Reflexiones de Isaac Alexander en un barrio del pueblo de Rojas
Fotografía de Caroline Lahougue. Buenos Aires
¿Esta cerveza con limón que bebo es una destilación de la antigua ambrosía?
¿Por qué Milos Amós es tan jodidamente amargo? ¿No tuvo bastante con la montaña? ¿Qué espera encontrar con esa actitud tan solipsista?
Deténgase, joven, deténgase y observe la emoción que le produce el solsticio de verano.
¿El movimiento del 15-M se ha ido de vacaciones? ¿O son los periodistas los que se han tomado las vacaciones de él?
Una vieja amiga, Caroline Lahougue, recorre las calles de Buenos Aires. Micer Bañuelos, si la encuentra usted en algún mercadillo de libros de segunda mano, trátela como a una reina. Porque es una reina.
Al terminar un libro de divulgación científica sentí un espaldarazo y al reflexionar sobre la mente lógica intuí un reguerito de hormigas laborando afanosamente en la construcción de un acordeón.
He de reconocer que tuve una mujer y que su silencio me llena de indefensión. Si pudiera, saltaría junto a ella sobre una hoguera de San Juan y luego le diría: Esto fue lo único que pasó: que nos chamuscamos un poco.
Suenen las alharacas. Vengan los rocines a mí.
¿Porque ya no existe, no fue cierto?
Está la brazada, el cálculo infinitesimal, el boga, boga, marinero y la canción del elegido.
Arrieritos somos, exclamó orgulloso el cabrero.
Y la niña exclama: ¡Agua va!
Y el niño se agarra a la falda de mamá.
Y el primer amor se convierte en un rito de iniciación bajo la soflama de una luna encendida sobre la mar.
Riela, borreguillo, riela.
Vamos a la pensión. Estrechemos los lazos. Confiemos en los daimones. Miremos de reojo a Fata Morgana.
Saturno y Plutón deben descansar de sus conjunciones apocalípticas.
A vuestra salud.
¿Por qué Milos Amós es tan jodidamente amargo? ¿No tuvo bastante con la montaña? ¿Qué espera encontrar con esa actitud tan solipsista?
Deténgase, joven, deténgase y observe la emoción que le produce el solsticio de verano.
¿El movimiento del 15-M se ha ido de vacaciones? ¿O son los periodistas los que se han tomado las vacaciones de él?
Una vieja amiga, Caroline Lahougue, recorre las calles de Buenos Aires. Micer Bañuelos, si la encuentra usted en algún mercadillo de libros de segunda mano, trátela como a una reina. Porque es una reina.
Al terminar un libro de divulgación científica sentí un espaldarazo y al reflexionar sobre la mente lógica intuí un reguerito de hormigas laborando afanosamente en la construcción de un acordeón.
He de reconocer que tuve una mujer y que su silencio me llena de indefensión. Si pudiera, saltaría junto a ella sobre una hoguera de San Juan y luego le diría: Esto fue lo único que pasó: que nos chamuscamos un poco.
Suenen las alharacas. Vengan los rocines a mí.
¿Porque ya no existe, no fue cierto?
Está la brazada, el cálculo infinitesimal, el boga, boga, marinero y la canción del elegido.
Arrieritos somos, exclamó orgulloso el cabrero.
Y la niña exclama: ¡Agua va!
Y el niño se agarra a la falda de mamá.
Y el primer amor se convierte en un rito de iniciación bajo la soflama de una luna encendida sobre la mar.
Riela, borreguillo, riela.
Vamos a la pensión. Estrechemos los lazos. Confiemos en los daimones. Miremos de reojo a Fata Morgana.
Saturno y Plutón deben descansar de sus conjunciones apocalípticas.
A vuestra salud.
Diario de Milos Amós tras su descenso de la montaña con intercalados del libro V de La interpretación de los sueños de Artemidoro (siglo II d. C.)
