No quiera mi maldad hacer alarde de fuerza, sabiendo que todo hombre necesita para sí una vida secreta; no fíes de los que dicen que todo en ellos es claro como agua de manantial y respóndeles, con cautela, que las aguas siempre fueron metáfora de sima y asiento de pasiones; no quiera nunca exigir pruebas crueles así los hofiogenos, unos pueblos de la isla de Cyprus, a donde las serpientes no hacen daño alguno a los naturales; éstos, embiando (recuerda, lector amable, la flexibilidad de la ortografía media) un embaxador de Roma para çertificase de cosa tan extraordinaria, le metieron en una tinaja donde avían echado muchas bíboras y serpientes ponçoñosas, las cuales no le hicieron ningún daño, antes le lamían el rostro con sus bífidas lenguas y pareçía que se regalaban con él. Lo cuenta Plinio como también da cuenta de un pueblo del África llamado los Psylos que, teniendo sospechas de que sus mugeres les avían hecho trayción con algún extranjero, echaban los niños a las víboras, las cuales a sólo los naturales no empeçían y con esto tomaban satisfacción y desengaño de su sospecha. No quiera, digo, hacer pruebas, exigir voluntades, detestar amaños, criticar acciones pues nunca se sabe realmente si lo bueno devendrá bueno y si lo malo provocará calamidades. El cielo no tiene tamaño y una mano puede ser infinita. Atosigados como estamos por el afán de medir (medir lealtades, medir pasiones, medir gradaciones, medir vanidades, medir edificios, medir oscilaciones, medir verdades) aún no hemos podido asimilar la esencia de la matemática occidental que se aleja de la matemática griega en su desdén por medir, en su invención de lo ser en sí, sin magnitudes. No haga como Alejandro Magno que estimó tanto las obras de Homero que viniendo a él una caxa o escrinio de Darío, rey de Persia, discurriendo sobre qué cosa de gran precio se podría guardar dentro, dedicó, al fin, esta pieça para las obras del poeta ciego [me pregunto, ¿qué poeta no lo es?]. También Alcibíades -atheniense de claro linaje, fue muy gentil hombre y muy hermoso, lo qual fue ocasión de que en su mocedad anduviese distraído. Pero después allegándose a la doctrina de Sócrates El Preguntador se reformó y fue excelente en virtud, prudencia y sagacidad, por todo lo cual vino a imperar en la ciudad- llegando a un maestro de Gramática le demandó si tenía obras de Homero y respondiole el tal maestro que no tenía tal autor ni le conoçía; Alcibíades entonces le dio un gran pescozón y se fue haciendo burla de él, pareciéndole que era indigno del nombre de Maestro quien no tenía las obras del maestro de los Maestros. Me repito: no haga como ellos por más que su razón tengan pues no es de recibo que un maestro de Gramática desconozca a Homero y desde luego merecen sus obras el más hermoso contenedor que labrado se haya. Sin embargo, me digo, ¿quién soy yo para juzgar? Contra el único al que me debo erigir como juez es ante mí. Los demás no son de mi incumbencia ni he de desdeñarlos. Por eso quiero mantener a raya mi maldad la cual es muy dada a los juicios de valor y a la mezquindad mundana.
Tengo para mí octubre y un navío rojo como Hemón preso de amor por Antígone se mató sobre su cuerpo y sepulcro; tengo la noche que airea las últimas hojas del arce y que me recuerda o me alerta sobre la posibilidad de que estos tiempos modernos lo sean menos; viene al caso hablar entonces de Antiphates, rey de los laestrigones, los cuales por comer carne humana los llamaron antropóphagos. Este rey edificó una cibdad marítima en Campania llamada Formiae, hoy -¿cuándo es hoy? Por orientarnos el hoy del que habla el autor que no soy yo, correspondería a algún día del año 1605, quizás en Valencia o si no en Valladolid por más que la ciudad carezca de importancia y también el año aunque éste sí nos sirva para justificar lo arcaico del lenguaje y su sintaxis (no me olvido en todo caso del navío rojo y la sensación de octubre pero he de parar porque la necesidad de un vino rojo, un cigarrillo y algo de Canto Gregoriano me obligan a detenerme- se llama Nola [en todo caso me llego a preguntar cómo se llamara Nola en 2014, la que antes se llamó Formiae ]. Ha de reseñarse en esta noche de principios de octubre que a la ribera de esta ciudad llegó el divinal Odiseo por otros llamado Ulyses echado de la tempestad, el cual envió al rey a tres de sus compañeros por