Ayer por la tarde Raúl me hizo una visita. Sus visitas son como su poesía: cortas e intensas. Yo me había quedado medio dormido antes de que llegara. Creo que soñé con P. (aún estoy haciendo el duelo de P.). Así es que cuando apareció Raúl, imagino, seguiría con el discurso del probable sueño con P. y tras las primeras frases del encuentro sobre hierbas, prevenciones, lógicas metabólicas y un elixir ayurvédico que estoy tomando ahora, nos sentamos en la sala de mi casa con Nilo inquieto (no inquieto por Raúl sino porque el celo ha llegado a las perras) en su casi recién cumplido año de vida. Sorbimos el café y de repente -en esa intensidad de la que hablaba al principio- nos vimos hablando sobre el amor, sobre las relaciones personales, sobre la justicia del juicio sobre los demás. Y entonces me vi arguyendo lo siguiente:
1.- Que la soledad, la falta de relaciones sociales no empequeñecen, necesariamente, el mundo de una persona.
2.- Que una de las causas fundamentales del supuesto derecho que muchos se otorgan de juzgar a los demás viene dado por la idea de La Idea. La Idea en su sentido platónico (o posteriormente en su sentido hegeliano). Es decir La Idea como parangón, como esencia de la cosa, como pureza de la cosa. Por poner un ejemplo la idea de Hombre. Por ejemplo la idea de Belleza. Por ejemplo la idea de Dios. La idea, en fin, como aquello a lo que deberíamos tender para ser Puros, Perfectos. Argüía que la idea de La Idea provoca frustración y como consecuencia juicio de valor. Sin Idea se aliviaría la frustración.
3.- Que el amor no existe necesariamente. Hablábamos en este caso del amor de pareja. Argüí entonces que en el Cuarteto de Alejandría de Lawrence Durrel se fechaba la invención del amor al final del Imperio Romano. No aseguraba que el amor no existe sino que no existe necesariamente. Que podría ser una sublimación, una Idea que atase los lazos para una existencia reproductora más protegida, más segura. Porque pienso que a esas necesidades tiende el ser humano: reproducción, protección, seguridad, compañía (más el larguísimo e inagotable tema de la civilización, las cuestiones de herencia etc...). Y recordaba un ensayo de Engels sobre la familia.
Discutimos pues. Argumentamos con ricas y deliciosas razones. Acordamos algunos puntos (en los temas 1 y 3 estábamos en absoluto desacuerdo). Raúl se fue. Luego vi la película El Secreto de sus ojos. Me pareció mejor que la primera vez que la vi. Recuerdo que esa primera vez la vi cuando yo me encontraba en un momento de mi vida en el que todo me parecía una mierda, exactamente como me sentía yo. De hecho ahora, que me siento menos miserable, estoy releyendo y viendo aquello que leí o vi en esa época y estoy descubriendo que, efectivamente, el mundo no es sino interpretación (o voluntad y representación. Schopenhauer). Y al hilo de ese devenir pensé que lo hablado con Raúl por la tarde no era ni más ni menos que un instante. Que toda interpretación del mundo sólo es un instante, todo presente.
¿Cuáles son los límites?
¿Quién decide los límites?
Escuchaba el otro día a una mujer de la clase media -periodista por más señas- que ha recibido una orden desahucio, que el escrache era una forma pacífica de contener la rabia de muchos y por lo tanto su violencia.
También escuho que a finales de los años setenta España estaba en una situación peor que la actual. Creo que no es así porque a finales de los años setenta estábamos construyendo algo mientras que ahora, la sensación general, es que se está destruyendo a marchas forzadas.
También escucho un llamamiento a la ortodoxia en cuanto a las actitudes ciudadanas y poca veces escucho que este atisbo de heterodoxia -como pueda ser el escrache como forma de protesta- viene dado por la falta de ortodoxia de que han hecho gala los tres poderes principales de los estados, a saber: el político, el económico y el judicial, en nuestro país.
España es un país caciquil y de los polvos de la llamada reforma vienen estos lodos de corrupción (también evidentemente la moral católica). Ver Max Weber y su ética protestante.
¿Quién decide los límites?
Escuchaba el otro día a una mujer de la clase media -periodista por más señas- que ha recibido una orden desahucio, que el escrache era una forma pacífica de contener la rabia de muchos y por lo tanto su violencia.