Primera Hora
La hojarasca. Así tiemblo. Vengo de un viento extraño (como relleno de fuego y cristal). Tengo un sarpullido en la cara interna del dedo meñique de la mano derecha. Puede ser causa de los guantes de látex que utilizo para manipular los alimentos en La Hamburguesa Feliz. O también heridas, ampollas, restos de la batalla con el fuego (que acuchilla, que ciega, que asfixia). Un hombro soñó que se frotaba el culo con polvos de incienso. Fue condenado por impiedad, dado que había profanado una sustancia con la que honramos a los dioses. El perfume indicaba que no conseguiría pasar inadvertido.. Muerdo el polvo de los muebles. Me sosiego un instante y pienso el nombre de Lidia. Me escurro por una rendija. Me asomo a la ceniza. No me dejaré cegar. Intentaré llegar a la cocina. Abriré la cafetera. Un marido sueña que sacrifica en público a la propia mujer como si se tratase de una víctima. Tras dividirla en trozos, la vende y obtiene a cambio unos pingües beneficios. Y le parecía que disfrutaba con ello y que intentaba esconder el dinero así ganado a causa de la envidia suscitada entre los que estaban a su alrededor. Esta persona, por haber prostituido a su esposa, se enriqueció por medios infames y, en efecto, su comercio le resultaba provechoso desde un punto de vista de lucro, pero digno de permanecer en secreto. Amé en noche de tormenta. Fui acariciado con la calma del tiempo infinito. Juré por siempre el amor efímero. Calmé la sed y me harté de gozo. Subí hasta el Parnaso y me acosté con las nueve Musas. Jugué el arte de la seducción y me embebí de mis éxitos. Me di cuenta de que nada había aprendido y nada había que aprender. Desanduve y llegué a quedarme ciego. Recuperé la vista durante una tormenta de pedrisco. Abrí los ojos al cielo hondo y creí ver en su fondo una lámpara que ardía sin fin. Una mujer sueña que es el río Janto, el que discurre por la Tróade. Durante diez años sufre hemorragias, mas no llega a morirse, lo cual es lógico, ya que el río es inmortal. Llego hasta el cuarto de baño. Abro el grifo. No hay agua. Tengo sed. Me señalo las manos y elevo los brazos en busca de protección. Me pregunto si acabaré no sabiendo. Me arrepiento de haber sabido tanto. Desaprender, desaprender, me digo, es la única sabiduría. ¡Maldito neocórtex! bramo. Jugaré a llegar hasta mi cama que se encuentra envuelta en llamas. Me arroparé con las lenguas de fuego y dejaré que el colchón ejerza su función de parrilla (al modo de un San Sebastián cualquiera). Un hombre sueña que enciende su lámpara con la luna. Y se queda ciego. Ciertamente, prendió la llama en donde era imposible obtenerla. Aparte de que se suele afirmar que este astro carece de luz propia.. Ahora no sé que soy feliz. Ahora, por fin, no sé que todo este cúmulo de vivencias (de existencias) son la felicidad. Ahora no sé que el brazo que arde es la luminaria de mi entendimiento y que el volcán que ruge es mi garganta dormidísima. Ahora no sé que el sexo es el altar de las premoniciones y que una curva es la esencia del adiós. Ahora no sé que vislumbro la mirada en el giro ciego y que esta música que machaconamente alude al sentimiento del amor es una rapsodia húngara dedicada al Innombrable. Una mujer sueña que ve en la luna tres imágenes de sí misma. Dio a luz a tres niñas gemelas y todas murieron en el mismo mes. Las imágenes representaban, en realidad, a las recién nacidas y figuraban en el interior de un único círculo. En consecuencia, las hijas eran contenidas en una misma membrana, según afirman algunos médicos, y no vivieron más tiempo por causa de la luna. Me desprendo de la ropa. Me siento desnudo frente al espejo. Está roto mi cuerpo mientras el espejo se mantiene intacto. Mi imagen destrozada me inspira aire y lleno mis pulmones de una calma absoluta. Querré cerrar los ojos y sumiré mis labios en una verso constante (yámbico quizá). Nada aparecerá más tarde. La aurora. Un traje. Versículos de venerables tradiciones. Giomar. El caudal. La vuelta. La ira. La llama. La llama. Mi cara. La llama. La llama. Un individuo sueña que nace al mismo tiempo que el sol y que recorre el mismo curso que la luna. Se ahorca y de esta manera, el sol y la luna, al salir, lo ven mecerse en el aire.
