Al sentir el estruendo la vieja mujer del sexto emitió un lamento tan largo que la del cuarto creyó escuchar a una loba en la ciudad. Tembló. No pudo terminar de hacerse un dedo. Se subió las bragas. Se echó por encima la bata y con mucho sigilo, sin encender luz alguna -ni tan siquiera la del celular- se dirigió a la puerta de entrada, la entreabrió y se quedó escuchando.
Es cierto que los sesos del hombre estaban esparcidos por el suelo de la cocina y ella sabía que sólo estaban ella y él y que por lo tanto tenía que haber sido ella la autora del crimen. Ante el juez juró -y todos la creímos- que no recordaba en absoluto haber sido ella la asesina y cuando fue declarada culpable aceptó la sentencia como si realmente se acordara. No recurrió.
La mañana amaneció tan hermosa que se clavó nada más levantarse alfileres en los ojos.
Él sabe que la lección que ha de dar no le interesará a nadie y es tan hombre que sabe que la responsabilidad no reside en el tema, inecuaciones, sino en su propia incapacidad para hacer digerible lo que a él le llaga porque fue haciendo inecuaciones cuando recibió un mensaje en el teléfono en el que Celia, su novia de toda la vida, le abandonaba por un experto en el bosón de Higgs y le anunciaba que dejaba la ciudad y se iba a vivir a Suiza para ser la vaca frisona del físico (eso lo escribía, pensó, con su habitual y extraño sentido del humor y al reírse -porque a él siempre le hizo gracia su particular sentido del humor- se echó a llorar sobre las inecuaciones).
¡La primavera!
La vieja del sexto, en efecto, era licántropa y se cenó a la del cuarto cuando la vio aparecer en su rellano. Luego supimos que la del cuarto era aficionada a las novelas policiacas y se creyó imbuida de cierta obligación moral y fue esa obligación la que le empujó escaleras arriba y en un última instancia a su muerte.
Se arrancó la lengua para no pronunciar más palabras. Se cortó las manos y los pies para no hacerse más pajas. Era contorsionista.
Autor Miguel Hernández
Encarnación:
A solas vengo a manar,
como una fuente de enojos,
por la raíz de los ojos
un pequeño y largo mar.
En este quieto lugar
me quejaré quietamente,
y ante el silencio presente
que el agua puebla y mitiga,
la queja que yo no diga
la dirá por mí la fuente.
Quéjate ya, corazón,
de par en par malherido,
ciervo de muerte vestido
y de desesperación.
Aquí mi queja y su son
compañera transparente
ha encontrado de repente,
y entre fatiga y fatiga,
la queja que yo no diga
la dirá por mí la fuente.
Quiero deshogar el pecho,
donde mi vida se ahoga
oprimida de una soga
que el amor de esparto ha hecho.
Corazón insatisfecho,
en los pulsos de mi frente
tu movimiento se siente,
y como a quejas me obliga,
la queja que yo no diga
la dirá por mí la fuente.
Suena el silencio a lamento
sobre el agua descubierta,
que tiene rota la puerta
de su eterno nacimiento.
Suena a cristal triste el viento,
y mi corazón vehemente
suena cristalinamente,
y como el agua se amiga,
la queja que yo no diga,
la dirá por mí la fuente.
No quisiera, corazón,
fuente de sangre violenta,
quejarme más, porque aumenta
con mi queja mi pasión.
Pero aunque de un empujón
se fuera con la corriente
el acento adoleciente
que mi sentimiento abriga,
la queja que yo no diga
la dirá por mí la fuente.
Que ya no sueño.
Sólo son pesadillas
las que me tengo
Como si fueras espuma, verte. Trasladarme a un lugar donde todo sea espuma y al serlo todo saber entonces que te estoy viendo. Que seas espuma. Todas las espumas.
Si fueras toda la espuma que en el mundo ha sido tendría la seguridad, sabría que algo de ti hay en ella (quizá no todo, quizá tan sólo una pompa de una espuma que se hinchó por un soplo de mistral).
A esto me dedico. Te imagino siendo leve, tú que tanto me pesas. Hoy imagino que eres espuma, mañana serás pluma y dentro de un tiempo ni éter. Vacío puro. Vacía.
Vuelo hacia ti sin alas. Con la imaginación vuelo. Con las ganas.
En el cielo rojo de esta tarde de mayo; sobre la cresta de los gallos; en la mísera lágrima de un déspota; hay en los destellos de una memoria frágil y en los dedos que se alaban por ser prestidigitadores; hay en todos esos instantes un aluvión de ti. No sé si te volveré a ver porque la vida sorprende cuando menos te lo esperas y quizás antes de que acabe estas letras haya muerto o me haya convertido en otro víctima de una dolencia cerebral. Eso tiene la vida, te escribo, a ti que un día me secreteaste el misterio del movimiento de los océanos. Eso tiene.
Ahora he de cerrarme en mí mismo, no drogarme en absoluto, mantener el control ante todo, serenarme frente a la vasta extensión roja; ahora he de cruzarme de brazos, cerrar, quizá los ojos e intentar que la mente se serene como cuando en un momento de nervios la mano de la amada coge la tuya y ese simple movimiento atempera la carrera de la sangre por la venas y anuncia que el látigo del corazón sólo es latido.
Vuelo hacia ti sin alas. Con la imaginación vuelo. Con las ganas.
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Narrativa
Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 09/05/2022 a las 17:20 | {0}