Sí a la risa. El sol ha vuelto a la ciudad. Me levanto, escribo, acudo a las entrevistas. Voy perdiendo la vergüenza, poco a poco. El mundo me ofrece confianza. El mundo me ofrece confianza, lo vuelvo a escribir. Llegará el día en que todo esto habrá pasado y sé que lo recordaré como una época impresionante. Escuchaba ayer en la radio a un muchacho de 18 años que a los quince decidió irse a recorrer el mundo. Lo curioso del muchacho es que estaba en silla de ruedas desde los ocho años. Contaba que su padre le ayudó a aprender a viajar a los catorce y al año siguiente se fue solo, con una mochila, en su silla de ruedas y sin un duro (o euro). La narración que el muchacho hacía de su experiencia era reveladora. Su experiencia le había llevado a descubrir que sólo merece la pena vivir si se hace lo que a uno le gusta. Todo lo demás no importa. Todo lo demás se supera y así él contaba el día que estuvo a punto de ahogarse en el océano Pacífico o aquel otro en que, en mitad de Tailandia, le sorprendió un huracán o como se las arreglaba para viajar sin dinero y él, a esta última pregunta siempre respondía, En verdad (acudía mucho a esta locución adverbial) el dinero no sirve para nada. Y esta aserción tan absoluta, tan -aparentemente- discutible me llevó a recordar la historia de un hombre que por dinero arruinó su vida.
Acaba abril y ayer volví a Prado del Rey, a Radio Nacional de España. Volví a entrar en la vieja redacción de Radio 3 y me entrevisté con Lara, la directora de programas. Mientras hablaba con ella miraba por la ventana y recordaba un día parecido a éste, hace diecinueve años, justo antes de entrar en el estudio cuando caminaba por los pasillos y me aclaraba la voz. Y luego durante dos horas, de siete a nueve de la mañana, hacíamos Tato Puerto y yo el programa despertador. Hacía lo que me gustaba como hoy lo hago, diecinueve años después: fumo un cigarrillo, escucho música de jazz y escribo.
Acaba abril y ayer volví a Prado del Rey, a Radio Nacional de España. Volví a entrar en la vieja redacción de Radio 3 y me entrevisté con Lara, la directora de programas. Mientras hablaba con ella miraba por la ventana y recordaba un día parecido a éste, hace diecinueve años, justo antes de entrar en el estudio cuando caminaba por los pasillos y me aclaraba la voz. Y luego durante dos horas, de siete a nueve de la mañana, hacíamos Tato Puerto y yo el programa despertador. Hacía lo que me gustaba como hoy lo hago, diecinueve años después: fumo un cigarrillo, escucho música de jazz y escribo.
Antoni Tapies
Había sido por la tarde cuando sintió la orden. Estaba desnudo sobre una cama, aplastado por un calor salvaje. A veces giraba un poco la cabeza hacia el lugar donde se encontraba la ventana y tras ella una persiana de rejilla de color verde y tras ellas el sol que caía a plomo, lo ardía todo, y se tocaba la polla, intentaba animarla para hacerse una paja y correrse y quedarse agotado para dormir un rato y ver si en ese intervalo de inconsciencia el bochorno se había calmado, se agitaba algo la persiana, una bocanada de aire fresco se anunciaba. Esta vez no se empalmaba. A lo largo de la tarde lo había conseguido en cinco ocasiones. No se desesperó, ni sintió una frustración que de seguro le habría dado más calor. Busco otro medio para salir de aquella asfixia mientras la espalda se pegaba a la sábana y el mundo se hacía un poco más sucio. En su pensamiento recordaba un hermoso lago de aguas doradas en la China. No sabía si había estado en él y sin embargo lo recordaba, quieto, entre montañas, milagroso. Lo llamó Hoo Shon por una necesidad absurda de llamarlo. Sonrío cuando en un alarde de imaginación creyó caminar hacia sus aguas y sentir en las palmas de los pies su temperatura fría, casi invernal. A su boca acudió algo de saliva ¿Dónde?, se preguntó. La tarde callaba. El exterior no existía. No recordaba el nombre de la ciudad en la que estaba. No recordaba el continente en el que estaba. No sabía cómo había llegado hasta allí. Le vino el recuerdo antiguo de un incendio y le produjo más calor aún. No quiso confundirlo con el calor asfixiante del exterior; este calor nuevo nacía dentro y parecía hornear una idea que empezaba a crecer en los alrededores de su hígado. Milos cerró los ojos y buceó en sí mismo. Vio el fuego. Se acercó cuanto pudo y entonces pudo leer -tras las llamas que surgían de su vesícula biliar- VUELVE. El fuego horneaba en los cálculos de su hígado estas letras.