La hojarasca. Así tiemblo. Vengo de un viento extraño (como relleno de fuego y cristal). Tengo un sarpullido en la cara interna del dedo meñique de la mano derecha. Puede ser causa de los guantes de látex que utilizo para manipular los alimentos en La Hamburguesa Feliz. O también heridas, ampollas, restos de la batalla con el fuego (que acuchilla, que ciega, que asfixia). Un hombro soñó que se frotaba el culo con polvos de incienso. Fue condenado por impiedad, dado que había profanado una sustancia con la que honramos a los dioses. El perfume indicaba que no conseguiría pasar inadvertido.. Muerdo el polvo de los muebles. Me sosiego un instante y pienso el nombre de Lidia. Me escurro por una rendija. Me asomo a la ceniza. No me dejaré cegar. Intentaré llegar a la cocina. Abriré la cafetera. Un marido sueña que sacrifica en público a la propia mujer como si se tratase de una víctima. Tras dividirla en trozos, la vende y obtiene a cambio unos pingües beneficios. Y le parecía que disfrutaba con ello y que intentaba esconder el dinero así ganado a causa de la envidia suscitada entre los que estaban a su alrededor. Esta persona, por haber prostituido a su esposa, se enriqueció por medios infames y, en efecto, su comercio le resultaba provechoso desde un punto de vista de lucro, pero digno de permanecer en secreto. Amé en noche de tormenta. Fui acariciado con la calma del tiempo infinito. Juré por siempre el amor efímero. Calmé la sed y me harté de gozo. Subí hasta el Parnaso y me acosté con las nueve Musas. Jugué el arte de la seducción y me embebí de mis éxitos. Me di cuenta de que nada había aprendido y nada había que aprender. Desanduve y llegué a quedarme ciego. Recuperé la vista durante una tormenta de pedrisco. Abrí los ojos al cielo hondo y creí ver en su fondo una lámpara que ardía sin fin. Una mujer sueña que es el río Janto, el que discurre por la Tróade. Durante diez años sufre hemorragias, mas no llega a morirse, lo cual es lógico, ya que el río es inmortal. Llego hasta el cuarto de baño. Abro el grifo. No hay agua. Tengo sed. Me señalo las manos y elevo los brazos en busca de protección. Me pregunto si acabaré no sabiendo. Me arrepiento de haber sabido tanto. Desaprender, desaprender, me digo, es la única sabiduría. ¡Maldito neocórtex! bramo. Jugaré a llegar hasta mi cama que se encuentra envuelta en llamas. Me arroparé con las lenguas de fuego y dejaré que el colchón ejerza su función de parrilla (al modo de un San Sebastián cualquiera). Un hombre sueña que enciende su lámpara con la luna. Y se queda ciego. Ciertamente, prendió la llama en donde era imposible obtenerla. Aparte de que se suele afirmar que este astro carece de luz propia.. Ahora no sé que soy feliz. Ahora, por fin, no sé que todo este cúmulo de vivencias (de existencias) son la felicidad. Ahora no sé que el brazo que arde es la luminaria de mi entendimiento y que el volcán que ruge es mi garganta dormidísima. Ahora no sé que el sexo es el altar de las premoniciones y que una curva es la esencia del adiós. Ahora no sé que vislumbro la mirada en el giro ciego y que esta música que machaconamente alude al sentimiento del amor es una rapsodia húngara dedicada al Innombrable. Una mujer sueña que ve en la luna tres imágenes de sí misma. Dio a luz a tres niñas gemelas y todas murieron en el mismo mes. Las imágenes representaban, en realidad, a las recién nacidas y figuraban en el interior de un único círculo. En consecuencia, las hijas eran contenidas en una misma membrana, según afirman algunos médicos, y no vivieron más tiempo por causa de la luna. Me desprendo de la ropa. Me siento desnudo frente al espejo. Está roto mi cuerpo mientras el espejo se mantiene intacto. Mi imagen destrozada me inspira aire y lleno mis pulmones de una calma absoluta. Querré cerrar los ojos y sumiré mis labios en una verso constante (yámbico quizá). Nada aparecerá más tarde. La aurora. Un traje. Versículos de venerables tradiciones. Giomar. El caudal. La vuelta. La ira. La llama. La llama. Mi cara. La llama. La llama. Un individuo sueña que nace al mismo tiempo que el sol y que recorre el mismo curso que la luna. Se ahorca y de esta manera, el sol y la luna, al salir, lo ven mecerse en el aire.