embajadores; Antiphates tomó a uno de ellos y se lo comió. Los otros dos se escaparon por pies y el rey los fue siguiendo con un escuadrón de gente hasta la marina y tirándoles piedras y maderos echó al fondo todas las naves excepto en la que estaba Ulyses con algunos compañeros nobles. El cual, cortando las amarras, se hizo a la mar. Esta ciudad dicen algunos haberla edificado Lamo de Lacedomonia caballero muy noble y después de él debió reinar el rey del que he escrito y por más [de allí, dice, llegamos a la antigua ciudad de Lamio, rey de los lestrigones. Antiphates reinaba en aquella tierra. Ovidio XIV. 233-234. Metamorpho]. Del navío rojo, de los aires de octubre, de la madrugada en la que me hallo, de los recuerdos que atesoro, de los maestros que aprendo, de las cuitas y del vino rojo se deduce que los hombres se siguen comiendo a los hombres [no seas crédulo -dice Epicarmo- ni seas inmoderado, éstos serán los nervios y los miembros de la mente humana] así si dejamos que el dinero mande y los unos lo gastan alegremente a costa de la miseria de los más, esto se podría entender como una especie de antropofagia, más sutil si se quiere, más estilizada, pero al fin y al cabo comedia de la cual, insinúa Horacio, fue Epicarmo el inventor (aunque bien pensado cómo nadie puede haber inventado cosa semejante), comedia digo que induce a la risa del que muere helado, del que pide fruta por caridad mientras sabe que unos Antiphates actuales tenían una black creditcard con la que podían gastar dispendiosamente los depósitos de la gente que dejaba sus ahorros y nóminas en la antigua Caja de Ahorros de Madrid hoy Bankia y podría, siguiendo la comedia, establecer una graciosa relación entre las muertes de tres prohombres de los negocios españoles a lo largo del mes septiembre: Emilio Botín, Isidoro Álvarez y Miguel Boyer -antropófagos de pro-. El navío rojo me lleva a la misma conclusión que el ya citado Ovidio dio al motivo por el cual Egisto se volvió adultero -motivo que argumenta en su De remedio amoris- La razón es manifiesta: no tenía nada que hacer. Octubre, estos primeros días, me recuerdan que alguien nació pasado mañana y que el navío rojo apenas podrá con la gran ola que se acerca a una velocidad considerable y aún con todo quiero dar un trago al vino y aguantar hasta las seis o las siete de la mañana, ver amanecer, llevar mi cámara y fotografiar el rocío sobre la primera hierba que me encuentre en el camino y quisiera sentirme extrañamente orgulloso y poder airear en la soledad de las calles que me encontraré que tengo la dicha de poder llamarme Fereclo y que tengo en mi haber haber sido el constructor de la nave en la que Paris trujo robada a Helena. Reconoceré -si alguien me lo pregunta- que no soy el verdadero Fereclo pero sí siento el mismo orgullo que debió sentir él por haber albergado en una construcción suya la quintaesencia de la hermosura. O algo así.
Me entretengo en esta noche con un libro abierto donde se habla del río Crisorroas que corre escaso por las tierras de Lydia, o por mejor decir, Syria y que pasa por la ciudad de Damasco y se llama así, según explica Plinio en su libro 5 capítulo 18 por las arenas doradas que cobró de haberse lavado en él Midas rey de Lydia y que antes se llamó -el río- Pactolo; y también al navegar me detengo -áureo de luz; fuera la oscuridad; en esta cuerda tensada entre dos palos, uno se llama nacimiento el otro muerte, a una altura considerable de la tierra, pasado ya el centro del recorrido, apenas habiendo dado pasos atrás, habiendo perdido en muchas ocasiones el equilibrio, atraído por el abismo, nunca lo suficientemente valiente, en esta hora, escribo, mientras leo en el libro abierto, el martirio a San Cristóval -escrito en castellano antiguo, de cuando la ortografía no estaba fijada como ahora que ya todo es fijo e inflexible- que vale tanto como ferens Christum, el que trae a Cristo en su pecho, el cual cuentan las crónicas soportó con entereza de ánimo las cruelísimas torturas a las que fue sometido en la ciudad de Samo provincia de Lycia y finalmente fue degollado y está sabido que antes de morir pidió a Dios que en el lugar o comarca donde estubiese (también en castellano sin ortografía inflexible) su cuerpo sepultado, ni pestilencia ni hambre ni fuego hiçiesen daño. Hay otro Cristóval que padeció en Córdoba pero no es el mismo; como no