Friedrich Leopold von Hardenberg. Pseudónimo: Novalis
Sólo unos cuantos
gozan del misterio del amor,
y desconocen la insatisfacción
y no sufren la eterna sed.
El significado divino de la Cena
es un enigma para el entendimiento humano;
pero quien sólo una vez,
en los ardientes y amados labios
haya aspirado el aliento de la vida,
quien haya sentido fundir su corazón
con el escalofrío de las ondas
de la divina llama,
quien, con los ojos abiertos,
haya medido el abismo
insondable del cielo,
ése comerá de su cuerpo
y beberá de su sangre
para la eternidad.
¿Quién ha descifrado
el sublime significado
del cuerpo terrenal?
¿Quién puede asegurar
que ha comprendido la sangre?
Un día todo será cuerpo,
un único cuerpo,
y en la sangre celestial
se bañará la feliz pareja.
¡Oh!, ¿acaso no se tiñe de rojo
el inmenso océano?
¿no es ya la roca que emerge
pura carne perfumada?
Es interminable el delicioso banquete,
el amor no se sacia jamás,
y nunca se acaba de poseer al ser amado,
nunca el abrazo es suficiente.
Los labios se tornan más delicados,
el alimento se transforma de nuevo
y se vuelve más profundo, más íntimo, más cercano.
El alma se estremece y tiembla
con mayor voluptuosidad,
el corazón tiene siempre hambre y sed,
y así, para la eternidad,
el amor y la voluptuosidad se perpetúan.
Si los que ayunan
lo hubiesen saboreado sólo una vez
lo abandonarían todo
para venir a sentarse con nosotros
a la mesa servida y nunca vacía
del ferviente deseo.
Y de ese modo reconocerían
la inagotable plenitud del amor,
y celebrarían la consumación
del cuerpo y la sangre.
Traducción, Rodolfo Häsler
gozan del misterio del amor,
y desconocen la insatisfacción
y no sufren la eterna sed.
El significado divino de la Cena
es un enigma para el entendimiento humano;
pero quien sólo una vez,
en los ardientes y amados labios
haya aspirado el aliento de la vida,
quien haya sentido fundir su corazón
con el escalofrío de las ondas
de la divina llama,
quien, con los ojos abiertos,
haya medido el abismo
insondable del cielo,
ése comerá de su cuerpo
y beberá de su sangre
para la eternidad.
¿Quién ha descifrado
el sublime significado
del cuerpo terrenal?
¿Quién puede asegurar
que ha comprendido la sangre?
Un día todo será cuerpo,
un único cuerpo,
y en la sangre celestial
se bañará la feliz pareja.
¡Oh!, ¿acaso no se tiñe de rojo
el inmenso océano?
¿no es ya la roca que emerge
pura carne perfumada?
Es interminable el delicioso banquete,
el amor no se sacia jamás,
y nunca se acaba de poseer al ser amado,
nunca el abrazo es suficiente.
Los labios se tornan más delicados,
el alimento se transforma de nuevo
y se vuelve más profundo, más íntimo, más cercano.
El alma se estremece y tiembla
con mayor voluptuosidad,
el corazón tiene siempre hambre y sed,
y así, para la eternidad,
el amor y la voluptuosidad se perpetúan.
Si los que ayunan
lo hubiesen saboreado sólo una vez
lo abandonarían todo
para venir a sentarse con nosotros
a la mesa servida y nunca vacía
del ferviente deseo.
Y de ese modo reconocerían
la inagotable plenitud del amor,
y celebrarían la consumación
del cuerpo y la sangre.
Traducción, Rodolfo Häsler
Maravillosamente no sé nada.
Nunca nada de lo que diga es cierto.
Siempre podré desdecirme de lo dicho. Tengo en mi ser la flexibilidad del junco y es cierto que esta cualidad conlleva la contradicción. Si viene un viento para allá voy, si cambia, cambia mi movimiento. Sé que esta particularidad es fastidiosa. Lo sé. Me permite sentir el amor. El amor de las primeras veces. El amor del encuentro. El cursi amor del encuentro. Del primero. No hay grandes solemnidades. No hay nada. Sólo amor. Es triste que los boleros nunca hablen del primer encuentro. De los primeros días. No hay falsedad, hay deseos de dar amor. No sé nada. No entiendo nada. Estoy un poco borracho y escribo a las dos y cuarto de la madrugada tras haber estado todo el día buscando mi hogar con amigos (no me importan sus nombres. No me importa lo que ocurra más tarde). Hoy han sido mis amigos ¡Qué palabra! Y el amor, eso que es la quintaesencia de la amistad, destilaba en cada poro de nuestro día en los montes más altos de la Comunidad de Madrid. Al final no lo hemos hallado. Ese hogar (el que hemos ido a visitar estaba demasiado difícil de acceso. Un hogar tiene que ser un lugar cómodo al que se llega) no era el hogar.
