Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri

El pelo largo. La barba de días. Crecen y pueden ser aún motivo de comentario (o de censura).
En ese instante Bigas Luna, Sara Montiel, José Luis Sampedro mueren. Morir será no estar entre los vivos.
Deja al perro después de haberlo sacado.
Se mira en el espejo.
Recuerda el día que vio a José Luis Sampedro sentado en la terraza de El Espejo en el Paseo de la Castellana de la ciudad de Madrid (el Paseo de la Castellana se asienta sobre el cauce de un río seco). Acababa de publicar La Sonrisa Etrusca. No se atrevió a acercarse a él y felicitarle.
Se monta en el coche y piensa, Dentro de diez días tengo que castrar al perro. Luego piensa, Tengo que, tengo que, tengo que. Y también se dice, Si hay atasco en la carretera, relájate.
La mañana. Los papeles. La cocina. La cama deshecha. El estuco. La poca luz. Una conversación de otro tiempo. El camino. La vegetación de patio interior. De patio interior. La calle B. La calle A. La calle MCR. La vuelta. La librería. Mira el escaparate. Hoy no hay ningún título que le llame la atención. Jamón, Jamón y la imagen de Ana Galiena abriendo su boca y exclamando como un loro Guaca, Guaca, Guaca y la idea de que esa boca luego se comerá una buena polla, con gusto, con alegría, con desenfado. Vuelta. El tráfico de la una del mediodía. El cansancio y el leve malestar en el ojo izquierdo. Piensa, A José Luis Sampedro ya nunca le dolerá el ojo izquierdo y mientras conduce siente ganas de llorar. Y llora. La montaña. El perro. Le dice mientras le pone la correa, Es que no te iba a dejar que te follaras a todas las perras en celo. No podría hacerme cargo de todas las camadas. Es mejor que te castre. Es mejor para ti y para mí; es preferible  la calma a la ansiedad (entonces se detiene en su pensar y repiensa, ¿Por qué es preferible la calma a la ansiedad?). Vuelta por los lugares conocidos.
Comer. Pan. Le gusta el pan. Luego el sueño. Siesta (que al decirlo le recuerda a Guaca) con masturbación y lubricante. Sueño. Sueño. Despertar. Café. Sara Montiel deja caer sus párpados mientras susurra, Quizás, quizás, quizás. Ducha. Se lava la cabeza. Se afeita. Se aceita la cara y la impregna con aromas de la India. Se viste de estreno. Saca al perro. Le acaricia. Le dice, Me han dicho que por la tarde mismo, ya estarás bien. Que no es nada. Vamos. Dame tú también ánimos. La vuelta.
Piensa, Si hay atasco en la carretera, relájate. Las luces. La tarde. La ciudad. Las calles. Encuentra aparcamiento pronto. Lo agradece a las energías del Universo que controlan el aparcamiento de los coches entre los humanos. Camina. El teatro de la Zarzuela. La cola. El estreno. Viejos amigos. Se siente bien. Abrazo. Besos. Conversaciones. Patio de butacas. La función. Es una función. Cumple su función. Es funcional. Aplausos. Sensación de clá. La salida. Una cerveza. Más caras conocidas. Una conversación interesante. La noche en la ciudad camino del coche. Absolutamente desiertas las calles. Las calles que nunca más serán pisadas por... La radio de vuelta. El frío. Un abril que es más bien principios de marzo. El perro felicísimo con su llegada. El último paseo. Los muslos de una actriz. Piensa, Qué ganas tengo de follar. La vuelta.
La cama. El libro que lee que va perdiendo fuelle (¡qué difícil es escribir con tensión!). El sueño, Guaca, el hedonismo de Bigas Luna. La luna. La teta de Ana Galiena. Elixir del sueño. La oscuridad. La honda respiración del perro a sus pies. Una caricia. La oscuridad.
Vale.

Muerte, castración, encuentros, autopista

Miscelánea

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 10/04/2013 a las 19:46 | Comentarios {0}



Ayer por la tarde Raúl me hizo una visita. Sus visitas son como su poesía: cortas e intensas. Yo me había quedado medio dormido antes de que llegara. Creo que soñé con P. (aún estoy haciendo el duelo de P.). Así es que cuando apareció Raúl, imagino, seguiría con el discurso del probable sueño con P. y tras las primeras frases del encuentro sobre hierbas, prevenciones, lógicas metabólicas y un elixir ayurvédico que estoy tomando ahora, nos sentamos en la sala de mi casa con Nilo inquieto (no inquieto por Raúl sino porque el celo ha llegado a las perras) en su casi recién cumplido año de vida. Sorbimos el café y de repente -en esa intensidad de la que hablaba al principio- nos vimos hablando sobre el amor, sobre las relaciones personales, sobre la justicia del juicio sobre los demás. Y entonces me vi arguyendo lo siguiente:

1.-  Que la soledad, la falta de relaciones sociales no empequeñecen, necesariamente, el mundo de una persona.