También escuho que a finales de los años setenta España estaba en una situación peor que la actual. Creo que no es así porque a finales de los años setenta estábamos construyendo algo mientras que ahora, la sensación general, es que se está destruyendo a marchas forzadas.
También escucho un llamamiento a la ortodoxia en cuanto a las actitudes ciudadanas y poca veces escucho que este atisbo de heterodoxia -como pueda ser el escrache como forma de protesta- viene dado por la falta de ortodoxia de que han hecho gala los tres poderes principales de los estados, a saber: el político, el económico y el judicial, en nuestro país.
España es un país caciquil y de los polvos de la llamada reforma vienen estos lodos de corrupción (también evidentemente la moral católica). Ver Max Weber y su ética protestante.
El sonido del rombo me avisó
La locura dejó de decir nombres
La abeja zumbó y produjo la miel más süave
El ciervo berreó al husmear tu olor
Las ménades en el centro del estanque se acicalaron
La pantera se durmió a tus pies
Orfeo olvidó por un instante a Eurídice al escuchar tu paso
Cibeles produjo la más hermosa primavera
Afrodita ciñó en tus cabellos una flor silvestre de los suyos
Circe quiso envenenarte de puro celo
Dioniso alargó la fiesta cuando anunciaron tu venida
y los instrumentos musicales, los reclamos, el karnix, el chelys,
la lira, la caracola y la flauta de Pan se armonizaron para recibirte
El asno, de natural tozudo, tuvo un gesto grácil
y el cisne avisó a Apolo del movimiento
y Apolo encargó a Quirón que te llevara en su grupa
hasta la selva donde sátiros y faunos rodean a Sileno
el cual descubre la sobriedad al contemplar
el relieve de tus montes
la lisura de tus llanuras
y encarga a los pastores que con musgo te hagan un lecho
donde puedas dormir para soñarme.
La locura dejó de decir nombres
La abeja zumbó y produjo la miel más süave
El ciervo berreó al husmear tu olor
Las ménades en el centro del estanque se acicalaron
La pantera se durmió a tus pies
Orfeo olvidó por un instante a Eurídice al escuchar tu paso
Cibeles produjo la más hermosa primavera
Afrodita ciñó en tus cabellos una flor silvestre de los suyos
Circe quiso envenenarte de puro celo
Dioniso alargó la fiesta cuando anunciaron tu venida
y los instrumentos musicales, los reclamos, el karnix, el chelys,
la lira, la caracola y la flauta de Pan se armonizaron para recibirte
El asno, de natural tozudo, tuvo un gesto grácil
y el cisne avisó a Apolo del movimiento
y Apolo encargó a Quirón que te llevara en su grupa
hasta la selva donde sátiros y faunos rodean a Sileno
el cual descubre la sobriedad al contemplar
el relieve de tus montes
la lisura de tus llanuras
y encarga a los pastores que con musgo te hagan un lecho
donde puedas dormir para soñarme.
El hombre salió de la casa con la intención de dar un paseo y comprar alcachofa seca para infusión. También pan de horno. También tres botellas de vino para pasar las penalidades de la Semana Santa (que probablemente nunca existió). No iba por ese camino el hombre cuando salió a la calle; queremos decir el de negar la realidad de la Semana Santa (para ello padres tiene la iglesia [todo en minúsculas]); no, no, incluso el hombre tenía cierta simpatía por la fe sincera, por la fe humilde, digamos por la fe de un pueblo sin resabios (si es que aún quedan pueblos de este tipo), la fe de Abraham para entendernos. No él salía libre de prejuicios y de pasiones (incluso desapasionado) con la intención de mantener su cuerpo sano, empezando por el hígado, aposento de las iras y las rabias. El día era nublado y soplaba una brisa que llenaba de humedad las calles y las pocas risas que a esa hora se escuchaban. Anduvo el hombre hasta la tienda naturista y cuando pidió el paquete de alcochafa -que había encargado el día anterior- el dependiente le dio la noticia de que el encargo al final no se había realizado. El hombre se encontraba en un momento de su vida en el que casi nada le contrariaba y achacaba al normal carácter del ser humano -así en general- semejantes olvidos. Se disponía a marcharse cuando el dependiente (que no era al que había encargado la alcachofa, no, se la había encargado a una mujer mayor que mostraba mucha desconfianza con el