Estaba desnudo anoche encima de la cama. Estaba en la habitación del sótano que los que me contratan han decidido que sea la mía mientras dure mi trabajo. Es una habitación amplia, con cuarto de baño completo y un pequeño patio con techo acristalado y retráctil (por la tarde me entretuve un rato poniéndolo y quitándolo). Estaba desnudo. Quería hacerme una paja antes de ir a abrir las ventanas de las salas donde se expone la colección de arte del anciano magnate para que el que en última instancia trabajo. Siempre hay una última instancia. Nuestro cerebro parece necesitar últimas instancias. Dios es un magnífico ejemplo de última instancia. La paja es porque me serena, porque me quita el miedo. Sí, confieso que tengo miedo a recorrer por la noche las salas de la Casa. Son muchas. Mucho más amplias que mi habitación. Hay muchas ventanas y fuera mucha oscuridad. No sé por qué tengo la sensación de que este año el jardín está más oscuro que la vez (o veces) que estuve aquí antes.
Estaba tumbado y tras ponerme un lubricante en la polla y empezar a acariciarme con la sana intención de que las caricias fueran generando fantasías eróticas, ha ocurrido algo extraordinario, extraordinario para mí, por supuesto, y es que lo que ha generado la fricción no han sido lubricidades sino un verso -y lo llamaba verso- el cual -de nuevo- me sonaba, era como si ya lo hubiera pensado, lo hubiera pensado yo, yo que no me recuerdo de poeta, ni me parece que tenga aspecto de poeta, ni creo haber leído una poesía en toda mi vida. El caso es que el verso tenía la fuerza de dejarme la polla morcillona. Así es que tuve que desistir. Me vestí con unos pantalones cortos, me calcé mis zapatillas deportivas blancas y me puse una camiseta también blanca.
He pasado miedo. Creo que voy a pasar miedo todos los días. Y eso no está pagado. No hay un plus de miedo. Tampoco sé cuánto me van a pagar.
Esta mañana al levantarme y tras pasar una noche inquieta y especialmente oscura, he intentado recordar el verso. Me ha sido imposible. Tan sólo volvían una vez y otra y siempre en el mismo orden las siguiente palabras: las grandes ciudades de occidente.
Este año, me dicen los encargados de la Casa Museo, tendrás de nuevo que abrir las ventanas de las salas por las noches. Ella mira unos papeles y dice, entre las tres de la madrugada y las siete de la mañana. Luego se marchan. Ya no los recuerdo. Tan sólo esa orden ha quedado en mí. También la seguridad de que he estado aquí antes. No recuerdo haber estado antes. No recuerdo ni un instante de las veces que estuve aquí antes de este verano de 2022. Es cierto que sé dónde están todas las cosas. Es cierto que me conozco los sótanos y sé dónde se encuentra la sala de máquinas del ascensor y dónde se guardan las llaves de la buhardilla que es la zona de vivienda de la Casa Museo en la que de nuevo soy el Guardés y se dónde se encuentran los cuadros de las luces y la calefacción y sé dónde se encuentra la llave de paso del agua y la llave de paso del gas y también cómo -en caso de necesidad- accionar un grupo electrógeno autónomo que se encuentra en una estancia cerca de la cocina, una especie de trastero donde se guardan los cubos grandes de la basura y otros cachivaches..
Nada me importa demasiado. Quiero decir que no me importa no recordar nada más que órdenes. No recordarme no me importa. Cuando de repente surge una imagen de alguien parecido a mí en mi cerebro que está haciendo algo en algún lugar que en absoluto reconozco, no siento temor ni angustia ni curiosidad. Sólo pienso -pero también como si fuera un pensamiento sobrevenido- Soy un sueño de Vishnu y sigo haciendo mi quehacer sin esforzarme demasiado, sin que sea -por ejemplo- a las tres en punto de la madrugada cuando empiezo a abrir las ventanas de las salas donde los cuadros cumplen a la perfección sus funciones de arte moderno. Así lo pienso y al darme cuenta de ese pensamiento me pregunto si habré sido crítico de arte o seré simplemente un petimetre con restos narcisistas surgidos ante la imposibilidad de haberme follado a mi madre. Ocurre que cada vez que pienso en ella me viene a la cabeza la palabra Albania y tras ésta el título de lo que parece una obra literaria: Tirana no es la capital de Albania. También me viene a la mente un nombre, el suyo, el de mi madre, que relaciono -sin recordarlo- con otra palabra, en este caso la palabra Polonia, la "p" en mayúscula como si fuera un nombre propio. Quizá mi madre se llame Polonia.
Así es que hoy, a eso de las tres y media de la madrugada, tras haber inspeccionado los jardines que rodean la casa, haber respirado un aire caliente y basto que parece llegar de una gran ciudad cercana y haber bebido un vaso de agua, he desarmado las alarmas y he procedido a mi labor de abreventanas. Al desmontar las alarmas he recordado que el temor que sentía (por si no eran ésas las claves para desarmar. Las claves -me ordenó la voz masculina que parecía pertenecer a quien me había contratado- no debía apuntarlas en ningún sitio, tenía que aprenderlas de memoria) ya lo había sentido antes, ante las mismas teclas. Tuve que aprenderme dos claves: la alarma del Museo y la alarma de la parte de Vivienda. Lo hice (o ya lo había hecho hace mucho, mucho tiempo, años, diría, si supiera qué es un año exactamente)
Narrativa
Tags : Olmo Dos Mil Veintidós Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 04/08/2022 a las 17:09 | {0}No visto. Eso diría. Las vacas se han echado monte arriba. Blanche, la mastina, en la vía pecuaria. ¡Merdre! No espero nada. No espero a nadie. En la noche todo se desvanece. Todo es noche desde hace un tiempo que no consigo medir. ¡Merdre! ¿Por qué me hace gracia? ¿Por qué me fijo en una frase de Molloy en la que el personaje se muestra seguro de haber nacido por el agujero del culo de su madre? ¿Por qué se hizo la noche y no volvió el sol? ¿Qué es el sol? ¿Es una metáfora de la vida? o ¿es una realidad física? Sobre quién se lo pregunte escribo. Sobre el que se lo pregunte de los que conforman eso llamado Yo. Lo que para ella o él o ambos o proporciones diferentes de ambos, tenga el valor que se quiera ese detalle. Ello/Yo ¿Cómo llamarlo? Eso, digo, sol, pienso en el sol, quería saber qué significa sol en este contexto y qué noche, incluso saber, explicarme porque el día lo englobo en el término sol y no hago lo mismo con el término luna para significar la noche en su totalidad.
