Cartel de My week with Marilyn
Al salir sentía esa inquietud que surge cuando somos conscientes de que una pieza cerámica está a punto de quebrarse.
Hacía calor. Un calor impropio. La maldición de las épocas sin agua.
Salía del trabajo con la sensación de haberlo hecho mal. No servía la frase: la perfección sólo sirve para perseguirla. No fluía la idea de que nada es digno de ser juzgado.
En el coche hacía calor.
En la Plaza hacía calor.
Ella era el mundo. El mundo giraba alrededor suyo. Ella, al ser el mundo, era melancólica e insegura. Él, al no ser de ese mundo, lo miraba con la audacia propia del esquimal que se adentra en la blancura del hielo para olisquear la sangre caliente de un animal.
La melancolía es tristeza sin razón aparente.
La fragilidad es la facilidad que una cosa tiene de quebrarse y también en lo moral se toma por la propensión que la naturaleza humana tiene a caer en lo malo y también la fragilidad se toma normalmente por pecado sensual.
Transcurrió el tiempo con la cadencia de una melodía en escala menor.
Al salir el aire se había entibiado. No hacía el calor de la tarde.
Caminaron. Hablaron. Él habló de más. Ella calló menos.
Se despidieron.
En el camino de vuelta, le vinieron a la mente palabras como audacia, febrero, angosto, quebrada, empeñar, olvido, timidez, mirada, tacón y jara.
Antes de morir Abel Mendes se dirigió a una iglesia. Estaba al fondo. En una plaza. Nunca había estado en ese pueblo. Era pequeño. Los alrededores eran inmensos secarrales, tierra marrón. Sin la alegría de un verde, siquiera un chopo, un alto y solitario chopo.
Horas antes Abel Mendes había cogido un autobús, el primero que saliera dijo en la ventanilla de la primera empresa de transportes que encontró. Y dijo que el trayecto era hasta el final. Hasta el final del viaje. El autobús apenas si se llenó. No más de siete personas. Entre ellas una niña y un hombre grotesco en todas las proporciones. Cuando el autobús arrancó y salió, Abel Mendes cerró los ojos y se quedó dormido hasta el final del viaje. Descendió y en un barucho de pueblo entró y se pidió una cerveza muy fría, muy fría, por favor, helada si la tiene, recalcó. El tabernero hizo un gesto extraño como si le hubieran hablado en una lengua desconocida y sin responder echó mano en la hielera y le abrió un botellín. No le dejó vaso. Sí le puso unas aceitunas muy verdes de aperitivo. Muchas aceitunas. Demasiadas, pensó Abel Mendes. Demasiadas. La cerveza no estuvo todo lo fría que hubiera deseado. El sitio al que había ido a parar le pareció lo justo. Una bendición. Una bendición de Dios. Una bendición más de Dios. Así iba añadiendo palabras Abel en su cabeza. Sintió ganas de rezar y juntando las manos se recogió y oró en silencio, Dios mío de mi corazón, sustento mío, gracias por haberme traído a este pueblo perdido del mundo cuyo nombre ni siquiera sé; amor mío, alma caritativa, añade algo al favor que ya me has hecho, alienta en mí la intuición y dirígeme hacia el penúltimo lugar; buen Dios, el de mis padres, el que sonríe y ayuda a los niños en sus primeros pasos; y su hijo mi señor Jesucristo, el favorito del Universo, la senda, la huella, Vía Láctea de mis mareas, sostén de mis disturbios, sosiego de mis pesares me acompañe en el camino y no me haga perderme de nuevo y tenga, entonces, que retornar y continuar mi vivir pecaminoso.
Se bebió el botellín casi de un trago y dejó la mayoría de las aceitunas. Salió al sol de la plaza del pueblo y se encaminó hacia la iglesia. Fue allí, en el atrio, donde se pegó el tiro.
Horas antes Abel Mendes había cogido un autobús, el primero que saliera dijo en la ventanilla de la primera empresa de transportes que encontró. Y dijo que el trayecto era hasta el final. Hasta el final del viaje. El autobús apenas si se llenó. No más de siete personas. Entre ellas una niña y un hombre grotesco en todas las proporciones. Cuando el autobús arrancó y salió, Abel Mendes cerró los ojos y se quedó dormido hasta el final del viaje. Descendió y en un barucho de pueblo entró y se pidió una cerveza muy fría, muy fría, por favor, helada si la tiene, recalcó. El tabernero hizo un gesto extraño como si le hubieran hablado en una lengua desconocida y sin responder echó mano en la hielera y le abrió un botellín. No le dejó vaso. Sí le puso unas aceitunas muy verdes de aperitivo. Muchas aceitunas. Demasiadas, pensó Abel Mendes. Demasiadas. La cerveza no estuvo todo lo fría que hubiera deseado. El sitio al que había ido a parar le pareció lo justo. Una bendición. Una bendición de Dios. Una bendición más de Dios. Así iba añadiendo palabras Abel en su cabeza. Sintió ganas de rezar y juntando las manos se recogió y oró en silencio, Dios mío de mi corazón, sustento mío, gracias por haberme traído a este pueblo perdido del mundo cuyo nombre ni siquiera sé; amor mío, alma caritativa, añade algo al favor que ya me has hecho, alienta en mí la intuición y dirígeme hacia el penúltimo lugar; buen Dios, el de mis padres, el que sonríe y ayuda a los niños en sus primeros pasos; y su hijo mi señor Jesucristo, el favorito del Universo, la senda, la huella, Vía Láctea de mis mareas, sostén de mis disturbios, sosiego de mis pesares me acompañe en el camino y no me haga perderme de nuevo y tenga, entonces, que retornar y continuar mi vivir pecaminoso.
