Extracto del Diálogo Timeo de Platón
Traducción: Mª Ángeles Durán y Francisco Lisi
Editorial: Gredos
... Ciertamente, era necesario que la parte delantera del cuerpo humano se diferenciara y distinguiera de la trasera. Por ello, primero pusieron [los dioses] la cara en el recipiente de la cabeza, le ataron los instrumentos necesarios para la previsión del alma y dispusieron que lo anterior por naturaleza poseyera el mando. Los primeros instrumentos que construyeron fueron los ojos portadores de luz y los ataron al rostro por lo siguiente. Idearon un cuerpo de aquel fuego que sin quemar produce la suave luz, propio de cada día. En efecto, hicieron que nuestro fuego interior, hermano de ese fuego, fluyera puro a través de los ojos, para lo cual comprimieron todo el órgano y especialmente su centro hasta hacerlo liso y compacto para impedir el paso más espeso y filtrar sólo al puro. Cuando la luz diurna rodea el flujo visual, entonces, lo semejante cae sobre lo semejante, se combina con él y, en línea recta a los ojos, surge un único cuerpo afín [...] Cuando al llegar la noche el cuerpo que le es afín se marcha, el de la visión se interrumpe [...]. Entonces deja de ver y se vuelve portador del sueño, pues los dioses idearon una protección de la visión, los párpados. Cuando se cierran, se bloquea la potencia del fuego interior que disminuye y suaviza los movimientos interiores y cuando éstos se han suavizado, nace la calma, y cuando la calma es mucha, el que duerme tiene pocos sueños.
A Clint Eastwood
Un ejemplo yacente de mística de mierda
La apología de la venganza es un tema recurrente en las películas de Clint Eastwood. Director de cine ensalzado en los últimos años. Cada vez que veo una de sus películas voy sintiendo un malestar que crece y crece hasta que me pregunto, ¿Pero qué hostias estoy viendo? ¿Por qué cojones estoy viendo y escuchando a esta panda de matones y sus barbaridades? ¿Qué moral asquerosa me está contando este pavo? Sean Penn, en Mystic River, me resulta abundoso y falso. Hasta Tim Robbins me lo parece y sus mujeres -mujeres de siempre. Mujeres imbéciles hasta la saciedad de la imbecilidad. Mujeres que aman el dominio de sus hombres y que resuelven el poder sobre ellos poniéndoseles encima y pegándoles las tetas a sus fuertes pechos tatuados- me dan asco. Sus miradas. Sus ademanes. Sus pastelillos y el amor incondiconal por sus putas familias.
Y esos juegos facilones en la estructura de esta película (Mystic River) donde todo quiere ser justificado en base a psicología de café. Niños de barrio sometidos a la cruda vida de los desposeídos que acaban siendo matones baratos con una tienda de mierda. Todo me suena a mierda en esta película. Esa es la palabra que acude a mi mente. Una vez y otra. Entonces me digo -porque ando ahora en relativizar mis propios pensamientos. Como si quisiera que la ira o la envidia no fueran las señoras de mis análisis-, Espera vuélvelo a pensar. Recorre paso a paso las tramas. Seguro que encuentras algo que genera una paradoja. Mira a ver si en algún momento la ética de esa historia oculta en el fondo una crítica a la misma. Respira. Respira. Y así lo hago porque quiero ser muy crítico con mis críticas y antes de ponerme a escribir esto que ahora lees me pongo música de Haydn que atempera a las bestias. Porque quizá yo sea una bestia. Pasan los minutos mientras contemplo el teclado antes de lanzar mis dedos sobre él y sigo sintiendo lo mismo: Clint Eastwood es un puto fascista; su moral es de una perversión tan descarada que dan ganas de aplicar sobre él lo que él propone. Vendrá alguien diciendo, ¡Oh, oh, pero ¿qué dices?, esa película es una maravilla, miral tal plano, escucha tal diálogo...! Y yo pienso, de nuevo, Propaganda de la ley del más fuerte. Justificación facilona. Asuntos de menor entidad y un Dios que, en muchísimas ocasiones es un Diablo, la familia.
