Ópera Barroca Viento (es la dicha de amor). Dramaturgia y dirección de escena Andrés Lima. Música José de Nebra.
La luna en Lucena. Un gráfico sefardí de la creación: Cábala y Canto. Conferencia impartida por Fernando Carbonell.
Tras una gran cristalera se alza la masa imponente de una gran montaña.
La escalera de Jacob.
Por el escenario cuerpos jóvenes se mueven lánguidos y sexuales hasta llegar a la desnudez.
La desnudez. El pecho. Los testículos. Las nalgas.
Recuerdo la montaña mágica. El maravilloso grupo de enfermos pulmonares tan cerca de la muerte que vivían sus presentes ausentes de esperanza y por lo mismo lo vivían con la intensidad propia de un ataque de tos (sangre, flema, ansia de aire).
En primer plano, contraviniendo la ortodoxia de la puesta escena, una mezzosoprano, bella como su técnica, enlaza escala tras escala, floritura tras floritura, un aria terca en su repetición y endiabladamente hermosa, mientras tras ella, ¡vade retro!, los cuerpos del cuerpo de baile nos cuentan la historia de una penetración posterior, de un abrazo, de una lengua, del despilfarro gozoso de los flujos. ¡Oh, si se pudiera hacer el amor con una voz!
Y, de repente, tras una noche de elevaciones, suspiros -solitarios, siempre solitarios-, recomendaciones y sonrisas ocurre el milagro de una muchacha triste en una conferencia sobre los cantos sefardís.
Los cantos sefardís. La cocina y las mujeres sefardís. La cábala y su mundo mágico-aritmético. Y un hombre entregado a su causa (¿Cuál es esa causa? ¿Por qué tanto empeño?) canta y explica, graciosamente, cordobesamente, lucenamente, la gloria de la raza errante, la que indujo a tantos a creer en el castigo, en la salvación y en Él-(oi) y mientras canta, la muchacha triste acoge en su mano izquierda su seno derecho y el que escribe, mientras escucha, quisiera presentarse a la muchacha triste y decirle: Quisiera, muchacha triste, ser hueco de tu mano izquierda.
La orquesta barroca y los cantos sefardís se armonizan en una misma tonalidad: la generación de la vida. Pero algo ocurre distinto entre los públicos que acuden a la ópera barroca y la conferencia de cantos sefardís. Los primeros -burgueses envejecidos de abono teatral- se ofenden de la desnudez y se niegan a aplaudir. Los segundos celebran con un vino amontillado la esencia de la vida. La muchacha triste no bebe, entonces le ofrezco un vasito de vino y ella, entre rubor y soledad, rechaza cogerlo y se gira un poquito para ocultar cómo el rubor de sus mejillas ha encendido la luz de sus ojos azules. Y yo siento, mientras el conferenciante escribe la letra ה, que cuando menos me atreví a dirigirle la palabra y si hubiera habido más tiempo y si ella no hubiera salido escopetada tras la conferencia y si yo no hubiera sido todavía tímido, la habría perseguido como en la ópera barroca y la habría tomado entre mis brazos y dulcemente, mientras le canto un canto sefardí fusionado con armonías barrocas, hubiera besado su boca hasta llegar hacia allí.
La escalera de Jacob.
Por el escenario cuerpos jóvenes se mueven lánguidos y sexuales hasta llegar a la desnudez.
La desnudez. El pecho. Los testículos. Las nalgas.
Recuerdo la montaña mágica. El maravilloso grupo de enfermos pulmonares tan cerca de la muerte que vivían sus presentes ausentes de esperanza y por lo mismo lo vivían con la intensidad propia de un ataque de tos (sangre, flema, ansia de aire).
En primer plano, contraviniendo la ortodoxia de la puesta escena, una mezzosoprano, bella como su técnica, enlaza escala tras escala, floritura tras floritura, un aria terca en su repetición y endiabladamente hermosa, mientras tras ella, ¡vade retro!, los cuerpos del cuerpo de baile nos cuentan la historia de una penetración posterior, de un abrazo, de una lengua, del despilfarro gozoso de los flujos. ¡Oh, si se pudiera hacer el amor con una voz!
Y, de repente, tras una noche de elevaciones, suspiros -solitarios, siempre solitarios-, recomendaciones y sonrisas ocurre el milagro de una muchacha triste en una conferencia sobre los cantos sefardís.
