. Respiro hondo el aire de la tierra recién mojada y antes de tomarme un café me acerco hasta la cerca que separa mi propiedad del mundo y me apoyo en ella y cierro los ojos y dejo que las imágenes del sueño vuelvan: M. me mira con ojos de serpiente y al abrir su boca su lengua bífida se pasea por mis pezones. M. me muerde, me muerde fuerte. Escucho, recuerdo el sonido en el sueño, un trueno agudo, largo en el tiempo. Ahora estoy solo. Llevo una bata de lino abierta. El vello de mi pecho se riza ante mi vista. Ahora es una risa lo que escucho. Entonces se acerca Hamlet y me devuelve a la vigilia. Tienes que volver al mundo, parece decirme con el movimiento de su cola. Vibra la lluvia. No tardará en reinar el lucero del alba.
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* Es curioso porque a mí me ocurre lo mismo. Lo escribía en el capítulo 9º, entrada 166 del libro Me Acuerdo (si haces un clic sobre el título resaltado en verde accedes a todos los capítulos) que acabo de publicar en Inventario.
Narrativa
Tags : Escritos de Isaac Alexander Libro de las soledades Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 08/06/2021 a las 18:16 | {0}Querría hablar con una sempiterna sonrisa en la boca. Ser vaca. ¡Qué importantes las Vacas! Los primeros templos de Mesopotamia eran al mismo tiempo vaquerías. Mejor sería decirlo al revés: las vaquerías tenían también la función de templos.
Se ha hurgado hasta meterse bien los dedos dentro de la herida como si Tomás se hubiera introducido en Cristo y fuera el mismo crucificado quien se hurgara en el lanzazo, algo incrédulo ante lo profundo de la herida que según sus cálculos atraviesa el lóbulo inferior de su pulmón izquierdo y provoca una hemorragia y melancolía.
Sí, son cataratas en sus ojos pero prefiere pensar, poéticamente, que lo que ve es el velo de Maya tupido. Ante la proximidad de la muerte, la apariencia se adensa.
¿Por qué ahora? ¿Por qué en este mes? Los sueños de la mañana se sincronizan con el sonido del motor de una lavadora y cree saberse en las tripas de un vapor, junto al émbolo que empuja los fluidos para que la rueda gire. ¿Qué rueda? ¿Qué gira? ¿Por qué esta humedad en el ano?
Tránsitos. Del silencio a la rueca. ¡Qué hay! ¡Qué me buscas! Si pierdo el aire. Si el aire se esconde. Si la gallinita ciega. Si al corro de la patata. Si amanece se oculta. Si anochece se abre como flor carnívora. No escudriña esas frases. No se planta dionisiaco entre sus pares. No alardea. No abre su boca y muestra los dientes que despedazan la comida. Podría ser trigo limpio. Podría ser salvado. Podría carecer de encías. Podría darse parte de su desaparición.
La tormenta se volverá cielo azul.
Sin piedad avanza por el desierto. Su ojos se mantienen fijos en un horizonte que fluctúa. Se diría -piensa- un horizonte líquido. Sólo que la luna, atrevida en su consanguinidad con el polvo de las estrellas, surge maldita y santa entre las brumas del atardecer. Satánica y Virgen cimbrea maliciosa sus caderas.
Ha navegado por todos los mares. Ha conocido multitud de costas. Ha pernoctado en viviendas de gentes amables y desconocidas. Ha compartido lecho. Ha sentido su piel distinta. Se ha mirado las manos varias horas. Ha dejado que las rodillas se llenen de polvo y ha producido en su cuerpo algo parecido a leche y miel (también produjo hace mucho, mucho tiempo, la voz de un ser sobrenatural).
La duna varía. Los vientos modelan los paisajes. Una montaña se yergue en el centro de un desierto como un gran corazón roto. El oso navega sobre un trozo no muy grande de hielo. Se busca un animal herido. Se encuentran restos de un lagar.
