¿Se puede estar buscando al padre desaparecido durante 70 años y transcurrido ese tiempo seguir llorando por no haberlo podido encontrar?
¿No es más sensato pensar si se tiene fe en un Dios que este Dios tiene un hermano tonto que es el causante de todas las miserias de este mundo?
¿No hay que aceptar el fin cuando todo nos lleva al fin?
¿Qué sistemas de defensa? ¿Qué olores que permanecen? ¿Qué esperanza ciega? ¿Qué recuerdos?
Los hemba son un pueblo curioso que piensan que el brujo vive entre ellos y no, como la mayoría de los pueblos que tienen a la brujería como uno de los poderes más poderosos del mundo, fuera, en otra aldea de otra gente que quiere su mal por ser Los Otros. Así los hemba viven en una perpetua angustia porque no saben si la persona que vive con ellos, que duerme en la misma estera y come en el mismo cuenco que ellos, es un brujo. Porque no se conoce la voz del brujo. Porque no se conoce los rasgos del brujo. Porque cualquiera puede nacer brujo. El Mal entre los hemba habita en su misma aldea.
A veces discurro que en nuestra mente -como si de una aldea hemba se tratara- habita el brujo. El Mal habita en nuestra mente y es nuestra mente quien nos quiere hacer el mal. Hay en la mente una capacidad de destrucción absoluta. Por eso, a veces, en la noche de la mente tienen que salir los familiares sanos y esconder al enfermo, lejos del brujo, para que pueda sanar y no emponzoñe a toda la aldea que es la mente.
¿Cómo explicamos el daño al querido? Es más ¿cómo podemos articular que nos duele doler? Tan sólo si admitimos la manipulación con las palabras o -por ir más allá- tan sólo si admitimos la inconsciencia del mal; si admitimos que la ilusión de lo que creemos ser está por encima de la realidad de lo que somos, se puede admitir que alguien crea que le duele hacer daño. Si no es así, afirmo que dolerse por hacer daño es un oximoron. Y como consecuencia: todo aquel que afirma que le duele dañar a quien dice querer es un maltratador.
"A quien dice querer", esta frase es esencial.
¿Cómo explicamos la aceptación del supuesto querido del dolor infligido por quien le dice querer? El brujo, es el brujo que habita en nosotros... Y por lo tanto hay que buscarlo, hay que remover todos los rincones de la aldea/mente hasta encontrar al Mal que nos hace confundir dolor con esperanza, anhelo con frustración, virtualidad con realidad y veneno con alimento.
Porque esa es una de las bases del maltrato: dar veneno con apariencia de alimento.
A toda afirmación se sigue, de forma natural, una nueva pregunta.
¿No es más sensato pensar si se tiene fe en un Dios que este Dios tiene un hermano tonto que es el causante de todas las miserias de este mundo?
¿No hay que aceptar el fin cuando todo nos lleva al fin?
¿Qué sistemas de defensa? ¿Qué olores que permanecen? ¿Qué esperanza ciega? ¿Qué recuerdos?
Los hemba son un pueblo curioso que piensan que el brujo vive entre ellos y no, como la mayoría de los pueblos que tienen a la brujería como uno de los poderes más poderosos del mundo, fuera, en otra aldea de otra gente que quiere su mal por ser Los Otros. Así los hemba viven en una perpetua angustia porque no saben si la persona que vive con ellos, que duerme en la misma estera y come en el mismo cuenco que ellos, es un brujo. Porque no se conoce la voz del brujo. Porque no se conoce los rasgos del brujo. Porque cualquiera puede nacer brujo. El Mal entre los hemba habita en su misma aldea.
A veces discurro que en nuestra mente -como si de una aldea hemba se tratara- habita el brujo. El Mal habita en nuestra mente y es nuestra mente quien nos quiere hacer el mal. Hay en la mente una capacidad de destrucción absoluta. Por eso, a veces, en la noche de la mente tienen que salir los familiares sanos y esconder al enfermo, lejos del brujo, para que pueda sanar y no emponzoñe a toda la aldea que es la mente.
