Un folletín cibernético
Capítulo 1. DESPEDIDA y GUERRA
El teniente Alfred Coustom estaba en su apartamento, cerca del cuartel de los Ejércitos Aliados. El barrio donde vivía era de casas bajas con una mayoría de vietnamitas y laosianos. Tras un par de años viviendo allí se había acostumbrado a cocinar con boj y a pedir los alimentos en los idiomas de los tenderos. Desde niño había tenido buen oído para las lenguas y, sin quererlo, ese don marcó su vida. No ingresó en el ejército por propia voluntad sino que tras la crisis del Octubre Letón, cuando el planeta estuvo a punto de caer en el caos, fue buscado por el ejército de su país, Nueva Zelanda, para que creara una élite de lingüistas y expertos en idiomas y evitar de este modo que, en las conversaciones de paz que se iniciarían seis meses más tarde, no se volvieran a producir errores en la traslación de un idioma a otro los cuales habían sido la causa (quizá la excusa) de la crisis del Octubre Letón.
Hasta ese momento Alfred Coustom se dedicaba a la enseñanza del inglés en una escuela de Christchurch en la rica región de Canterbury. Era un joven algo esmirriado, con gafas de miope y por lo tanto con una mirada intensa de sus ojos verdes. Sus manos eran de una delicadeza femenina y su piel era blanca como el mármol blanco. Tenía un color de voz muy hermoso que evocaba, al escucharle, a los viejos trovadores que recorrieron Europa cuando, según dicen, el mundo era más inocente. Su timidez le dolía porque tenía un gran vigor -como todo joven por otra parte- sexual que él confundía con profundos e imposibles amores y así se le solía ver mohíno por las calles de Christchurch, las cuales, por cierto, frecuentaba poco. Por eso cuando llamaron a su puerta un par de oficiales del ejército newzelandés y le hicieron la oferta de un cambio de vida tan radical, en la cual, además, tendría un puesto de responsabilidad y un buen salario, no lo dudó y a los quince días se trasladó a la base de reclutamiento de los Ejércitos Aliados en Cádiz, España, y allí comenzó su instrucción militar para luego ser trasladado a Bruselas donde tenía su base el Cuerpo de Expertos en Idiomas del Mundo (el C.E.I.M.). Durante la conferencia de paz en la que los ejércitos del mundo decidieron aliarse por un periodo de cinco años, conoció a la capitana Julia Bulagua. Él se enamoró, claro, pensando que ese amor sería como todos: platónico. No fue así porque a la capitana le gustaban los tímidos y en una noche de invierno, en la rue de la Vierge Noire, en la habitación 323 de un hotel de 90 € la noche, el ya teniente Alfred Coustom perdió la virginidad y un poquito de su timidez. Por supuesto no se lo reconoció a Julia, de hecho, aún no se lo ha dicho. Y fue este primer amor (o encuentro sexual que nunca se sabe dónde se encuentra el límite) el que le llevó a alistarse, cumplida su misión en la Conferencia de Paz, en la unidad de la capitana Julia Bulagua perteneciente al IV Batallón Aeroespacial de los Ejércitos Aliados. Todo lo antedicho nos ha hecho falta para explicar que el teniente Alfred Coustom no era un soldado de vocación y que, ante la misión que les había esbozado su capitana, estaba sencillamente aterrorizado.
Todo tímido es en el fondo calculador y avaro de sí. Él había deducido que si todos los ejércitos del mundo se habían aliado, era imposible participar en batalla alguna y por eso le fue tan fácil aceptar formar parte de un cuerpo de élite donde se necesitaban sus conocimientos. Ahora, mientras esperaba la llegada de su amante, apenas podía mantenerse en pie. Pronto darían las cinco y ella llamaría a la puerta. La puntualidad de Julia era proverbial.