hombre, quizá, y con razón, por el aspecto asilvestrado de éste o porque sencillamente era de pueblo, serrana, cerrada y vieja) le preguntó si tenía mal el hígado. El hombre le contestó que no o más bien no creía pero que desde hacía un tiempo, tras haber escuchado una conferencia de un oncólogo en la que aconsejaba mantener limpios los filtros del cuerpo, a saber: hígado, riñón y pulmón, solía tomarse una infusión diaria a base de té verde, diente de león, alcochofa y tomillo, además de darse un baño con sal marina una vez cada quince días para mantener una adecuada salinidad en el medio interno. El dependiente, dejó en ese momento de ser tal, y se convirtió en naturópata e invitó al hombre a hacerse una prueba con una máquina que medía las energías del cuerpo, mucho más efectiva que un análisis -según dijo- y mediante la cual sabrían cuáles podían ser los males que el cuerpo de aquel hombre que había ido a comprar alcachofa albergaba. Éste acepto. El naturópata le dio un manillar metálico conectado mediante un USB al ordenador y le pidió que lo apretara hasta que él le dijera. Mientras tanto le dibujó una pirámide en un papel y le contó, someramente, los estratos sobre los que se edificaba la salud de un ser humano y que serían: el espiritual, la mente, las emociones, la energía, los sistemas nervioso y hormonal y los órganos. Tras la charla, el diagnóstico de la máquina salió en la pantalla del ordenador y tras preguntar el naturópata si el hombre era hiponcondríaco y responder éste que no, le dijo que su nervio cerebral estaba un tanto debilitado y que el metabolismo del calcio andaba mal; su hígado en cambio estaba pletórico. El hombre que algo leía de aquí y de allá le preguntó si todo aquello tenía que ver con la medicina ayurvédica y el naturópata le miró fíjamente y le dijo que en efecto, así y era y, abriendo un cajón que hasta ese momento había estado cerrado, le mostró una cantidad nada despreciable de esencias ayurvédicas que, según le dijo, eran más que milagrosas. El hombre escuchó algunas historias que avalaban la afirmación anterior y le preguntó cuál sería la esencia que a él le vendría bien y su costo. El naturópata le dijo el nombre, Yatamansi, y con gran pesar le comentó que en ese momento lo tenía agotado de lo mucho que se vendía. El hombre sonrió y le dijo que lo probaría y el naturópata le respondió que no era en absoluto su intención que él comprara nada y el hombre supo que el dependiente no le engañaba. Entonces le dijo que debía marcharse porque la compra de alcachofa que no le iba a llevar más de diez minutos se le había alargado más de una hora. Se despidieron casi, casi, como médico y paciente y el hombre salió de la tienda, compró el vino para los días de pasión y volvió a su casa. Al sentarse y esperar a que la infusión -sin alcachofa- reposara diez minutos pensó, Uno sale a por alcachofa y vuelve con la noticia de que su nervio cerebral está débil (por supuesto no quiso ni pensar qué era eso del nervio cerebral). Luego se bebió la infusión y saber muy por qué sonrió y dejó que la tarde pasara.
Figuradamente va a abrirse la boca.
Luego le dirá, Déjame que empiece esto.
La lluvia habrá parado un poco y lo que antes era charco se convertirá en lodo.
Al abrirse la boca, figuradamente, saldrán al aire sus aires y se elevarán hasta más allá del éter (si el éter, si el éter)
La niña andará descalza.
La siega no habrá llegado.
El sarmiento y el tambor.
Luego le dirá, La brasa del hombre en el hombre. La terrible idea de la Idea. La tríada del fuego que nos consume. Acógeme en tu regazo y acaricia mi boca abierta, el velo que desvela mi paladar.
Sentada frente a la ventana se cepillará el cabello... rojizo. Hay una perla de sal en el cristal. Tras ella hay un altar con diosecillos regordetes y dioses hermafroditas y también una mano de madera para rascarse la espalda.
No nieva.
No es viernes.
Abierta la boca, figuradamente, se lamenta y ríe su lamento con estribillo antiguamente árabe.
Luego dirá, He cambiado las sábanas, corzo mío. La menta engalana la atmósfera del bosque y en la llanura se producirá, cuando la bajamar, la estampida de los corderos. Bésame la frente y al girarte muéstrame las manos, amor, muéstrame las manos.