2.- Que una de las causas fundamentales del supuesto derecho que muchos se otorgan de juzgar a los demás viene dado por la idea de La Idea. La Idea en su sentido platónico (o posteriormente en su sentido hegeliano). Es decir La Idea como parangón, como esencia de la cosa, como pureza de la cosa. Por poner un ejemplo la idea de Hombre. Por ejemplo la idea de Belleza. Por ejemplo la idea de Dios. La idea, en fin, como aquello a lo que deberíamos tender para ser Puros, Perfectos. Argüía que la idea de La Idea provoca frustración y como consecuencia juicio de valor. Sin Idea se aliviaría la frustración.

3.- Que el amor no existe necesariamente. Hablábamos en este caso del amor de pareja. Argüí entonces que en el Cuarteto de Alejandría de Lawrence Durrel se fechaba la invención del amor al final del Imperio Romano. No aseguraba que el amor no existe sino que no existe necesariamente. Que podría ser una sublimación, una Idea que atase los lazos para una existencia reproductora más protegida, más segura. Porque pienso que a esas necesidades tiende el ser humano: reproducción, protección, seguridad, compañía (más el larguísimo e inagotable tema de la civilización, las cuestiones de herencia etc...). Y recordaba un ensayo de Engels sobre la familia.

Discutimos pues. Argumentamos con ricas y deliciosas razones. Acordamos algunos puntos (en los temas 1 y 3 estábamos en absoluto desacuerdo). Raúl se fue. Luego vi la película El Secreto de sus ojos. Me pareció mejor que la primera vez que la vi. Recuerdo que esa primera vez la vi cuando yo me encontraba en un momento de mi vida en el que todo me parecía una mierda, exactamente como me sentía yo. De hecho ahora, que me siento menos miserable, estoy releyendo y viendo aquello que leí o vi en esa época y estoy descubriendo que, efectivamente, el mundo no es sino interpretación (o voluntad y representación. Schopenhauer). Y al hilo de ese devenir pensé que lo hablado con Raúl por la tarde no era ni más ni menos que un instante. Que toda interpretación del mundo sólo es un instante, todo presente.

Idea

Miscelánea

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 07/04/2013 a las 12:03 | Comentarios {3}


¿Cuáles son los límites?
¿Quién decide los límites?
Escuchaba el otro día a una mujer de la clase media -periodista por más señas-  que ha recibido una orden desahucio, que el escrache era una forma pacífica de contener la rabia de muchos y por lo tanto su violencia.
También escuho que a finales de los años setenta España estaba en una situación peor que la actual. Creo que no es así porque a finales de los años setenta estábamos construyendo algo mientras que ahora, la sensación general, es que se está destruyendo a marchas forzadas.
También escucho un llamamiento a la ortodoxia en cuanto a las actitudes ciudadanas y poca veces escucho que este atisbo de heterodoxia -como pueda ser el escrache como forma de protesta- viene dado por la falta de ortodoxia de que han hecho gala los tres poderes principales de los estados, a saber: el político, el económico y el judicial, en nuestro país.
España es un país caciquil y de los polvos de la llamada reforma vienen estos lodos de corrupción (también evidentemente la moral católica). Ver Max Weber y su ética protestante.

Ensayo

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 05/04/2013 a las 00:36 | Comentarios {0}


El sonido del rombo me avisó
La locura dejó de decir nombres
La abeja zumbó y produjo la miel más süave
El ciervo berreó al husmear tu olor
Las ménades en el centro del estanque se acicalaron
La pantera se durmió a tus pies
Orfeo olvidó por un instante a Eurídice al escuchar tu paso
Cibeles produjo la más hermosa primavera
Afrodita ciñó en tus cabellos una flor silvestre de los suyos
Circe quiso envenenarte de puro celo
Dioniso alargó la fiesta cuando anunciaron tu venida
y los instrumentos musicales, los reclamos, el karnix, el chelys,
la lira, la caracola y la flauta de Pan se armonizaron para recibirte
El asno, de natural tozudo, tuvo un gesto grácil
y el cisne avisó a Apolo del movimiento
y Apolo encargó a Quirón que te llevara en su grupa
hasta la selva donde sátiros y faunos rodean a Sileno
el cual descubre la sobriedad al contemplar
el relieve de tus montes
la lisura de tus llanuras
y encarga a los pastores que con musgo te hagan un lecho
donde puedas dormir para soñarme.