Hasta ese momento Alfred Coustom se dedicaba a la enseñanza del inglés en una escuela de Christchurch en la rica región de Canterbury. Era un joven algo esmirriado, con gafas de miope y por lo tanto con una mirada intensa de sus ojos verdes. Sus manos eran de una delicadeza femenina y su piel era blanca como el mármol blanco. Tenía un color de voz muy hermoso que evocaba, al escucharle, a los viejos trovadores que recorrieron Europa cuando, según dicen, el mundo era más inocente. Su timidez le dolía porque tenía un gran vigor -como todo joven por otra parte- sexual que él confundía con profundos e imposibles amores y así se le solía ver mohíno por las calles de Christchurch, las cuales, por cierto, frecuentaba poco. Por eso cuando llamaron a su puerta un par de oficiales del ejército newzelandés y le hicieron la oferta de un cambio de vida tan radical, en la cual, además, tendría un puesto de responsabilidad y un buen salario, no lo dudó y a los quince días se trasladó a la base de reclutamiento de los Ejércitos Aliados en Cádiz, España, y allí comenzó su instrucción militar para luego ser trasladado a Bruselas donde tenía su base el Cuerpo de Expertos en Idiomas del Mundo (el C.E.I.M.). Durante la conferencia de paz en la que los ejércitos del mundo decidieron aliarse por un periodo de cinco años, conoció a la capitana Julia Bulagua. Él se enamoró, claro, pensando que ese amor sería como todos: platónico. No fue así porque a la capitana le gustaban los tímidos y en una noche de invierno, en la rue de la Vierge Noire, en la habitación 323 de un hotel de 90 € la noche, el ya teniente Alfred Coustom perdió la virginidad y un poquito de su timidez. Por supuesto no se lo reconoció a Julia, de hecho, aún no se lo ha dicho. Y fue este primer amor (o encuentro sexual que nunca se sabe dónde se encuentra el límite) el que le llevó a alistarse, cumplida su misión en la Conferencia de Paz, en la unidad de la capitana Julia Bulagua perteneciente al IV Batallón Aeroespacial de los Ejércitos Aliados. Todo lo antedicho nos ha hecho falta para explicar que el teniente Alfred Coustom no era un soldado de vocación y que, ante la misión que les había esbozado su capitana, estaba sencillamente aterrorizado.
Todo tímido es en el fondo calculador y avaro de sí. Él había deducido que si todos los ejércitos del mundo se habían aliado, era imposible participar en batalla alguna y por eso le fue tan fácil aceptar formar parte de un cuerpo de élite donde se necesitaban sus conocimientos. Ahora, mientras esperaba la llegada de su amante, apenas podía mantenerse en pie. Pronto darían las cinco y ella llamaría a la puerta. La puntualidad de Julia era proverbial.
AVISO: no es poesía
El pie izquierdo obrero
El derecho elegante como amante tísica
La oscuridad sin fondo
¡Bailad, bailad niños!
La pasarela de los ejercicios ( circa 1962-1970)
marcadas las huellas del pie izquierdo en verde
y en blanco las del derecho sobre un fondo negro.
¡Bailad, bailad niños!
El patio de la escuela
los suspensos en el cuaderno de notas
el miedo a los viernes
¡Bailad, bailad niños!
La soledad no era eso
una tarde frente a un libro
el reposo o la escayola
¡Bailad, bailad niños!
Cuánto me habéis dado piernas
asimétricas
¡os amo como a la torpeza del primer amar!
¡Bailad, bailad niños!
Mis musas
mis buscadoras de ideas
mis remos para el Otro Mundo
¡Bailad, bailad niños!
Piernas y pies míos
¡cuánto nos hemos caído!
Y seguimos vivos
¡Bailad, bailad niños!
El derecho elegante como amante tísica
La oscuridad sin fondo
¡Bailad, bailad niños!
La pasarela de los ejercicios ( circa 1962-1970)
marcadas las huellas del pie izquierdo en verde
y en blanco las del derecho sobre un fondo negro.
¡Bailad, bailad niños!
El patio de la escuela
los suspensos en el cuaderno de notas
el miedo a los viernes
¡Bailad, bailad niños!
La soledad no era eso
una tarde frente a un libro
el reposo o la escayola
¡Bailad, bailad niños!