Cuento
Tags : La Solución Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 13/07/2011 a las 17:55 | {0}
He estado unos días con problemas de conexión debido a cuestiones informáticas. Al final las he podido resolver gracias a la ayuda de los técnicos de wmaker.
Ya vuelvo.
Ya vuelvo.
Zacapella: s. f. Riña o contienda con ruido y bulla, que mueven muchos. Dícese más frecuentemente Zacapela. Lat. Contentio. Strepitus, us. Rixa, ae. Quev. Mus.6.Sonet, 22
Y todo fue un entierro de doncella,/
doctrina muerta, letra no tocada,/
luces y flores, grita y zacapella.
Zacear: v. a. espantar y hacer huir los perros, hablándolos con la voz Za, de la cual se formó el verbo. Lat. Voce canes avertere. Isaac Alexander Jaurías a mí: Por la cañada iba, silbándole a la zabida su aroma pringosa; iba distraído; iba sin ansia cuando una jauría de perros, desde un altozano se lanzaron a por mí. Y cuál no fue mi sorpresa cuando al zacearlos, como mi padre me había enseñado, huyeron los perros por donde habían venido.
Zafareche: s. m. Lo mismo que Estanque. Es voz arabiga, que tiene aún uso en Aragón. Isaac Alexander Jaurías a mí: No quisieron las ménades mostrarte el camino del zafareche donde las ninfas, locas de amor, se entregaban gustosas a los placeres del amar.
Zahareño, ñA: adj. Se aplica al páxaro bravo, que no se amansa o que con mucha dificultad se domestica. Es voz de la Cetrería, y puede venir según Covarrubias de la palabra arábiga Zahara, que significa piedra o peñasco. Lat. Ferus, a, um. Ulloa. Cetrer. cap. 6 De los halcones, pollos, unos son tomados con el araña, y red a los quales llaman zahareños.
Zahorí s. m. Llaman a la persona que vulgar y falsamente dicen ve lo que está oculto, aunque sea debaxo de la tierra, como no lo cubre paño azul. Es compuesto de las voces arábigas Zah que significa sin duda, y vari que vale veedór, ù de esta última y la partícula za que significa debaxo. Lat. Lynceus homo subterranea vides. Jacint. Pol. pl. 57 Bien sé lo que quieren decir estos dos versos; pero no lo que dicen: un zahorí culto los advine. Palom Mus. Pict. lib. 1 cap. 4 epi. 1 Qué diremos si se ha de atender la vulgar opinión de los que llaman zahoríes, que dicen penetran los senos más ocultos de la tierra.
Y todo fue un entierro de doncella,/
doctrina muerta, letra no tocada,/
luces y flores, grita y zacapella.
Zacear: v. a. espantar y hacer huir los perros, hablándolos con la voz Za, de la cual se formó el verbo. Lat. Voce canes avertere. Isaac Alexander Jaurías a mí: Por la cañada iba, silbándole a la zabida su aroma pringosa; iba distraído; iba sin ansia cuando una jauría de perros, desde un altozano se lanzaron a por mí. Y cuál no fue mi sorpresa cuando al zacearlos, como mi padre me había enseñado, huyeron los perros por donde habían venido.
Zafareche: s. m. Lo mismo que Estanque. Es voz arabiga, que tiene aún uso en Aragón. Isaac Alexander Jaurías a mí: No quisieron las ménades mostrarte el camino del zafareche donde las ninfas, locas de amor, se entregaban gustosas a los placeres del amar.
Zahareño, ñA: adj. Se aplica al páxaro bravo, que no se amansa o que con mucha dificultad se domestica. Es voz de la Cetrería, y puede venir según Covarrubias de la palabra arábiga Zahara, que significa piedra o peñasco. Lat. Ferus, a, um. Ulloa. Cetrer. cap. 6 De los halcones, pollos, unos son tomados con el araña, y red a los quales llaman zahareños.
Zahorí s. m. Llaman a la persona que vulgar y falsamente dicen ve lo que está oculto, aunque sea debaxo de la tierra, como no lo cubre paño azul. Es compuesto de las voces arábigas Zah que significa sin duda, y vari que vale veedór, ù de esta última y la partícula za que significa debaxo. Lat. Lynceus homo subterranea vides. Jacint. Pol. pl. 57 Bien sé lo que quieren decir estos dos versos; pero no lo que dicen: un zahorí culto los advine. Palom Mus. Pict. lib. 1 cap. 4 epi. 1 Qué diremos si se ha de atender la vulgar opinión de los que llaman zahoríes, que dicen penetran los senos más ocultos de la tierra.