¿Cómo explicamos el daño al querido? Es más ¿cómo podemos articular que nos duele doler? Tan sólo si admitimos la manipulación con las palabras o -por ir más allá- tan sólo si admitimos la inconsciencia del mal; si admitimos que la ilusión de lo que creemos ser está por encima de la realidad de lo que somos, se puede admitir que alguien crea que le duele hacer daño. Si no es así, afirmo que dolerse por hacer daño es un oximoron. Y como consecuencia: todo aquel que afirma que le duele dañar a quien dice querer es un maltratador.
"A quien dice querer", esta frase es esencial.
¿Cómo explicamos la aceptación del supuesto querido del dolor infligido por quien le dice querer? El brujo, es el brujo que habita en nosotros... Y por lo tanto hay que buscarlo, hay que remover todos los rincones de la aldea/mente hasta encontrar al Mal que nos hace confundir dolor con esperanza, anhelo con frustración, virtualidad con realidad y veneno con alimento.
Porque esa es una de las bases del maltrato: dar veneno con apariencia de alimento.
A toda afirmación se sigue, de forma natural, una nueva pregunta.
Consideraciones de Olmo Z. en el manicomio de Acra
Por un error del editor, durante unas horas ha aparecido bajo la fotografía el rótulo de "Autorretrato de Olmo Z. en Acra". Pido disculpas. La fotografía no corresponde a Olmo. Ha sido él quien me lo ha avisado mediante una llamada telefónica que quizás algún día cuente. Mi única explicación ha sido un probable olvido de su rostro.
Porque nacía en las grandes ciudades de occidente
se detenía ante la visión del jabalí
y quizá sofisticadamente reunía en sí la fuerza y el valor para seguir caminando por un camino que no le correspondía
(no le correspondía por la conformación de sus piernas, por la lejanía de su tobillo derecho con respecto a su función natural, por la ausencia de soleo y otras tesituras musculares harto graves de contar) mientras la mirada del jabalí se clavaba en su mirada y escuchaba la suavidad de su voz al decirle, Buenas tardes señor jabalí. Pienso seguir mi camino. Siga usted el suyo.
Porque nacía en las grandes ciudades de occidente
la muerte de la cobra, el corazón de la cobra rebosante de la fuerza última de un ser que quiere vivir
le emocionó hasta tal extremo que entendió de veras los sentimientos encontrados del periodista polaco que en un chozo en mitad de un desierto lejos del lago que buscaba, sintió al tener que acabar con la vida de ese animal que se encontraba allí protegiéndose del calor asesino del mediodía africano y se encontró con la muerte a manos de un polaco perdido.
Porque nacía en las grandes ciudades de occidente
amó el cabaret, el expresionismo de la posguerra primera, la lucidez de algunos dramaturgos
y supo -o creía saber- algo que se asemejaba a una pesadilla en el teatro con la sensación de un beso de mañana cuando empezaba a andar solo y no sabía que el camino iba a ser tan agreste.
Porque nacía en las grandes ciudades de occidente
esa voz que canta
la tenuidad (si se me permite la osadía del vocablo)
el bostezo de alguien que acaba de llegar
y el ponerle nombre a las cosas (y al ponérselo, descubrirlo)
le trajeron a este día de febrero frío y hermoso como una mujer de hielo.
Porque nacía en las grandes ciudades de occidente
se permitió un brindis y una correría y le sonrió a su estrella un amanecer en una playa de una isla al este de su edén
sin saber (nunca lo supo) que jamás lo recordaría.
Así. Ahora. Escribe
se detenía ante la visión del jabalí
y quizá sofisticadamente reunía en sí la fuerza y el valor para seguir caminando por un camino que no le correspondía
(no le correspondía por la conformación de sus piernas, por la lejanía de su tobillo derecho con respecto a su función natural, por la ausencia de soleo y otras tesituras musculares harto graves de contar) mientras la mirada del jabalí se clavaba en su mirada y escuchaba la suavidad de su voz al decirle, Buenas tardes señor jabalí. Pienso seguir mi camino. Siga usted el suyo.
