A mi hija
Han pasado los años y siento la emoción de haberte visto crecer. A cada instante. Me hubiera gustado haber sido yo quien escribiera Palabras para Julia pero humildemente te escribo estas Palabras para Violeta. Te escucho hablar de tu recién iniciada vida universitaria (que tiene para mí el valor de un rito de paso como antiguamente los ritos que marcaban el tránsito de la niñez al pleno derecho como miembro del grupo), los nombres que pronuncias de las asignaturas, los autores que habrás de leer (y con los que espero que te pelees -dialécticamente hablando-) y siento un orgullo y un amor por ti inmensos. Porque te vi el otro día tan delgada y tan mujer y me acordé de una tarde en la que tenías tres años y me dijiste, Papá ya sé por qué el mar se mueve entonces hiciste un pausa valorativa y sentenciaste, Porque hay alguien dentro. Estábamos en el rellano de la casa que teníamos en la calle Hermosilla, en el número 161, en el octavo piso. Era una casa desabrida pero era nuestra casa y tú tenías unos pelos dignos de tu padre; recuerdo cuando tenías siete u ocho años y te fuiste por primera vez a comprar el pan tú sola, ¡qué largo se me hizo el tiempo de la espera! O cuando una noche me viste algo borracho y te pusiste a reír. Ayer leí las cartas que me escribiste desde Oregon y la verdad, con sólo una cuarta parte de las cosas que me decías, hubiera bastado para poder sentir que te has sentido querida. Y yo creo que el don más alto, más valioso que unos padres le pueden ofrecer a sus hijos es que se sientan queridos porque tengo para mí que la infancia es un lugar demasiado frágil y peligroso como para atravesarlo sin amor.
Me gusta hablar contigo. Siempre me gustó hablar contigo mientras te miro a los ojos, tus grandes ojos oscuros, y veo tu esfuerzo por argumentar con fuerza y tu esfuerzo, también, por escuchar. Es tan difícil escuchar, Violeta. Te agradezco tanto que lo hayas intentado conmigo. Escucha el mundo. No lo oigas tan sólo. Escúchalo con atención y con intención. Déjate enseñar y aprende lo que hayas de aprender con el menor sufrimiento.
Cuando pienso en ti, pienso con el corazón que es la forma más hermosa de pensar. No sé dónde leí que cuando una mujer tiene un hijo, la mitad de su corazón se va con él (generalización cursi donde la haya así es que déjame matizarla un poquito); cuando una mujer ama al hijo que tiene, al nacer la mitad de su corazón se va con él y si esto así algo de mujer hay en mí porque la mitad de mi corazón siempre es de ti. Y eso es algo que también he de agradecer a la vida porque muchas veces ocurre que los padres no quieren a sus hijos, así como hay hijos que no quieren a sus padres (como dijo Wittgenstein: todo lo que se puede expresar es posible).
Escucho a Chopin e imagino tus manos. Te imagino yendo a la Universidad, al aula luminosa según me has dicho que es; tomas apuntes mientras al fondo, en ese campo que me has dicho que ves tras los amplios ventanales, otras vidas pasan, también la mía que piensa en ti, que te siente, que te cuida siempre aunque tan lejos.
Me gusta hablar contigo. Siempre me gustó hablar contigo mientras te miro a los ojos, tus grandes ojos oscuros, y veo tu esfuerzo por argumentar con fuerza y tu esfuerzo, también, por escuchar. Es tan difícil escuchar, Violeta. Te agradezco tanto que lo hayas intentado conmigo. Escucha el mundo. No lo oigas tan sólo. Escúchalo con atención y con intención. Déjate enseñar y aprende lo que hayas de aprender con el menor sufrimiento.
Cuando pienso en ti, pienso con el corazón que es la forma más hermosa de pensar. No sé dónde leí que cuando una mujer tiene un hijo, la mitad de su corazón se va con él (generalización cursi donde la haya así es que déjame matizarla un poquito); cuando una mujer ama al hijo que tiene, al nacer la mitad de su corazón se va con él y si esto así algo de mujer hay en mí porque la mitad de mi corazón siempre es de ti. Y eso es algo que también he de agradecer a la vida porque muchas veces ocurre que los padres no quieren a sus hijos, así como hay hijos que no quieren a sus padres (como dijo Wittgenstein: todo lo que se puede expresar es posible).
Escucho a Chopin e imagino tus manos. Te imagino yendo a la Universidad, al aula luminosa según me has dicho que es; tomas apuntes mientras al fondo, en ese campo que me has dicho que ves tras los amplios ventanales, otras vidas pasan, también la mía que piensa en ti, que te siente, que te cuida siempre aunque tan lejos.
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Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 28/09/2016 a las 00:24 | {0}