Los cantos sefardís. La cocina y las mujeres sefardís. La cábala y su mundo mágico-aritmético. Y un hombre entregado a su causa (¿Cuál es esa causa? ¿Por qué tanto empeño?) canta y explica, graciosamente, cordobesamente, lucenamente, la gloria de la raza errante, la que indujo a tantos a creer en el castigo, en la salvación y en Él-(oi) y mientras canta, la muchacha triste acoge en su mano izquierda su seno derecho y el que escribe, mientras escucha, quisiera presentarse a la muchacha triste y decirle: Quisiera, muchacha triste, ser hueco de tu mano izquierda.
La orquesta barroca y los cantos sefardís se armonizan en una misma tonalidad: la generación de la vida. Pero algo ocurre distinto entre los públicos que acuden a la ópera barroca y la conferencia de cantos sefardís. Los primeros -burgueses envejecidos de abono teatral- se ofenden de la desnudez y se niegan a aplaudir. Los segundos celebran con un vino amontillado la esencia de la vida. La muchacha triste no bebe, entonces le ofrezco un vasito de vino y ella, entre rubor y soledad, rechaza cogerlo y se gira un poquito para ocultar cómo el rubor de sus mejillas ha encendido la luz de sus ojos azules. Y yo siento, mientras el conferenciante escribe la letra ה, que cuando menos me atreví a dirigirle la palabra y si hubiera habido más tiempo y si ella no hubiera salido escopetada tras la conferencia y si yo no hubiera sido todavía tímido, la habría perseguido como en la ópera barroca y la habría tomado entre mis brazos y dulcemente, mientras le canto un canto sefardí fusionado con armonías barrocas, hubiera besado su boca hasta llegar hacia allí.
El mundo como voluntad y representación. Arthur Schopenhauer. Libro 4º. Del mundo como voluntad. Segunda consideración. Afirmación y negación de la voluntad de vivir una vez alcanzado el autoconocimiento. Traducción Rafael José Díaz Fernández y Mª Montserrat Armas Concepción. Editorial Akal.
§ 54
pag. 303
[...] Que la generación y la muerte han de considerarse como algo perteneciente a la vida y esencial a este fenómeno de la voluntad, se desprende también del hecho de que ambas se nos presentan como expresiones altamente potenciadas de aquello en que consiste la entera vida restante. Ésta no es ni más ni menos que un constante cambio de la materia bajo la firme permanencia de la forma; y algo semejante es la imperdurabilidad de los individuos bajo la perdurabilidad de la especie. La alimentación y la reproducción incesantes no se diferencian sino en algún grado de la procreación, y la excreción incesante sólo en algún grado de la muerte. Lo primero se muestra de la manera más clara y sencilla en la planta. Ésta no es otra cosa que la constante repetición de un mismo impulso, de sus fibras más sencillas, que se agrupan en hojas y ramas; es un agregado sistemático de plantas semejantes que se sostienen las unas a las otras, y cuyo único impulso es reproducirse sin fin; para satisfacerlo completamente, la planta asciende, por la escala de la metamorfosis, hasta la flor y el fruto, que son el compendio de su existencia y esfuerzo, pues de este modo alcanza, por el camino más corto, su único objetivo, y a partir de este momento conseguirá mil veces de una sola vez lo que hasta entonces había conseguido individualmente: la repetición de sí misma. Su inclinación al fruto se parece a la del escrito por la imprenta. Evidentemente, en los animales sucede lo mismo. El proceso alimenticio es una generación incesante, y el proceso generador es una alimentación altamente potenciada; el placer del acto generador es el bienestar altamente potenciado del sentimiento vital.
Por otra parte, la excreción, la constante eliminación y expulsión de materia, es lo mismo que la muerte, lo opuesto a la generación, sólo que en un grado menor. E igual que estamos siempre contentos de que la excreción nos permita conservar la forma sin tener que lamentar la materia expulsada, la misma actitud tenemos que adoptar cuando la muerte venga a cumplir, en una potencia mayor y en conjunto, lo mismo que sucede cada día y a cada hora en particular con la excreción. Igual que lo primero nos deja indifirentes, lo segundo no tendría que hacernos estremecer. Así pues, desde este punto de vista parece tan erróneo pretender la continuidad de nuestra propia individualidad, que es sustitutida por otros individuos, como pretender la permanencia de la materia de nuestro cuerpo, que constantemente es sustituida por nueva materia. Parece tan insensato embalsamar cadáveres como conservar cuidadosamente las propias heces.
