Testamento literario de Ernesto Sabato el cual murió ayer a los 99 años de edad en la mítica ciudad de Buenos Aires. Editado por Seix Barral.
Siempre recordaré el impacto que provocaron en mi juventud dos de sus obras: El Túnel y Sobre Héroes y Tumbas.
Y cuánto me emocionó, en mi madurez, este librito -La Resistencia- lleno de anhelos, decepciones y esperanzas.
El hermoso consuelo de encontrar el mundo en un alma, de abrazar a mi especie en una criatura amiga.
F. Hölderlin
HAY DÍAS en que me levanto con una esperanza demencial, momentos en los que siento que las posibilidades de una vida más humana están al alcance de nuestras manos. Éste es uno de esos días.
Y, entonces, me he puesto a escribir casi a tientas en la madrugada, con urgencia, como quien saliera a la calle a pedir ayuda ante la amenaza de un incendio, o como un barco que, a punto de desaparecer, hiciera una última y ferviente seña a un puerto que sabe cercano pero ensordecido por el ruido de la ciudad y por la cantidad de letreros que le enturbian la mirada.
Les pido que nos detengamos a pensar en la grandeza a la que todavía podemos aspirar si nos atrevemos a valorar la vida de otra manera. Les pido ese coraje que nos sitúa en la verdadera dimensión del hombre. Todos, una y otra vez, nos doblegamos. Pero hay algo que no falla y es la convicción de que -únicamente- los valores del espíritu nos pueden salvar de este terremoto que amenaza la condición humana.
Mientras les escribo, me he detenido a palpar una rústica talla que me regalaron los tobas y que me trajo, como un rayo a mi memoria, una exposición "virtual" que me mostraron ayer en una computadora, que debo reconocer que me pareció cosa de Mandinga. Porque a medida que nos relacionamos de manera abstracta, más nos alejamos del corazón de las cosas y una indiferencia metafísica se adueña de nosotros mientras toman poder entidades sin sangre ni nombres propios. Trágicamente, el hombre está perdiendo el diálogo con los demás y el reconocimiento del mundo que lo rodea, siendo que es allí donde se dan el encuentro, la posibilidad del amor, los gestos supremos de la vida. Las palabras de la mesa, incluso las discusiones o los enojos, parecen ya reemplazadas por la visión hipnótica. La televisión nos tantaliza. Quedamos como prendados de ella. Este efecto entre mágico y maléfico es obra, creo, del exceso de la luz que con su intensidad nos toma. No puedo menos que recordar ese mismo efecto que produce en los insectos y aun en los grandes animales. Y entonces, no sólo nos cuesta abandonarla, sino que también perdemos la capacidad para mirar y ver lo cotidiano. Una calle con enorme tipas, unos ojos candorosos en la cara de una mujer vieja, las nubes de un atardecer. La floración del aromo en pleno invierno no llama la atención a quienes no llegan ni a gozar de las jacarandás en Buenos Aires. Muchas veces me ha sorprendido cómo vemos mejor los paisajes en las películas que en la realidad.
F. Hölderlin
HAY DÍAS en que me levanto con una esperanza demencial, momentos en los que siento que las posibilidades de una vida más humana están al alcance de nuestras manos. Éste es uno de esos días.
Y, entonces, me he puesto a escribir casi a tientas en la madrugada, con urgencia, como quien saliera a la calle a pedir ayuda ante la amenaza de un incendio, o como un barco que, a punto de desaparecer, hiciera una última y ferviente seña a un puerto que sabe cercano pero ensordecido por el ruido de la ciudad y por la cantidad de letreros que le enturbian la mirada.
Les pido que nos detengamos a pensar en la grandeza a la que todavía podemos aspirar si nos atrevemos a valorar la vida de otra manera. Les pido ese coraje que nos sitúa en la verdadera dimensión del hombre. Todos, una y otra vez, nos doblegamos. Pero hay algo que no falla y es la convicción de que -únicamente- los valores del espíritu nos pueden salvar de este terremoto que amenaza la condición humana.