Cuánto me habéis dado piernas
asimétricas
¡os amo como a la torpeza del primer amar!
¡Bailad, bailad niños!
Mis musas
mis buscadoras de ideas
mis remos para el Otro Mundo
¡Bailad, bailad niños!
Piernas y pies míos
¡cuánto nos hemos caído!
Y seguimos vivos
¡Bailad, bailad niños!
Un folletín cibernético
Capítulo 1 DESPEDIDA y GUERRA
Julia le pidió a Olmo que la dejara a solas con su hija. Olmo se fue a dar una vuelta. En una hora regresaría.
Clara estaba despierta. Julia la colocó en su regazo, sacó su pecho y comenzó a darle de mamar. La niña tenía hambre. Fuera las nubes habían ido cubriendo el cielo y, a lo lejos, anuncio de la ira de los dioses, se escuchó un trueno. Julia se levantó de la mecedora y con cuidado, para no alterar la alimentación de Clara, abrió las ventanas y el aire, que ya llevaba en sí la humedad de la lluvia, le recordó a Julia el día en que nació Clara. Volvió a la mecedora y mientras su hija succionaba la leche y Julia le acariciaba con un solo dedo la frente, le habló:
- Clara, niña mía, esta es la última vez que te voy a alimentar. Me voy muy lejos. Quizá no vuelva nunca y quizá cuando vuelva, tú no estés. Si vuelvo y tú estás, te recordaré este día -lo recordaremos- y acabaremos diciéndonos, dentro de muchos años, "¡Qué días tan angustiosos!". Si no vuelvo quiero que sepas que te amo y si voy al encuentro del enemigo es por este amor que te tengo: quiero que sepas que tu padre y yo nos amábamos cuando te engendramos. Recuerdo la tarde en que su semilla prendió en mi tierra; recuerdo el calor que nos envolvía y los abrazos que nos regalamos. Éramos el uno para el otro y aventurábamos porvenires dichosos. Olmo es un buen hombre y te cuidará bien. Sé que te hablará de mí y lo hará con cariño. Créele en lo que te aconseje y acepta su debilidad como una condición de los hombres.
La tormenta se acercaba. Julia calló y se fijó en la mano del bebé la cual apretaba con una dulzura infinita su otro pecho. Era un movimiento rítmico, suave como un nocturno de Chopin. Con mimo, Julia separó la boca de la niña de su pezón y la colocó en el otro pecho; Clara abrió los ojos y pareció sonreír, luego los cerró y volvió a alimentarse de su madre.
- Me falta capacidad de olvido y de perdón; no sé dominar mi rencor y algo de orgullo -o de soberbia- anida en mí de forma enfermiza. Recuerda estas palabras, bebé, Clara mía, corazón de tu madre que se quedará contigo cuando me haya ido. Cuando me haya ido seré una muerta que sigue viva con la esperanza de renacer al verte de nuevo. Sólo entonces reviviré. No seas tan inflexible como yo, hija mía. Aprende de tu padre su flexibilidad de junco y de mí recuerda que el acero brilla y a veces es fuerte, sólo a veces. Ahora me tengo que ir. Estos nueve meses a tu lado han sido los más felices de mi vida. Crece sana y si me echas de menos, acude a tu padre y en última instancia a tu abuelo al que le he negado el derecho a verte. Ya ves, así soy dura, fría y, aunque parezca imposible, sentimental.
Clara terminó de mamar. Julia la abrazó. Colocó la cabeza de Clara por encima de su hombro y la ayudó a eructar. Poco después, ahíta, la niña se quedó dormida. Julia la tuvo en su regazo, sentada en la mecedora hasta que volvió Olmo. La tormenta caía entonces sobre la ciudad. Los truenos no despertaban a la niña que se encontraba segura al abrigo de su madre. Julia se levantó y la dejó en la cuna. Olmo las observaba. Julia se giró, se acercó a Olmo y le abrazó. Fue un abrazo largo y lluvioso. Julia le dijo a Olmo:
- Perdóname.
Olmo la apretó contra sí y le contestó:
- Vuelve.