Milos se incorporó. Anduvo hasta el baño. Se metió en la ducha. Fue consciente de lo mucho que había adelgazado. Se ensoñó con una ciudad bajo la lluvia y una muchacha con paraguas expulsando vaho por la boca. Degustó la palabra boca. Salió de la ducha. Se secó excepto el pelo. Cogió una mochila que no sabía que tenía y al salir a la calle el aire de una tormenta entró por su nariz. Ya no le importó dónde estaba. Iba a volver.
Milos se incorporó. Anduvo hasta el baño. Se metió en la ducha. Fue consciente de lo mucho que había adelgazado. Se ensoñó con una ciudad bajo la lluvia y una muchacha con paraguas expulsando vaho por la boca. Degustó la palabra boca. Salió de la ducha. Se secó excepto el pelo. Cogió una mochila que no sabía que tenía y al salir a la calle el aire de una tormenta entró por su nariz. Ya no le importó dónde estaba. Iba a volver.
Cuento
Tags : La Solución Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 28/04/2009 a las 19:21 | {0}
Tras los besos. Tras las pieles. Tras las búsquedas. Tras tanto deseo, tanto, tanto deseo, cuando se vieron frente a frente, casi desnudos (a él le quedan los calzoncillos, a ella una braga y un sostén a juego) junto al lago, al caer la tarde, misteriosos y casi a escondidas, se sintieron alejados de sí mismos cuando el canto de un mirlo los llenó de sonido. Se rieron, esperaron, se abrazaron y buscaron el origen de aquel canto, hasta que calló y entonces se quedaron por fin desnudos. Ella admiró y paladeó la verga de él -juvenil, rosada y fuerte-, él hurgó con la delicadeza de un abejorro que liba la flor, en el sexo de ella -húmedo como el musgo, oloroso como la jara- y sus jadeos y sus arrullos encendieron las aguas del lago, animaron las copas de los árboles, removieron la tierra de los alrededores y cuando ella se abrió y cuando él entró y empujó, el rayo anunció la nube y la noche los cubrió.
Narrativa
Tags : Archivo 2009 Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 27/04/2009 a las 09:26 | {0}Noviembre 1991
Lluéveme mientras sueñe la canción
de donde todas las demás vienen.
Y así descánsame transformando
a las olas en sólo agua y sales,
en tan sólo movimiento.
Decidme si la paz es esto,
un reino neutro sin profundas simas,
allá donde los peces se dicen abisales.
Sean pues, sean...
camino el de cada ser humano,
huellas sin igual, sean, vamos...
sean espirales o círculos perfectos,
se llamen alegorías o se bailen sean,
abandonemos la nave que nos lleva
y nademos contracorriente a donde la corriente sea.
Sea lluvia, mágica palabra, la gota resbalada por mi
rostro a la luz
de cualquier mañana; sea ella la única
con derecho a detenerme en mi marcha.
Y sin embargo no hablemos,
haced lo que os plazca,
naced, morid, bebed, sed;
no, no hablemos. Así dormidos
la luna no ilumina nada.
Rincón, suave almohadón de infancia cubierto,
rincón umbrío, hueco en el roble, bahía.
Rincón de la tarde...
Poesía
Tags : Archivo 2009 Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 26/04/2009 a las 17:15 | {0}
Fragmentos
El asfalto gris claro. El tejado gris claro. Los muros se calientan. La antigua plaza con sus frescos vistos. El arco del suroeste, en la cara de la Carnicería de la Plaza Mayor llamada así porque era donde estaban antiguamente los carniceros y los cuchilleros -de ahí el nombre de Arco de Cuchilleros-, con el fondo de la iglesia de San Isidro -también gris- en la calle que llevaba a Toledo.