No sé. No sé. No sé. Y moriré sin saber. Y quiero decirlo bien alto y bien fuerte: No sé y quiero pedir disculpas a todos a los que haya ofendido. Hoy me siento amado. Y esa sensación es para mí la más hermosa porque me quita el miedo, porque me da confianza. Esa mirada única, esa complicidad de veras, esa ayuda porque soy amado. No tengo ni idea de por qué surge así, de forma tan espasmódica, así sin quererlo. A lo mejor. No sé. No sé. El amor debe ser sencillamente gratis.
Ahora me he emocionado y las lágrimas, pequeñas y serias, humedecen mi ojos. Escucho una música que le encanta a mi hija, es Julieta Venegas (y a mí me encanta, antes de que supiera que le encantaba a ella y ahora que lo sé me gusta más) que me gusta porque sus letras y sus músicas tienen algo de alegre, de despreocupado y al mismo tiempo de elaborado, de bien hecho. No sé. No sé por qué me gusta Julieta Venegas y porque me gusta con el mismo ardor Johan Sebastian Bach y sobre todo sus Variaciones Goldberg o el tema Lento. No sé, no sé por qué. Y aquí estoy feliz en mi fracaso de hoy. Lleno de risas y de confianza. Sin miedo. Sin miedo aunque esté en un espacio lleno de rencor que es un rencor, al fin y al cabo, mínimo, sin grandes razones, un rencor, digamos, burgués. Burgués. También me gusta querer con limón y sal y quizás haya una enseñanza: Da, da de verdad, da con el corazón aunque algún día sintieras que... aún así da, da amor, da confianza, da todo eso que tú, por mucho que tantos se nieguen a saberlo, tienes. Lo tienes pequeño camaleón ultramarino, antigualla rica, pedacito entero. Ya tú sabes.
Nunca nada de lo que diga es cierto.
Siempre podré desdecirme de lo dicho. Tengo en mi ser la flexibilidad del junco y es cierto que esta cualidad conlleva la contradicción. Si viene un viento para allá voy, si cambia, cambia mi movimiento. Sé que esta particularidad es fastidiosa. Lo sé. Me permite sentir el amor. El amor de las primeras veces. El amor del encuentro. El cursi amor del encuentro. Del primero. No hay grandes solemnidades. No hay nada. Sólo amor. Es triste que los boleros nunca hablen del primer encuentro. De los primeros días. No hay falsedad, hay deseos de dar amor. No sé nada. No entiendo nada. Estoy un poco borracho y escribo a las dos y cuarto de la madrugada tras haber estado todo el día buscando mi hogar con amigos (no me importan sus nombres. No me importa lo que ocurra más tarde). Hoy han sido mis amigos ¡Qué palabra! Y el amor, eso que es la quintaesencia de la amistad, destilaba en cada poro de nuestro día en los montes más altos de la Comunidad de Madrid. Al final no lo hemos hallado. Ese hogar (el que hemos ido a visitar estaba demasiado difícil de acceso. Un hogar tiene que ser un lugar cómodo al que se llega) no era el hogar.
No sé. No sé. No sé. Y moriré sin saber. Y quiero decirlo bien alto y bien fuerte: No sé y quiero pedir disculpas a todos a los que haya ofendido. Hoy me siento amado. Y esa sensación es para mí la más hermosa porque me quita el miedo, porque me da confianza. Esa mirada única, esa complicidad de veras, esa ayuda porque soy amado. No tengo ni idea de por qué surge así, de forma tan espasmódica, así sin quererlo. A lo mejor. No sé. No sé. El amor debe ser sencillamente gratis.
Ahora me he emocionado y las lágrimas, pequeñas y serias, humedecen mi ojos. Escucho una música que le encanta a mi hija, es Julieta Venegas (y a mí me encanta, antes de que supiera que le encantaba a ella y ahora que lo sé me gusta más) que me gusta porque sus letras y sus músicas tienen algo de alegre, de despreocupado y al mismo tiempo de elaborado, de bien hecho. No sé. No sé por qué me gusta Julieta Venegas y porque me gusta con el mismo ardor Johan Sebastian Bach y sobre todo sus Variaciones Goldberg o el tema Lento. No sé, no sé por qué. Y aquí estoy feliz en mi fracaso de hoy. Lleno de risas y de confianza. Sin miedo. Sin miedo aunque esté en un espacio lleno de rencor que es un rencor, al fin y al cabo, mínimo, sin grandes razones, un rencor, digamos, burgués. Burgués. También me gusta querer con limón y sal y quizás haya una enseñanza: Da, da de verdad, da con el corazón aunque algún día sintieras que... aún así da, da amor, da confianza, da todo eso que tú, por mucho que tantos se nieguen a saberlo, tienes. Lo tienes pequeño camaleón ultramarino, antigualla rica, pedacito entero. Ya tú sabes.