Clara estaba despierta. Julia la colocó en su regazo, sacó su pecho y comenzó a darle de mamar. La niña tenía hambre. Fuera las nubes habían ido cubriendo el cielo y, a lo lejos, anuncio de la ira de los dioses, se escuchó un trueno. Julia se levantó de la mecedora y con cuidado, para no alterar la alimentación de Clara, abrió las ventanas y el aire, que ya llevaba en sí la humedad de la lluvia, le recordó a Julia el día en que nació Clara. Volvió a la mecedora y mientras su hija succionaba la leche y Julia le acariciaba con un solo dedo la frente, le habló:
- Clara, niña mía, esta es la última vez que te voy a alimentar. Me voy muy lejos. Quizá no vuelva nunca y quizá cuando vuelva, tú no estés. Si vuelvo y tú estás, te recordaré este día -lo recordaremos- y acabaremos diciéndonos, dentro de muchos años, "¡Qué días tan angustiosos!". Si no vuelvo quiero que sepas que te amo y si voy al encuentro del enemigo es por este amor que te tengo: quiero que sepas que tu padre y yo nos amábamos cuando te engendramos. Recuerdo la tarde en que su semilla prendió en mi tierra; recuerdo el calor que nos envolvía y los abrazos que nos regalamos. Éramos el uno para el otro y aventurábamos porvenires dichosos. Olmo es un buen hombre y te cuidará bien. Sé que te hablará de mí y lo hará con cariño. Créele en lo que te aconseje y acepta su debilidad como una condición de los hombres.
La tormenta se acercaba. Julia calló y se fijó en la mano del bebé la cual apretaba con una dulzura infinita su otro pecho. Era un movimiento rítmico, suave como un nocturno de Chopin. Con mimo, Julia separó la boca de la niña de su pezón y la colocó en el otro pecho; Clara abrió los ojos y pareció sonreír, luego los cerró y volvió a alimentarse de su madre.
- Me falta capacidad de olvido y de perdón; no sé dominar mi rencor y algo de orgullo -o de soberbia- anida en mí de forma enfermiza. Recuerda estas palabras, bebé, Clara mía, corazón de tu madre que se quedará contigo cuando me haya ido. Cuando me haya ido seré una muerta que sigue viva con la esperanza de renacer al verte de nuevo. Sólo entonces reviviré. No seas tan inflexible como yo, hija mía. Aprende de tu padre su flexibilidad de junco y de mí recuerda que el acero brilla y a veces es fuerte, sólo a veces. Ahora me tengo que ir. Estos nueve meses a tu lado han sido los más felices de mi vida. Crece sana y si me echas de menos, acude a tu padre y en última instancia a tu abuelo al que le he negado el derecho a verte. Ya ves, así soy dura, fría y, aunque parezca imposible, sentimental.
Clara terminó de mamar. Julia la abrazó. Colocó la cabeza de Clara por encima de su hombro y la ayudó a eructar. Poco después, ahíta, la niña se quedó dormida. Julia la tuvo en su regazo, sentada en la mecedora hasta que volvió Olmo. La tormenta caía entonces sobre la ciudad. Los truenos no despertaban a la niña que se encontraba segura al abrigo de su madre. Julia se levantó y la dejó en la cuna. Olmo las observaba. Julia se giró, se acercó a Olmo y le abrazó. Fue un abrazo largo y lluvioso. Julia le dijo a Olmo:
- Perdóname.
Olmo la apretó contra sí y le contestó:
- Vuelve.