No, no se puede hacer cualquier cosa anteponiendo el sacrosanto nombre de FAMILIA como justificación. No se puede salir y asesinar a un hombre por sospechar de él; no se puede justificar el asesinato selectivo. No se puede terminar una película con un hijo de puta en la escalera exterior de su guarida mientras ve pasar un desfile cutre y frente a él un policía (que sabe que es un asesino) le mira y le hace un gesto inofensivo (sé que el puto director quiere con ese gesto -la mano se convierte en revolver. Apunta hacia el asesino y dispara- inducirnos a pensar que irá a por él tras el desfile. No es suficiente).
Lo único sacrosanto de la vida es ella. Todo lo demás es costumbre y como tal dado a la alteración y en última instancia al olvido. Sería conveniente releer algunos clásicos del pensamiento. Por ejemplo, El Origen de la Familia, de un tal Friedrich Engels.
Y a ti, Clint Eastwood ¡que te jodan!
Y esos juegos facilones en la estructura de esta película (Mystic River) donde todo quiere ser justificado en base a psicología de café. Niños de barrio sometidos a la cruda vida de los desposeídos que acaban siendo matones baratos con una tienda de mierda. Todo me suena a mierda en esta película. Esa es la palabra que acude a mi mente. Una vez y otra. Entonces me digo -porque ando ahora en relativizar mis propios pensamientos. Como si quisiera que la ira o la envidia no fueran las señoras de mis análisis-, Espera vuélvelo a pensar. Recorre paso a paso las tramas. Seguro que encuentras algo que genera una paradoja. Mira a ver si en algún momento la ética de esa historia oculta en el fondo una crítica a la misma. Respira. Respira. Y así lo hago porque quiero ser muy crítico con mis críticas y antes de ponerme a escribir esto que ahora lees me pongo música de Haydn que atempera a las bestias. Porque quizá yo sea una bestia. Pasan los minutos mientras contemplo el teclado antes de lanzar mis dedos sobre él y sigo sintiendo lo mismo: Clint Eastwood es un puto fascista; su moral es de una perversión tan descarada que dan ganas de aplicar sobre él lo que él propone. Vendrá alguien diciendo, ¡Oh, oh, pero ¿qué dices?, esa película es una maravilla, miral tal plano, escucha tal diálogo...! Y yo pienso, de nuevo, Propaganda de la ley del más fuerte. Justificación facilona. Asuntos de menor entidad y un Dios que, en muchísimas ocasiones es un Diablo, la familia.
No, no se puede hacer cualquier cosa anteponiendo el sacrosanto nombre de FAMILIA como justificación. No se puede salir y asesinar a un hombre por sospechar de él; no se puede justificar el asesinato selectivo. No se puede terminar una película con un hijo de puta en la escalera exterior de su guarida mientras ve pasar un desfile cutre y frente a él un policía (que sabe que es un asesino) le mira y le hace un gesto inofensivo (sé que el puto director quiere con ese gesto -la mano se convierte en revolver. Apunta hacia el asesino y dispara- inducirnos a pensar que irá a por él tras el desfile. No es suficiente).
Lo único sacrosanto de la vida es ella. Todo lo demás es costumbre y como tal dado a la alteración y en última instancia al olvido. Sería conveniente releer algunos clásicos del pensamiento. Por ejemplo, El Origen de la Familia, de un tal Friedrich Engels.
Y a ti, Clint Eastwood ¡que te jodan!
Mi corazón, mi corazón, palpita esta mañana de sábado
como si lo fueran a arrestar antes de caer la noche
¿quién lo arrestará?
¿a dónde lo llevarán?
Mis pies le susurran, No, el miedo no, No, el vértigo no
y lo pasean por la sala para calmarlo
y le cantan una vieja nana,
Arrorró, arrorró,
cálmate pequeño son,
arrorró, arrorró.
Entonces la nube, la espada, el grito del hombre
que en mitad de la miseria canta,
la dulce bienvenida de las manos,
las uñas recién cortadas
y el fuego amigo que entibia la leche de la vaca
guían al corazón hacia una montaña
desde donde contemplar
los mil corazones que también esta mañana de sábado
temen ser encarcelados antes de que la noche caiga.