Porque nacía en las grandes ciudades de occidente
la muerte de la cobra, el corazón de la cobra rebosante de la fuerza última de un ser que quiere vivir
le emocionó hasta tal extremo que entendió de veras los sentimientos encontrados del periodista polaco que en un chozo en mitad de un desierto lejos del lago que buscaba, sintió al tener que acabar con la vida de ese animal que se encontraba allí protegiéndose del calor asesino del mediodía africano y se encontró con la muerte a manos de un polaco perdido.
Porque nacía en las grandes ciudades de occidente
amó el cabaret, el expresionismo de la posguerra primera, la lucidez de algunos dramaturgos
y supo -o creía saber- algo que se asemejaba a una pesadilla en el teatro con la sensación de un beso de mañana cuando empezaba a andar solo y no sabía que el camino iba a ser tan agreste.
Porque nacía en las grandes ciudades de occidente
esa voz que canta
la tenuidad (si se me permite la osadía del vocablo)
el bostezo de alguien que acaba de llegar
y el ponerle nombre a las cosas (y al ponérselo, descubrirlo)
le trajeron a este día de febrero frío y hermoso como una mujer de hielo.
Porque nacía en las grandes ciudades de occidente
se permitió un brindis y una correría y le sonrió a su estrella un amanecer en una playa de una isla al este de su edén
sin saber (nunca lo supo) que jamás lo recordaría.
Así. Ahora. Escribe
Abandónate. La frustración tenía nombre y no era el tuyo.
Escucha: frustración también es engaño (e imposibilidad).
¿Recuerdas el retrete? ¿los espejos? ¿el sonido del viento?
Rompiste la huella y te quedaste perpleja.
Sólo sentías la fuerza.
Las bragas eran fuertes.
El sostén era fuerte.
Se pueden surcar océanos una tarde
y generar tempestades tomando el té.
Tú aprendiste el olor de la naftalina.
La mañana nunca te dejó indiferente.
El frío te traía sin cuidado.
Todo consistía en hacer un mohín en el momento justo
para que la noche fuera ala de cuervo, festín de buitre.
Llorabas con la sabiduría de Eleusis
y en tu tono -el lastimero- se podían seguir los melismas del coro
que canta en los maitines a un dios desconocido.
Tu pelo negro se recogía entonces
y tus ojos castaños -él te dijo un día ojos de junco en invierno- se sometían al peso de los párpados
y recordabas, sentada frente a él una tarde de mayo de 1986,
tus obligaciones de esposa y madre mientras devorabas su boca y le llamabas cabrón.
Nada le es indiferente al cronista
(eso también lo sabías)
¿te llamabas María Luisa?
ni el color de tus uñas
ni el vestigio de la edad en la juntura de tus senos
ni la desidia amorosa ante el estado febril de tu amante;
así es que fue recogiendo de aquí y de allá retazos de tus besos
y compuso un relatato breve llamado Cinco y como subtítulo
(descomposición y retrete).
Volvamos al principio: Frustración tenía nombre.
Frustración es inutilidad y también engaño.
Escucha: frustración también es engaño (e imposibilidad).
¿Recuerdas el retrete? ¿los espejos? ¿el sonido del viento?
Rompiste la huella y te quedaste perpleja.
Sólo sentías la fuerza.
Las bragas eran fuertes.
El sostén era fuerte.
Se pueden surcar océanos una tarde
y generar tempestades tomando el té.
Tú aprendiste el olor de la naftalina.
La mañana nunca te dejó indiferente.
El frío te traía sin cuidado.
Todo consistía en hacer un mohín en el momento justo
para que la noche fuera ala de cuervo, festín de buitre.
Llorabas con la sabiduría de Eleusis
y en tu tono -el lastimero- se podían seguir los melismas del coro
que canta en los maitines a un dios desconocido.
Tu pelo negro se recogía entonces
y tus ojos castaños -él te dijo un día ojos de junco en invierno- se sometían al peso de los párpados
y recordabas, sentada frente a él una tarde de mayo de 1986,
tus obligaciones de esposa y madre mientras devorabas su boca y le llamabas cabrón.