Narrativa
Tags : Velocidad de escape Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 26/06/2011 a las 11:41 | {0}
Un folletín cibernético
Capítulo 1 DESPEDIDA Y GUERRA
A las 10 horas y 23 minutos de la mañana los tenientes Alfred Custom y Violet O'Flaherty terminaban su sesión de entrenamiento en la piscina del Cuartel del IV Batallón Aeroespacial de los Ejércitos Aliados; habían nadado a un mismo ritmo 3.000 metros, el crono se había detenido en los 52 minutos 38 segundos. No muy lejos de allí, en las pistas de atletismo, los sargentos Joao Enriques, María Betancourt e Ingrid deVriers habían terminado la distancia de los 10 kilómetros en un tiempo de 32 minutos 16 segundos. En el gimnasio del cuartel los cabos Mittislav Rovirich, Giuletta Orsini, Akane Kami y Gorka Gárate habían realizado 700 abdominales. En el barracón de la tropa los soldados rasos Milena Papasoglou, Hamid Bennasar, Fátima Aydn y Mahan Krishnan lo habían dejado como los chorros del oro en un tiempo récord de 16 minutos y 3 segundos. Todos ellos estaban convocados a una reunión en el despacho de la capitana Julia Bulagua a las 10 horas y 45 minutos.
Cuando Julia les terminó de contar lo que le acababa de informar el coronel Snarsson, se hizo un silencio denso en el que se mezclaba la inquietud de los objetos rodeando la Tierra con la expectación por la misión que habían de emprender. Aunque conocía perfectamente la respuesta, la capitana les hizo saber que si alguno prefería quedarse en tierra lo aceptaría. Por supuesto ninguno aceptó la invitación a salvar el culo. Julia Bulagua había elegido a su equipo con un cuidado exquisito; en cada uno de ellos se mezclaba la destreza y la fuerza física con la destreza y la fuerza mental. Tras un pausa, nada dramática, Julia Bulagua les dijo:
- Tienen hasta esta tarde a las siete para asuntos personales. A partir de ese momento estaremos al 100% concentrados en la misión.
- ¿Tiene ya alguna idea de en qué va a consistir?, preguntó la teniente O'Flaherty.
- He pedido al coronel que tenga preparada una nave de transporte. Vamos a ir al encuentro de esas cosas.
- Sin tener idea de sus intenciones, ni de sus fuerzas, ni..., prosiguió la teniente.
- Eso es lo que vamos a tener que evaluar en este día y medio: cómo minimizar riesgos.
- Con su permiso mi capitán -era la cabo Akane Kami la que hablaba- ¿cómo se puede aventurar lo que se desconoce? Díganos sencillamente que nos enfrentamos a una misión suicida y todos nos preparemos mejor.
- De acuerdo, cabo Kami, nos enfrentamos a una misión suicida. Es muy probable que esas bolas negras estén esperando a atacar y que, como es lógico pensar, su armamento sea mucho más sofisticado que el nuestro. Estoy segura de que cuando quieran nos harán añicos. Sólo espero, y eso es lo que quiero planificar, que podamos mandar información útil antes de morir.
- ¿Con una segunda nave?, aventuró la soldado Papasoglou.
- Olvídense hasta las 19 pm de este asunto. Es una orden. Estoy segura de que todos querremos volver. Hasta esta tarde.
Todos se levantaron sin hacer más preguntas y fueron saliendo excepto el último: el teniente Alfred.
- ¿Me permite un momento?
Alfred cerró la puerta. Se acercó a Julia y ambos se abrazaron y se besaron en las bocas como si aquel fuera el último beso. Julia fue quien se separó un poco. Se quedó mirando los ojos de Alfred y luego bajó los suyos.
- ¿Por qué te envía tu padre a una misión como ésta? Me parece in...
- No ha sido él -le interrumpió Julia- he sido yo. El coronel no quería que pensara que pasaba por encima de mí y me ha dado la opción de delegar en otro. De todas formas sigue en pie la oferta que os he hecho. Nadie tiene la obligación de venir.
- Sabes que no es esa la cuestión. No conozco situación mejor para morir que a tus órdenes.
Julia sonrió.
- ¿No podríamos mandar primero una nave no tripulada?
- Qué cauto has sido siempre, Alfred. ¿Recuerdas lo que tardaste en darme el primer beso?
- Besar a un superior puede conllevar pena de prisión.
- Sí, previo consejo de guerra.
- ¿Qué quieres hacer hasta las siete?
- Quiero despedirme de mi hija lo primero y hacer el amor contigo después. ¿Y tú?