Esa multitud de camaradas
desde la cima de la montaña aquietan la desesperanza
y siente una inspiración alta
y gime una levísima tonada
y exclama a la nada,
¡Calma, corazón, calma!
como si lo fueran a arrestar antes de caer la noche
¿quién lo arrestará?
¿a dónde lo llevarán?
Mis pies le susurran, No, el miedo no, No, el vértigo no
y lo pasean por la sala para calmarlo
y le cantan una vieja nana,
Arrorró, arrorró,
cálmate pequeño son,
arrorró, arrorró.
Entonces la nube, la espada, el grito del hombre
que en mitad de la miseria canta,
la dulce bienvenida de las manos,
las uñas recién cortadas
y el fuego amigo que entibia la leche de la vaca
guían al corazón hacia una montaña
desde donde contemplar
los mil corazones que también esta mañana de sábado
temen ser encarcelados antes de que la noche caiga.
Esa multitud de camaradas
desde la cima de la montaña aquietan la desesperanza
y siente una inspiración alta
y gime una levísima tonada
y exclama a la nada,
¡Calma, corazón, calma!
2-1g No tengo miedo a decir la verdad -exclamó- y quedó mudo para siempre.
Ensayo
Tags : Perdido en la mudanza (lost in translation?) Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 18/09/2010 a las 10:58 | {0}
La pobreza sólo inspira ternura en las películas. Es una vieja y conocida trampa (siempre, siempre tengo la duda de utilizar la palabra técnica, trampa, truco para referirme a formas conocidas que provocan una reacción. El ejemplo más claro -para mí- es la técnica del guión americano. Cuando doy clases me suele salir, en primer término, la palabra truco. Lo dejo pues en suspenso. Quizá sea una técnica. Podría, claro, irme a las etimologías y hablar de la techné y esas cosas y buscar los sutiles matices de cada una de esas palabras y volverme incluso eruditoide que es a lo máximo que suelo aspirar si no voy más allá y me invento las cosas y me quedo tan pancho arguyendo, en última instancia, que como escritor ése es mi oficio: inventar) la de empezar el relato de un ser desgraciado hundido en la miseria o, al contrario, alguien que vive en una cómoda opulencia, ve trastocada su vida por una ruina repentina (véase la maravillosa ¡Qué bello es vivir!) y de repente tras muchas y supongamos bien urdidas dificultades el personaje en cuestión consigue superar el trance y ve de nuevo el cielo abierto en su vida y en la de los suyos.
En la vida impuesta, la de los relojes y los ocasos, la de las noticias y el devenir, ésa que nos lleva y nos trae en la vigilia, la pobreza es sucia, peligrosa y ocultable. La pobreza crea nidos de ratas, es germen de delincuentes, a ella se achaca las mayores desgracias para la sociedad, es oscura y lleva a la depravación. La pobreza, ya sea en las macro sociedades o en la pequeña sociedad de una familia común en la que uno de sus miembros se ve abocado a ella, se aparta y además convierte en culpable al que la padece (esa es la maldición del American way of life que nos vende que todo hombre con su sólo esfuerzo puede llegar a donde se proponga; ese mundo de héroes que a fuerza de riñones y creencia en sí mismo, peldaño a peldaño, sumiso y orgulloso, asciende y asciende y asciende hasta donde se le ponga en la punta de su ambición) con lo cual todo castigo será poco para semejante desperdicio humano que no ha podido estar a la altura de los demás.
Si además la pobreza se mueve en un mundo de opulencia, se convierte en un crimen. Francia es, junto a Alemania, la rica de Europa. Desde que se tiene memoria lo fue. Ya sólo su paisaje (que tan bien vende el Tour de France) nos da muestra de esa abundancia, de esa exuberancia ¡Quién que haya estado en la Place des Invalides no se ha quedado perturbado ante la magnificencia de sus dorados y sus palacios! ¡Oh, Francia, qué rica eres! nos decimos cuando comparamos las etapas del Tour con las de la Vuelta a España). Por esto que escribo creo que lo que se expulsa de Francia estos días no es a gitanos sino la pobreza.