Mientras les escribo, me he detenido a palpar una rústica talla que me regalaron los tobas y que me trajo, como un rayo a mi memoria, una exposición "virtual" que me mostraron ayer en una computadora, que debo reconocer que me pareció cosa de Mandinga. Porque a medida que nos relacionamos de manera abstracta, más nos alejamos del corazón de las cosas y una indiferencia metafísica se adueña de nosotros mientras toman poder entidades sin sangre ni nombres propios. Trágicamente, el hombre está perdiendo el diálogo con los demás y el reconocimiento del mundo que lo rodea, siendo que es allí donde se dan el encuentro, la posibilidad del amor, los gestos supremos de la vida. Las palabras de la mesa, incluso las discusiones o los enojos, parecen ya reemplazadas por la visión hipnótica. La televisión nos tantaliza. Quedamos como prendados de ella. Este efecto entre mágico y maléfico es obra, creo, del exceso de la luz que con su intensidad nos toma. No puedo menos que recordar ese mismo efecto que produce en los insectos y aun en los grandes animales. Y entonces, no sólo nos cuesta abandonarla, sino que también perdemos la capacidad para mirar y ver lo cotidiano. Una calle con enorme tipas, unos ojos candorosos en la cara de una mujer vieja, las nubes de un atardecer. La floración del aromo en pleno invierno no llama la atención a quienes no llegan ni a gozar de las jacarandás en Buenos Aires. Muchas veces me ha sorprendido cómo vemos mejor los paisajes en las películas que en la realidad.
Rayos de sol y una pieza de Erik Satie. Azuladas bajo la piel pálida corren sus venas que parecen transportar una sangre con potencias de estrellas muy lejanas y aroma de almendras. Si se traslada de una lengua a otra, las variaciones de los sonidos suspenden en el aire gotitas de anís. Si escucho, en la noche, un gemido suyo (gemido de sueño inalcanzable, muselina su garganta, vaivén de recuerdos de la infancia, la luna llena, la barra del bar primero, su gesto embriagado en la azotea de un edificio frente al mar, su lento caminar que se encamina hacia la entrada de un cementerio bajo un cielo sereno como es la muerte de los muertos, su espalda junto a la estatua de Federico, una vuelta a sus cabellos lacios y rubios ricos en matices, rubios como el sonido de la playa de Ohma, su ropa interior delicada como el corazón de las gacelas, aquéllas evocadas en los lejanos cuentos orientales, su mirada perdida en una evocación trágica, la larga y hermosísima conversación edificada sobre la verdad sin reproches ni lamentos ni quejas sino como elevación de la vida verdadera la que se vive para ser amada y los silencios posteriores con algo de Martini rojo y clara con limón) aviva en mí la etérea conformación de la existencia en nada pasajera y siempre transitando. Un paseo, una acera, una sonrisa a la vera de una ilusión de monumentos con langosta, la ceñida ante los vientos enemigos, la deriva por un mar hondísimo hasta llegar a la calle Corrientes donde Madame L. será feliz y mirará las calles de Buenos Aires con su mirada entre verde y gris donde se dejará llevar por el acento porteño y una noche, entre tangos y halagos, sabrá por qué está allí y reirá con su risa más infantil la que le surge de la suavidad de su piel y la certeza de su fatum. O arriba de la escalera en la hermosa construcción de la T4 mientras se mantiene hasta que desaparezco y yo asiento con mi torpe caminar el seguro paso que entre los dos vamos dando.
Evoco su figura frente a un acantilado, el viento pega a su cuerpo su traje, sus cabellos -como rayos de sol- se expanden, su mirada fija en el horizonte busca la otra mitad de su mundo, sus brazos abrazan su vientre que dio el fruto amado de un hijo sagaz, sus piernas se mantienen firmes entre la violencia y el humor -secreto pasadizo por donde el dolor huye, transformación súbita del llanto en risa, comunión brutal entre el ansia de vivir y la obligación de morir-.
Evoco su figura frente a un acantilado, el viento pega a su cuerpo su traje, sus cabellos -como rayos de sol- se expanden, su mirada fija en el horizonte busca la otra mitad de su mundo, sus brazos abrazan su vientre que dio el fruto amado de un hijo sagaz, sus piernas se mantienen firmes entre la violencia y el humor -secreto pasadizo por donde el dolor huye, transformación súbita del llanto en risa, comunión brutal entre el ansia de vivir y la obligación de morir-.