Nada le es indiferente al cronista
(eso también lo sabías)
¿te llamabas María Luisa?
ni el color de tus uñas
ni el vestigio de la edad en la juntura de tus senos
ni la desidia amorosa ante el estado febril de tu amante;
así es que fue recogiendo de aquí y de allá retazos de tus besos
y compuso un relatato breve llamado Cinco y como subtítulo
(descomposición y retrete).
Volvamos al principio: Frustración tenía nombre.
Frustración es inutilidad y también engaño.
Cuando Hipólito decide ir en busca de su padre Teseo, Fedra ruge de pasión y le duele (duele la pasión. En los hombres duele la pasión. Duele la pasión como duelen las muelas. Duele la pasión como duele el cáncer de huesos). Y tanto le duele la pasión a Fedra que Fedra está muriendo. Pero ¿por qué muere Fedra? ¿qué pasión es la que le está carcomiendo las entrañas? ¿tan sólo que Hipólito se sacie en ella? ¿tan sólo saciarse ella en Hipólito? Hipólito que es su hijastro porque Fedra es la esposa de su padre. Hipólito que es joven y montaraz como lo fue su madre Antíope, reina de las Amazonas. Pero Hipólito no quiere ir en busca de su padre porque tema su muerte o tema que esté de nuevo batallando con un monstruo como ya batalló en el laberinto cuando dio muerte al Minotauro y pudo encontrar la salida gracias al ovillo de Ariadna que además es la hermana de Fedra. No, Hipólito quiere huir de la tierra de Trecenia porque allí está también Aricia que además de ser su prima es el único amor de su vida, es el fuego que le devora cada mañana hasta el extremo de que ya no disfruta cuando armado de su lanza y de su jabalina, guiando su carro y a sus dos briosos córceles va en busca del jabalí. Hipólito muere también de amor. (¿Se pude realmente morir de amor? ¿No es condición del amor la vida? Hasta si se entrega la vida por amor, ¿no genera más vida la vida dada? ¿Por qué se desangra entonces Hipólito? ¿Cómo llamamos a esa pasión que se desata y debilita y mata?).
Es cierto que Fedra intentó alejar al objeto de su pasión cuando se supo enamorada porque más que ese deseo mandaba en ella el deber de Estado, el deber social que la obliga, por mandato, a respetar las venerables instituciones de los hombres y es falta grave que condena a los infiernos desear al hijo del esposo por más que Teseo sea un hombre de apetito insaciable y tanto cabe que luche en estas horas contra un Titán como que luche entre las piernas de una cortesana en las cálidas costas del Asia Menor. Por eso cuando Panope -una simple criada- anuncia la muerte de Teseo, Fedra siente que los dioses la han escuchado pues ahora sí, ahora sí, ahora podría, si Hipólito quisiera, entregarse a él y ser su esposa y así le hace llamar antes de que parta y le confiesa su amor sin vergüenza alguna y esa pasión que llevaba años inscrustada en su vientre se desata en oleadas de palabras y las palabras caen como flechas envenenadas en los oídos de Hipólito que se espanta, que queda mudo, él joven y bello casado con una mujer madura, a la que nunca amó ni como segunda madre ni como esposa de su padre y menos aún como mujer. (¿Qué nos lleva a estos desafueros? ¿Qué destino nefasto, travieso como Pan, se cruza en nuestras vidas y nos hace padecer silencios, ausencias, ámbito de muerte en la mañana, eterno invierno?).
Más terrible será cuando resulte que la muerte de Teseo era falsa y que ha vuelto y ya ha arribado a puerto. Terrible la vergüenza de Fedra y horror el tan sólo pensar que Hipólito le diga a su padre las frases que ella le pronunció como una loca. Locura ahora por un amor incestuoso y por una declaración que pone en manos de quien la desdeña su honor. Sólo que ahí está Enone, su nodriza, la mujer que la cuidó desde niña. Y también en esta mujer vieja anida una pasión y esa pasión se llama Fedra. Su mente busca la solución a su deshonra y al final la encuentra y convence a su niña, a su querida niña, que será siempre niña aunque ya sea una mujer madura enamorada de un mancebo, para que acuda presta a Teseo y mienta y le diga que en cuanto su hijo Hipólito se enteró de que había muerto corrió a la alcoba de la esposa de su padre con el ansia de la juventud en su mirada y el deseo nocturnal de hacerla suya de inmediato. Fedra duda apenas. El temor al deshonor vence su pasión de enamorada y hace caso a su nodriza y envenena los oídos de su esposo que había llegado alegre al encuentro de los suyos. ¡Oh, hado fatal! ¡Dioses injustos!
