Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri
(Piensa el  hombre que está apoyado en la farola):
Mantenido en este alambre me ha nacido el vómito con sangre. ¿Por qué me he tapado la boca con la mano? ¿Por discreción? ¿Por la repulsión de los otros? ¿Cuándo empezó este venirse abajo? ¿Estos pulmones que empiezan a despedirse del aire? ¿A quién se lo diré? ¿Mantendré la dignidad ante el médico de turno? ¿Querré que ese médico simpatice conmigo? ¿Querré que haga suya mi enfermedad? ¿Le preguntaré sobre la agonía? ¿Aceptaré el tratamiento? ¿Cómo pasaré las horas en el hospital? ¿Tendré fiebre? ¿Me dolerá el cuerpo? ¿Dormiré mucho? ¿Cuánto tardaré en volver a estar apoyado en esta farola? ¿Volveré a estar apoyado en esta farola? ¿Piensa esta farola?

(Piensa la farola en la que está apoyado el hombre):
Hierro. Calambre. Altura. Dar el paso. Desarraigarme. Pedestal. Plaza. No me manche. Yo recuerdo a un niño que corrió hacia mí sin saber que era dura y al golpearse contra mi fuste y al prorrumpir en llanto, hice un esfuerzo sobrefarolero y quise encenderme como si fuera un milagro. Vi de lejos -aún con la bombilla apagada- cómo la madre se acercaba y en su gesto adiviné la tensión de la carne en el aire que penetra la materia blanda. A mis pies cogió al niño en sus brazos. Apoyada en mí limpió la sangre de la nariz del niño. Luego se quedó callada, apoyada en mí, abrazando al niño.

(Piensa la mujer apoyada en la farola con su hijo en brazos):
No debí dejarlo correr. Nunca, nunca más te dejaré correr. Te llevaré siempre a mi lado, cogida tu mano. No sé cómo ha podido pasar. No sé cómo me interesaba más la estupidez que escuchaba que la carrera de mi hijo. ¿Qué es un hijo? ¿Cuál es la naturaleza de este amor? ¿Qué significa esa palabra? ¿Cómo se podría definir con lenguaje el sentimiento de angustia y alegría que a un mismo tiempo circula por mi cuerpo cuando decidio que he de dejar a mi hijo que camine solo, solo por el mundo, solo por este mundo? ¿Qué será al verle crecer? ¿Cómo seré capaz de enseñarle a que se vaya? ¿Y cuando lo haga? ¿Cómo le veré marchar? ¿Cómo es posible no amar -sea lo que sea ese amar- a un ser que apenas sabe correr y que se extraña con la dureza en su nariz del material con que esta hecho este objeto que no sabe ni siquiera cómo se llama? ¿Habrá hecho la relación entre farola/correr/golpe/sangre/dolor en la nariz? ¿Ha funcionado esa electricidad? ¿La sangre está taponando ya la herida? ¿Los leucocitos están luchando ya? ¿Le evitarán la infección?

(Piensa el niño en los brazos de su madre mientras toca fascinado el metal de la farola):
Cuando sea grande vendré a por ti. Sabré acercarme. Vendré solo. Mamá no lo sabrá. Caminaré despacio, armado con mi inteligencia y te prometo que no te tendré miedo. Mira, haré lo siguiente: te rodearé, te estudiaré, te abrazaré, te escalaré, llegaré hasta lo más alto de ti, te encenderé, te haré caminar sobre el asfalto y tu luz nos guiará hacia el mar y cuando lleguemos, derramando luz a nuestro paso, te pondré el flotador, te tumbaré con cuidado, te fletaré sobre las aguas del mar y subido en ti, agarrado a ti, sin dolor, te haré navegar hasta el siguiente continente y allí conquistaremos el encuentro entre el mineral y el hombre.