Invitados
Tags : Citas del mes de mayo Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 27/05/2013 a las 10:23 | {1}
Georges Moustaki - Sans la Nommer.mp3 (2.78 Mb)
Cuando hace unos días informaron sobre la muerte de Georges Moustaki, recordé una noche hace muchos, muchos años en la que Luis y yo fuimos en su Vespa a escucharle. Mi memoria (que es la loca de la casa) no consigue recordar si realmente entramos al concierto (porque lo confundo con otro concierto en el festival de jazz de Vitoria, también hace muchos, muchos años, en el que Luis y yo al fin conseguimos entrar a escuchar a Oscar Peterson). Sí recuerdo que al finalizar, decidimos esperar a que saliera para seguirle e ir donde él fuera y saludarle. Tampoco recuerdo si lo conseguimos. Georges Moustaki es parte de mis emociones de juventud y también parte de la amistad que nos tuvimos Luis y yo.
El jueves tomé la decisión de pasear por las calles de Madrid. Salir de esta soledad que tanto me protege quizá porque lo contrario del amor es el miedo. Paseé por la calle Fuencarral y aunque no me atreví a entrar en las tiendas y pedir que me atendieran, por lo menos eché un vistazo a ropa que iba a necesitar. Luego me senté en la Plaza del Dos de Mayo. Cuando me dirigía hacia el coche para recoger a Nilo y volver al pueblo, me encontré con L. una amiga de cuando estudiábamos arte dramático en los cursos de verano de El Escorial a mediados de los años ochenta. L. me cogió de las manos (siempre muy afectuosa. Le gusta tocar la piel.) y le pregunté cómo se encontraba y entonces me dijo que su situación era desesperada, que estaba viviendo en casa de P. (actor al que también conocimos en aquellos años), en una minúscula buhardilla y que tenía que dormir con él porque no había más sitio y que se sentía avergonzada y angustiada por la situación en la que se encontraba. Comentaba que hacía trabajos pero sin remuneración ninguna y que los directores que la llamaban la felicitaban por su interpretación pero cuando había dinero de por medio entonces, esos mismos directores, ya no la llamaban ni siquiera para hacer una prueba. Le propuse que nos tomáramos una cerveza y fuimos al Parnasillo un café de los de entonces y allí mantuvimos junto con los dueños y un periodista de Le Monde Diplomatique, una charla encantadora. He quedado en llamarla. Y lo voy a hacer. Ella me preguntó que hacía yo por ahí y le dije la verdad: He venido a ver gente. A mezclarme con la gente. Estoy demasiado encerrado y ha llegado el momento de salir de nuevo. Al despedirnos le dije: Estas muy guapa y eso es importante. Y gracias porque mi paseo de hoy se ha visto mil veces colmado en su expectativa por haberte encontrado después de tantos años.
Eso es la calle también. Un lugar de encuentro.
He estado dos días fumando unos mini porros de marihuana. Dejé de fumar porque eran muchas las veces que me entraba angustia y temor de vivir y pocas las ocasiones en las que el haschis o la marihuana me envolvían con su leve sensualidad, tan leve y hermosa como el humo. Estos dos días han sido embriagadoramente sensuales y ricos y me he propuesto escribir en breve un Elogio de la Embriaguez. Seguiré sin fumar.
Mira fijamente el punto rojo de la foto durante quince segundos.
Si te apetece, rellena los puntos suspensivos entre corchetes y mándalo luego como comentario. Es un juego.
La [....] ya está casi [...] y ayer le [...] a un amigo que quizá ese [...] influía con cualidad [...] en mí.
No [...] desmoronarme.
No [...] seguir mirando la [...] y recordando que hubo un día y bajar las [...] y llegar al borde de la [...] y [...] y [...] abrir el [...] y caérseme los [...] y pensar "Hoy el [...] tampoco viene".
¿Será una cuestión [...]? ¿Será la [...]? ¿Será el [...]?
Un astrónomo al ser [...] sobre la [...] del hombre en el [...] respondió: [...] [...] exactamente pero en todo caso [...] que somos algo muy [...] Entonces sentí [...] y [...] [...] [...] [...] [...]
Esta [...] me he puesto delante de la casa y me he dicho. [...] y ahora estoy aquí como [...].
No [...] desmoronarme.
No [...] seguir mirando la [...] y recordando que hubo un día y bajar las [...] y llegar al borde de la [...] y [...] y [...] abrir el [...] y caérseme los [...] y pensar "Hoy el [...] tampoco viene".
¿Será una cuestión [...]? ¿Será la [...]? ¿Será el [...]?
Un astrónomo al ser [...] sobre la [...] del hombre en el [...] respondió: [...] [...] exactamente pero en todo caso [...] que somos algo muy [...] Entonces sentí [...] y [...] [...] [...] [...] [...]
Esta [...] me he puesto delante de la casa y me he dicho. [...] y ahora estoy aquí como [...].
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Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 29/05/2013 a las 09:41 | {0}