lo es este día con respecto a los anteriores días, ni esta noche con respecto a noches muy antiguas cuando me llamaba Olmo y sentía que la soledad tenía la esencia de los caballeros andantes, los de las verdaderas novelas de caballerías no aquéllos que surgieron a la sombra de la mano de un escritor manco; leo que los Cruillas son unos caballeros muy nobles de Cataluña y también que Lucio Lúculo destruyó alevosamente la ciudad de Cuenca pasando a cuchillo a mujeres, niños y hombres sin dexar persona viva. Sin embargo Pero Ambrosio de Morales asegura que no fue Cuenca la ciudad así esquilmada sino la villa de Coca por ser el nombre antiguo Cauçia. [su cabeza brilla como el oro puro, sus cabellos son como las semillas de las palmeras, negros como el cuervo] No sabría decir más acerca de esto y sí asegurar y atestiguar aquí mi querencia por la vida, por este pedazo de suelo en el que me muevo entre tal vastedad de animales, plantas, minerales y alientos; atestiguar mi resistencia al adiós y admirarme sereno entre otros de mi especie hablando sin ton ni son de lo que ha de venir; tengo -aunque no lo quisiera, aunque huyera (si es que alguna vez no lo hice)- si fuera cierto una vena que lucha y se altera y luego me divierto escuchando la voz que viene de lejos y leyendo de nuevo la vida y milagros de Cristóbulo que fue un médico y chirurgo famoso. Sacó él una saeta a Philipo, rey de Macedonia, de un ojo, y le curó de manera que aunque perdió la luz de él no quedó con fealdad ninguna en el rostro como tampoco era feo en absoluto, más bien todo lo contrario Croco de quien se enamoró Smilace y huyendo de ella y esquivándola, los dioses le convirtieron en la flor de su nombre y a ella en otra flor dicha Smilax, algo semejante a la yedra, y en blancura y en color retira al Lirio. Así me jacto mientras observo las piezas en el tablero, todas tan hermosas y sucumbo como un principiante -siempre seré un principiante. A nada he llegado. De nada me envanezco si no sea mi desafortunada forma de pensar y mis escasos recursos a la gloria- al misterio de la posición, ésa en la que me quedaría a vivir hasta descubrir sus últimos secretos, la forma de su piel, la densidad de su fluir, el final si se quiere y como un Eróstrato cualquiera -el cual como sabréis fue un mal hombre desatinado, el cual por dexar de sí alguna memoria, aunque fuese con mala fama, se determinó quemar el templo de Diana en Efeso y sabida la intención con que lo hizo, se mandó por edicto que ningún historiador declarase su nombre. Podría traducirse en todo caso amigo de ejércitos- la quemaría al final -la posición- por darle si se quiere un aura de templo de diosa cazadora. Vale.
Cubre
Vela
Urbe
Vedla
Así la mansedumbre
y sus entretelas
Vuela
Cumbre
Suelta
Muele
Hambre
Muela
Dejad
Jadead
Sustantivad
Francachelad
Urdimbre más telar más espera
Riega
Mira (regard toi)
Jardín
Rizad
Izad
Nariz
Huid
Silvo
en el campo
Astucia
y miés
También el periódico de ayer
y una dulce sepultura
con la lápida al revés
Envés
Se ve
Lucid
Bajad
Jadir
Muslim
Schön
Coral
Roró
Mischlinge
Uve
Zahiere
Hurgara
Soltara la prenda el viernes
Decid
Sí No
Alzad consagradamente en el vientre
Pudrid
Ripú
Druid
Roble a la hora del té con pastas de mantequilla
Tequila
mezclado con la pinche ambrosía
No más
Mas no
Escala de pi
pi
En esta torcedura
camión abajo desatascando
largas cadenas
profundas herramientas
con nicki naranja
en la primera hora de la mañana
Elevad
Vademecum
Mi con te en
Sobrecargad
Guardad
Gardé
Demain
Reíd
riel
hiel
e
hígado en el mantel
Tal
Coz
en la ventura y en la desventura en la risa y en la desgracia en el punto y en la tilde en el asunto y en los sioux en la barcarola y en la almohada en la zozobra y en el vestido rosa en la llaga y en la escara en lo agudo y en el barbo
Vuela
Huero
Roe
Suero
Vela
Urbe
Vedla
Así la mansedumbre
y sus entretelas
Vuela
Cumbre
Suelta
Muele
Hambre
Muela
Dejad
Jadead
Sustantivad
Francachelad
Urdimbre más telar más espera
Riega
Mira (regard toi)
Jardín
Rizad
Izad
Nariz
Huid
Silvo
en el campo
Astucia
y miés
También el periódico de ayer
y una dulce sepultura
con la lápida al revés
Envés
Se ve
Lucid
Bajad
Jadir
Muslim
Schön
Coral
Roró
Mischlinge
Uve
Zahiere
Hurgara
Soltara la prenda el viernes
Decid
Sí No
Alzad consagradamente en el vientre
Pudrid
Ripú
Druid
Roble a la hora del té con pastas de mantequilla
Tequila