Algún día
sí
algún día
Me llamarán por mi nombre
Me explicarán lo inexplicable
Me arrullarán las razones
Algún día
sonará la trompeta de Jericó
vendrá un aire limpio a ensuciarlo todo
como ocurre con los trapos y el polvo.
Algún día
sí
algún día
un aspaviento significará
un destello será toda la luz
y viajaré dormido sin esperar del paisaje
una belleza que en nada me atañe.
Algún día
entenderé
sí
algún día
entenderé
Como se construye el presente
así lo entenderé
Como la ausencia es todo
así lo entenderé
Como nada tiene razón
así lo entenderé.
Algún día
sí
algún día
la comedia
la comedia
LA COMEDIAAAAAA
(que debe de ser muy, muy fundamental)
A Caroline Lahougue que en ocasiones lee quejas en este blog
Diccionario de Autoridades
Queja. f.s. Expresión de dolór, pena o sentimiento. Lat. Quereja. Querimonia. Questus. BARBAD. Cab, perf. f. 9: Porque con ellas injuriamos al cielo, a quien debiendo gracias, demos quejas. JAUREG. Pharfal, lib. 3: Esforzad quejas, lastimad el viento.
Queja: Se llama también el sentimiento que se tiene de algún agravio , injuria, menosprecio o desáire. Lat. Querimonia. GUEV. Epis. a D. Pedro de Acuña. Formais contra mí una mui gran queja, diciendo que há un año que no os vi. LOP. Arcad. f. 58. Que á quien la envidia dexa,/ de amigo ni enemigo tiene queja.
Queja. En lo forense vale lo mismo que querella. Recop. lib. 2. tit.21. l.6.. Los escribanos del crimen de los alcaldes de las chancillerías lleven de la queja que se diere de palabra, doce maravedís.
Quejarse. v.r. Explicar con la voz o el dolór ò pena que se siente. Es formado del nombre queja. Lat. Queri, Conqueri, Lamentari. LOP. Arcad. f.20. Yo descanso el rato que me quejo, y muero el que disimúlo. VALDIV. Sagrar. lib.3. Oct. 40. Quéjese el rey y la ciudad se queje/ que no admito sus glorias enemigas.
Quejarse. vale también dar à entender la queja o sentimiento que se tiene de otro. Lat. Querelas facere. Querimoniam jaètare. SAAV. Empre. 27.. Claudio se quejó al Senado de que se admitieran las supersticiones extrangéras.
Quejarse. Significa también lo mismo que querellarse.
Quejarse de vicio. Phrase que vale sentirse u dolerse con pequeño motivo, u de lo que no debe. Lat. De nihilo questus ciere. In puticis morsu clamare.
Quejicoso, sa. adj. El que se queja demasiadamente, y las más veces sin causa, con melindre y afectación. Lat. Facilè querelus, queribundus. NIEREME. Epistola. 15. Son mal sufridos y quejicósos, tienen themas, y pundonóres vanos.
Quejido. s. m. Voz lastimosa de algún dolor o pena, que aflige y atormenta. Lat. Questus. Gemitus. ANT. PER. Cart. part. 1. cart. 134.. Que los trabajos me han reducido a estado de niño, en los quejidos, y en el término de hablar. PIC. JUST. f.85. Una veces decía oy oy: otras decía, ay, ay, con unos quejidos tales que parecía que verdaderamente la robaban.
Quejosissimo, ma. adj. superl. Mui quejoso. Lat. Valdè queribundus. LOP. Arcad. f.20. Ya te parecerá a ti... que soi yo el favorecido y el quejóso.
Quejumbre s.m. Lo mismo que queja. Es voz antiquada. CHRON. GEN. part. 4. cap. 3. Mas para esto hacer bien, ha menester que lo tengamos en gran poridad, è que non demos à entender que ninguna quejumbre habemos de él.
Quejumbroso, sa. Delicado y que de todo forma queja. Es voz de poco uso. Lat. Facile queribundus. AMAY. Deseng. cap. 16. Por ser la condición de los convidados delicadísima y quejumbrósa.
Quejura. s.f. Priessa o acceleración congojosa. Trahen esta voz Nebrija y el P. Alcalá en sus Vocabularios pero no tiene uso. Lat. Inflantia. Properatio.