Sonríe. Aprieta. Sigue. Sigue. Esa anémona. Ese cangrejo. El bombón de amapola. La estirpe de los shogunes. Los exiliados. El agua fresca. La radiación termonuclear. Los últimos días del Olimpo. La rueca.
Dice, No me llamo. No es la voz del Hades. No es Minos dictando sentencia. Ni es Orfeo que, disimulado, se mimetiza con las rocas de la gruta que conducen a lo hondo del Mundo. Es que dice (quien sea), No, no me llamo.
Sólo tu boca, piensa (lo piensa quien dice no llamarse); sólo tu espalda; sólo tu piel; sólo tu lengua; sólo jugar en mitad de esta ciudad en la que han desaparecido los gorriones como si Mao Tse Tung hubiera resucitado para seguir siendo el Asesino de los Pájaros, él tan poeta.
Probará el aceite hirviendo. Se dejará engatusar por cualquiera. Llegará a su casa, ya de noche y cuando se tumbe en su cama sentirá el peso de las diez mil generaciones que le han precedido. Como si fuera flor de loto. Como si vistiera uniforme militar. Como si formara parte de una parada. O menos, simple rueda del remolque que transporta el misil.
Nada más. Sonríe. Nada más. Se acaricia. Nada más. Se excita. Nada más. Se arrepiente. Nada más. Se duerme. Nada más. Se muere. Nada más. Resucita. Nada más. Se descuartiza. Nada más. Se eleva. Nada más. Se acuna. Nada más. Retrocede. Nada más. Se pierde. Nada más. No es nada.
Aquí todo está en orden. Veo, señora, muy lejos, una bandada de ánades que, colijo, deben de estar migrando. Formación en V. Quizás escucho parpar.
Queda en la zona del neocórtex un regusto a humo. El silencio no puede estar navegando en los pulmones. Tampoco las voces que no cesan tras de mí...
Me someto gustoso, señora. Si quiere me amordazo yo solo y me desamordazo tan sólo a las horas de ingerir.
Navega la vela marina.
...como esos gritos, señora, de un niño que apenas levanta un palmo en la corrala de una casa de pueblo, sin las mínimas medidas de seguridad. Con lo importantes que son las medidas de seguridad. Aún más: lo importante que es la seguridad en sí. Y no sé, señora, mi ama, su seguro servidor, si escribir, señora, ama, dominatrix, la palabra seguridad en mayúsculas. Mayúscula y emascular tienen una terrible semejanza fonética...
Señora, no, no se preocupe, no levantaré la vista; sí, sí, pensaré que es usted una mujer sans merçi, como quiere usted que así sea; sólo le pediría, le rogaría, señora, ama amantísima, si podría darme permiso para levantarme y dejar de apoyar las rodillas en este suelo de garbanzos; si podría, señora, hacer pis en soledad, señora, ama, amada oscuridad de mis desvelos, onda que imagina una ola, surco que nunca se cavará.
Sé que vengo del otro lugar del mundo. En ese sitio no se disimula demasiado bien y hay unos sulfuros que mantienen nuestra tez siempre amarilla. De donde vengo las murallas son de acero y se clavan cuando te acercas a ellas. Es mejor evitarlas. Es mejor no darse aires. Preferiría volver si tuviera esa opción.
Pálpeme y vea que lo que le digo es cierto. Ya no hay musgo y palidece a ojos vista la hierba. Las sirenas tienen que estar sonando, usted lo sabe, señora, mi ama. Usted lo sabe. Déjeme llorar. Déjeme enloquecer. Permita que mis párpados adquieran la velocidad de las alas del colibrí. Sosiégueme. Apóyeme en su regazo y así, juntos, miremos la alborada, aún sin canto de pájaros, aún callada.
Los pasos se alejan. Pasa la extraordinaria sierpe ante él, brillantes las escamas negras. Hay algo inefable en el aire. Sigue y avanza. Sigue y retrocede. Sigue y se detiene. Y porque avanza sigue. Y porque retrocede sigue. Y porque se detiene sigue.
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Ensayo poético
Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 14/06/2021 a las 17:52 | {0}