mezclado con la pinche ambrosía
No más
Mas no
Escala de pi
pi
En esta torcedura
camión abajo desatascando
largas cadenas
profundas herramientas
con nicki naranja
en la primera hora de la mañana
Elevad
Vademecum
Mi con te en
Sobrecargad
Guardad
Gardé
Demain
Reíd
riel
hiel
e
hígado en el mantel
Tal
Coz
en la ventura y en la desventura en la risa y en la desgracia en el punto y en la tilde en el asunto y en los sioux en la barcarola y en la almohada en la zozobra y en el vestido rosa en la llaga y en la escara en lo agudo y en el barbo
Vuela
Huero
Roe
Suero
No lo dirían los ojos
(los ojos tienen la cualidad de la apariencia. Ojos de esperma. Ojos de menstruación. Ojos de yema)
sí, quizá, el sapo
(sapo es orbe convulso, cualidad sonora, masturbación del aire, delicada lira)
cuando se estremece en la noche bajo el sonido de una balada de Johny Cash
y también, probablemente, la cuerda
(¡Oh, mágica, quisiste ayer subirme a la parra, derramar sobre mí -ya mujer, ya rata, ya alba- una memoria ajena y no sabías que para mí memoria es refractaria como el barro o un tipo de barro, ya tú sabes, mágica, que los arquetipos se vuelven oscuros cuando llega la explicación y que nadie podrá arrugarse tanto como para ser pliegue de sí; ni tú)
se deshizo en elogios, en elogios pera y elogios mínimos (los que se dicen secreteando al oído del amante mientras se desea, íntimamente, ser Brian Eno);
lo dirían, obsesivamente, los renos
(cuando en la nieve, ya sabes; cuando las coníferas y los saltos de agua; cuando el lobo blanco y el zorro polar; y la balsa de hielo sobre la que un oso navega sin saberlo; ya la traición, por supuesto, tenue y lenta casi cáncer de esófago o miscelánea para niños)
y quizá, si no están muy gallitos, los cerdos
(piaras de cerdos en sus cochiqueras y en las benditas iglesias masticando los desechos del cura con regüeldos propios de tradición; o en las mezquitas admitiendo como propias las injurias del ulema impropias de desierto y menos aún de palmera -y aún diría más: imposibles-; o en las sinagogas, ¡ay, las sinagogas, cuánto quebranto para un apéndice nasal!; o en el templo sagrado de las místicas orientales y sus stupas y su dioses durmiendo un sueño inmenso como la eternidad);
lo diría la hierba si se tomara la molestia de hablar
y el charco, impulsado por el orgullo, se dejaría clavar una estaquita en medio del mar.
Lo dirían.
Estoy seguro.
Lo dirían
(los ojos tienen la cualidad de la apariencia. Ojos de esperma. Ojos de menstruación. Ojos de yema)
sí, quizá, el sapo
(sapo es orbe convulso, cualidad sonora, masturbación del aire, delicada lira)
cuando se estremece en la noche bajo el sonido de una balada de Johny Cash
y también, probablemente, la cuerda
(¡Oh, mágica, quisiste ayer subirme a la parra, derramar sobre mí -ya mujer, ya rata, ya alba- una memoria ajena y no sabías que para mí memoria es refractaria como el barro o un tipo de barro, ya tú sabes, mágica, que los arquetipos se vuelven oscuros cuando llega la explicación y que nadie podrá arrugarse tanto como para ser pliegue de sí; ni tú)
se deshizo en elogios, en elogios pera y elogios mínimos (los que se dicen secreteando al oído del amante mientras se desea, íntimamente, ser Brian Eno);
lo dirían, obsesivamente, los renos
(cuando en la nieve, ya sabes; cuando las coníferas y los saltos de agua; cuando el lobo blanco y el zorro polar; y la balsa de hielo sobre la que un oso navega sin saberlo; ya la traición, por supuesto, tenue y lenta casi cáncer de esófago o miscelánea para niños)
y quizá, si no están muy gallitos, los cerdos
(piaras de cerdos en sus cochiqueras y en las benditas iglesias masticando los desechos del cura con regüeldos propios de tradición; o en las mezquitas admitiendo como propias las injurias del ulema impropias de desierto y menos aún de palmera -y aún diría más: imposibles-; o en las sinagogas, ¡ay, las sinagogas, cuánto quebranto para un apéndice nasal!; o en el templo sagrado de las místicas orientales y sus stupas y su dioses durmiendo un sueño inmenso como la eternidad);
lo diría la hierba si se tomara la molestia de hablar
y el charco, impulsado por el orgullo, se dejaría clavar una estaquita en medio del mar.
Lo dirían.
Estoy seguro.
Lo dirían
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Ensayo
Tags : Sincerada Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 06/10/2014 a las 00:33 | {0}