Cuando cae la noche y la cabeza de la farola se ilumina, todo está desierto; es una farola de polígono industrial y centros comerciales, a las afueras de la gran ciudad; un espacio diurno; tan sólo los fines de semana se acercan por la noche amantes borrachos que se besan bajo su luz, jóvenes drogados y algún lunático que canta extrañas canciones venidas de muy lejos. Hoy es lunes y la soledad es absoluta, el último vestigio de vida pasó hace ya horas, fue una mujer en bicicleta. Quieta y hermosa la farola ilumina nada. Poco a poco van llegando hacia su círculo de luz un pie y un trébol. El trébol va montado en el empeine del pie. Es un trébol de tres hojas. No tiene nada de especial. El pie es largo y estrecho. Sus uñas estás perfectamente cortadas y camina con un ritmo justo, como si fuera el pie de un ángel. Al llegar al círculo de luz de la farola se detienen y parecen descansar. El trébol se estira. El pie se relaja. La farola los mira con cierta sorpresa.

(Piensa la farola con el pie y el trébol apoyados en su base):
Parecen fugitivos.

(Piensa el trébol bajo el círculo de luz) :
Un poco de luz me vendrá bien.

(Piensa el pie apoyado en la base de la farola):
¡Qué frescos el hierro y la vejez!

Narrativa

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 18/02/2015 a las 18:39 | Comentarios {4}


A veces tiene la espada en la mano (sabe que tiene que corregir, que lo primero que se escribe es lo menos válido sólo que no sabe si lo sabe y tan sólo acepta lo que tantos han dicho; una cuestión en todo caso de esfuerzo, de concentración porque no puede evitar que la frescura de la primera escritura se pierda en el momento mismo en que se altera una coma y a la frescura no le da más valor que el propio de su significado y no sabe si es más valioso lo más perfecto que lo más fresco) y siente el temor de los domingos por la tarde cuando todo se encamina hacia una película comercial en la noche y un vaso de vino; a veces siente el frío de saber el frío y no porque mire las montañas nevadas (que son su horizonte) sino por la constancia de esta tierra que se abona de los muertos y claro que podría derivar en palabras como humus o limo u otras más bellas aunque pocas palabras tan bellas como limo; ahí está esta tierra donde unos aman a Montaigne y otros lo critican duramente como Pascal por ser tan lenguaraz y, en el fondo, tan pagado de sí mismo. Y sabe que Pascal tiene razón y sin embargo no puede dejar de admirar a Montaigne y no tanto por lo mucho que habla de sí sino por por la falta de vanidad con que lo hace (sí y pagado de sí mismo). Tiene en la memoria lo que decía la madre de Forrest Gump, Estúpido es el que hace estupideces. Y también esa escena en la que Forrest empieza a correr animado por Jenny, Run, Forrest, run! y a medida que corre los aparatos que tenía en las piernas se rompen en mil pedazos. A veces todo eso ocurre al mismo tiempo mientras camina por una calle muy larga y al final hay una rotonda y sopla el viento de febrero y hay una división en el cielo entre lo despejado y una gran muralla de nubes grises que se acerca y está saltando ya por encima de la cordillera y pasa un coche con la música muy alta y surgen de la primera luz de la mañana dos ciclistas que remontan la cuesta y tiene su pedaleo algo alegre, algo renovador y se agita su corazón y los pasos calman su mente, lo que se agita en su mente y quisiera correr como Forrest, quitarse sus aparatos, los que le impiden moverse con levedad en un mundo con tal cúmulo de gravedad y escupir algo, quizás escupir a la cara de un blanco que acaba de moler a palos a un negro en una cantera del corazón de África y también no sucumbir al odio de la mirada de los negros por ser blanco o algo así, piensa, cuando cree tener una espada en la mano, a la grupa de un caballo, a punto de iniciarse una vieja y nueva batalla. Abre la cerradura, se encamina hacia su casa con la cabeza llena de ideas y pesares, con el frío del que hablaba hace un rato, esa pesadumbre de ser consciente de ser finito y contingente aunque esas dos palabras le suenen a tufo jesuítico, alcanfor de cristianismo y se imagina abriendo el libro de los mitos (ahora pasa lentamente las paginas del libro y recuerda que una de las formas de nominar libro en árabe es Jardín en el bolsillo y también recuerda mientras observa a Vishnu dormido que ha olvidado no caerse una vez más, que ha de aferrarse a estas inspiraciones y estas expiraciones, que a la vuelta espera la eternidad y debe atrapar este tiempo tan escurridizo, este tiempo que no es espacio sino ámbito por el que transitar, porque es consciente de que en la eternidad no se transita, en la eternidad se está y quiere sorber este aire, uno de sus últimos aires -y no porque ya la edad, no, no porque ya la edad, ¿quién nos dijo nunca que el primer aire del recién nacido no fuera a ser el último?- con el ritmo de quien admira y se aquieta ante la puesta de sol o aquél que desesperado ataja su drama componiendo una canción, perfilando una mancha o generando la forma en la piedra) y pasando a lo largo de una noche que será larga su vista sobre las formas de la imaginación del hombre y añade el sonido de la respiración de ese otro cuerpo que ama y que ahora duerme en la cama, con la luz apagada y arropada con un edredón del norte y la seguridad del perro a sus pies. Y porque todas esas sensaciones se desvanecen y crecen y se intercambian y fluyen y se diluyen y se encrespan y se atascan y se queman y se enfrían y juegan y duermen y saltan y huyen y vuelven y mandan y ahuyentan y pierden y saltan y se elevan y cantan y se animan y se confuden y se alimentan y se sostienen y se encadenan y se añoran y se buscan y se enlazan y se hurtan y enloquecen y se turban y se ríen y se abrazan y se encaminan y descansan y retoman y se abarcan, él tropieza justo en la puerta de su casa y da con la cabeza en el suelo y se la raspa y se sienta y sonríe y agradece a la suerte no haberse hecho más que un poco de sangre, lo que se llamó siempre un simple rasguño. Y se levanta y se emociona y sube hasta su casa y abre la puerta y se limpia la herida y observa el milagro de su sangre y la exactitud y prodigalidad de las plaquetas.