- Me despediré de unos cuantos colegas y luego te estaré esperando en mi apartamento. No tardes.
- Ya llego.
La capitana y el teniente volvieron a besarse. Cuando se quedó sola, Julia Bulagua murmuró el nombre de su hija y lloró.
Cuando Julia les terminó de contar lo que le acababa de informar el coronel Snarsson, se hizo un silencio denso en el que se mezclaba la inquietud de los objetos rodeando la Tierra con la expectación por la misión que habían de emprender. Aunque conocía perfectamente la respuesta, la capitana les hizo saber que si alguno prefería quedarse en tierra lo aceptaría. Por supuesto ninguno aceptó la invitación a salvar el culo. Julia Bulagua había elegido a su equipo con un cuidado exquisito; en cada uno de ellos se mezclaba la destreza y la fuerza física con la destreza y la fuerza mental. Tras un pausa, nada dramática, Julia Bulagua les dijo:
- Tienen hasta esta tarde a las siete para asuntos personales. A partir de ese momento estaremos al 100% concentrados en la misión.
- ¿Tiene ya alguna idea de en qué va a consistir?, preguntó la teniente O'Flaherty.
- He pedido al coronel que tenga preparada una nave de transporte. Vamos a ir al encuentro de esas cosas.
- Sin tener idea de sus intenciones, ni de sus fuerzas, ni..., prosiguió la teniente.
- Eso es lo que vamos a tener que evaluar en este día y medio: cómo minimizar riesgos.
- Con su permiso mi capitán -era la cabo Akane Kami la que hablaba- ¿cómo se puede aventurar lo que se desconoce? Díganos sencillamente que nos enfrentamos a una misión suicida y todos nos preparemos mejor.
- De acuerdo, cabo Kami, nos enfrentamos a una misión suicida. Es muy probable que esas bolas negras estén esperando a atacar y que, como es lógico pensar, su armamento sea mucho más sofisticado que el nuestro. Estoy segura de que cuando quieran nos harán añicos. Sólo espero, y eso es lo que quiero planificar, que podamos mandar información útil antes de morir.
- ¿Con una segunda nave?, aventuró la soldado Papasoglou.
- Olvídense hasta las 19 pm de este asunto. Es una orden. Estoy segura de que todos querremos volver. Hasta esta tarde.
Todos se levantaron sin hacer más preguntas y fueron saliendo excepto el último: el teniente Alfred.
- ¿Me permite un momento?
Alfred cerró la puerta. Se acercó a Julia y ambos se abrazaron y se besaron en las bocas como si aquel fuera el último beso. Julia fue quien se separó un poco. Se quedó mirando los ojos de Alfred y luego bajó los suyos.
- ¿Por qué te envía tu padre a una misión como ésta? Me parece in...
- No ha sido él -le interrumpió Julia- he sido yo. El coronel no quería que pensara que pasaba por encima de mí y me ha dado la opción de delegar en otro. De todas formas sigue en pie la oferta que os he hecho. Nadie tiene la obligación de venir.
- Sabes que no es esa la cuestión. No conozco situación mejor para morir que a tus órdenes.
Julia sonrió.
- ¿No podríamos mandar primero una nave no tripulada?
- Qué cauto has sido siempre, Alfred. ¿Recuerdas lo que tardaste en darme el primer beso?
- Besar a un superior puede conllevar pena de prisión.
- Sí, previo consejo de guerra.
- ¿Qué quieres hacer hasta las siete?
- Quiero despedirme de mi hija lo primero y hacer el amor contigo después. ¿Y tú?
- Me despediré de unos cuantos colegas y luego te estaré esperando en mi apartamento. No tardes.
- Ya llego.
La capitana y el teniente volvieron a besarse. Cuando se quedó sola, Julia Bulagua murmuró el nombre de su hija y lloró.
Narrativa
Tags : Velocidad de escape Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 23/06/2011 a las 11:03 | {0}
Un folletín cibernético
Capítulo 1 DESPEDIDA Y GUERRA
El coronel Vladimir Snarsson estaba sentado en su despacho del Alto Estado Mayor de los Ejércitos Aliados. El despacho se encontraba en la planta 37 y desde allí se podían ver las pistas de despegue de las aeronaves.