Diario de Milos Amós tras su descenso de la montaña
Primera hora
Nostalgia en el sueño de la noche. La certeza de un encuentro. ¿Por qué no sé? Me preguntaba al despertarme. El recuerdo de una equivocación cuando tenía coche y conducía como un engañado más. Fue en un cruce. No miré bien a los lados. Giré a la izquierda y escuché un largo bocinazo. El que había frenado me adelantó haciendo rugir su motor. Yo me disculpé con la mano pero él me esperó en la carretera. ¿Qué intenciones albergaba? En una rotonda le engañé y giré hacia otro lado. Temblé durante varios kilómetros.
Desayuno. Fumo un cigarrillo. Con la primera calada me voy a cagar. Leo Hojas de hierba. Me sueno la nariz. Moco líquido como si hubiera cogido frío durante la noche. Me limpio. Termino el café. Vuelvo al cuarto de baño y necesito mirarme en el espejo.
Segunda hora
Me miro en el espejo.
Tercera hora.
Siento la necesidad de encontrarme con alguien. Confiarle mi vida. Caminar por un sendero entre alambradas. Imaginar el cielo nublado y un gran monumento entre montañas. Hay un vuelo de buitres y otro de halcones. Corre la liebre y pace el toro. Se escucha la cadena de una bicicleta y un sordo rumor de multitudes airadas que elevan al aire consignas. Siento la necesidad de aprender. Y también la gana de reírme.
Cuarta hora
Me aseo. El agua caliente me produce una erección. Intento masturbarme pero me echo a llorar. No sé por qué. No lo sé y empiezo a cantar una canción. Creo que es una vieja balaba galesa. Cuando en el principio del mundo los árboles acudieron a la batalla. Me seco. No me afeito. No me pongo agua de colonia. Me lavo mucho los dientes hasta que las encías me sangran. Escupo la sangre. La huelo.
Quinta y sexta horas
Escribo.
Séptima hora
Apenas como. Salgo a la calle. Ha bajado un poco la temperatura. No ocurre nada en el trayecto hacia La Hamburguesa feliz.
Desde la octava hasta la decimosexta hora
El coreano se ha quemado un dedo. Mi compañera tiene la regla. Me lo ha dicho para que le echara una mano. Tiene jaqueca y un fuerte dolor de riñones. Estoy sangrando como una cerda, me dice. Está pálida. Más sin gracia que de costumbre y algo despistada.
Una mujer de unos cuarenta años me ha pedido un hamburguesa con doble de queso y pepinillos y una cerveza. Sin patatas fritas, me ha dicho. Mientras se lo servía me miraba. Me he sentido incómodo. No era guapa. No me atraía. Me hubiera ido con ella. ¿Por qué? Me ha pagado y me ha dicho: un hombre tan mayor y tan tímido. No sé por qué le he contestado: Acabo de salir de prisión. El gesto de la mujer ha cambiado. Casi tira lo que contenía la bandeja por el suelo. Habrían quedado manchas como la culpa o el desconsuelo.
Malos pensamientos, me he dicho en la decimocuarta hora.
Decimoséptima hora
Vuelta a casa. El sonido de un coche de policía. Un recuerdo de la infancia. Un hombre ebrio se tambalea en la plataforma del autobús. Una mujer con niño intenta protegerlo del espectáculo del borracho. Un frenazo. El hombre cae al suelo y rueda. El conductor llega a la parada y sin contemplaciones echa al hombre del autobús. El hombre queda tendido en la acera. No se mueve.
Decimoctava hora
Me meto en la cama. Tengo mucha hambre pero no quiero comer. No leo. Apago la luz. La oscuridad no me da esperanzas. Siento muy grande la cama. Doy vueltas y más vueltas. Pienso una vez y otra. Intento respirar acompasadamente. No lo consigo. Pienso: Bajé de la montaña porque estaba curado. Pienso: Nunca se está curado del todo. Pienso: la vida es la larga convalecencia de la muerte. Pienso: ser muerto es estar sano. Pienso: me llamo Milos Amós. Y ese pensamiento me permite la mínima tregua para que el sueño me alcance y me quedé, inquietamente, dormido.
