Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri
Podría acercarse con delicadeza a la última frontera
Hacer nimio lo que estallaba, sumergirse hasta la ridiculez, hacer melindres, afectadamente, en el bochorno de haber nacido, de haber vivido
Alguien le escupiría un suerte de afeminación. Esgrimiría, gritando, Levanta. Lucha. Un día. Otro día

El camino se había convertido en tenuidad
Sutileza el abrojo
Flacura el filo
Flaqueza el ámbito
La llaga fue magrez y ala y soledad
Sonrisa y escualidez se han dado la mano bajo el olmo
La roca se enfrenta a un cuerpo amojamado, sin fuerzas para ser papel
Aún seguirá, aún seguirá, hasta la extenuación seguirá, hasta la propia consunción
Le dijeron, sufre emaciación y corrió hacia el límite donde la sombra se hace aire y la caída se eleva hasta el último fin

La dificultad tiene que ver con el halago
La impertinencia corre hasta tropezar en un garbanzo
El escrúpulo se ha dormido en los ojos
El capricho -dijo- no es más que una filigrana de la elegancia

¡Lambrijo!

Ensayo

Tags : Sinonimias Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 09/04/2015 a las 23:52 | Comentarios {0}


Lo callado es
Lo insonoro es
¡Soniche, soniche!
Calladas las noches y la taciturnidad, justo en el conticinio, ahí justo
Omisión es (también pretermisión)
Elipsis
Eclipsis
Si yo hablara... (reticencia) o si atajara o si dejara en blanco sólo por callar como la laguna al descuido deja un vacío que estuvo lleno
Con sigilo dijo ¡Soniche, soniche! Con sigilación sellaron nuestros labios para siempre y dejaron para siempre el secreto en las vísceras, en la zona del abdomen, donde todo se agarra y muerde y tira hacia abajo. Reserva hasta la tumba. Anónimo el dolor, sí, sí, como sin nombres y apellidos y genealogía. Sigilo-tapabocas. Sigilo-mordaza la que consigue la ocultación, la que impone el disimulo que de forma inocente se ha dado en llamar discreción.
¡Mudez del aire!
Mutismo mudo.
Enmudecimiento ante la figura, ante el papel, ante el futuro, ante lo que no es.
Sordomudez sería, una afasia, un simple y constante nudo en la garganta.
Reina el silencio hasta en el vuelo de la polilla (ya no se estrella contra la luz)
Se oían volar las moscas. Se oían los pasos (y se interpretaban)
Calla la madre
Enmudece la hija
Ensordece el grito del padre
Clausula el miedo
Amorraba, un día y otra día, amorraba y no sabía que ese amorrarse le llevaría a que le estallara el corazón
Se amorugó para siempre, se amorugó y al aguantarse un manantial interno, una suerte de magma freático, sin exudación, sin fondo fue convirtiendo las horas en sobrentendidos
¡Calla la boca!
¡Sella los labios!
¡Muérdete la lengua!
¡Cósete la boca!
Y así enmudecido, quedado mudo, oculta para siempre como si ello te reportara la salvación; y así sigila, guarda para ti; tapa; reserva; corre la cortina; entrega al silencio tus visitas (las de los muertos; las de los vivos)

Ensayo

Tags : Sinonimias Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 09/04/2015 a las 00:57 | Comentarios {0}


1.- ¿Si escribo catorce comedias, diez tragedias y diez dramas históricos he de decir por qué lo escribo? ¿Tendría sentido el arte si el artista supiera en cada momento por qué hace tal o cual cosa? Ni tan siquiera el siglo XX permitió que el artista tuviera que ser dueño de la técnica de su arte para poderse llamar a sí mismo tal. Si ni tan siquiera la técnica es ya patrimonio, ni salvaguarda y mucho menos aún armadura (no con la que armarse sino con la que armar).

2.- No volveré a detestar. Creo que sólo odié a curas del colegio Sagrado Corazón. No creo haber odiado desde que era niño. Aunque quién no diría que si de niño se ha odiado se odiará siempre.

3.- En el año 1996 el productor Txepe Lara me encargó el guión de una película basada en la historia real de un torturador. Me presentó al torturador. Tuve con él varios encuentros. En uno de ellos me dijo: A cualquiera, a ti, te convertiría en torturador en menos de una semana. El torturador que se hacía llamar Mickael Suphi, había huido de las salas de torturas. Había denunciado su caso en Amnistía Internacional. Cuando yo lo conocí Mickael Suphi era un buen tipo. Un hombre tranquilo, con una mirada muy intensa y muy triste.

4.- ¿Por qué hago esto?

5.- Cuando voy por el camino del lago y se levanta de repente una ola de viento, siento a mis espaldas la presencia de un peligro. El peligro siempre se siente en la espalda porque no es más que una corriente nerviosa que recorre la médula espinal. El miedo también es una corriente nerviosa.

