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D
El primer hombre. Albert Camus. Editado por Tusquets. Traducción Aurora Bernárdez.
“... porque había nacido en una tierra sin abuelos y sin memoria, donde la aniquilación de los que le habían precedido era aún más absoluta y la vejez no encontraba ninguno de los auxilios de la melancolía que recibe en los países civilizados; él, como el filo de una navaja solitaria y siempre vibrante, destinada a quebrarse de un golpe y para siempre, la pura pasión de vivir enfrentada a la muerte total, él sentía hoy que la vida, la juventud, los seres se le escapaban, sin poder salvar nada de ellos, abandonado a la única esperanza ciega de que esa fuerza oscura que durante tantos años lo había alzado por encima de los días, alimentado sin medida, igual que las circunstancias más duras, le diese también, y con la misma generosidad infatigable con que le diera sus razones para vivir, razones para envejecer y morir sin rebeldía”.
Va a explicarle el dulce de leche, dice con la voz en susurro, con esa forma de hablar con la que no se puede mantener una conversación larga; va a explicarle la nostalgia por no haber sido ingeniero en el proyecto del Curiosity y también, esta vez sonriendo como si la sonrisa fuera el salvavidas, la pasarela o la forma indestructible de una verdad sin heridas, le hablará sobre la imposibilidad de ser lo que no se es; va a pensar la llanura de nuevo y la emoción que sintió cuando vio que la cuerda que podía provocar una catástrofe se recogió en sí misma como el alma al quedar dormida; va a explicarle la dulzura del picante, el amargo sabor de un dulce a destiempo y la acidez que subyacía en el agrio sabor del chocolate; no hay combate, querida, le dirá; no hay ese silencio que rugirá más tarde; no hay la balacera en el mar ni la voz tronante de gaucho.
Hay nostalgia en lo que nunca fue porque no sólo se siente nostalgia de lo pasado también se siente de lo inexistido... dulce de leche, le explicará y quizás -como elemento que ambienta la edad- el llanto de un niño, el sueño de un perro, la desnudez casi completa del arce japonés. Le explicará más tarde, en la alta madrugada, despierto de improviso, despertándola a ella, con cierta premura, le explicará, os digo, la piel de la nostalgia, sus germinaciones. Le hablará de la mirada del grupo de ingenieros -del que él nunca formó parte- cuando veía elevarse el cohete que conducía al Curiosity a las rojas tierras de Marte y las lágrimas de uno de ellos al tener que separarse de su vehículo-laboratorio, con sus miles de piezas, sus miles de simulaciones y los miles de litros de café que supuso. Esa nostalgia, le explicará con la luz apagada, de algo que él nunca vivió y conoce, paso a paso, minuto a minuto cómo fue.
Y así terminará explicándole que podría sentir nostalgia de cualquier cosa: nostalgia de la vida del ballenero. Nostalgia de la última carrera del atleta. Nostalgia de la soledad del farero. Nostalgia del perfumista la tarde que entró en la droguería la que sería su amor meses más tarde. Compró un agua de colonia fresca y barata y desde el primer momento le fascinaron sus labios y el volumen de sus caderas. Nostalgia de la última luz en el desierto del Mohabe. Nostalgia de lanza clavada en el costado de la gacela. Porque sentía, le explicará en esa hora en que la luz no puede ser encendida, que se puede haber sido todo, habiendo sido algo; porque pensaba, le explicará, que ser algo es poder abarcarlo todo, llegar a todo, poder construir una representación de todos y cada uno de los seres orgánicos e inorgánicos de este universo: ser estrella entonces, nostalgia de luz, si quieres; ser trozo de piedra alrededor de un planeta; ser litio en expansión; confluir con un paramecio siendo tú ameba; ser junco y tener nostalgia de haber sido la última mañana de su último otoño.
Dulce de leche, le dirá, me moriría por un poco de dulce de leche y se intentará quedar dormido entre los brazos de ella que tan sólo le habrá acariciado y le habrá dicho: estabas soñando, duerme.
Hay nostalgia en lo que nunca fue porque no sólo se siente nostalgia de lo pasado también se siente de lo inexistido... dulce de leche, le explicará y quizás -como elemento que ambienta la edad- el llanto de un niño, el sueño de un perro, la desnudez casi completa del arce japonés. Le explicará más tarde, en la alta madrugada, despierto de improviso, despertándola a ella, con cierta premura, le explicará, os digo, la piel de la nostalgia, sus germinaciones. Le hablará de la mirada del grupo de ingenieros -del que él nunca formó parte- cuando veía elevarse el cohete que conducía al Curiosity a las rojas tierras de Marte y las lágrimas de uno de ellos al tener que separarse de su vehículo-laboratorio, con sus miles de piezas, sus miles de simulaciones y los miles de litros de café que supuso. Esa nostalgia, le explicará con la luz apagada, de algo que él nunca vivió y conoce, paso a paso, minuto a minuto cómo fue.