Poesía

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 01/04/2013 a las 12:11 | Comentarios {0}


Alcachofa
El hombre salió de la casa con la intención de dar un paseo y comprar alcachofa seca para infusión. También pan de horno. También tres botellas de vino para pasar las penalidades de la Semana Santa (que probablemente nunca existió). No iba por ese camino el hombre cuando salió a la calle; queremos decir el de negar la realidad de la Semana Santa (para ello padres tiene la iglesia [todo en minúsculas]); no, no, incluso el hombre tenía cierta simpatía por la fe sincera, por la fe humilde, digamos por la fe de un pueblo sin resabios (si es que aún quedan pueblos de este tipo), la fe de Abraham para entendernos. No él salía libre de prejuicios y de pasiones (incluso desapasionado) con la intención de mantener su cuerpo sano, empezando por el hígado, aposento de las iras y las rabias. El día era nublado y soplaba una brisa que llenaba de humedad  las calles y las pocas risas que a esa hora se escuchaban. Anduvo el hombre hasta la tienda naturista y cuando pidió el paquete de alcochafa -que había encargado el día anterior- el dependiente le dio la noticia de que el encargo al final no se había realizado. El hombre se encontraba en un momento de su vida en el  que casi nada le contrariaba y achacaba al normal carácter del ser humano -así en general- semejantes olvidos. Se disponía a marcharse cuando el dependiente (que no era al que había encargado la alcachofa, no, se la había encargado a una mujer mayor que mostraba mucha desconfianza con el hombre, quizá, y con razón, por el aspecto asilvestrado de éste o porque sencillamente era de pueblo, serrana, cerrada y vieja) le preguntó si tenía mal el hígado. El hombre le contestó que no o más bien no creía pero que desde hacía un tiempo, tras haber escuchado una conferencia de un oncólogo en la que aconsejaba mantener limpios los filtros del cuerpo, a saber: hígado, riñón y pulmón, solía tomarse una infusión diaria a base de té verde, diente de león, alcochofa y tomillo, además de darse un baño con sal marina una vez cada quince días para mantener una adecuada salinidad en el medio interno. El dependiente, dejó en ese momento de ser tal, y se convirtió en naturópata e invitó al hombre a hacerse una prueba con una máquina que medía las energías del cuerpo, mucho más efectiva que un análisis -según dijo- y mediante la cual sabrían cuáles podían ser los males que el cuerpo de aquel hombre que había ido a comprar alcachofa albergaba. Éste acepto. El naturópata le dio un manillar metálico conectado mediante un USB al ordenador y le pidió que lo apretara hasta que él le dijera. Mientras tanto le dibujó una pirámide en un papel y le contó, someramente, los estratos sobre los que se edificaba la salud de un ser humano y que serían: el espiritual, la mente, las emociones, la energía, los sistemas nervioso y hormonal y los órganos. Tras la charla, el diagnóstico de la máquina salió en la pantalla del ordenador y tras preguntar el naturópata si el hombre era hiponcondríaco y responder éste que no, le dijo que su nervio cerebral estaba un tanto debilitado y que el metabolismo del calcio andaba mal; su hígado en cambio estaba pletórico. El hombre que algo leía de aquí y de allá le preguntó si todo aquello tenía que ver con la medicina ayurvédica y el naturópata le miró fíjamente y le dijo que en efecto, así y era y, abriendo un cajón que hasta ese momento había estado cerrado, le mostró una cantidad nada despreciable de esencias ayurvédicas que, según le dijo, eran más que milagrosas. El hombre escuchó algunas historias que avalaban la afirmación anterior y le preguntó cuál sería la esencia que a él le vendría bien y su costo. El naturópata le dijo el nombre, Yatamansi, y con gran pesar le comentó que en ese momento lo tenía agotado de lo mucho que se vendía. El hombre sonrió y le dijo que lo probaría y el naturópata le respondió que no era en absoluto su intención que él comprara nada y el hombre supo que el dependiente no le engañaba. Entonces le dijo que debía marcharse porque la compra de alcachofa que no le iba a llevar más de diez minutos se le había alargado más de una hora. Se despidieron casi, casi, como médico y paciente y el hombre salió de la tienda, compró el vino para los días de pasión y volvió a su casa. Al sentarse y esperar a que la infusión -sin alcachofa- reposara diez minutos pensó, Uno sale a por alcachofa y vuelve con la noticia de que su nervio cerebral está débil (por supuesto no quiso ni pensar qué era eso del nervio cerebral). Luego se bebió la infusión y saber muy por qué sonrió y dejó que la tarde pasara.

Narrativa

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 28/03/2013 a las 23:28 | Comentarios {0}


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