La pasión de Teseo era su hijo Hipólito, su sucesor, sangre suya y sangre de la mujer a la que más amó y ahora, a su vuelta, lo encuentra traidor a su estirpe. E Hipólito noble entre los nobles, joven entre los jóvenes, sin acusar a Fedra de mentir por no deshonrar a la esposa de su padre, sí le confiesa su amor por Aricia. Teseo duda. No sabe si su hijo le engaña. Hipólito desesperado decide irse y rogará a Aricia que huya con él mientras Fedra, arrepentida o culpable, intenta interceder ante su esposo por su hijastro. No quiere oír Teseo ruegos de mujer e implora a Neptuno, amigo suyo, que vengue la afrenta que su hijo le ha hecho (¡las pasiones enredan las vidas de los hombres! ¡las pasiones ponen vendas en los ojos puros! ¡las pasiones enloquecen los estómagos, nublan la razón, acogotan los sentimientos, anulan el equilibrio, ciegan la verdad, arman la mentira, ajustan cuentas con la inocencia!
Preso de sus dudas, porque en el fondo de su alma sabe que su hijo es noble y es bueno, busca Teseo a Aricia y cuando la encuentra le insinúa las inclinaciones de Hipólito por su esposa y Aricia le insinúa el veneno que ha salido de los labios de Fedra y, sin saberlo, también Teseo ha envenenado el alma de Fedra al contarle la pasión que su hijo siente por Aricia y ese veneno que ya es mortal se volcará contra Enone, su nodriza, la urdidora de la gran tempestad que se abate sobre los habitantes del palacio de Trecenia. Presa de un dolor insoportable, Enone se arrebata la vida lanzándose desde los acantilados al ponto verde y de ese mismo mar saldrá un monstruo -atendidos por Neptuno los ruegos de Teseo- que acabará con la vida de Hipólito. Será Terámenes, ayo del joven, quien le contará a Teseo la muerte heróica de su hijo y Fedrá morirá envenenada por sí misma y quedarán desolados, tras conocer la verdad, Teseo y Aricia en un palacio que conoció el amor y conoció la pasión y conoció la ira y conoció el silencio de los dioses ante la decisión de los hombres sobre lo que es justo o injusto. Y aún resuena en el Peloponeso el verso que el poeta puso en labios de Fedra: Todo me aflige, me hiere y se conjura para herirme.
Es cierto que Fedra intentó alejar al objeto de su pasión cuando se supo enamorada porque más que ese deseo mandaba en ella el deber de Estado, el deber social que la obliga, por mandato, a respetar las venerables instituciones de los hombres y es falta grave que condena a los infiernos desear al hijo del esposo por más que Teseo sea un hombre de apetito insaciable y tanto cabe que luche en estas horas contra un Titán como que luche entre las piernas de una cortesana en las cálidas costas del Asia Menor. Por eso cuando Panope -una simple criada- anuncia la muerte de Teseo, Fedra siente que los dioses la han escuchado pues ahora sí, ahora sí, ahora podría, si Hipólito quisiera, entregarse a él y ser su esposa y así le hace llamar antes de que parta y le confiesa su amor sin vergüenza alguna y esa pasión que llevaba años inscrustada en su vientre se desata en oleadas de palabras y las palabras caen como flechas envenenadas en los oídos de Hipólito que se espanta, que queda mudo, él joven y bello casado con una mujer madura, a la que nunca amó ni como segunda madre ni como esposa de su padre y menos aún como mujer. (¿Qué nos lleva a estos desafueros? ¿Qué destino nefasto, travieso como Pan, se cruza en nuestras vidas y nos hace padecer silencios, ausencias, ámbito de muerte en la mañana, eterno invierno?).