El coronel Snarsson contaba sesenta años de edad aunque su aspecto fuera el de un hombre mucho más joven; tenía el cabello negro y sus ojos azules, pequeños y burlones, le daban a su gesto un aire de travesura que lo rejuvenecían aún más. Ninguna arruga surcaba su rostro. Las patas de gallo se habían ido tras otras gallinas. Su cuerpo se mantenía atlético. Era robusto y ligero. Si a las ocho de la mañana de aquel día 21 de junio de 2013, su mujer se hubiera encontrado a su lado, le habría sorprendido ver un gesto de preocupación en aquel rostro que siempre se mantenía tranquilo. El sonido del teléfono le sacó de su ensimismamiento.
- ¿Sí?... Buenos días, general... No, aún no he podido hablar con el mariscal Ming Chou... Las visiones que tenemos son las mismas que ayer... no se han acercado... Sí, mi general: la única diferencia es que la visionaria Ulka, en Islandia, empezó a escuchar ayer por la noche un tipo de onda de baja frecuencia que repite una secuencia. Nada más. Los criptógrafos de la base de Noruega están en ello, señor. Gracias, mi general. En cuanto hable con el mariscal se lo haré saber. Adiós, adiós.
El coronel se levantó y miró hacia el cielo desde el ventanal. Entre dientes, como mascullando una amenaza, dijo: ¿Qué queréis, hijos de puta? ¿Por qué nos hacéis esperar? Luego el pensamiento se le quedó en blanco y miró aquel cielo y pensó que parecía el mismo de todos los días desde que el mundo era mundo y sin embargo, ahi fuera, extramuros de la atmósfera, unos cuerpos extraños, inmensos y silenciosos habían rodeado el planeta. Sonó el interfono.
- Dígame.
- Mi coronel, la capitana Bulagua acaba de llegar.
- Hágala pasar.
El ayudante la hizo pasar y cerró la puerta. Julia se quedó junto a ella mirando el despacho.
- Todo sigue igual, dijo.
- Ya sabes: soy un hombre de costumbres. Pasa y siéntate.
Julia se demoró hasta llegar a la silla. Se quedó mirando las estanterías donde se acumulaban los recuerdos del coronel: fotos con personajes importantes; trofeos de ajedrez; vasijas de cerámica tradicional y una colección de lanzas y dagas. Apartada de ellos, en una mesita, seguía la foto del día en que ella recibió sus primeros galones. Se dirigió hacia ella y la tomó entre sus manos.
- ¿Cuándo te desharás de ella?
- Nunca. Siéntate, por favor. Hace tres días recibimos un mensaje desde la nave Shu-In 1. En él se nos comunicaba que unos objetos de un tamaño descomunal se acercaban a la tierra. Ayer nos rodearon. Se encuentran a tres mil kilómetros de nuestra atmósfera.
- ¿Se han comunicado con nosotros?
- No.
- ¿Vestigios de vida?
- Conocida no. No sabemos qué albergan si es que albergan algo.
- Reuniré a mis hombres. Ten preparada una nave para dentro de dos días.
- No he dicho que quiera que seas tú quien vaya al encuentro de lo que quiera que sea eso.
- ¿Entonces para qué me has llamado?
- Porque quería que fueras la primera en saberlo. Eres la mejor. Y no quería que pensaras que por... por cuestiones personales, pasaba por encima de ti.
- Coronel, dejémonos de sentimentalismos. Ten esa nave preparada para dentro de dos días. Tengo que organizarlo todo.
Julia se levantó, saludó a su superior y se giró para dirigirse a la puerta.
- ¿Cómo está mi nieta?
La capitana Bulagua se giró de nuevo y miró de frente a su padre.
- Te lo dije hace dos años: dejaste de tener una hija y por lo tanto no tienes ninguna nieta. Y ahora si me disculpa, mi coronel, buenos días.
