Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri
Era tan temprano. Tan temprano. Al levantar la persiana la noche ha entrado. Y el frío. Y el viento. El perro se mantenía acurrucado en un extremo del sillón. Él había dormitado toda la noche. Al sonar el despertador había ensayado una comparación. No la encontró. Ese despertarse y no saber cuándo volvía a entrar en el sueño y volvía a salir de él. Sí pensó, en la noche, 53. El café no le despertó. Y por una cuestión química, seguramente, se sintió estúpido. O ajeno.
A ella no le había ocurrido lo mismo. O aparentemente no había sido así. Se quedó quieta toda la noche hasta que -a una hora que nunca supo- se levantó y fue al baño a hacer pis. Muy callada. Siempre muy callada. Cuando sonó el despertador se levantó fresca y con una sonrisa y con el pelo suelto y le besó y fue de nuevo al baño mientras él hacía el café y sentía que la noche aún estaba fuera, extraña a la mañana y a la hora y una ráfaga cruzó su mente, Y si hoy no amaneciera. No quiso seguir.
Él sirvió los cafés.
Desayunaron. Comentaron la noche.
Ella tenía que irse. Coger el coche. Atravesar el puerto. Llegar a la ciudad. Su horario de trabajo. Su trabajo.
El perro estaba nervioso.
Él se tranquilizó cuando vio en el cielo una nube tricolor y supo que hoy también amanecería. Subieron -el perro y él- una calle. Encontraron en el paseo a una perra labrador y a una mujer embarazada y también a unos operarios que iniciaban la poda de los árboles de la avenida. El cielo -brutal por bello- convertía la noche en amanecida. Y el frío seguía siendo intenso. El primer frío. Mediado noviembre. Fue entonces, caminaban por una calle estrecha, cuando recordó que en la noche había pensado 53. Mientras el perro se encaramaba a un murete de piedra dijo en voz alta, Hoy no tendré miedo. Volvieron a casa. Él imaginó a ella en la autopista hacia la ciudad: sus gafas, conduciendo con el abrigo beige puesto, atenta al atasco quizá recordando la velada del día anterior en el restaurante, con los amigos, los que les presentaron cuando junio ya hacía de las suyas y el calor llenaba de olores intensos el centro de la ciudad; sus amigos, amables y sagrados, mientras en el comedor del restaurante bromeaban, comían y escuchaban al cocinero gritarle al camarero; quizá -pensaba él- recordaría ella la esquina donde se despidieron o el confort del edredón.
Terminaron el perro y él el paseo. La luz se había hecho día.
Ella había llegado a la ciudad.

Miscelánea

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 15/11/2013 a las 08:32 | Comentarios {0}




Había acariciado el puerto; el puerto había acariciado; el puerto y las luces de los barcos de sardinas a lo lejos; lejos del puerto los bancos de sardinas; había escuchado la última melodía y había elevado el brazo protegiéndose de la montaña que se le venía encima; de la montaña que se le venía encima se protegía con el brazo; del beso no había escapado; de la jauría había huido; se había hundido en el olor de su axila; de su axila el olor que excedía el aire de la noche, la savia del sauce, la noche y su monotonía; había cantado sobre las notas de un violín; sobre las notas de un violín había cantado con aire de melisma; y surcaba así la vieja barca varada a los pies del mar; y a los pies del mar se acunaba; y sonreía; y sonreía y sonreía; había decidido pintar a la acuarela los accidentes de su cuerpo; la cicatriz pintaba; el lunar pintaba; pintaba lunar y cicatriz; cicatriz y lunar pintaba; había decidido habituarse y sonreír; sonreír la verdura de la espinaca en mitad de una tramontana; de la tramontana la espinaca; en un mes de noviembre se había acostumbrado a sonreír; a sonreír como las boyas flotan en el mar y nadan los brazos entre el oleaje cuando la tarde descansa en su esfuerzo de vencer al sol y el sol, derramado, se diluye en los reflejos últimos; en los reflejos últimos el sol se derrama ante la tarde que descansa en la observación de los brazos que atraviesan la mar y su oleaje; había decidido elaborar la rima; había sorbido como ambrosía su flujo y su conquista; flujo conquistado tras la risa; ambrosía blanca sin rima; había dilucidado; habíase calzado los zapatos nuevos, los de no andar por casa y por la casa anduvo con los zapatos nuevos, las luces apagadas, la sonrisa en la espalda; a su espalda la sonrisa de la amada; había iluminado la luna que luz no tiene; que no tiene luz la luna pero tiene sangre; sangre de hembra es la luna; sangre blanca de hembra oscura es la luna en la noche entre montañas; había llegado a las montañas escarpadas; había contemplado la palidez de un cielo ensimismado; ensimismado el cielo ante la observación del hombre que le observa; guiños había establecido hasta el alba; hasta el alba se mantuvo en guiños; en guiños lentos como la marea baja; había vuelto al puerto; el puerto había acariciado: el puerto y las luces de los barcos de sardinas a lo lejos...