No es notorio y es jueves de agosto. Las calles de la ciudad de Madrid están vacías y el calor ya no es tan espantoso como durante el mes de julio. En esta mañana, aún fresca, guardo en mi memoria los restos de la noche. No sé muy bien porque escribo estas líneas ni si tendrán un final con moraleja, si será porque he visto las estadísticas y siempre me anima ver que sigues (tú y tú y usted) entrando en esta página a la espera de una lectura que te mantenga en una rutina buena o si es porque siento la levísima melancolía de las cosas mal hechas. De los hechos malos. Una frase, pronunciada por Carmen en una cena hace dos días, se me repite en la cabeza y es ésta, Todos sabemos perfectamente lo que es bueno y lo que es malo. Su contundencia me altera. Su sencillez me pasma. La verdad de esa afirmación me aturde y me obliga a reconocer que cuando realizo acciones malas, sé perfectamente que lo están siendo. Todos lo sabemos. Puede que entre el bien y el mal no se establezca una dualidad sino una trinidad como afirma Alfred Schütze en su libro El Enigma del Mal editado por Rudolph Steiner. El libro en sí no me gusta (más bien lo contrario) y en él establece unas triangulaciones entre el bien y el mal que me parecen interesantes. Por ejemplo: Avaricia/Moderación/Despilfarro; Soberbia/Dignidad/Inferioridad; Meticulosidad/Sentido del orden/Desorden; Cobardía/Valentía/Temeridad etc... donde el bien lo he colocado entre los dos términos del mal. Esta forma de intelectualizar las acciones humanas (mis acciones) puede que me calme un poco. Me siento como si aplicara mi ojo a un telescopio que me hiciera más grandes (y alejadas) mis propias bondades y maldades. Y siento que, al acercarlas, he atravesado un tiempo de límites finísimos entre unas y otras, tan finos que me da la impresión de que en cualquier momento se podrían rasgar y mezclarse en una pasta que haría muy difícil separar, de nuevo, el grano de la paja ¡Condición humana!
Parque Natural de La Breña
El viento y el mar de Cádiz. En el suroeste de España, donde se encontraban las torres de Hércules, donde el lago salado se transformó en mar cuando el estrecho que unía Europa a África se hundió y dejó pasar el Atlántico hasta las costas del Asia Menor.
El viento de Levante en el parque natural de La Breña con su suelo de arena entre Barbate y Caños de Meca en el pueblo de San Ambrosio. En una casa preciosa con unos amigos magníficos Fernando Huesca y Yolanda Harris y cuatro perros y una gata y Daniela y Violeta.
Diez días de descanso, risas, baños, algún paseo y no pensar, no escribir, no sentir el peso del diario vivir. Hacia años que no hacía unas vacaciones tan absolutas, tan vacío todo y por lo mismo tan lleno.
Ahora ya de vuelta con ganas de hacer, de ponerme en movimiento, de encontrar mi espacio, de vivirlo. Quizá me vaya un poco lejos. Quizá deba hacerlo. A una zona de cuestas empinadas, de montañas altas, aún no quiero escribir el nombre. El viernes voy a verlo.
He vuelto y el primer día de mi estancia aquí la ciudad me ha vencido pero sólo hoy, sólo hoy.
El viento de Levante en el parque natural de La Breña con su suelo de arena entre Barbate y Caños de Meca en el pueblo de San Ambrosio. En una casa preciosa con unos amigos magníficos Fernando Huesca y Yolanda Harris y cuatro perros y una gata y Daniela y Violeta.
Diez días de descanso, risas, baños, algún paseo y no pensar, no escribir, no sentir el peso del diario vivir. Hacia años que no hacía unas vacaciones tan absolutas, tan vacío todo y por lo mismo tan lleno.
Ahora ya de vuelta con ganas de hacer, de ponerme en movimiento, de encontrar mi espacio, de vivirlo. Quizá me vaya un poco lejos. Quizá deba hacerlo. A una zona de cuestas empinadas, de montañas altas, aún no quiero escribir el nombre. El viernes voy a verlo.
He vuelto y el primer día de mi estancia aquí la ciudad me ha vencido pero sólo hoy, sólo hoy.
Tengo en mi espalda un lunar de marzo
esta mañana he intentado explotármelo
y han nacido entre poros minúsculos cráteres
Tengo en mi espalda
una nube de arcilla
un largo rosario
de cuentas de amantes
y el hilo de una voz
susurrándome queda, te amo
Tengo en mi axila
un velo de beso
y en mi ombligo siento
la tarde de enero
en la cual el cielo se quedó desierto
Tengo en mi sexo
un gusto de rosa y un aire de agua
Tengo y tengo y tengo
y ahora que nada tengo
lo tengo todo
Tengo en mi espalda lo azul de la saliva
y si quiero la solvencia de tu mano
o la quietud salvaje del suspiro
que entre amores cubiertos de rocío
exclama apenas la virtud del vano.
esta mañana he intentado explotármelo
y han nacido entre poros minúsculos cráteres
Tengo en mi espalda
una nube de arcilla
un largo rosario
de cuentas de amantes
y el hilo de una voz
susurrándome queda, te amo
Tengo en mi axila
un velo de beso
y en mi ombligo siento
la tarde de enero
en la cual el cielo se quedó desierto
Tengo en mi sexo
un gusto de rosa y un aire de agua
Tengo y tengo y tengo
y ahora que nada tengo
lo tengo todo
Tengo en mi espalda lo azul de la saliva
y si quiero la solvencia de tu mano
o la quietud salvaje del suspiro
que entre amores cubiertos de rocío
exclama apenas la virtud del vano.
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Invitados
Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 08/08/2010 a las 20:36 | {0}