Se bebió el botellín casi de un trago y dejó la mayoría de las aceitunas. Salió al sol de la plaza del pueblo y se encaminó hacia la iglesia. Fue allí, en el atrio, donde se pegó el tiro.
A mi amigo Raúl
Acuarela de Ester pintada por Hugo Pratt
Me comenta Raúl que el no-poema de ayer Su mano en la espalda es cursi. Yo pongo un gesto de descontento. Ya sabes, a casi nadie le gusta que le llamen cursi y menos a alguien como yo que tan bruto soy y tanto me paso en ocasiones. Luego nos reímos y me dice, No se te ocurra quitarlo. Y jugamos un rato a que si lo quito o no. No, querido amigo, no lo quitaré.
Escribo no-poema porque desde hace algún tiempo escribo una frase debajo de la otra pero no como si éstas fueran versos sino como pensamientos independientes (o más independientes de la frase que los precede y los sucede).
Sí, también soy CURSI y soy perverso y soy amable y soy oDIOSO y soy MISERable y soy GENeROso.
CURSI es una palabra moderna. En el diccionario de Autoridades (siglo XVIII) no viene recogida.
El diccionario del español actual la define como: adj. (despectivo) 1 Afectadamente elegante o refinado. Tb n., referido a pers. 2 Remilgado Tb. n..
El diccionario de uso del español dice así: cursi: (aplicado a personas, a sus actos o dichos, y a cosas). Se dice de lo que, pretendiendo ser elegante, refinado, exquisito, resulta afectado, remilgado o ridículo. 2 (aplicado a cosas) Relamido, excesivamente pulido. (V. finolis, pije, superferolítico).
El diccionario combinatorio del español contemporáneo (¿es cursi este título?) combina cursi con a rabiar, perdido, redomado, rematadamente, sumamente.
¿Con qué término combinaríamos este cursi de mi no-poema? ¿rematadamente quizá?
El enamoramiento quizá siempre tenga algo de ridículo. Reconozco que me gusta Russian Red que es afectada en su voz y que llega a tocar con sus agudos nubes rosas de algodón.
Aún así este cursi no-poema de amor lo dejaré porque yo -¡defensa, defensa!- más que cursi lo leo amable, un poco naïf, dulce sin llegar a empalagoso, tierno sin alcanzar la flacidez propia de la cursilería.
Matices y gusto por poder hablar de eso tan raro que se llama literatura.
Escribo no-poema porque desde hace algún tiempo escribo una frase debajo de la otra pero no como si éstas fueran versos sino como pensamientos independientes (o más independientes de la frase que los precede y los sucede).
Sí, también soy CURSI y soy perverso y soy amable y soy oDIOSO y soy MISERable y soy GENeROso.
CURSI es una palabra moderna. En el diccionario de Autoridades (siglo XVIII) no viene recogida.
El diccionario del español actual la define como: adj. (despectivo) 1 Afectadamente elegante o refinado. Tb n., referido a pers. 2 Remilgado Tb. n..
El diccionario de uso del español dice así: cursi: (aplicado a personas, a sus actos o dichos, y a cosas). Se dice de lo que, pretendiendo ser elegante, refinado, exquisito, resulta afectado, remilgado o ridículo. 2 (aplicado a cosas) Relamido, excesivamente pulido. (V. finolis, pije, superferolítico).
El diccionario combinatorio del español contemporáneo (¿es cursi este título?) combina cursi con a rabiar, perdido, redomado, rematadamente, sumamente.
¿Con qué término combinaríamos este cursi de mi no-poema? ¿rematadamente quizá?
El enamoramiento quizá siempre tenga algo de ridículo. Reconozco que me gusta Russian Red que es afectada en su voz y que llega a tocar con sus agudos nubes rosas de algodón.
Aún así este cursi no-poema de amor lo dejaré porque yo -¡defensa, defensa!- más que cursi lo leo amable, un poco naïf, dulce sin llegar a empalagoso, tierno sin alcanzar la flacidez propia de la cursilería.