Miscelánea

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 16/02/2015 a las 23:56 | Comentarios {2}


Centella en la autopista A-6
En la noche. Nilo detrás se ha tumbado. Acabamos de salir del puerto. Enfilamos la autovía. Reconozco los lugares por los que paso. Me he acicalado. Voy a dormir con mi mujer. Tomo el desvío para entrar en la A-6. No hay mucho tráfico. Entro en el carril de aceleración. Un coche marca con el intermitente que se desvía al carril central para dejarme libre el carril de incorporación. 110 kilómetros hora. Para ahorrar algo de combustible. Fulgor de ojos verdes.  La carretera brilla con los faros delanteros y los faros traseros. Poco a poco todo va entrando en un perfecto equilibrio. Un equilibrio universal. Y lo siento. Siento que estoy vivo. La vida como cúmulo de sensaciones. Sistema nervioso que está enviando sus señales a todos los rincones de mi cuerpo y gracias al cual sé que estoy vivo. Es una necesidad de agradecimiento. Es la certeza de lo vivo. Es la suerte de haberse introducido cierto espermatozoide en cierto óvulo. Es una historia mil millonaria. Es la triste y sublime capacidad de los seres humanos de ser conscientes en un instante de que ese instante sólo es en tanto en cuanto estoy en él. Formar parte. Con los ojos muy abiertos. A lo lejos ya se asoma la ciudad. Aparcaré. Pasearemos mi perro y yo por el Madrid que tanto me vio ser. Subiré a la casa de mi mujer. La abrazaré. Beberemos un buen vino por su cuadragésimo segundo cumpleaños. Jugarán los perros. Nos quedaremos dormidos y si el sistema nervioso lo promueve despertaremos y volveremos a la vigilia.

Miscelánea

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 13/02/2015 a las 09:59 | Comentarios {0}


Rotkiana. Fotografía de Olmo Z. Febrero 2015
Rotkiana. Fotografía de Olmo Z. Febrero 2015


De acuerdo: me someto a la inconstancia

 

Miscelánea

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 12/02/2015 a las 17:55 | Comentarios {0}




Podríamos desembarazarnos de esas viejas palabras que agotan los discursos. Escuchamos por ejemplo: la violencia que subyace en la estructura mental de la sociedades dañadas en sus intersticios vitales y semejante discurso nos recuerda, ¡ingratos! a aquel otro de los eventos consuetudinarios que acontecen en la rua que comentaba Juan de Mairena a sus alumnos.

Semejanzas.

O: ¡hasta los cojones de jerigonzas y vacíos!

 

Miscelánea

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 10/02/2015 a las 20:39 | Comentarios {0}


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