6.- No, no voy a detestar. Pueda ser que me sorprendan con una frase extemporánea -es decir fuera del tiempo. No a destiempo sino fuera de él- mientras el verdor y el sol. O puede ser una mañana, alguien a quien no conozco. A quien nunca conoceré.

7.- Me permito mirar la pantalla mientras escribo.

8.-  ¿Por qué hago esto? ¿Por qué? ¿Por qué lo hago?

 

Ensayo

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 07/04/2015 a las 18:34 | Comentarios {0}


Está en la roca
Tres ladridos
Ladridos en serie
Buen sonido de mar con algo de voces
Gritos (buen sonido)
Un ratoncito muerto. Máquina segadora. Bastón.
No quiere ir a la Roca Verde.
Ya.
Pasos y viento.
El perro sigue tirando. Coches. Pasos.
Mucho viento.

24.05 24.11 24.30 24.30-25.30 28.40 29.05 32.21 32.34 35.23 35.28 00.46 01.11 02.11 03.41 4.19 5.00


 

Narrativa

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 07/04/2015 a las 12:23 | Comentarios {0}


Al derramarse y volver a su contenido creyó haber descubierto el equilibrio. La mañana se había ido construyendo a través de palabras de sabios; uno argüía que el erotismo nace de la conciencia de la muerte; otro que el dharma no tenía por qué estar en oposición con el moksa; más allá se encontraba el She King y su poesía extraña y autoritaria (se preguntaba entonces si era posible, realmente, algún tipo de poesía autoritaria, si esos dos conceptos no encerraban un oximoron); así se había ido construyendo por mucho que en su alma cundiese una respiración entrecortada al hilo de un influjo negativo del devenir; cada vez más el presente -se decía- era el lugar dichoso, el puro instante; un instante del cuerpo desnudo de una mujer al que hubiera querido abocetar de inmediato; ese instante -se decía- es el mundo, todo el mundo, la totalidad del mundo; sólo el presente, se decía de nuevo, mientras dejaba que las volutas del humo se elevaran y tras ellas se dejara llevar hasta el día en el que los primeros hombres, venidos de la lejana África, atravesaron el estrecho de Bering y comenzaron la conquista del continente americano o -disueltas ya las volutas- recordara haciéndolo presente su presencia en lo alto de la Roca Blanca. No más allá podía ir. No más allá sabía ir. Hasta donde sabía era un hombre solitario. Hasta donde sabía no podía saber con absoluta certeza sin la elección había sido suya. Tan sólo miraba sus manos y escuchaba las olas del océano Pacífico mientras decidía si un té verde sería el acompañamiento idóneo para esa hora de la mañana. Porque estaba el fondo del Universo. Porque estaba la condensación del tiempo cuando éste se acerca a un agujero negro y estaban las olas del Pacífico entrando en sus oídos. Porque estaba una historia de un devoto hipócrita y aquella otra de un moro celoso a las que tenía que hacer caso y aún más a las que debía de dar luz. Nada era inútil, se decía, y sonreía con el término inútil y sabía que su vaguedad le hacía mejor aunque el término mejor le obligase a una comparación con vaya usted a saber quién. No tenía frío. Ya no tenía frío. En ese presente que una vez escrito ya había pasado, se encontraba una carretera muy oscura, el meandro de un río, las aguas turbias de un pantano, un anochecer rojísimo, las notas de un cigarro sonando en las teclas del piano y una voz dulce y rota como piel de durazno; allí estaban, adensándose, todos esos instantes que seguro había vivido; allí estaban cálidos, dejándose ser con los ojos cerrados y la mente deambulando por su propio ser. No quería morir y no sabía si quería un té. No quería irse aún por las olas, por la voz, por ahora, sobre todo por ahora, no, no quería dejar de oler, él que había cogido la tierra entre sus dedos, la tierra húmeda, y la había olido y la tierra mojada, el olor de la tierra mojada, le había provocado un llanto de niño, un llanto de cosa buena que se prueba por primera vez.
Estaba de espaldas al mundo y frente a él su historia, sus dedos, su memoria, sus agujeros negros -densidades brutales que acaparan gravemente la luz-, sus anhelos de diletante, sus placeres de libertino, sus caricias de siempre, sus nostalgias, su imperfección bendita y su antipatía por las formas perfectas, por las Ideas, por la contemplación interesada, por la verdad como arma. Estaba de espaldas al mundo. Luchando. Aún. Respirando entrecortado. Con un temor sagrado al mañana y al ayer y sin embargo profanamente viviendo el instante, el segundo, el minuto, masticándolo con gusto, saboreando su tránsito.
Se haría un té.

Narrativa

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 22/03/2015 a las 18:30 | Comentarios {2}


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