Se calza las botas (que son recias, con la vieja reciedumbre de los humildes que no atienden a boatos ni coqueterías. Las botas obreras. Las botas de labor. Fuertes. Oscuras. De gruesa suela de goma). Se apañola el cabello para evitar la furia y la brisa y se echa por encima una pelliza. Llama a su perro y a su cría. Ambos acuden. Y con ellos comienza a caminar hacia la cumbre del otero donde el abuelo hila sus últimos recuerdos.
No es lunes.
La comba alegra el camino. La sierpe muestra en su reptitud la elocuencia y la memoria de manzana.
Luego dirá, ¡Árbol de la Vida! figuradamente abierta la boca en la que los dientes juguetean a ser nácar. Y ya en la cama, cambiadas las sábanas esa misma mañana, tras la visita al abuelo y sus miasmas, dirá también, Árbol del Bien y del Mal y mirará los ojos glaucos de su hombre como los de la renombrada Atenea, la de los ojos de lechuza y abierta la boca, figuradamente, dejará exhalar el hálito final de la vida de sus padres que el aire convertirá en mortaja. No habrá necesariamente llanto. Sí un planto que empezó con estas palabras, Vida de los hombres. Augusta majestad de la lenteja. Caricia del sol y primavera. Canto final. Cisne blanco. Lago con cañaveral. Soliloquio y manto. Idos, queridos míos. Ya os espera la barca y en vuestros párpados hemos depositado la moneda para el barquero. Si veis a Unapisthin decidle que esconda bien la planta de la eternidad y con el barquero guardad silencio que las palabras, donde vais, no se las lleva el viento.
Estancia de su corazón en la mano del amado.
Luego le dirá, Déjame que empiece esto.
La lluvia habrá parado un poco y lo que antes era charco se convertirá en lodo.
Al abrirse la boca, figuradamente, saldrán al aire sus aires y se elevarán hasta más allá del éter (si el éter, si el éter)
La niña andará descalza.
La siega no habrá llegado.
El sarmiento y el tambor.
Luego le dirá, La brasa del hombre en el hombre. La terrible idea de la Idea. La tríada del fuego que nos consume. Acógeme en tu regazo y acaricia mi boca abierta, el velo que desvela mi paladar.
Sentada frente a la ventana se cepillará el cabello... rojizo. Hay una perla de sal en el cristal. Tras ella hay un altar con diosecillos regordetes y dioses hermafroditas y también una mano de madera para rascarse la espalda.
No nieva.
No es viernes.
Abierta la boca, figuradamente, se lamenta y ríe su lamento con estribillo antiguamente árabe.
Luego dirá, He cambiado las sábanas, corzo mío. La menta engalana la atmósfera del bosque y en la llanura se producirá, cuando la bajamar, la estampida de los corderos. Bésame la frente y al girarte muéstrame las manos, amor, muéstrame las manos.
Se calza las botas (que son recias, con la vieja reciedumbre de los humildes que no atienden a boatos ni coqueterías. Las botas obreras. Las botas de labor. Fuertes. Oscuras. De gruesa suela de goma). Se apañola el cabello para evitar la furia y la brisa y se echa por encima una pelliza. Llama a su perro y a su cría. Ambos acuden. Y con ellos comienza a caminar hacia la cumbre del otero donde el abuelo hila sus últimos recuerdos.
No es lunes.
La comba alegra el camino. La sierpe muestra en su reptitud la elocuencia y la memoria de manzana.
Luego dirá, ¡Árbol de la Vida! figuradamente abierta la boca en la que los dientes juguetean a ser nácar. Y ya en la cama, cambiadas las sábanas esa misma mañana, tras la visita al abuelo y sus miasmas, dirá también, Árbol del Bien y del Mal y mirará los ojos glaucos de su hombre como los de la renombrada Atenea, la de los ojos de lechuza y abierta la boca, figuradamente, dejará exhalar el hálito final de la vida de sus padres que el aire convertirá en mortaja. No habrá necesariamente llanto. Sí un planto que empezó con estas palabras, Vida de los hombres. Augusta majestad de la lenteja. Caricia del sol y primavera. Canto final. Cisne blanco. Lago con cañaveral. Soliloquio y manto. Idos, queridos míos. Ya os espera la barca y en vuestros párpados hemos depositado la moneda para el barquero. Si veis a Unapisthin decidle que esconda bien la planta de la eternidad y con el barquero guardad silencio que las palabras, donde vais, no se las lleva el viento.
Estancia de su corazón en la mano del amado.
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Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 07/04/2013 a las 12:03 | {3}