Y así terminará explicándole que podría sentir nostalgia de cualquier cosa: nostalgia de la vida del ballenero. Nostalgia de la última carrera del atleta. Nostalgia de la soledad del farero. Nostalgia del perfumista la tarde que entró en la droguería la que sería su amor meses más tarde. Compró un agua de colonia fresca y barata y desde el primer momento le fascinaron sus labios y el volumen de sus caderas. Nostalgia de la última luz en el desierto del Mohabe. Nostalgia de lanza clavada en el costado de la gacela. Porque sentía, le explicará en esa hora en que la luz no puede ser encendida, que se puede haber sido todo, habiendo sido algo; porque pensaba, le explicará, que ser algo es poder abarcarlo todo, llegar a todo, poder construir una representación de todos y cada uno de los seres orgánicos e inorgánicos de este universo: ser estrella entonces, nostalgia de luz, si quieres; ser trozo de piedra alrededor de un planeta; ser litio en expansión; confluir con un paramecio siendo tú ameba; ser junco y tener nostalgia de haber sido la última mañana de su último otoño.
Dulce de leche, le dirá, me moriría por un poco de dulce de leche y se intentará quedar dormido entre los brazos de ella que tan sólo le habrá acariciado y le habrá dicho: estabas soñando, duerme.
Ha llegado al final del sueño. Ha sonado el despertador. La gata ha ensayado sus uñas en la colcha.
Piensa: toda filosofía, toda tendencia metafísica, toda trascendencia tiene como base sine qua non el estómago lleno (abundando en unas palabras que Lorca pronunció).
Ahora va a hacerlo: se pone delante del espejo y se sonríe.
Déjale besarte y que el cielo caiga sobre los hombros del Titán; déjale la ilusión de los hombres que miran las estrellas como si fueran resquicios de luz en el infinito oscuro.
Piensa: verse desnuda es recordar la tierra.
El salmón le dijo al viejo bardo: ¡Pobre de ti, viejo insensato, que no has sabido conocer en mí a esta náyade de las aguas, a la sin par hija del Mar!
Piensa: toda filosofía, toda tendencia metafísica, toda trascendencia tiene como base sine qua non el estómago lleno (abundando en unas palabras que Lorca pronunció).
Ahora va a hacerlo: se pone delante del espejo y se sonríe.
Déjale besarte y que el cielo caiga sobre los hombros del Titán; déjale la ilusión de los hombres que miran las estrellas como si fueran resquicios de luz en el infinito oscuro.
Piensa: verse desnuda es recordar la tierra.
El salmón le dijo al viejo bardo: ¡Pobre de ti, viejo insensato, que no has sabido conocer en mí a esta náyade de las aguas, a la sin par hija del Mar!
...me he dicho. Luego he retirado lo dicho (me lo he retirado) y he mirado a los cielos que se van cubriendo fríamente como si quisieran arroparme. Venía con el perro, tenía una ensoñación tranquila y me he visto en el suelo con la rodilla dolorida. He pensado: no ensueñes mientras andas. Mientras andas, anda. Cuando ensueñes, sueña. Algo así. Luego he leído un poco sobre los cínicos (Diógenes) y los estoicos y no he llegado a sentir la emoción de la ausencia ni el placer de la nada. Tan alienado estoy, he llegado a intuir que pensaba mientras ya otro pensamiento irrumpía y era éste: un dulce libanés una tarde de domingo y a más a más ha seguido la mente (la loca de la casa) haciéndome pensar un mercadillo, los labios de L. anteayer cuando atardecía y el discurso (sin solución de continuidad) de un hombre de negocios hablando sin nombres ni apellidos. He vuelto a la frase que encabeza lo que escribo y he querido hacer una lista y -aunque sea fácil el juego de palabras- me he sentido tonto. Bebo entonces un poco de café, fumo, ya que estamos, una calada del cigarrillo que me lío, escucho la máquina que taladra, el martillo y el punteo de una guitarra y sé que he de destender la ropa y más tarde me sentaré en la otra mesa y haré el papel que vengo haciendo desde hace ya cuarenta años. ¿Porque es noviembre? ¿Porque todo está callado? ¿Porque las montañas a lo lejos se iban disipando y estiraban sus cumbres hasta parecer llanos? ¿Porque la princesa en lo alto del árbol le pedía al muchacho que había llegado a rescatarla que no entrara en la habitación cerrada y el muchacho entraba y se encontraba clavado en la pared con tres clavos a un cuervo que le rogaba que le desenclavara? ¿Porque di con el espejo en la columna? ¿Porque hablé con respeto de la muerte? He de empezar, lo sé. He de empezar como todos. Me lo dice la rodilla dolorida y también el suspiro del perro y las hojas del arce japonés, tan rojas, tan me estoy yendo a dormir apasionadamente.
Si esto es noviembre, aquí me tienes.
Si esto es noviembre, aquí me tienes.
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Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 09/11/2013 a las 19:51 | {4}