Más terrible será cuando resulte que la muerte de Teseo era falsa y que ha vuelto y ya ha arribado a puerto. Terrible la vergüenza de Fedra y horror el tan sólo pensar que Hipólito le diga a su padre las frases que ella le pronunció como una loca. Locura ahora por un amor incestuoso y por una declaración que pone en manos de quien la desdeña su honor. Sólo que ahí está Enone, su nodriza, la mujer que la cuidó desde niña. Y también en esta mujer vieja anida una pasión y esa pasión se llama Fedra. Su mente busca la solución a su deshonra y al final la encuentra y convence a su niña, a su querida niña, que será siempre niña aunque ya sea una mujer madura enamorada de un mancebo, para que acuda presta a Teseo y mienta y le diga que en cuanto su hijo Hipólito se enteró de que había muerto corrió a la alcoba de la esposa de su padre con el ansia de la juventud en su mirada y el deseo nocturnal de hacerla suya de inmediato. Fedra duda apenas. El temor al deshonor vence su pasión de enamorada y hace caso a su nodriza y envenena los oídos de su esposo que había llegado alegre al encuentro de los suyos. ¡Oh, hado fatal! ¡Dioses injustos!
La pasión de Teseo era su hijo Hipólito, su sucesor, sangre suya y sangre de la mujer a la que más amó y ahora, a su vuelta, lo encuentra traidor a su estirpe. E Hipólito noble entre los nobles, joven entre los jóvenes, sin acusar a Fedra de mentir por no deshonrar a la esposa de su padre, sí le confiesa su amor por Aricia. Teseo duda. No sabe si su hijo le engaña. Hipólito desesperado decide irse y rogará a Aricia que huya con él mientras Fedra, arrepentida o culpable, intenta interceder ante su esposo por su hijastro. No quiere oír Teseo ruegos de mujer e implora a Neptuno, amigo suyo, que vengue la afrenta que su hijo le ha hecho (¡las pasiones enredan las vidas de los hombres! ¡las pasiones ponen vendas en los ojos puros! ¡las pasiones enloquecen los estómagos, nublan la razón, acogotan los sentimientos, anulan el equilibrio, ciegan la verdad, arman la mentira, ajustan cuentas con la inocencia!
Preso de sus dudas, porque en el fondo de su alma sabe que su hijo es noble y es bueno, busca Teseo a Aricia y cuando la encuentra le insinúa las inclinaciones de Hipólito por su esposa y Aricia le insinúa el veneno que ha salido de los labios de Fedra y, sin saberlo, también Teseo ha envenenado el alma de Fedra al contarle la pasión que su hijo siente por Aricia y ese veneno que ya es mortal se volcará contra Enone, su nodriza, la urdidora de la gran tempestad que se abate sobre los habitantes del palacio de Trecenia. Presa de un dolor insoportable, Enone se arrebata la vida lanzándose desde los acantilados al ponto verde y de ese mismo mar saldrá un monstruo -atendidos por Neptuno los ruegos de Teseo- que acabará con la vida de Hipólito. Será Terámenes, ayo del joven, quien le contará a Teseo la muerte heróica de su hijo y Fedrá morirá envenenada por sí misma y quedarán desolados, tras conocer la verdad, Teseo y Aricia en un palacio que conoció el amor y conoció la pasión y conoció la ira y conoció el silencio de los dioses ante la decisión de los hombres sobre lo que es justo o injusto. Y aún resuena en el Peloponeso el verso que el poeta puso en labios de Fedra: Todo me aflige, me hiere y se conjura para herirme.
Por una cuestión de higiene mental voy a abandonar durante meses (espero que años incluso espero que para siempre. Lo malo es que muchas veces pienso lo mismo y soy tan inconstante [casi tanto, tanto como mi caminar] que quizá me vea mañana escribiendo sobre lo que abandono hoy) comentario alguno sobre lo que los medios de comunicación llaman política.
Eso es todo con respecto al tema.
Eso es todo con respecto al tema.
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Ensayo
Tags : Meditación sobre las formas de interpretar Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 19/02/2016 a las 13:12 | {0}