Y así espero que si la queja es expresar en la escritura un dolor o una pena, bienvenida sea la crítica pues al igual que se puede expresar la alegría también tienen derecho los desaires y dolores viejos a expresarse. Pero si la queja por la queja viene porque lo escrito sea quejumbroso o quejosissimo o quejicoso, entonces habré de someterme a examen de conciencia y ver de arreglar tan descomunal desaguisado. Pues me parece a mí que semejante característica pertenece más a espíritu miserable que a alma sensible.
Queja. f.s. Expresión de dolór, pena o sentimiento. Lat. Quereja. Querimonia. Questus. BARBAD. Cab, perf. f. 9: Porque con ellas injuriamos al cielo, a quien debiendo gracias, demos quejas. JAUREG. Pharfal, lib. 3: Esforzad quejas, lastimad el viento.
Queja: Se llama también el sentimiento que se tiene de algún agravio , injuria, menosprecio o desáire. Lat. Querimonia. GUEV. Epis. a D. Pedro de Acuña. Formais contra mí una mui gran queja, diciendo que há un año que no os vi. LOP. Arcad. f. 58. Que á quien la envidia dexa,/ de amigo ni enemigo tiene queja.
Queja. En lo forense vale lo mismo que querella. Recop. lib. 2. tit.21. l.6.. Los escribanos del crimen de los alcaldes de las chancillerías lleven de la queja que se diere de palabra, doce maravedís.
Quejarse. v.r. Explicar con la voz o el dolór ò pena que se siente. Es formado del nombre queja. Lat. Queri, Conqueri, Lamentari. LOP. Arcad. f.20. Yo descanso el rato que me quejo, y muero el que disimúlo. VALDIV. Sagrar. lib.3. Oct. 40. Quéjese el rey y la ciudad se queje/ que no admito sus glorias enemigas.
Quejarse. vale también dar à entender la queja o sentimiento que se tiene de otro. Lat. Querelas facere. Querimoniam jaètare. SAAV. Empre. 27.. Claudio se quejó al Senado de que se admitieran las supersticiones extrangéras.
Quejarse. Significa también lo mismo que querellarse.
Quejarse de vicio. Phrase que vale sentirse u dolerse con pequeño motivo, u de lo que no debe. Lat. De nihilo questus ciere. In puticis morsu clamare.
Quejicoso, sa. adj. El que se queja demasiadamente, y las más veces sin causa, con melindre y afectación. Lat. Facilè querelus, queribundus. NIEREME. Epistola. 15. Son mal sufridos y quejicósos, tienen themas, y pundonóres vanos.
Quejido. s. m. Voz lastimosa de algún dolor o pena, que aflige y atormenta. Lat. Questus. Gemitus. ANT. PER. Cart. part. 1. cart. 134.. Que los trabajos me han reducido a estado de niño, en los quejidos, y en el término de hablar. PIC. JUST. f.85. Una veces decía oy oy: otras decía, ay, ay, con unos quejidos tales que parecía que verdaderamente la robaban.
Quejosissimo, ma. adj. superl. Mui quejoso. Lat. Valdè queribundus. LOP. Arcad. f.20. Ya te parecerá a ti... que soi yo el favorecido y el quejóso.
Quejumbre s.m. Lo mismo que queja. Es voz antiquada. CHRON. GEN. part. 4. cap. 3. Mas para esto hacer bien, ha menester que lo tengamos en gran poridad, è que non demos à entender que ninguna quejumbre habemos de él.
Quejumbroso, sa. Delicado y que de todo forma queja. Es voz de poco uso. Lat. Facile queribundus. AMAY. Deseng. cap. 16. Por ser la condición de los convidados delicadísima y quejumbrósa.
Quejura. s.f. Priessa o acceleración congojosa. Trahen esta voz Nebrija y el P. Alcalá en sus Vocabularios pero no tiene uso. Lat. Inflantia. Properatio.
Y así espero que si la queja es expresar en la escritura un dolor o una pena, bienvenida sea la crítica pues al igual que se puede expresar la alegría también tienen derecho los desaires y dolores viejos a expresarse. Pero si la queja por la queja viene porque lo escrito sea quejumbroso o quejosissimo o quejicoso, entonces habré de someterme a examen de conciencia y ver de arreglar tan descomunal desaguisado. Pues me parece a mí que semejante característica pertenece más a espíritu miserable que a alma sensible.