El coronel Snarsson contaba sesenta años de edad aunque su aspecto fuera el de un hombre mucho más joven; tenía el cabello negro y sus ojos azules, pequeños y burlones, le daban a su gesto un aire de travesura que lo rejuvenecían aún más. Ninguna arruga surcaba su rostro. Las patas de gallo se habían ido tras otras gallinas. Su cuerpo se mantenía atlético. Era robusto y ligero. Si a las ocho de la mañana de aquel día 21 de junio de 2013, su mujer se hubiera encontrado a su lado, le habría sorprendido ver un gesto de preocupación en aquel rostro que siempre se mantenía tranquilo. El sonido del teléfono le sacó de su ensimismamiento.
- ¿Sí?... Buenos días, general... No, aún no he podido hablar con el mariscal Ming Chou... Las visiones que tenemos son las mismas que ayer... no se han acercado... Sí, mi general: la única diferencia es que la visionaria Ulka, en Islandia, empezó a escuchar ayer por la noche un tipo de onda de baja frecuencia que repite una secuencia. Nada más. Los criptógrafos de la base de Noruega están en ello, señor. Gracias, mi general. En cuanto hable con el mariscal se lo haré saber. Adiós, adiós.
El coronel se levantó y miró hacia el cielo desde el ventanal. Entre dientes, como mascullando una amenaza, dijo: ¿Qué queréis, hijos de puta? ¿Por qué nos hacéis esperar? Luego el pensamiento se le quedó en blanco y miró aquel cielo y pensó que parecía el mismo de todos los días desde que el mundo era mundo y sin embargo, ahi fuera, extramuros de la atmósfera, unos cuerpos extraños, inmensos y silenciosos habían rodeado el planeta. Sonó el interfono.
- Dígame.
- Mi coronel, la capitana Bulagua acaba de llegar.
- Hágala pasar.
El ayudante la hizo pasar y cerró la puerta. Julia se quedó junto a ella mirando el despacho.
- Todo sigue igual, dijo.
- Ya sabes: soy un hombre de costumbres. Pasa y siéntate.
Julia se demoró hasta llegar a la silla. Se quedó mirando las estanterías donde se acumulaban los recuerdos del coronel: fotos con personajes importantes; trofeos de ajedrez; vasijas de cerámica tradicional y una colección de lanzas y dagas. Apartada de ellos, en una mesita, seguía la foto del día en que ella recibió sus primeros galones. Se dirigió hacia ella y la tomó entre sus manos.
- ¿Cuándo te desharás de ella?
- Nunca. Siéntate, por favor. Hace tres días recibimos un mensaje desde la nave Shu-In 1. En él se nos comunicaba que unos objetos de un tamaño descomunal se acercaban a la tierra. Ayer nos rodearon. Se encuentran a tres mil kilómetros de nuestra atmósfera.
- ¿Se han comunicado con nosotros?
- No.
- ¿Vestigios de vida?
- Conocida no. No sabemos qué albergan si es que albergan algo.
- Reuniré a mis hombres. Ten preparada una nave para dentro de dos días.
- No he dicho que quiera que seas tú quien vaya al encuentro de lo que quiera que sea eso.
- ¿Entonces para qué me has llamado?
- Porque quería que fueras la primera en saberlo. Eres la mejor. Y no quería que pensaras que por... por cuestiones personales, pasaba por encima de ti.
- Coronel, dejémonos de sentimentalismos. Ten esa nave preparada para dentro de dos días. Tengo que organizarlo todo.
Julia se levantó, saludó a su superior y se giró para dirigirse a la puerta.
- ¿Cómo está mi nieta?
La capitana Bulagua se giró de nuevo y miró de frente a su padre.
- Te lo dije hace dos años: dejaste de tener una hija y por lo tanto no tienes ninguna nieta. Y ahora si me disculpa, mi coronel, buenos días.
Narrativa
Tags : Velocidad de escape Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 21/06/2011 a las 22:58 | {1}
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Narrativa
Tags : Velocidad de escape Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 29/06/2011 a las 18:22 | {0}