Tiziano. La Venus de Urbino
Tiziano. La Venus de Urbino

Miscelánea

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 13/11/2013 a las 00:44 | Comentarios {0}


El riesgo es una palabra de origen incierto. Dice Corominas que es probable que tenga el mismo origen que el castellano risco 'peñasco escarpado', antiguamente riesco , por el peligro que corre el que transita por estos lugares o el navegante que se acerca a un escollo; también viene a ser 'lugar quebrado y fragoso'; a sus significados se añade en época medieval, los sentidos de combate, conflicto, división, discordia.

El riesgo es vivir plenitud. El riesgo de vivir nos llevará, inevitablemente, a peñascos escarpados y a escollos que apenas sobresalen de las aguas oscuras del mar y por lo mismo, vivir pleno, se convierte, en algunos momentos, en combate contras las ideas implantadas, en conflicto con el mundo interior y exterior, en división y ruptura, en enconada discordia con la Idea de vivir.

Escribe Schopenhauer en sus Complementos al Libro Primero. Capítulo 17. Sobre la necesidad metafísica en el hombre: Ningún ser, salvo el hombre, se sorprende de su propia existencia. La sorpresa por esta existencia teñida además de dolor, miseria y muerte impele al hombre a trascender, a buscar la metafísica. Continúa más adelante Schopenhauer: ...nunca ha faltado gente que se ha afanado en fundar su sustento en esa necesidad metafísica del hombre y explotarla lo mejor posible. Por eso en todos los pueblos hay monopolistas y administradores generales de esa necesidad: los sacerdotes. Para asegurar su oficio por todas partes necesitaron obtener el derecho a inculcar a los hombres desde muy temprano, antes de que el juicio despertara de su sueño matutino, es decir, en la primera infancia, sus dogmas. Pues en ese momento todo dogma bien inculcado, por absurdo que sea, se adhiere para siempre. [...]
Entiendo por metafísica todo supuesto conocimiento que vaya más allá de la posibilidad de la experiencia, es decir, más allá de la naturaleza o del fenómeno dado de las cosas y que ofrezca una explicación sobre lo que está detrás de la naturaleza y la hace posible.
[...]
En los pueblos civilizados encontramos dos tipos de metafísica que se distinguen en que una tiene su confirmación en sí misma (la filosofía) y la otra la tiene fuera de sí (la religión). [...] En cambio para la mayoría de los hombres [...] existen exclusivamente los sistemas metafísicos del segundo tipo.

El riesgo es vivir construyendo un sistema que permita admitir, en sí, la existencia del dolor, la miseria y la conciencia de la muerte. Es decir una filosofía que tenga la -y vuelvo a las palabras de Schopenhauer- obligación de ser verdadera en su propio y estricto sentido en todo lo que dice, pues se dirige al pensamiento y a la convicción. En cambio una religión, destinada a la multitud innumerable, [...], tiene sólo la obligación de ser verdadera en un sentido alegórico.  Y en la alegoría -continúo yo- no hay riesgo.

El riesgo de no saber amar y construir el amor: el riesgo de no saber vivir y construir la vida; el riesgo de aventurar pensamientos que conduzca a la aceptación humilde y compasiva de que somos seres finitos y contingentes; el riesgo absoluto de mirar un árbol y ver sólo un árbol.

Riesgo, risco, escollo, vida.

Miscelánea

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 10/11/2013 a las 16:23 | Comentarios {0}


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Ahí en ¿luego? D 
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Cogió el hacha.
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Suena la música en lo... y las ñ... orgiásticamente... ORGIasti   CamENTE 
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Miscelánea

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 09/11/2013 a las 19:51 | Comentarios {4}


El primer hombre. Albert Camus. Editado por Tusquets. Traducción Aurora Bernárdez.


El primer hombre
 “... porque había nacido en una tierra sin abuelos y sin memoria, donde la aniquilación de los que le habían precedido era aún más absoluta y la vejez no encontraba ninguno de los auxilios de la melancolía que recibe en los países civilizados; él, como el filo de una navaja solitaria y siempre vibrante, destinada a quebrarse de un golpe y para siempre, la pura pasión de vivir enfrentada a la muerte total, él sentía hoy que la vida, la juventud, los seres se le escapaban, sin poder salvar nada de ellos, abandonado a la única esperanza ciega de que esa fuerza oscura que durante tantos años lo había alzado por encima de los días, alimentado sin medida, igual que las circunstancias más duras, le diese también, y con la misma generosidad infatigable con que le diera sus razones para vivir, razones para envejecer y morir sin rebeldía”.

Invitados

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 07/11/2013 a las 10:19 | Comentarios {0}


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