Negar la evidencia tiene sus dificultades. Por ejemplo: espero y dejo pasar estos minutos en los que espero. Lo sé y aún así pasa. Es una evidencia.
Es tedioso negar las corrientes mayoritarias de pensamiento. Porque son mayoritarias. Aún así, de vez en cuando, me surge la gana de discutir principios axiomáticos. En el mundo de las masas -porque en nosotros habita a un mismo tiempo el individuo y la masa- lo importante es la repetición del mensaje. Y cuanto más acorde con la corriente general del pensamiento, mejor.
En un programa de televisión apareció un científico que ha creado una colección de libros que se llama Vaya Timo, en la cual -desde el punto de vista científico- pone en solfa desde los ovnis, la homeopatía, las brujas, los espíritus, la astrología, en fin, todo aquello que escapa del mundo de la lógica. Y es tan evidente que desde un método se puede negar cualquier otro que no cumpla sus reglas que es casi de catón.
La corriente general de pensamiento actual es el método científico (véase si no todos los productos que se venden en base a la sacrosanta idea de que está demostrado científicamente).
Fumar es malo. Y nadie puede desdecir este principio, excepto cuando se puede desdecir. Caso ejemplar es el que, con la nueva ley antitabaco en España, se nos ofrece: la prohibición de fumar no se aplicará en dos recintos: los manicomios y las cárceles. En los manicomios y en las cárceles se puede fumar.
Si yo esgrimiera una razón (a lo mejor esgrimo más) diría que el tabaco es un calmante (y anda que no venden ansiolíticos en las farmacias que te pueden fastidiar hígados, riñones y lactancias, a la par que muchas veces no sirven para nada). Fumar aligera de la vida porque la escenifica en humo y el humo es leve y se eleva y fluye y desaparece y esa sucesión de estados del humo provoca en quien la provoca una suerte de levedad que puede evitar, por ejemplo, el cáncer de gónadas. Cuál no será la potencia del fumeque que se permite ejercerla en las cárceles so riesgo de un motín. Las autoridades saben esto y saben que si lo prohibieran en el lugar por excelencia de la prohibición, los que arderían no serían los cigarrillos sino los muros de la prisión.
Fumar muestra la fugacidad de la vida. Y además -en cuanto a estética- tiene la suavidad de la veladura, la memoria de la succión de la teta (tanto para mujeres como para hombres. Ambos sexos nos nutrimos del mismo pecho y a ambos el destete nos fastidia una barbaridad), el guiño de los ojos y el movimiento suave de los labios.
La prohibición de fumar no tiene por principio la salud de los individuos -hasta ahí podíamos llegar: que el poder se inmiscuya en lo quiera hacer cada uno con su cuerpo- sino el saneamiento de sus cuentas públicas. Porque es cierto que en algunos individuos el fumar provoca efectos nada deseables (sobre todo en aquellos que llevan el placer a la adicción) que le cuestan unos cuantos quirófanos a la sanidad pública. Pero si por cuestión de humos tóxicos fuera, los próceres de la higiene y la salubridad han empezado desde luego con los humos más chiquitos.
Se podría rastrear el uso del tabaco en las culturas precolombinas como se puede rastrear la huella que nos dice que todo tipo de religión proviene de la embriaguez pero claro, ¡va de retro, Satanás!, en un mundo tan mojigato -a la mojigatería se le llama ahora lo políticamente correcto que no es más que un eufemismo- no se puede decir que Dios venga de la ebriedad primera de Adán y Eva con la consiguiente orgía. Se podría rastrear, decía, el consumo de lo que se convierte en humo y descubriríamos que esa actividad humana tiene como fin la paz del alma. Vamos que el Dalai Lama podría aconsejar el uso del tabaco.
Cuando el trasplante total de pulmones y sistema vascular se pueda llevar a cabo -no se tardará mucho- los poderes públicos se quedarán sin argumentos. Por eso están atacando ahora con todas sus fuerzas el uso y disfrute del tabaco, para que cuando llegue el momento sólo unos cuantos acérrimos enamorados de las metáforas sigan convirtiendo el tiempo en volutas de humo que se elevan y suavemente desaparecen en el anchuroso universo... como el vivir. Vale (que en la época de Miguel de Cervantes significaba: Fin).