Nostalgia en el sueño de la noche. La certeza de un encuentro. ¿Por qué no sé? Me preguntaba al despertarme. El recuerdo de una equivocación cuando tenía coche y conducía como un engañado más. Fue en un cruce. No miré bien a los lados. Giré a la izquierda y escuché un largo bocinazo. El que había frenado me adelantó haciendo rugir su motor. Yo me disculpé con la mano pero él me esperó en la carretera. ¿Qué intenciones albergaba? En una rotonda le engañé y giré hacia otro lado. Temblé durante varios kilómetros.
Desayuno. Fumo un cigarrillo. Con la primera calada me voy a cagar. Leo Hojas de hierba. Me sueno la nariz. Moco líquido como si hubiera cogido frío durante la noche. Me limpio. Termino el café. Vuelvo al cuarto de baño y necesito mirarme en el espejo.
Segunda hora
Me miro en el espejo.
Tercera hora.
Siento la necesidad de encontrarme con alguien. Confiarle mi vida. Caminar por un sendero entre alambradas. Imaginar el cielo nublado y un gran monumento entre montañas. Hay un vuelo de buitres y otro de halcones. Corre la liebre y pace el toro. Se escucha la cadena de una bicicleta y un sordo rumor de multitudes airadas que elevan al aire consignas. Siento la necesidad de aprender. Y también la gana de reírme.
Cuarta hora
Me aseo. El agua caliente me produce una erección. Intento masturbarme pero me echo a llorar. No sé por qué. No lo sé y empiezo a cantar una canción. Creo que es una vieja balaba galesa. Cuando en el principio del mundo los árboles acudieron a la batalla. Me seco. No me afeito. No me pongo agua de colonia. Me lavo mucho los dientes hasta que las encías me sangran. Escupo la sangre. La huelo.
Quinta y sexta horas
Escribo.
Séptima hora
Apenas como. Salgo a la calle. Ha bajado un poco la temperatura. No ocurre nada en el trayecto hacia La Hamburguesa feliz.
Desde la octava hasta la decimosexta hora
El coreano se ha quemado un dedo. Mi compañera tiene la regla. Me lo ha dicho para que le echara una mano. Tiene jaqueca y un fuerte dolor de riñones. Estoy sangrando como una cerda, me dice. Está pálida. Más sin gracia que de costumbre y algo despistada.
Una mujer de unos cuarenta años me ha pedido un hamburguesa con doble de queso y pepinillos y una cerveza. Sin patatas fritas, me ha dicho. Mientras se lo servía me miraba. Me he sentido incómodo. No era guapa. No me atraía. Me hubiera ido con ella. ¿Por qué? Me ha pagado y me ha dicho: un hombre tan mayor y tan tímido. No sé por qué le he contestado: Acabo de salir de prisión. El gesto de la mujer ha cambiado. Casi tira lo que contenía la bandeja por el suelo. Habrían quedado manchas como la culpa o el desconsuelo.
Malos pensamientos, me he dicho en la decimocuarta hora.
Decimoséptima hora
Vuelta a casa. El sonido de un coche de policía. Un recuerdo de la infancia. Un hombre ebrio se tambalea en la plataforma del autobús. Una mujer con niño intenta protegerlo del espectáculo del borracho. Un frenazo. El hombre cae al suelo y rueda. El conductor llega a la parada y sin contemplaciones echa al hombre del autobús. El hombre queda tendido en la acera. No se mueve.
Decimoctava hora
Me meto en la cama. Tengo mucha hambre pero no quiero comer. No leo. Apago la luz. La oscuridad no me da esperanzas. Siento muy grande la cama. Doy vueltas y más vueltas. Pienso una vez y otra. Intento respirar acompasadamente. No lo consigo. Pienso: Bajé de la montaña porque estaba curado. Pienso: Nunca se está curado del todo. Pienso: la vida es la larga convalecencia de la muerte. Pienso: ser muerto es estar sano. Pienso: me llamo Milos Amós. Y ese pensamiento me permite la mínima tregua para que el sueño me alcance y me quedé, inquietamente, dormido.
Cuento
Tags : La Solución Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 08/07/2011 a las 12:45 | {0}
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