Los rostros variopintos. Los rostros de las vidas. Rostros como agujas de reloj tras la esfera de cristal. Rostros venidos de lejanos países. Rostros que me llevan en muchas ocasiones a embarcaciones inestables en alta mar. Los migrantes son los héroes actuales. Para mí, para mi sentimiento. Me gusta el término migrantes (lo he leído en los carteles de propaganda electoral para las elecciones ecuatorianas), más que emigrantes, porque migrante es que migra como algunas aves, como algunas mariposas, por ejemplo las Uranias Ripheus, unas extrañas mariposas que tuvieron como familia un destino fatal. Nunca se supo por qué las Uranias en su migración para desovar (un viaje de miles de kilómetros) se adentraban en el océano Pacífico y allí, en mitad del océano iban cayendo, agotadas, hasta casi desaparecer.
La esquina de la calle Calatrava donde fui feliz.
Un encuentro con personas con las que hablas, a las que miras. Un encuentro largo. Un encuentro suave. Hay algo de lo que puedes hablar.
La tarde va cayendo. Camino por la calle Toledo, luego por la calle Colegiata, llego hasta la plaza de Tirso de Molina, la atravieso, me encuentro con la calle de los Cañizares, nunca había estado en esa calle pequeña con un fondo de iglesia, camino por ella, llego hasta la calle Atocha y giro a la izquierda para bajar por la calle Huertas. Me siento en un banco. Me fumo un cigarrillo. Entro en El Diario y empieza la noche con Andrés.
La mirada. La conversación. Hermosa y divertida. Como si nos hubiéramos visto ayer por última vez en esa situación (cuando hace quizá más de diez años que no se producía). Y las cervezas y la borrachera. Y la mirada de Andrés.
En mitad de la madrugada sin apenas ver donde apoyo el bastón, dando eses en la plaza del Ángel (hay un ángel guardián de los borrachines) hasta que caigo y salen volando mi cartera y mi bastón. Entre la nebulosa me ayudan cuatro jóvenes a levantarme. Atravieso, solitaria, la Plaza Mayor y por fin me veo en la cama. Todo me da vueltas, es cierto, y me siento, mientras me duermo, sereno.
Los rostros variopintos. Los rostros de las vidas. Rostros como agujas de reloj tras la esfera de cristal. Rostros venidos de lejanos países. Rostros que me llevan en muchas ocasiones a embarcaciones inestables en alta mar. Los migrantes son los héroes actuales. Para mí, para mi sentimiento. Me gusta el término migrantes (lo he leído en los carteles de propaganda electoral para las elecciones ecuatorianas), más que emigrantes, porque migrante es que migra como algunas aves, como algunas mariposas, por ejemplo las Uranias Ripheus, unas extrañas mariposas que tuvieron como familia un destino fatal. Nunca se supo por qué las Uranias en su migración para desovar (un viaje de miles de kilómetros) se adentraban en el océano Pacífico y allí, en mitad del océano iban cayendo, agotadas, hasta casi desaparecer.
La esquina de la calle Calatrava donde fui feliz.
Un encuentro con personas con las que hablas, a las que miras. Un encuentro largo. Un encuentro suave. Hay algo de lo que puedes hablar.
La tarde va cayendo. Camino por la calle Toledo, luego por la calle Colegiata, llego hasta la plaza de Tirso de Molina, la atravieso, me encuentro con la calle de los Cañizares, nunca había estado en esa calle pequeña con un fondo de iglesia, camino por ella, llego hasta la calle Atocha y giro a la izquierda para bajar por la calle Huertas. Me siento en un banco. Me fumo un cigarrillo. Entro en El Diario y empieza la noche con Andrés.
La mirada. La conversación. Hermosa y divertida. Como si nos hubiéramos visto ayer por última vez en esa situación (cuando hace quizá más de diez años que no se producía). Y las cervezas y la borrachera. Y la mirada de Andrés.
En mitad de la madrugada sin apenas ver donde apoyo el bastón, dando eses en la plaza del Ángel (hay un ángel guardián de los borrachines) hasta que caigo y salen volando mi cartera y mi bastón. Entre la nebulosa me ayudan cuatro jóvenes a levantarme. Atravieso, solitaria, la Plaza Mayor y por fin me veo en la cama. Todo me da vueltas, es cierto, y me siento, mientras me duermo, sereno.
Diario
Tags : Archivo 2009 Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 25/04/2009 a las 14:45 | {0}
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Diario
Tags : Archivo 2009 Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 29/04/2009 a las 12:20 | {0}