Es tedioso negar las corrientes mayoritarias de pensamiento. Porque son mayoritarias. Aún así, de vez en cuando, me surge la gana de discutir principios axiomáticos. En el mundo de las masas -porque en nosotros habita a un mismo tiempo el individuo y la masa- lo importante es la repetición del mensaje. Y cuanto más acorde con la corriente general del pensamiento, mejor.
En un programa de televisión apareció un científico que ha creado una colección de libros que se llama Vaya Timo, en la cual -desde el punto de vista científico- pone en solfa desde los ovnis, la homeopatía, las brujas, los espíritus, la astrología, en fin, todo aquello que escapa del mundo de la lógica. Y es tan evidente que desde un método se puede negar cualquier otro que no cumpla sus reglas que es casi de catón.
La corriente general de pensamiento actual es el método científico (véase si no todos los productos que se venden en base a la sacrosanta idea de que está demostrado científicamente).
Fumar es malo. Y nadie puede desdecir este principio, excepto cuando se puede desdecir. Caso ejemplar es el que, con la nueva ley antitabaco en España, se nos ofrece: la prohibición de fumar no se aplicará en dos recintos: los manicomios y las cárceles. En los manicomios y en las cárceles se puede fumar.
Si yo esgrimiera una razón (a lo mejor esgrimo más) diría que el tabaco es un calmante (y anda que no venden ansiolíticos en las farmacias que te pueden fastidiar hígados, riñones y lactancias, a la par que muchas veces no sirven para nada). Fumar aligera de la vida porque la escenifica en humo y el humo es leve y se eleva y fluye y desaparece y esa sucesión de estados del humo provoca en quien la provoca una suerte de levedad que puede evitar, por ejemplo, el cáncer de gónadas. Cuál no será la potencia del fumeque que se permite ejercerla en las cárceles so riesgo de un motín. Las autoridades saben esto y saben que si lo prohibieran en el lugar por excelencia de la prohibición, los que arderían no serían los cigarrillos sino los muros de la prisión.
Fumar muestra la fugacidad de la vida. Y además -en cuanto a estética- tiene la suavidad de la veladura, la memoria de la succión de la teta (tanto para mujeres como para hombres. Ambos sexos nos nutrimos del mismo pecho y a ambos el destete nos fastidia una barbaridad), el guiño de los ojos y el movimiento suave de los labios.
La prohibición de fumar no tiene por principio la salud de los individuos -hasta ahí podíamos llegar: que el poder se inmiscuya en lo quiera hacer cada uno con su cuerpo- sino el saneamiento de sus cuentas públicas. Porque es cierto que en algunos individuos el fumar provoca efectos nada deseables (sobre todo en aquellos que llevan el placer a la adicción) que le cuestan unos cuantos quirófanos a la sanidad pública. Pero si por cuestión de humos tóxicos fuera, los próceres de la higiene y la salubridad han empezado desde luego con los humos más chiquitos.
Se podría rastrear el uso del tabaco en las culturas precolombinas como se puede rastrear la huella que nos dice que todo tipo de religión proviene de la embriaguez pero claro, ¡va de retro, Satanás!, en un mundo tan mojigato -a la mojigatería se le llama ahora lo políticamente correcto que no es más que un eufemismo- no se puede decir que Dios venga de la ebriedad primera de Adán y Eva con la consiguiente orgía. Se podría rastrear, decía, el consumo de lo que se convierte en humo y descubriríamos que esa actividad humana tiene como fin la paz del alma. Vamos que el Dalai Lama podría aconsejar el uso del tabaco.
Cuando el trasplante total de pulmones y sistema vascular se pueda llevar a cabo -no se tardará mucho- los poderes públicos se quedarán sin argumentos. Por eso están atacando ahora con todas sus fuerzas el uso y disfrute del tabaco, para que cuando llegue el momento sólo unos cuantos acérrimos enamorados de las metáforas sigan convirtiendo el tiempo en volutas de humo que se elevan y suavemente desaparecen en el anchuroso universo... como el vivir. Vale (que en la época de Miguel de Cervantes significaba: Fin).
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Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 01/05/2011 a las 13:07 | {0}