El presidente de la República de Francia no puede permitir esa exposición de miserables en sus verdes prados, en sus cuidadas ciudades, en sus carreteras en todo iguales a las maquetas más cucas que se puedan imaginar. Sarkozy no es un fascista es un burgués francés y no tiene por qué soportar a esos sucios rumanos y búlgaros en su lustroso e ilustrado suelo -muy bien lavado de la sangre que ha costado cada una de sus columnas de mármol y sus arcos del triunfo- porque son, sobre todo, un ataque a la estética de la grandeur que nos llevan vendiendo desde aquel rey a quien llamaron Sol (ná menos). Y Sarkozy está ahí no por un golpe de estado -como lo estuvo Georges Bush Jr. en su segundo mandato- sino por la sacrosanta mayoría del pueblo francés que lo votó.
Y Francia no es más que un ejemplo -paradigmático quizá- de eso que ocurre en todo lugar del planeta donde la riqueza tiene fronteras con la pobreza. Los pobres son una puta mierda. La mierda huele a mierda y la mayoría de los franceses que votó a ese presidente suele tener la nariz muy grande y elevada siempre y gustan mucho de perfumes que conviertan la cercanía en algo charmant.
Aún así siempre nos quedará su soflama: Liberté, Égalité, Fraternité y, por supuesto, Caen.
En la vida impuesta, la de los relojes y los ocasos, la de las noticias y el devenir, ésa que nos lleva y nos trae en la vigilia, la pobreza es sucia, peligrosa y ocultable. La pobreza crea nidos de ratas, es germen de delincuentes, a ella se achaca las mayores desgracias para la sociedad, es oscura y lleva a la depravación. La pobreza, ya sea en las macro sociedades o en la pequeña sociedad de una familia común en la que uno de sus miembros se ve abocado a ella, se aparta y además convierte en culpable al que la padece (esa es la maldición del American way of life que nos vende que todo hombre con su sólo esfuerzo puede llegar a donde se proponga; ese mundo de héroes que a fuerza de riñones y creencia en sí mismo, peldaño a peldaño, sumiso y orgulloso, asciende y asciende y asciende hasta donde se le ponga en la punta de su ambición) con lo cual todo castigo será poco para semejante desperdicio humano que no ha podido estar a la altura de los demás.
Si además la pobreza se mueve en un mundo de opulencia, se convierte en un crimen. Francia es, junto a Alemania, la rica de Europa. Desde que se tiene memoria lo fue. Ya sólo su paisaje (que tan bien vende el Tour de France) nos da muestra de esa abundancia, de esa exuberancia ¡Quién que haya estado en la Place des Invalides no se ha quedado perturbado ante la magnificencia de sus dorados y sus palacios! ¡Oh, Francia, qué rica eres! nos decimos cuando comparamos las etapas del Tour con las de la Vuelta a España). Por esto que escribo creo que lo que se expulsa de Francia estos días no es a gitanos sino la pobreza.
El presidente de la República de Francia no puede permitir esa exposición de miserables en sus verdes prados, en sus cuidadas ciudades, en sus carreteras en todo iguales a las maquetas más cucas que se puedan imaginar. Sarkozy no es un fascista es un burgués francés y no tiene por qué soportar a esos sucios rumanos y búlgaros en su lustroso e ilustrado suelo -muy bien lavado de la sangre que ha costado cada una de sus columnas de mármol y sus arcos del triunfo- porque son, sobre todo, un ataque a la estética de la grandeur que nos llevan vendiendo desde aquel rey a quien llamaron Sol (ná menos). Y Sarkozy está ahí no por un golpe de estado -como lo estuvo Georges Bush Jr. en su segundo mandato- sino por la sacrosanta mayoría del pueblo francés que lo votó.
Y Francia no es más que un ejemplo -paradigmático quizá- de eso que ocurre en todo lugar del planeta donde la riqueza tiene fronteras con la pobreza. Los pobres son una puta mierda. La mierda huele a mierda y la mayoría de los franceses que votó a ese presidente suele tener la nariz muy grande y elevada siempre y gustan mucho de perfumes que conviertan la cercanía en algo charmant.
Aún así siempre nos quedará su soflama: Liberté, Égalité, Fraternité y, por supuesto, Caen.
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Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 22/09/2010 a las 11:34 | {0}