Nada de todo esto me repele. Juraría que tengo buen corazón. Quien se lo quedó lo sabe. Quienes se lo fueron quedando. Perder la vida por delicadeza. A eso me lleva la idea de perder el corazón en otros. Olmo no voy a maldeciros. No es mi estilo. Nunca tuve estilo. No quiero maldecir no vaya a ser que como le pasó a mi última mujer, la maldición se convierta en bendición. No hay que hacer esas cosas, me digo, de nuevo frente a la piscina, en este mes de agosto, sin saber por qué he vuelto aquí, ni quién me ha contratado, sólo sé que he de estar todo el mes, de nuevo, vigilando la casa de los cuadros los cuales pertenecen a un señor muy rico y muy viejo que vive muy lejos de aquí. Imagino que llegué el primer día de agosto. El jardín está muy verde. El agua de la piscina está muy azul y muy bien clorada. Sé que no son ésas mis funciones. El jardín y la piscina son espacios que corresponden a una empresa de mantenimiento. Los miércoles. Hoy. Los miércoles vienen dos jardineros, ambos extranjeros y con unos rostros en los que se entremezclan gestos de rencor, temor, cansancio, explotación, aturdimiento, calor, instintos homicidas. ¡Merdre! Anoche vi la salamandra en lo alto de la pared del porche trasero.
¡Cómo me arrepiento de no haber escrito ayer! Al segundo día. ¿Desde cuándo? ¡A dónde? ¿Cómo? El sótano. Otra vez el sótano.
Narrativa
Tags : Olmo Dos Mil Veintidós Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 03/08/2022 a las 17:09 | {0}Lo voy a intentar. Una vez más. No me voy a dejar nada. Una vez más me dejaré casi todo dentro. Lo primero: tengo problemas con los idiomas. Quizá con el japonés no los tendría (me viene a le memoria: alguna vez estuve con una mujer japonesa que me contó que en japonés -sería antiguo- no existía la palabra yo). En la actualidad el japonés sí tiene yo.
Lo diré: Mi hija... mi sueño.
Esto es todo lo que quiero decir hoy. No dejarme nada dentro hoy. Vomitarlo todo hoy. Lo que se retuerce en mis tripas. Lo que es ácido que corroe las paredes intestinales. Intestino como cerebro.
Narrativa
Tags : Olmo Dos Mil Veintidós Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 01/08/2022 a las 18:06 | {0}1.- A eso de las dos de la tarde cuando el calor vuelve a arreciar, tiendo la ropa.
2.- Achaco a lo vivido en el sueño de la noche anterior, mucho de lo que siento a lo largo de las primeras horas del día. A medida que éste avanza la vigilia se va apoderando de las emociones. Diría: las emociones de las primeras horas de la vigilia están regidas por los sueños de la noche anterior (o de la hora de la jornada en la que se haya dormido).
3.- Es cierto que el entorno donde vivo invita a ello: mientras tiendo veo frente a mí las montañas de la sierra de Garganta de los Montes. Ayer además ocurrió un hecho notable: a las dos de la madrugada se fue la luz en todo el valle del Lozoya -que es el lugar donde ahora vivo- y al irse la luz apareció el cielo de la noche. Una noche sin luna. El cielo, entonces, mostró su belleza de estrellas, luceros, constelaciones, vías lácteas, cometas, galaxias y también el sonido se hizo más claro en la nocturnidad. Salí a la terraza mientras duró el apagón y recuerdo que hubo un momento en el que pensé que quizás había llegado el fin; se había iniciado un ataque y en breves instantes una bomba termonuclear estallaría y el viento radioactivo tardaría poco en quemarme vivo, en quemarnos a todos. Ese pensamiento duró un instante. Menos desde luego que el tiempo que estoy invirtiendo en escribirlo. Volvió la belleza del universo nocturno sin contaminaciones de luces artificiales o del reflejo sobre una piedra de la luz del sol. El apagón duró una media hora.
4.- Hacia las dos de la tarde colgaba la ropa y cuando lo estaba haciendo me ha venido al cuerpo, lo ha inundado todo, la sensación de que lo que estoy haciendo realmente es colgar la ropa de la playa: el bañador y la toalla. Es la hora de comer. Acabo de salir de la ducha. Me encanta el agua caliente de la ducha tras pasar toda la mañana en el mar. Es muy agradable la fatiga que traigo, las ganas que tengo de comer y siento como un regalo la brisa que corre mientras tiendo la ropa. Tengo once años. Luego me echaré una siesta. Me encantan las siestas de verano hasta las seis de la tarde. Desperezarse. Salir a la tarde con la pandilla de los amigos y los hermanos. Quizás hoy vayamos al castillo. Escalemos su montaña. Estamos en Cullera, en el litoral valenciano. Es el año 1972. Estoy hace cincuenta años.
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Narrativa
Tags : Olmo Dos Mil Veintidós Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 05/08/2022 a las 19:10 | {0}