Matices y gusto por poder hablar de eso tan raro que se llama literatura.
Sabes que fue la suya.
Estabas de espaldas.
Esperabas algo.
Los sabes porque
el calor era el suyo;
lo sabes porque el jersey
no impidió
que sintieras en la piel de tus omóplatos
el tacto de sus dedos;
lo sabes:
era su mano en tu espalda.
¿Por qué no te giraste? no te preguntaste.
¿Por qué no te giraste y sonreiste? no te preguntaste.
El camino de vuelta
fue dichoso
cuando recordabas su cara en el espejo,
su pelo recogido,
su risa con tu broma.
Ahora es mucho
su mano en tu espalda;
tanto como si su boca...
tanto como si su torso...
tanto como si sus piernas...
Y aún la sientes
y tu espalda sonríe.
Estabas de espaldas.
Esperabas algo.
Los sabes porque
el calor era el suyo;
lo sabes porque el jersey
no impidió
que sintieras en la piel de tus omóplatos
el tacto de sus dedos;
lo sabes:
era su mano en tu espalda.
¿Por qué no te giraste? no te preguntaste.
¿Por qué no te giraste y sonreiste? no te preguntaste.
El camino de vuelta
fue dichoso
cuando recordabas su cara en el espejo,
su pelo recogido,
su risa con tu broma.
Ahora es mucho
su mano en tu espalda;
tanto como si su boca...
tanto como si su torso...
tanto como si sus piernas...
Y aún la sientes
y tu espalda sonríe.
Como si de repente se les hubieran abierto los ojos, los oídos y las morales, como si hubieran descubierto que el sol se oculta cada día, ahora resulta que muchos articulistas nos vienen a decir que los poderosos utilizan su poder, ¡cojones, no hacían falta alforjas para semejante viaje! Incluso uno nos llama a cada rato idiotas (es Arturo Pérez-Reverte que él es mucho de insultar).
Que los políticos son una casta: ya
Que los baqueros nos quieren sacar los dineros: ya
Que el deporte -léase fútbol- está para adormecer las pasiones: ya.
Que los platos rotos de los excesos los pagaremos la plebe: ya.
Que los dictadores machacan a sus pueblos con el dinero de los gobiernos democráticos: ya.
Que la policía está para reprimir las manifestaciones sobre todo si son de estudiantes y obreros (no así contra el aborto o contra el matrimonio homosexual): ya.
Que en tiempos de crisis el que no corre vuela: ya.
Que muchísimos votan contra el partido enemigo y no a favor de sus ideas: ya.
Que el mundo es jerarquía y opresión: ya.
¿yY qué?
¿A qué las quejas?
Póngamonos en marcha y empecemos por cada uno. Quizás entonces, de a poquitos, lo que hoy no son más que quejas que caen en sacos rotos, se vayan convirtiendo en modos de vivir nuevos y quizá, quizá llegue el día en que los centros de enseñanza no sean escuelas de futuros explotados (si son de mucho pago entonces son escuelas de futuros explotadores) y lo que se enseñe empiece por uno mismo y no por la aritmética.
Dicen que en un antiguo país llamado Grecia, se intentó hace muchos, muchos miles de años... y ya véis cómo les devuelven la intentona. Ya lo dice el viejo proverbio: la venganza es un plato que se come frío.
Que los políticos son una casta: ya
Que los baqueros nos quieren sacar los dineros: ya
Que el deporte -léase fútbol- está para adormecer las pasiones: ya.
Que los platos rotos de los excesos los pagaremos la plebe: ya.
Que los dictadores machacan a sus pueblos con el dinero de los gobiernos democráticos: ya.
Que la policía está para reprimir las manifestaciones sobre todo si son de estudiantes y obreros (no así contra el aborto o contra el matrimonio homosexual): ya.
Que en tiempos de crisis el que no corre vuela: ya.
Que muchísimos votan contra el partido enemigo y no a favor de sus ideas: ya.
Que el mundo es jerarquía y opresión: ya.
¿yY qué?
¿A qué las quejas?
Póngamonos en marcha y empecemos por cada uno. Quizás entonces, de a poquitos, lo que hoy no son más que quejas que caen en sacos rotos, se vayan convirtiendo en modos de vivir nuevos y quizá, quizá llegue el día en que los centros de enseñanza no sean escuelas de futuros explotados (si son de mucho pago entonces son escuelas de futuros explotadores) y lo que se enseñe empiece por uno mismo y no por la aritmética.
Dicen que en un antiguo país llamado Grecia, se intentó hace muchos, muchos miles de años... y ya véis cómo les devuelven la intentona. Ya lo dice el viejo proverbio: la venganza es un plato que se come frío.
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Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 28/02/2012 a las 12:20 | {1}